Los días parecían eternos mientras Fang se entrenaba para luchar contra los demonios en forma humana y despotricaba contra los daimons que seguían con vida. Al menos Aimée lo ponía al día de lo que sucedía en el mundo real, pero se había hartado de estar atrapado. Se había hartado del apestoso olor a demonio.
Aunque más harto estaba de sentirse solo. Aimée era el único contacto con el mundo que había dejado atrás. Y eso era lo peor. ¿Por qué Vane se negaba a hablar con él? ¿Se habría convertido Fury en un hermano estupendo, tanto que Vane ya ni siquiera se acordaba de él?
Era una idea absurda. Aunque lo sabía, no había forma de librarse de ella. Seguramente porque se sentía traicionado y abandonado por su hermano. ¿Cómo era posible que Vane le diera de lado como si fuera un simple sueño y siguiera sin escucharlo?
¿Por qué no lo ayudaba cuando más lo necesitaba?
—Oye, lobo… creo que hay algo que te interesará ver.
Fang hizo una pausa en sus ejercicios cuando Thorn entró en la estancia donde él estaba entrenando. Le quitó el báculo de las manos y, de repente, un tropel de imágenes comenzó a reflejarse en las paredes que los rodeaban.
Perdido por completo, Fang observó las imágenes, cada vez más nítidas, y vio a Aimée Peltier en un bar en construcción. Había escaleras de mano y latas de pintura por todos sitios, y también serruchos y material de construcción. Sin embargo, lo extraño era que estaba rodeada de demonios carontes. Su hermano Kyle la acompañaba.
Un caronte alto, moreno y de piel azulada sacudió la cabeza. En ese momento su voz reverberó en la estancia.
—Los carontes no somos tan imbéciles como para hacer eso.
Aimée esbozó una dulce sonrisa.
—Vamos, Xedrix, ¿no hay ninguno que sienta un poco de nostalgia por el hogar?
El tal Xedrix resopló.
—¿Conoces a la Destructora en persona? —replicó él en un tono frío y mordaz—. En fin, en otra época, sí… mucho antes de la historia documentada, en fin… que en otra época fue como una madre para mí. Después los humanos mataron a su único hijo y desde que él resucitó y a ella la obligaron a volver a su agujero, no hay quien la aguante. La verdad, llevo once mil años soportando su síndrome premenstrual. No te ofendas, pero no hay suficiente cerveza en el mundo, ni carne ni beignets que puedan convencerme de volver.
Los demonios que lo rodeaban aclamaron sus palabras.
Aimée suspiró.
—Tengo que entrar en Kalosis.
Xedrix la miró sin compasión.
—Pues cómete un daimon.
Kyle soltó una carcajada.
—Así no conseguiría entrar porque tienen la costumbre de desintegrarse en una nube de polvo cuando mueren, y torturándolos tampoco se consigue nada. Lo intentamos anoche. Esos cerdos no colaboran mucho.
—Nosotros tampoco. —Xedrix cogió un martillo para volver al trabajo.
Aimée miró a Kyle con un mohín, de tal forma que Fang sintió deseos de abrazarla.
Kyle dio un respingo, y después se plantó delante del caronte para cortarle el paso.
—Vamos, Xed. Os he hecho muchos favores. ¿No podéis ayudar a un colega? Solo necesitaremos a uno de vosotros para entrar y salir de ese sitio. Nadie tiene por qué enterarse.
Xedrix arrojó el martillo a la caja de herramientas y miró a Aimée.
—¿Por qué es tan importante para ti?
—Fang me salvó la vida. Quiero devolverle el favor.
El caronte resopló.
—Vaya gilipollez. La gente, y en especial los katagarios y los arcadios, no es tan altruista. Hazme caso. Os conozco desde el principio de los tiempos. Sois unos cabroncetes egoístas hasta la médula. Dame un buen motivo para cometer este suicidio.
Aimée miró a Kyle con timidez y luego dijo:
—Es importante para mí.
—Mis extremidades también son importantes para mí.
Thorn se volvió para mirar a Fang mientras las imágenes se sucedían en las paredes.
—Tu osita te tiene en muchísima estima, ¿verdad?
Fang no contestó. Se había quedado pasmado al ver lo que Aimée intentaba hacer para salvarlo.
