Fang yacía en la cama en forma de lobo, con la mente atrapada por los poderes demoníacos contra los que luchaba mientras estos seguían transformando su cuerpo aún más. Apenas era consciente de los sonidos del mundo que lo rodeaba.
Cuando dormía, lo veía todo en infrarrojos. Cada diminuto insecto del dormitorio. Cada criatura que pasaba por su puerta caminando por el pasillo. Era consciente de todo lo que ocurría a un nivel que jamás había imaginado, pero no podía reaccionar. Como si fuera un espectador incapaz de romper el cristal por mucho que lo golpeara.
—¿Fang?
Era Vane. Reconocería su voz de barítono en cualquier parte. Sin embargo, en su mente Vane solo era un boceto rojizo al lado de la cama. Con él había una mujer. Una mujer con un olor dulce y humano. Estaba tan cerca de Vane que parecía pegada a él.
Fang intentó comunicarse con él, pero no pudo. Era como si hubiera vuelto al plano infernal, donde solo escuchaba voces. La diferencia estribaba en que ya no entendía lo que su hermano le estaba diciendo. Sus palabras parecían desordenadas y confusas, igual que las de la mujer.
Fang inclinó la cabeza y soltó un suspiro cansado.
—¿Qué te pasa, lobito? ¿No puedes levantarte?
Era la áspera voz de un demonio. Fang se puso tenso.
—Alastor.
Ignoraba por qué sabía cómo se llamaba la criatura, pero así era.
Su cuerpo adoptó al instante la pose de un depredador letal. Inclinó la cabeza y observó al demonio usando su visión periférica, listo para derribarlo con una precisión letal cuando llegara el momento.
El demonio, pequeño y enjuto, era feo y tenía la piel grisácea. Lo peor era el hedor a azufre y sangre que lo acompañaba. Su nariz aguileña y la calva le daban aspecto de gárgola. En la oscuridad del sueño, Fang vio un destello plateado.
Y reaccionó por instinto. Atrapó la mano del demonio y vio el puñal que sostenía. Mientras se reía por su audacia, o más bien por la estupidez del gesto, le aferró el cuello con la otra mano y lo levantó en vilo.
En cuanto lo hizo, accedió a los pensamientos de Alastor. Escuchó la voz de su madre ordenando al demonio que secuestrara a la pareja de Vane y la llevara con su clan para que no pudiera completar el ritual de emparejamiento. Su madre había hecho un pacto con el demonio: tendría que capturar a todas las parejas de sus hijos para impedirles que conocieran el menor atisbo de felicidad.
O, para ser más exactos, para impedirles procrear y perpetuar su naturaleza animal. Esa naturaleza que tanto odiaba su madre.
Lo embargó una furia arrolladora.
—Eres un cabrón degenerado —masculló, incitado por la sed de sangre que se apoderó de él cuando el demonio despertó en su interior. Ardía en deseos de arrancarle la cabeza de cuajo y de darse un festín con sus entrañas. Jamás había experimentado nada parecido.
—Solo estaba cumpliendo órdenes. —Alastor gimoteó, y su voz chirrió como las patas de una silla contra el suelo.
El sonido consiguió que a Fang se le pusieran los pelos de punta y no ayudó a calmar su ferocidad.
Antes de ser consciente de lo que hacía, le clavó los colmillos en el cuello para saciar su sed de sangre.
«¡Para!», escuchó.
La voz de su conciencia logró detenerlo. Medio atragantándose con el líquido denso y tibio de sabor metálico, se obligó a apartarse. Alastor se deslizó hasta el suelo, con una mano en la herida del cuello, y suplicó por su vida.
Una parte de su ser exigía a Fang que matara a la criatura patética que tenía a los pies. Era lo que merecía. Pero otra parte, la correspondiente al lobo, se negaba a matar por placer.
Los katagarios solo mataban para proteger o para defender. Nunca por diversión.
O no con frecuencia.
Pero el lobo que había en él tampoco le permitía dejar que Alastor viviera mientras fuera una amenaza para su familia. En ese caso los lobos mataban sin remordimientos.