—Xedrix, por favor —suplicó Aimée—, ya he perdido a demasiados seres queridos. No quiero perder a otro. Fang es un buen lobo y no puedo dejarlo como está ahora mismo. Solo nos queda un daimon más que matar para liberarlo. Es la primera vez que puedo salvar a alguien que me importa. No podré vivir conmigo misma si fracaso ahora que estamos tan cerca del objetivo.
Una caronte se adelantó en ese momento y miró a Xedrix con expresión letal.
—Mira a la pobre osa. Lo quiere, ¿cómo vas a negarte? —Meneó la cabeza y miró a Aimée—. Yo te llevaré.
Xedrix levantó una mano.
—No, no lo harás. No voy a permitir que os arriesguéis. Sois libres y merecéis disfrutar de vuestra libertad. Apolimia será clemente conmigo por haber desertado, lo que quiere decir que me matará rápido en vez de torturarme primero. —Soltó un sentido suspiro—. Yo los llevaré.
Los demonios protestaron su decisión.
—Eres nuestro líder —masculló uno de ellos.
—Sí, el gilipollas que manda, ese soy yo. —Xedrix se quitó el paño que llevaba al hombro y se lo lanzó al que había hablado—. Disfrutad del bar, chicos. Y recordad el consejo de Kyle: comeos solo a los turistas. Nadie los echará de menos. —Adoptó su forma demoníaca, que incluía alas y cuernos negros. Su ropa se redujo a un taparrabos. Acto seguido, miró a Aimée a los ojos—. Seguidme.
Aimée lo detuvo.
—Gracias, Xedrix. Te lo agradezco de corazón.
—Ojalá pudiera decir lo mismo. Putos osos… por vuestra culpa van a morir demonios. ¿Qué os hemos hecho nosotros?
Kyle soltó una carcajada nerviosa.
—En fin, no sé, intentasteis comerme…
Xedrix resopló.
—Kyle, no seas nenaza. Solo fue un bocadito de nada.
—Que se infectó. Y me dolió durante un mes.
Aimée se echó a reír.
—Por lo menos no acabaste con la rabia o con algo peor.
Xedrix enarcó una ceja.
—En tu caso, osa, yo esperaría hasta estar de vuelta para insultarnos —dijo—. Todavía no es demasiado tarde para hacerle caso a mi sentido común.
Aimée hizo un gesto con la mano para restar importancia a sus palabras.
—El sentido común está sobrevalorado. Eres un demonio. Pensaba que tu lema era: «El botín para el vencedor».
—No, nuestro lema es: «Todo sabe mejor con salsa picante».
—En ese caso, es un acierto que hayáis acabado en zona cajun, donde hay salsa picante en cualquier esquina.
Xedrix esbozó una sonrisa que dejó sus colmillos a la vista.
—Te aseguro que nos hemos dado cuenta de ese delicioso detalle. —Su expresión recobró la seriedad mientras los llevaba hacia el callejón trasero del club. Una vez fuera levantó un brazo—. Espero de corazón que Apolimia esté durmiendo… —Los miró de forma amenazadora—. Cerrad los ojos.
Ellos obedecieron y al instante una luz cegadora inundó el callejón.
Aimée hizo una mueca de dolor. Incluso con los ojos cerrados el brillo era insoportable. La luz desapareció al cabo de un rato. Cuando retiró la mano de los ojos vio una esfera oscura que flotaba en el callejón.
Xedrix los miró con gesto burlón.
—Bienvenidos a la madriguera infernal. Lo único bueno es que no apareceremos en el salón de recepción de los daimons, a los pies de Stryker. Los carontes tenemos otra entrada distinta. —Les lanzó una mirada hosca—. Haced lo que os diga o las vais a pasar canutas. Vamos a entrar en dominio caronte y normalmente siempre tenemos hambre.
Aimée asintió con la cabeza.
—No nos separaremos de ti.
—Qué alegría… —replicó el demonio, rezumando sarcasmo.
Xedrix entró en primer lugar, despacio. Los llevó a un tétrico pasillo oscuro. Después levantó el brazo e hizo aparecer una antorcha. Dejaron atrás varias puertas tras las que oyeron a otros demonios hablando.
—¿Qué aspecto tiene este daimon?