—Como vuelvas a perseguirnos o a perseguir a nuestros seres queridos, te aseguro que no pararé hasta descuartizarte en trozos tan pequeños que parecerá que has pasado por una picadora.
Alastor se inclinó hasta el suelo para darle las gracias por su clemencia.
—Nunca volveré a daros caza, amo. Lo juro. —Y desapareció al instante.
Fang se limpió los labios, manchados todavía con la asquerosa sangre del demonio. Se recriminó duramente por lo que había hecho. Pero lo peor era el deseo de torturar y de matar que seguía atormentándolo.
El demonio que llevaba dentro era fuerte y le resultaba difícil resistirse.
—No lo haré —se dijo, furioso.
Jamás.
Era un cazador katagario, no un demonio, y no cedería a ese infierno. No se convertiría en uno de ellos. Por nada. Por irresistible que fueran la tentación o el hambre. Sería fuerte.
¡Despierta!, se ordenó.
No pudo. El pánico lo consumió; atravesaba tambaleante la oscuridad, sin forma, sin sustancia, en busca de algo que lo ayudara a volver a su dormitorio. ¿Thorn lo había relegado al infierno después de todo?
No, eso era peor que el plano infernal. Allí no había cuevas ni nada. Era como caminar por un desierto interminable donde no se veían límites. El paisaje era obsidiana allí donde mirara.
—¿Fang?
Escuchó que Aimée lo llamaba, pero no pudo encontrarla en la agobiante oscuridad. Eso le resultó más aterrador que saberse encerrado en ese sitio.
—¿Aimée?
—Fang… Despiértate, cariño. —Esa preciosa voz tan seductora…
Ojalá Aimée pudiera encontrarlo otra vez.
—¡Aimée! —gritó hasta que se le quedó la garganta en carne viva, pero esta vez ella no parecía escucharlo.
¿Qué estaba pasando? ¿Cómo era posible que la historia se repitiera?
De repente, algo lo golpeó en la parte posterior de la cabeza.
En un abrir y cerrar de ojos pasó de estar perdido en la oscuridad a estar en la cama con Aimée inclinada sobre él. Lo miraba con la cara desencajada por la preocupación y el miedo.
Hizo amago de apartarse cuando de pronto él se transformó de lobo en humano y el pánico que brillaba en sus ojos la detuvo. Con la respiración alterada, Fang se aferró a sus manos como si fueran su tabla de salvación y temiera perderla.
El gesto la conmovió.
—¿Estás bien?
Fang tiró de ella y la abrazó con fuerza.
Aimée frunció el ceño al percatarse de que estaba temblando como una hoja. Asustada, le devolvió el abrazo para ayudarlo en la medida de lo posible.
—¿Qué te pasa?
—Nada.
Sin embargo, no la engañaba. Había vuelto a sucederle algo. Algo que no quería compartir con ella.
Fang la apretó más contra su cuerpo, dejando que su olor y sus brazos lo anclaran de nuevo al mundo de los vivos. Cerró los ojos e intentó relajarse y recobrar el aliento. Se sentía como un imbécil por comportarse de esa forma.
Sin embargo, el trauma del plano infernal todavía era muy reciente. No quería volver a ese sitio en la vida. No quería dormirse de nuevo sin tener cerca algo que lo ayudara a regresar.
Debilitado por la traumática experiencia, ansiaba volver a sentirse a salvo. Pero parecía haber perdido el control de sí mismo. El control sobre todo.
Era una sensación detestable.
Aimée se apartó para mirarlo a la cara. Le colocó una mano en la mejilla y escrutó sus ojos de forma penetrante.
—Has estado dormido dos días. Ya me preocupaba la posibilidad de que hubieras vuelto a perderte.
Fang la miró sin dar crédito. ¿Dos días? ¿Tanto tiempo?
—¿Cómo dices?
—Hoy es Acción de Gracias —dijo Aimée—. Has dormido casi todo el día.
Fang meneó la cabeza mientras asimilaba la información. ¿Cómo era posible que hubiera pasado todo ese tiempo sin que se diera cuenta? Tenía la impresión de que se había acostado hacía un rato.
Aimée frunció el ceño.
—¿No oíste a Vane y a su pareja cuando vinieron a verte hace un momento?
—No —mintió, renuente a admitir lo cerca que había estado de regresar al reciente estado comatoso que había sufrido—. ¿Siguen aquí?
Aimée enarcó las cejas y ladeó la cabeza con expresión suspicaz.
—¿No has oído el jaleo en la habitación contigua hace unos minutos?
—¿Qué jaleo?
Aimée señaló hacia la pared en la que había un enorme espejo. Le pareció raro no haber mirado jamás a través de dicho espejo en sueños. Solo a través de la puerta.
—Bride, la pareja de tu hermano, ha reducido a tu madre en la habitación contigua cuando apareció para matarte. De hecho, Bride ha logrado enjaular a Bryani. ¿De verdad no te has despertado?
Lo que Aimée describía le pareció espantoso. ¿Su madre había ido a por él?
¿Por eso había visto a Alastor?
Pero lo más increíble era que una humana hubiera derrotado a su madre. Denotaba mucho valor y fuerza. Y grandes dosis de estupidez.
—Supongo que no.
Ella meneó la cabeza.
—Me habían dicho que había gente con sueño profundo, pero, tío, lo tuyo es muy fuerte, lobo. —Se apartó de él—. Vane y Bride siguen abajo, por si quieres verlos antes de que se vayan.
La sugerencia le provocaba sentimientos encontrados. Sin embargo, su hermano necesitaba saber que estaba vivo y de vuelta en el mundo real. Al menos por el momento.
Al paso que iba, podía volver al infierno cuando menos lo esperara.
Sin mediar palabra, Fang se puso una camiseta negra de manga larga y unos vaqueros y se levantó. Al ponerse en pie le faltó poco para caerse. Se apoyó en el poste de la cama, furioso por la debilidad que lo embargaba. Necesitaba recuperar las fuerzas para luchar lo antes posible.
Aimée lo ayudó a recuperar el equilibrio. El inocente roce de sus manos lo abrasó hasta lo más hondo. Le cubrió la mano derecha con la izquierda y le dio un suave apretón.
Aimée se sorprendió por el gesto, tan extraño en Fang. Lo normal era que la alejase, que le dijera que estaba bien y que se enfadara por tratarlo como si fuera un inválido. De modo que su actitud le dejó bien claro lo conmocionado que estaba por lo que fuera que le estaba ocultando.
Era un lobo fuerte y orgulloso.
Se apartó un poco para dejarle espacio mientras avanzaba hacia la puerta. Salió al pasillo sin usar en ningún momento sus poderes. Un hecho bastante elocuente también.
Aimée lo siguió escalera abajo.
La cocina era un hervidero de actividad. El día de Acción de Gracias era una de las pocas ocasiones en las que el Santuario se cerraba al público, ya que era motivo de celebración y organizaban un suculento banquete. Todos los habitantes de la casa de los Peltier se reunían para comer y para divertirse, y ese año también tenían entre ellos a varios antiguos Cazadores Oscuros, a Aquerón y a Simi.
Todo el mundo reía y charlaba. Las risas y las voces llegaban hasta la cocina, donde Cherif y Étienne seguían llenando bandejas de patatas y carne aderezadas con mucha salsa barbacoa… Simi debía de estar hambriento. Aimée sonrió al pensar en el demonio caronte capaz de comerse el peso de un elefante mientras devolvía el alegre saludo a sus hermanos y ayudaba a Fang a llegar hasta la puerta.
Una vez allí, se detuvo y dejó que Fang atravesara solo el bar hasta la mesa que ocupaban Vane y Bride, que estaban sentados con las manos entrelazadas. Pese a su porte y a sus ágiles movimientos, el dolor y la desazón de Fang eran evidentes para ella. Así como la ira que sentía hacia su hermano por no haberlo tenido a su lado.
—Buena suerte —musitó; esperaba que todo fuera realmente bien.
Aimée miró en ese momento a Fury, que se quedó petrificado al ver a Fang levantado y moviéndose. La situación de esos tres hermanos, obligados a recomponer el puzle de su familia, la entristecía.