Kyle contestó antes de que Aimée pudiera hablar.
—Es alto y rubio.
Xedrix lo miró con cara de mosqueo.
—En fin, eso lo reduce a todos los daimons que viven en Kalosis, salvo Stryker. ¿De cuántos estamos hablando? ¿De varios miles? ¿Podrías ser un poquito más específico? Como me digas que va vestido de negro, yo mismo te mataré y así me ahorro la agonía de mi propia muerte.
Aimée meneó la cabeza.
—Eres un demonio bastante gruñón.
—Pues todavía no conoces a mi señora. Ella se lleva la palma. —Y sin avisar, colocó una mano en la cabeza de Aimée y cerró los ojos.
Aimée frunció el ceño mientras por su mente pasaba una sucesión de imágenes, como si el caronte estuviera ojeando sus recuerdos después de haber usado el botón de avance rápido. Acabó mareada y con náuseas.
Xedrix retiró la mano.
—Cadmon. Sé dónde está ese cobarde.
Kyle estaba impresionado.
—¿Puedes absorber recuerdos?
Xedrix hizo una mueca.
—Prefiero sorber intestinos, la verdad. Pero los recuerdos tienen su ventaja de cuando en cuando. Ahora os sugiero que guardéis silencio. Solo soy un demonio de entre todos los que viven aquí, y aunque… en fin, aunque me da igual que salgáis vivos o muertos de esta, teniendo en cuenta que necesitamos a Kyle para acabar el club… Vamos, que tenéis que salir con vida. Así que seguidme en silencio.
Aimée lo siguió de cerca mientras avanzaban por los serpenteantes pasillos y por las estrechas callejas de Kalosis. Se detuvo al ver el enorme palacio situado en una colina lejana. Recortado contra el cielo oscuro y el horizonte, brillaba como el azabache pulido. Pese a su aspecto siniestro e imponente, Aimée tuvo que reconocer su belleza.
—A ver si acierto —susurró—, ¿la morada de Apolimia?
Xedrix asintió en silencio. Se llevó un dedo a los labios y señaló con la cabeza en dirección a un pequeño edificio situado al otro lado de la calle.
—Nadie debe verme —susurró— o de lo contrario Apolimia exigirá mi regreso y mi muerte. Tendréis que entrar los dos solos a buscarlo.
—¿Cómo sabes que está ahí?
Xedrix la tocó y Aimée vio una imagen perfecta de Cadmon: estaba durmiendo al lado de una mujer.
—Gracias.
El caronte inclinó la cabeza.
—Buena suerte.
Aimée titubeó.
—Kyle, quiero que te quedes aquí con Xedrix.
—Pero…
—No hay peros que valgan. Todavía no dominas tus poderes y esto es serio. Quédate aquí y asegúrate de que no te vean.
Su hermano aceptó con un asentimiento.
Aimée avanzó oculta por las sombras, con cuidado de no hacer nada que pudiera delatarla. Tenía los nervios a flor de piel y le costaba muchísimo mantener el miedo a raya. Sabía que era poderosa y fuerte, pero nunca había tenido que luchar sola. Aunque confiaba en sí misma, no era arrogante. Ese era un lugar peligroso y desconocía la magnitud de los poderes de Cadmon.
Piensa en Fang, se dijo.
Eso la ayudó. Abrió la puerta, agradecida de que no le hubieran echado el pestillo, y se coló en el interior de la casita. El silencio era tal que los latidos de su corazón parecieron inundarlo todo.
Vas a matar a un hombre dormido, pensó.
El pensamiento le obligó a resplantearse sus planes. El resto de los daimons habían luchado contra ella, pero ese…
Estaba durmiendo en su casa.
Las dudas la inundaron mientras reflexionaba al respecto. ¿Cómo iba a ser capaz de hacer algo así?
Ha matado a cientos de personas para sobrevivir. No es inocente ni mucho menos, razonó.
Ese daimon había atacado a Fang cuando estaba maniatado e indefenso. Impotente. Pero todas esas cosas perdían importancia al analizarlas. Su conciencia le decía que aquello sería un asesinato. No actuaría en defensa propia. No haría justicia.
Un asesinato, se dijo.
Aferró con fuerza la estaca que llevaba en la mano.