Con un nudo en la garganta, sus ojos examinaron la estancia en busca de su propia familia. Alain estaba sentado con Tanya y sus cachorros, que comían pajitas de miel; su hermano y su cuñada intentaban evitar que Zar se las quitara. Kyle y Cody se reían de algo que había dicho Colt, y Carson les robaba una cerveza a los gemelos. Sus padres estaban sentados con las manos entrelazadas, susurrándose como dos adolescentes humanos que desean quedarse a solas y saben que eso es imposible. Dev hablaba y reía con Rémi, Aquerón, Jasyn, Quinn y Simi, que estaba devorando una bandeja de pavo relleno y jamón.
No imaginaba su vida sin ellos. La familia era la familia pese a todo. Sin embargo, ahora Fang y sus hermanos recelaban los unos de los otros.
Eso le rompía el corazón.
Fang sintió deseos de dar media vuelta y marcharse cuando notó que todos los ojos se clavaban en él. La mayoría no tenían ni idea de que se hubiera despertado, y en ese momento se sentía como una cobaya en un laboratorio donde todos intentaban encontrar el fallo de su ADN.
Pero él no era un cobarde.
Ignoró el nudo que tenía en la boca del estómago, se abrazó y fijó la mirada en su objetivo: su hermano y su pareja. Si bien Bride estaba sentada, se percató de que era alta y con muchas curvas, como las mujeres de Rubens. El tipo de mujer que a Vane le encantaba. Era pelirroja y tenía unos ojos brillantes de expresión alegre. Una mujer exquisita. Vio el amor con que miraba a su hermano y comprendió que era algo fuera de lo común. Algo que deberían cuidar con mimo para siempre.
A su hermano le había ido bien, y esa certeza estrechó el nudo que sentía en el estómago.
Hizo todo lo posible por no fijarse en los demás, ni siquiera en Aquerón o en Simi, mientras se aproximaba a ellos. Vane y Bride eran lo único que importaba. Pero a medida que se acercaba a su mesa, su ira fue en aumento.
Aunque detestaba lo que estaba sintiendo, no podía controlarlo. El resentimiento y la amargura lo consumían. ¿Cómo había sido capaz Vane de marcharse y encontrar la felicidad mientras a él lo torturaban y maltrataban? A su mente acudieron imágenes de los ataques de los demonios, de las heridas que lo habían atravesado de parte a parte. Y volvió a recordar el hambre y la sed imposibles de saciar. Los meses de terrible agonía que había padecido.
Mientras Vane estaba con Bride…
Cuando llegó frente a Bride, consiguió contener su creciente ira y le tendió una mano.
Ella titubeó un instante antes de aceptarla y, cuando lo hizo, Fang se percató del leve temblor que le provocaba la incertidumbre. Olió su nerviosismo, y el lobo protector que moraba en su interior lo instó a calmarla. Ella no tenía la culpa de que hubiera acabado encerrado en el plano infernal. Era la pareja de su hermano y la honraría pese a lo que sintiera.
—Es hermosa, Vane. Me alegro de que la hayas encontrado. —Le dio un suave apretón en la mano antes de soltársela y en ese momento se cruzó con la mirada pasmada de Fury.
Al menos ese cabrón tenía la decencia de parecer avergonzado. Y bien que debía estarlo. Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no darle un puñetazo por haberle arrebatado el afecto de Vane y su lealtad.
Sin embargo, la presencia de Fury no le sorprendió tanto como la de Stefan. Stefan, que había liderado al grupo que los había maniatado, azotado y encadenado al árbol para que los daimons se los comieran. Stefan, al que habían enviado para que los matara. Saltaba a la vista que las cosas habían cambiado mientras él estaba fuera de juego.
El gilipollas que era el lugarteniente de su padre se hallaba sentado a la mesa de su hermano y parecía que le habían dado hasta en el carnet de identidad. Seguro que se lo merecía.
Stefan se negó a mirarlo a la cara.
Vane se puso en pie.
—Fang…
En vez de detenerse, Fang volvió a la cocina. Si no lo hacía, temía acabar atacando a su hermano por haberlo abandonado en el plano infernal, y lo último que quería era empañar la felicidad que Bride y Vane compartían. Vane merecía ser feliz, y él no tenía derecho a hacerle daño. Sabía que su hermano habría movido cielo y tierra para rescatarlo… si hubiera respondido a su llamada.
¡Por todos los dioses! Sus emociones parecían una montaña rusa y eran muy volátiles en lo que se refería a Vane.
Se sentía dolido y muy herido. Esos meses de supervivencia brutal no podían borrarse con un breve encuentro. Necesitaba tiempo para asimilar todo lo que había sufrido.
Para asimilar a lo que se había comprometido.
Aimée lo esperaba con una sonrisa insegura en la puerta de la cocina. Ese día llevaba una camiseta más ceñida que de costumbre, de modo que el deseo lo consumió al instante. Menos mal que había algo que le hacía olvidar el dolor.
Sin darse cuenta de lo que hacía, le pasó un brazo por los hombros. Ella lo abrazó por la cintura y lo ayudó a atravesar la cocina de vuelta a su dormitorio.
Fang no habló mientras subían la escalera de caoba. El olor a lavanda de Aimée lo tenía hipnotizado.
Una vez en su dormitorio, se acostó en la enorme cama con dosel y ella lo arropó con un edredón muy colorido.
Aimée lo miró con expresión suspicaz.
—Sé que te pasa algo, lobo. Es raro que estés tan callado.
Fang resopló al escuchar su intento por animarlo. Posiblemente no debería decir lo que estaba a punto de decir, pero el caso era que, a pesar de lo que le dictaba el sentido común, confiaba en ella.
—Si mi madre ha sido derrotada y Stefan está abajo con Vane y Fury, sin pelear a muerte… —No acabó la frase. Era muy consciente de la conclusión.
Alguien se hallaba al frente de ambos clanes.
Y no era él.
Esa certeza lo hirió profundamente. Las cosas habían cambiado muchísimo y se sentía solo. Apartado. Aturdido. Y, sobre todo, traicionado. Tal vez debería haberse quedado en el plano infernal. Era evidente que nadie lo necesitaba. Vane había seguido con su vida.
Su manada se había reconfigurado bajo el liderazgo de otro.
¿Qué iba a hacer? Se sentía perdido, y detestaba sentirse así.
Aimée percibía la agitación de Fang, y el hecho de no poder ayudarlo la dejó al borde de las lágrimas. No soportaba esa sensación de impotencia. Además, no quería verlos separados precisamente cuando más se necesitaban.
—No sé si sabes que tu hermano ha venido todos los días a verte. Incluso hoy. Y Fury también.
—Lo sé.
Sin embargo, Fang parecía muy triste.
Sin pensar en lo que hacía, Aimée se sentó en la cama, a su lado, y lo abrazó con fuerza. Era el único consuelo que podía darle.
Fang cerró los ojos con el corazón acelerado por la ternura del gesto. Nadie lo había abrazado así en la vida.
Nadie.
Porque no había nada sexual en el gesto. Era un abrazo destinado a consolarlo. Y que los dioses se apiadaran de su patética alma, porque estaba surtiendo efecto.
Colocó una mano sobre una de las de Aimée, mucho más pequeña que la suya, y sintió que algo en su interior se quebraba. En ese instante descubrió una verdad que lo aterró más que el demonio que llevaba dentro.
La quería.
El amor que sentía por ella hacía que, en comparación, lo que había experimentado por Stephanie hacía tanto tiempo pareciera ridículo. No era el encaprichamiento de un lobezno fascinado por una loba deseada por toda la manada. Se trataba del corazón ensangrentado y dolorido de un animal que jamás había sentido nada parecido por nadie.
Aimée lo había rescatado y lo había apoyado cuando nadie más lo había hecho. Ella sola había luchado para librarlo del infierno.
Incluso en ese momento.