Es demasiado tarde para acobardarse. Ve y acaba con esto, se ordenó.
¿Sería capaz de hacerlo?
Retrocedió un paso y se tropezó con una silla, que se arrastró por el suelo provocando un leve chirrido. Se le cayó el alma a los pies.
No obstante, todo siguió en silencio.
Menos mal que no había despertado a nadie.
Al volverse descubrió que tenía al daimon justo detrás. Esos ojos negros de expresión ávida devoraron su cuerpo de arriba abajo.
—Bueno, bueno, vaya bocadito más apetitoso tenemos aquí. No he hecho ningún pedido a domicilio, pero a caballo regalado, no le mires el diente.
Aimée le dio un rodillazo en la entrepierna. Mientras el daimon se doblaba por el dolor, levantó la estaca para clavársela en la espalda, pero entonces una daimon apareció de la nada y la estampó contra la pared.
Atontada, se volvió justo cuando aparecían tres daimons más.
—¿Qué es esto, una orgía?
Y atacaron a la vez.
Aimée esquivó al primero y fue a por el más importante: Cadmon. El que liberaría la última parte del alma de Fang. Era a él a quien tenía que matar. Los demás solo eran un ejercicio de práctica.
La daimon la mandó al suelo de una patada. Aimée la agarró y la lanzó hacia atrás por encima de su cuerpo y luego se puso en pie. Uno de los hombres la aferró para girarla y ella respondió asestándole un revés en la cara. El golpe fue tan fuerte que comenzó a palpitarle la mano por el dolor.
En cuanto se volvió, se concentró en su objetivo y le clavó una mano en el pecho.
Funcionó. La estaca hizo su trabajo y estalló en una nube de polvo dorado.
Tan pronto como desapareció, los demás la rodearon. Aimée gritó cuando la daimon le clavó los colmillos en el brazo.
Fang se tambaleó hacia atrás al sentir el impacto de la última parte de su alma. Tomó una honda y satisfactoria bocanada de aire por primera vez desde hacía meses.
Thorn esbozó una sonrisa malévola.
—Me alegro de que hayas vuelto, lobo —le dijo.
Sin embargo, seguía allí, y Aimée no había salido. Seguía atrapado en ese plano infernal.
—¿Puedo reunirme con ella?
Thorn hizo una mueca.
—Eso es un pelín complicado. Enviarte a un plano que técnicamente no está bajo nuestro control rompe unos cuantos acuerdos.
Fang sintió una oleada de pánico al ver la imagen que se reflejaba en la pared. Aimée estaba perdiendo la lucha.
A pasos agigantados.
—Thorn, van a matarla. —Acto seguido, hizo algo que jamás había hecho: suplicar—. Por favor.
Thorn extendió una mano hacia la pared en la que se sucedían las imágenes.
—La puerta está abierta. Será mejor que corras.
Fang no titubeó. Corrió hacia las imágenes, temiendo hasta cierto punto acabar estrellado contra la pared y con alguna extremidad o el cuello rotos.
No pasó nada de eso.
De repente se hallaba en la misma estancia donde Aimée luchaba contra los daimons. Agarró a la que todavía le estaba clavando los colmillos a Aimée y le apartó la cabeza del brazo. Sin pérdida de tiempo, hizo aparecer un puñal, se lo clavó en el pecho y dejó que el polvo lo cubriera.
Aimée se abalanzó hacia el recién llegado y de repente le vio la cara. No daba crédito.
—¿Fang?
Él hizo aparecer otro puñal y se interpuso entre ella y los daimons. Apuñaló a uno y apartó al otro de una patada.
—Sal de aquí ahora mismo.
—No sin ti.
Fang no daba crédito a lo que Aimée acababa de decirle. La sintió colocarse tras él, espalda contra espalda.
—Aimée, escúchame. Estamos en territorio daimon. Es imposible que podamos con todos ellos. Necesito que salgas de aquí y me despiertes. Así ambos estaremos a salvo. Vete.
Aimée detestaba la mera idea. Pero él tenía razón. No podían luchar contra todos los spati de Kalosis, y si la Destructora los pillaba…
Tal como Xedrix le había dicho, las pasarían canutas.