Que los dioses me ayuden, pensó. No debería tener esos sentimientos. Debería apartarla de un empujón, pero no era capaz de destruir la serenidad del momento que estaban compartiendo. La ternura que Aimée había despertado en su interior con su abrazo.
Por primera vez en su vida estaba en paz.
Sin mediar palabra, Aimée le pasó una mano por el pelo. Su cuerpo reaccionó con un deseo candente que le recordó que llevaba meses sin estar con una mujer.
La deseaba con una locura arrolladora. Una locura que debía frenar por el bien de ambos.
—Aimée, por más que me guste, tenemos que parar.
—¿Por qué?
—Porque te deseo más de la cuenta.
Ella lo instó a tumbarse boca arriba. Sus cristalinos ojos azules avivaron el deseo de hacerla suya. Esos dedos tan delicados, tan suaves y reconfortantes, rozaron los labios de Fang mientras le sonreía. Y después hizo algo sorprendente: inclinó la cabeza y lo besó.
Su sabor le arrancó un gruñido. Se dejó llevar por la calidez de su aliento al tiempo que sus lenguas se enzarzaban en una danza erótica. Se rindió a la magia de su boca.
—No —dijo apartándola—. No podemos hacer esto.
—Lo sé. Lo siento. —Lo besó en la mejilla y luego se enderezó despacio y se colocó bien la ropa.
Al hacer eso, la camiseta le marcó los pechos y a él se le puso todavía más dura.
¡Maldita sea!, pensó. ¿No le habían dicho nunca sus padres o alguno de sus hermanos que no se paseara por ahí así? Tenía los pezones duros y despuntaban de tal manera que la imagen era peor que las torturas que le habían infligido los demonios.
¡Por todos los dioses! Ojalá pudiera saborearlos…, se dijo.
El lobo que llevaba en su interior comenzó a salivar.
—¿Tienes hambre?
Pues sí, pero no precisamente de comida.
—No. Estoy bien.
Ella no insistió.
—Si me necesitas, estaré en mi habitación.
¿Desnuda?, estuvo a punto de mascullar, ya que la imagen cobró vida en su mente con una claridad asombrosa.
¡Fuera de mi cabeza, joder!, exclamó.
Sin embargo, la imagen de Aimée desnuda se negaba a abandonarlo y lo abrasó.
Tan pronto como ella se fue, Fang bajó una mano para aliviar en parte el dolor que le había provocado. Fue inútil. La tenía tan dura que podría haberla usado de martillo.
—¿Qué voy a hacer?
Si la tocaba, violaría todas las leyes del Omegrion, y los Peltier colgarían sus pelotas en el espejo que había detrás de la barra del bar.
Así que le tocaba sufrir. Y gimotear. Por mucho que se quejara, no conseguiría lo que de verdad deseaba: hundirse en ese pecaminoso y delicioso cuerpo.
—¿Fang?
Vane lo llamaba desde el otro lado de la puerta. Suspiró y se apresuró a tapar con el edredón el efecto que Aimée tenía sobre él y agradeció la interrupción de su hermano, aunque temía volver a verlo.
—Pasa.
Vane abrió la puerta.
—Hola.
La incertidumbre tan poco característica de su hermano le habría arrancado una carcajada, pero en esos momentos pocas cosas lograban hacerlo reír. No mientras su cuerpo estuviera tan hambriento.
Se produjo un silencio incómodo.
Vane se apoyó en la puerta cerrada.
—Me resulta increíble que por fin estés despierto. Pensé que te había perdido para siempre —dijo.
—Sí, bueno, tendrás que perdonarme por haber sido un gilipollas egoísta. —Fang dio un respingo al escucharse decir eso antes de poder morderse la lengua.
Vane dio un respingo al reconocer las palabras.
—¿Me oíste?
Fang apartó la mirada, renuente a contestar. Así que cambió de tema.
—¿Qué hace Stefan abajo?
—Markus ha caído y Stefan ya no es líder de nada. He puesto a Fury al cargo de la manada.
Ni siquiera abofeteándolo habría logrado Vane cabrearlo más. Aunque, claro, al poner a Fury como líder de la manada eso era exactamente lo que había hecho: abofetearlo.