—Fang, ni se te ocurra morir. —Corrió hacia la puerta y siguió hacia el lugar donde la esperaban Xedrix y Kyle—. Llévame a casa.
El caronte los sacó de Kalosis al instante.
Aimée frunció el ceño al darse cuenta de que estaban en el callejón trasero del club de los demonios, no del Santuario.
—Me refería al Santuario, Xed. ¡Joder! —Gruñó y se teletransportó al dormitorio de Fang.
Allí estaba, dormido e inmóvil.
El terror y la culpa por haberlo dejado solo luchando contra los spati le dispararon el pulso. ¿Seguiría vivo?
—Por favor, no permitas que esos daimons te venzan de nuevo. —Dudaba que pudiera volver a matarlos a todos.
Aterrada, corrió hacia la cama y lo zarandeó para despertarlo.
—¡Fang!
Él no respondió. Siguió inmóvil y frío, como antes.
Los ojos de Aimée se llenaron de lágrimas; las emociones la abrumaban.
—¡Joder, lobo! Ni se te ocurra hacerme esto. Más te vale despertarte. Ahora mismo. ¿Me oyes? ¿Fang? ¡Fang!
Y en ese momento lo sintió. Fang se sacudió entre sus brazos como si lo hubiera golpeado una descarga eléctrica. El lobo se transformó en hombre en un abrir y cerrar de ojos. Estaba desnudo y la miraba con asombro y confusión.
Verlo vivo, sano y salvo hizo que una lágrima resbalara por su mejilla.
—¿Fang?
Él examinó la habitación con incredulidad, incapaz de asimilar que había vuelto y que eso no era otro sueño que acabaría transformándose en pesadilla. El olor de Aimée era su ancla y lo mantuvo aferrado a la realidad. Le tomó la cabeza entre las manos y la atrajo hacia sus brazos como si le fuera la vida en ello.
—He vuelto…
Ella lo estrechó con fuerza y se rió.
—Me aterraba la idea de que hubieran vuelto a vencerte.
La risa de Fang se unió a la de ella mientras la alejaba para enseñarle el corte sangrante que tenía en un brazo.
—Lo intentaron. —La miró de arriba abajo—. No estás herida, ¿verdad?
—No. Solo el mordisco, pero no es muy profundo. No acabo de creerme que hayas vuelto. —Le colocó las manos en las mejillas y sonrió—. Tío, necesitas afeitarte y cortarte el pelo.
Fang soltó una carcajada.
—Sí, me lo imagino.
Aimée lo miró con un brillo juguetón en los ojos, que seguían llenos de lágrimas.
—Sabes lo que esto significa, ¿verdad?
—¿Que necesito un baño antes que el afeitado?
La sonrisa de Aimée se ensanchó.
—Pues sí, pero no era eso a lo que me refería. —Le acarició el pelo—. Ahora me debes una. Y bien gorda.
—Seré tu esclavo durante toda la eternidad. Para siempre. —Apoyó su frente en la de Aimée—. Gracias. —Una palabra que no alcanzaba a expresar la gratitud que sentía.
Ella lo había salvado de un infierno inimaginable. Sin ella, jamás habría escapado…
—De nada.
La besó en la frente antes de tumbarse de nuevo en la cama y taparse con el edredón.
—Me siento como si me hubiera atropellado un camión.
—En fin, hemos intentado ejercitarte las extremidades mientras estabas en forma animal, pero a veces estaban tan rígidas que no podíamos moverlas.
Fang intentó no pensar en eso. Posiblemente hubiera coincidido con los ataques de Desdicha y su tropa. Pero todo eso había quedado atrás. Había vuelto al lugar al que pertenecía.
Aimée le apartó el pelo de la cara con cuidado.
—¿Tienes hambre?
—Estoy famélico.
—Ahora mismo te traigo algo.
Fang le cogió la mano antes de que se alejara. La calidez de su piel lo sorprendió. En el otro plano su tacto era distinto. En ese momento sentía la calidez real y la suavidad de su cuerpo.
—Quédate conmigo un poco más.
Había estado solo tanto tiempo que no quería volver a estarlo tan pronto. Tenía miedo de que si lo dejaba solo, los seres del plano infernal se lo llevaran de vuelta.
Aimée reconoció el anhelo de sus palabras.
—Le diré a Dev que te traiga algo. —Lo arropó con el edredón y usó sus poderes para decirle a Dev que llevara comida y agua.
Fang se tumbó de costado y se quedó quieto. Tenía un brazo bajo la cabeza mientras sus ojos volaban por el dormitorio como si esperara que las sombras cobraran vida y lo atacaran.
Sin embargo, Aimée pensaba que estaba para comérselo. Pese a su pelo alborotado y a la barba. Aunque su cuerpo estaba mucho más delgado, verlo le seguía provocando un ramalazo de deseo.
—¿Qué estás pensando?
Esos ojos oscuros se encontraron con los suyos y la hipnotizaron. Además de dejarla sin aliento.
—En cuanto me alegra que no me dejaras por imposible.
Ella le cogió una mano y le dio un suave apretón.
—Los lobos no son los únicos seres capaces de demostrar lealtad, ¿sabes? Los osos también tenemos buena reputación al respecto.
Dev llamó con suavidad a la puerta y luego abrió. Ver a Fang despierto lo dejó pasmado.
—¡La madre que…! ¡El lobo está vivo!
Aimée se puso de pie para quitarle la bandeja de las manos y colocarla en la cómoda.
—¿Para qué creías que te he pedido caldo?
—Pensaba que te dolía la cabeza o algo.
Ella puso los ojos en blanco.
Dev cerró la puerta y entró hasta colocarse junto a la cama de Fang.
—Dime, ¿cuándo mataste al último?
—Hace unos minutos.
Su hermano la miró con gesto hosco.
—¿Sola?
—No. Kyle estaba conmigo.
Eso no consiguió que su expresión se relajara. De hecho, sin duda empeoró.
—¡Maldita sea, Aimée! ¿Has puesto en peligro al cachorro?
—No es solo un cachorro.
—Tienes razón. Solo es retrasado. ¡Joder, Aimée, mira que podías haberte llevado a gente para que luchara contigo y te llevas a…!
—¡Dev! —lo interrumpió, furiosa. No estaba de humor para sus sermones.
Él meneó la cabeza.
—Sabes muy bien cómo es el crío. La mayor parte del tiempo ni siquiera piensa. Le falta un buen hervor.
Irritada, Aimée señaló la puerta.
—Fuera.
Al ver que Dev no la obedecía, lo sacó de un empujón y le cerró la puerta en las narices.
—Hermanita, eso ha estado muy mal —le gritó él desde el pasillo—. Has herido mis delicados sentimientos —añadió con voz de niño.
—Devereaux, ni siquiera sabes lo que son los sentimientos.
—Ah, es verdad. Se me había olvidado. Haz lo que quieras. De todas formas, estoy ocupado. Tengo un padrastro en un dedo que necesito curar.
Aimée volvió a poner los ojos en blanco mientras cogía el cuenco con caldo de la bandeja y se lo llevaba a Fang, que había presenciado la discusión en silencio.
—¿Siempre se comporta así?
Aunque a ella le habría encantado que su respuesta fuera otra, dijo:
—Para abreviar, sí.
Fang tomó el cuenco y bebió de él como si fuera una taza.
—Me extraña que no lo hayas matado.
—¿Verdad que sí?
Fang se detuvo un instante al comprender lo que estaba haciendo. La miró con timidez.
—Debería comerme esto con algún cubierto, ¿verdad?
La pregunta conmovió a Aimée. El hecho de que se preocupara por no ofenderla después de todo lo que había sufrido… Fue una reacción inesperada que la emocionó.
—No te preocupes. Sé que estás muerto de hambre.
Fang no pudo contradecirla. Aimée tenía razón. Le dolía tanto el estómago que estaba haciendo un esfuerzo enorme para no atacar. Se bebió el caldo rápidamente y después le pasó el cuenco para que le diera el vaso de agua.
—En fin, ahora mismo me vendría genial un chuletón.
—Tu cuerpo no está acostumbrado a la comida sólida. Carson ha estado alimentándote con suero, y también te hemos suministrado líquidos con cuchara. No quiero que te pongas enfermo por la comida, así que nada de sólidos hasta que hable con él.
Fang se miró y se percató de lo delgado que estaba.
—Joder. Me he quedado en la mitad de lo que era.