Porque el líder debería ser él.
—No es lo bastante fuerte como para liderar la manada.
—Con mi apoyo, sí.
Y con el apoyo de Vane, él no podría retarlo para quitarle el liderazgo. Bueno, sí que podría hacerlo, pero eso rompería su vínculo y los debilitaría a ojos de los otros clanes, dejándolos expuestos a un posible ataque. Que era justo lo que harían los demás. Perfecto. Acababan de arrebatarle el derecho que tenía por nacimiento.
Markus estaría contentísimo.
Vane se acercó con cuidado; su hermano parecía estar reflexionando. No era así como había imaginado su reencuentro cuando Fang por fin saliera del coma. Llevaba meses soñando con ese momento. Fang se despertaría, contento por estar vivo. Lo abrazaría y…
Pero había cambiado. Lo rodeaba un aura letal que no recordaba haber percibido jamás en él.
Su hermano estaba enfadado y amargado por algo que se le escapaba. ¿Por qué se sentía así con todo lo que les había hecho pasar a Fury y a él?
—Has estado meses fuera de juego.
—Lo sé, de verdad —replicó Fang con malévola brutalidad.
Vane suspiró, frustrado.
—¿Qué quieres de mí?
—Nada, Vane. Solo quiero que seas feliz.
Aunque sus palabras fueran esas, su tono de voz las contradecía. Vane intentó aliviar la tensión existente entre ellos.
—Lo soy. Por fin. Bride es más de lo que merezco. Y tenemos una habitación para ti en nuestra casa.
Fang hizo una mueca.
—No sé. Estáis recién emparejados. No necesitas que tu hermano tarado se pase el día acojonando a tu mujer.
Un comentario típico de Fang. El sarcasmo que llevaba meses deseando escuchar de labios de su hermano.
—Bride no se asusta así como así.
—Si lo primero que ve por las mañanas es a ti, ya estará acostumbrada.
Vane sonrió. Sentía una opresión en el pecho provocada por lo mucho que había echado de menos a su hermano. No había nadie en el mundo como él.
—Te queremos con nosotros.
Fang saltó de la cama como si se dispusiera a atacarlo.
—Vane, no soy tu hijo —masculló con una furia inesperada—. No soy un niño. Soy un lobo adulto y no creo que deba estar con vosotros.
Vane se mostró de acuerdo, pero aun así se negó a claudicar. Sabía que no debía dejar que Fang percibiera sus emociones. Porque eso volvería aún más impredecible al lobo que llevaba en su interior.
De modo que intentó cambiar a un tema de conversación más seguro.
—Hay otra cosa sobre Fury que deberías saber.
Fang resopló.
—Es mi hermano. Aimée me lo ha dicho.
El comentario lo dejó alucinado. ¿Hasta qué punto estaba Fang unido a la osa?
Nada bueno podía salir de eso.
—¿Quieres verlo? —le preguntó.
—La verdad es que no. Por si acaso se te ha olvidado, no somos lo que se dice amigos íntimos.
—Sí, lo sé. Pero Fury ha sido de gran ayuda para proteger a Bride.
—Me alegro de que cuentes con él. —Su tono de voz volvió a desmentir sus palabras.
Vane frunció el ceño, la actitud de su hermano estaba empezando a mosquearlo. Había hecho el esfuerzo de contener su temperamento, pero esos asaltos constantes que no se merecía lo descolocaban.
Él al menos intentaba mantener la calma, pero Fang no ponía nada de su parte por aligerar la situación.
Permanecía al ataque, y Vane comenzaba a hartarse.
—¿Por qué estás tan enfadado conmigo?
Fang hervía de rabia. Hasta tal punto que le habría encantado replicarle de la peor forma posible.
¡Porque me dejaste tirado, gilipollas!, gritó en silencio.
Sin embargo, eso no era lo único que le quemaba por dentro. Lo peor era que, además de dejarlo tirado, Vane lo había puesto a parir por estar atrapado. Su hermano le había dicho cosas muy dolorosas.
Que no se merecía en absoluto.