—No tanto, pero tardarás tiempo en recuperarte del todo.
Sin embargo Fang se echó a temblar. No le gustaba verse así. Y lo que menos le gustaba era sentirse débil. Era un luchador, no un inválido.
—Necesito un baño.
—¿Puedes ponerte de pie?
La pregunta lo ofendió muchísimo.
—No estoy tullido.
—¡Anda, qué bien! —exclamó Aimée con voz aguda y exagerada—. Fang el Duro ha vuelto en toda su gloria. Hola, que sepas que no me alegro de verte. En fin, tío duro, debes saber que llevas tumbado en la cama tanto tiempo que tus piernas no están acostumbradas al peso de tu cuerpo. Además, te recuerdo que en realidad no eres humano. Así que si quieres levantarte y acabar de bruces en el suelo, que los dioses me libren de impedírtelo. Al fin y al cabo, me encantan los vídeos de caídas. ¿Voy a por la cámara para inmortalizar el momento?
Fang deseaba enfadarse con ella. O al menos sentirse ofendido. Sin embargo, sus palabras le hicieron gracia.
—Cállate y ayúdame a llegar al cuarto de baño.
—Vale, pero será mejor que te pongas algo de ropa antes de que a mi madre, a mi padre o a Dev les dé un infarto. Bueno… pensándolo bien, si a Dev le da un telele no pasa nada. Pero con la suerte que tengo, seguro que nos ve mi madre o mi padre y en ese caso lo tendremos claro los dos.
Fang sonrió mientras se vestía con unos vaqueros y una camisa. Intentó ponerse de pie y descubrió que Aimée había dado en el clavo. Tenía las piernas como un par de espaguetis cocidos. Sin embargo, gracias a ella consiguió llegar al cuarto de baño y meterse en la bañera. Mientras Aimée abría el grifo del agua caliente y ajustaba la temperatura, él se quitó la ropa.
—¿Debería preguntarte por qué pareces estar tan cómoda con mi desnudez?
Ella cogió una toalla y la colocó cerca de la bañera.
—Tengo muchos hermanos.
—¿Y los has visto desnudos?
Aimée metió la mano en el agua para comprobar la temperatura.
—Desnudos y no precisamente como vinieron al mundo, es decir, en forma de oso. Más veces de las que me habría gustado. Además, ayudo a Carson en la clínica. —Apoyó los brazos en el borde de la bañera, que era alta y con patas en forma de garras, y colocó la barbilla sobre ellos.
Era una pose tan adorable que Fang deseó tener la fuerza suficiente para meterla en la bañera con él y aliviar el dolor que sentía en la entrepierna.
—Para que tu ego no se resienta, eres un lobo muy atractivo. —Aimée le dio una manopla y un trozo de jabón, y después colocó una cuchilla, jabón de afeitar y un espejo en el suelo, a su alcance—. De todas formas, tengo que irme antes de que mis padres me pillen contigo. No les haría mucha gracia y, con todo lo que he sufrido para salvarte la vida, no quiero que te acaben matando.
Fang no deseaba volver a quedarse solo. Había pasado demasiado tiempo consigo mismo durante los últimos meses. Pero sabía que Aimée tenía razón, y lo último que quería era causarle problemas.
—Llámame si me necesitas.
Asintió con la cabeza mientras ella se marchaba como si fuera una persona normal. Pero no eran personas normales. Eran dos animales que no podían estar teniendo esa relación.
Suspiró, echó jabón en la manopla y comenzó a lavarse para no ofender más a sus glándulas olfativas. ¿Cómo había soportado Aimée estar cerca de él? Apestaba de tal forma que se daba asco a sí mismo.
El afeitado fue más complicado que el baño. Nunca le había pillado el tranquillo y no estaba en su mejor momento.
Resopló y dio un respingo al cortarse en la barbilla.
Aimée apareció al instante.
—¿Qué ha pasado?
Sorprendido, Fang frunció el ceño. ¿Tenía la oreja pegada a la puerta o qué?
—Me he cortado.
La vio hacer una mueca al ver la sangre. Cortó un trocito de papel y se lo colocó sobre el corte.
—¡Por favor, lobo! ¿Es que no puedo dejarte solo ni tres segundos?
—Nunca se me ha dado bien esta mier… esta cosa del afeitado.