Ansiaba sentir el mismo amor y la misma lealtad que sentía por él la noche en que murió Anya. Pero esas emociones habían desaparecido, y eso era lo que más le dolía.
Ya no era el mismo, y Vane tampoco.
Cansado de seguir peleando cuando nada cambiaría, decidió retroceder.
—Mira, todavía no me encuentro bien. ¿Por qué no te vas un rato con Bride y Fury?
—¿Y qué pasa contigo? Tú también formas parte de mi familia.
Sí, claro…, pensó Fang.
Él ya no se sentía parte de su familia.
—Finge que sigo en coma. Estoy seguro de que te resultará muy fácil.
Vane lo miró indignado.
—¡Que te jodan, cabrón egoísta! Fury y yo te hemos salvado el culo mientras estabas en esa cama, muerto para el mundo, ¿y ahora te atreves a venirme con esas? Eres un amargado de mierda.
Fang lo miró con desprecio.
—Mira quién fue a hablar de egoísmo…
—¿Qué insinúas con eso?
—Me dejaste tirado para que me las apañara solo y después, al ver que no me levantaba cuando me lo ordenabas, te hiciste amiguito de un cabrón al que odias. Sé muy bien que el amor que sientes por Fury es tan grande como el mío. ¿Dónde está tu lealtad en todo esto, eh?
Vane extendió un brazo y lo estampó contra la pared.
—Alégrate de haber estado enfermo, porque de no ser por eso ahora mismo te tragarías esas palabras.
Fang lo atacó con una descarga de su cosecha. Inutilizó los poderes de Vane y de ese modo consiguió liberarse y acabó tirando a su hermano de espaldas.
—No eres el único que tiene poderes mágicos, capullo.
Vane lo miró desde abajo. Había acabado en el suelo, con la espalda en la pared. Parecía pasmado.
—¿Cómo has hecho eso?
—Hay muchas cosas sobre mí que no sabes, adelfos. Alégrate de que no me apetezca compartirlas contigo. Y ahora vete.
Vane se puso en pie. No, ese no era el mismo Fang con el que había compartido una amarga infancia. Algo muy grave le había pasado a su hermano, pero no sabía qué.
Aunque si Fang no quería decírselo, poco podía hacer él.
Se pasó el dorso de una mano por los labios.
—Vale. Púdrete aquí sentado. —Y dio un portazo al salir.
Aimée salió de su dormitorio al escucharlo y se detuvo en el pasillo cuando vio a Vane.
—¿Estás bien?
—No, no lo estoy. —Vane miraba la puerta cerrada echando chispas por los ojos y se imaginaba haciéndola pedazos… junto con la cabeza de su hermano—. Estoy a un paso de matar a ese idiota.
—¿A Fang?
—¿Hay otro por aquí?
—En esta casa hay unos cuantos y, de hecho, algunos son familia mía —explicó Aimée con una sonrisa alegre—. Pero ¿por qué quieres hacerle daño a tu hermano después de todo lo que ha sufrido?
—¿Después de todo lo que ha sufrido? —se burló él—. ¡Por favor! Te pareces a él. Lo siento, pero en mi opinión pasar meses tumbado en una cama mientras te alimentan porque no eres capaz de afrontar la misma realidad que tenemos que afrontar los demás no es equiparable a lo que hemos sufrido Fury y yo. Hemos sobrevivido por los pelos. Hemos tenido que luchar contra un demonio, contra los daimons y…
—¿Crees que Fang quería estar en coma?
Vane resopló.
—Recuerda lo que dijeron Carson y Grace. Podría haber salido de él cuando quisiera.
Aimée negó con la cabeza.
—No, Vane, no podía. Créeme.
—¿Que te crea? Pues no —le soltó, consumido por la amargura. ¿Cómo se atrevía a defender a Fang?—. Conozco a mi hermano mejor que nadie y sé muy bien lo egoísta que es. Solo se preocupa por sí mismo.
—Vane… te equivocas. Fang no estaba en coma. Estaba atrapado en el infierno. Lo sé porque fui yo quien lo sacó de allí. Vosotros os enfrentasteis a un demonio. Fang ha luchado contra cientos.