Aimée le quitó la cuchilla y se la pasó con cuidado por la mejilla.
—No es tan difícil.
Fang esperó a que retirara la cuchilla y la enjuagara.
—Y otra vez te pregunto: ¿por qué se te da tan bien afeitar a un hombre?
Ella soltó una carcajada.
—Soy una osa, tengo muchos lugares que afeitarme además de la cara.
Ante esa respuesta, Fang enarcó una ceja y después ladeó la cabeza para mirarle las piernas, como si quisiera verlas por debajo de los vaqueros.
—Pues sí.
Aimée le cogió la barbilla y lo obligó a echar la cabeza hacia atrás para poder afeitarle el cuello. Su mirada descendió hasta los marcados pectorales, y de allí bajó hasta el agua… y vio su erección. Se puso como un tomate al instante. Aunque su desnudez no la incomodara, «eso» era una cosa muy distinta. Una cosa que no había visto nunca.
Puesto que nunca había sentido el impacto del deseo sexual, nunca había copulado con un macho. Claro que tampoco era una inocentona ni ignoraba lo que pasaba entre machos y hembras. Estaba al tanto de todo lo que había que saber sobre el sexo ya que sus hermanos no se cortaban ni un pelo a la hora de compartir hasta los detalles más vergonzosos de sus experiencias premaritales, pero…
Ella jamás lo había experimentado.
Y hasta que conoció a Fang no había sentido curiosidad por saber qué era lo que se estaba perdiendo. Pero en ese momento no podía evitar preguntarse cómo sería saborear a Fang. Qué sentiría al tenerlo dentro. Aunque era feroz, sabía que también era capaz de demostrar ternura. Delicadeza.
Se obligó a volver a mirarlo al cuello y se entretuvo contemplando la curva perfecta de su mentón. Estaba como un tren. Aunque estuviera tan débil y delgado.
Concéntrate, Aimée, se ordenó.
El problema era que estaba concentrada. Pero no en lo que debería.
Fang se lamió los labios cuando ella acabó de afeitarlo. Intentó mantener las manos sobre la parte de su cuerpo que se había puesto rígida y suplicó a los dioses que Aimée no se diera cuenta. Para colmo, le dolía horrores.
Ella se apartó para dejar la cuchilla en el lavabo.
—Ya sé que no estás tullido, pero ¿me necesitas para que te seque?
La simple sugerencia hizo que cierta parte de su cuerpo diera un respingo.
—Esto… no. Creo que podré solo.
—¿Seguro?
Fang sintió que se le ponía todavía más dura.
—Segurísimo. Sí.
—Vale. ¿Puedes usar tus poderes para volver a la cama mientras yo limpio todo esto lo más rápido posible?
Si de esa forma evitaba que viese lo mucho que la deseaba, perfecto.
—Desde luego —respondió él con voz ahogada y aguda.
Aimée frunció el ceño.
—¿Estás bien?
Fang se habría dado de cabezazos contra la pared en ese momento.
—Muy bien. —O al menos estaba tan bien como podía estarlo un hombre con un subidón de testosterona.
Ella le dirigió una mirada suspicaz y ceñuda.
—No lo pareces. Más bien te veo un poco inquieto.
—Estoy genial. —Abandonó tan rápido el cuarto de baño que se le olvidó secarse.
Al darse cuenta de que había empapado la cama, se maldijo y usó sus poderes para arreglar el desastre. Después hizo aparecer unos pantalones de pijama y se los puso. Sin embargo, no bastaban para disimular la erección… parecía una tienda de campaña.
Sácatela de la cabeza, se ordenó.
Sí, claro. Llevaba sus caricias y su olor tan grabados en el cuerpo que no veía alivio en un futuro cercano.
Que alguien me mate para acabar de una vez, pensó.
Suspiró y se obligó a darse la vuelta. Sin embargo, al volverse sintió una poderosa fisura en el aire. Una sensación que solo podía preceder a la llegada de un ser extremadamente poderoso.
Listo para pelear, se incorporó y vio que Thorn estaba al lado de la puerta.
—¿Qué haces aquí?
Los ojos de Thorn lo atravesaron.
—Ha llegado la hora de que te ganes el pan, lobo. ¿Estás preparado?