—¿Qué estás haciendo?
Aimée dio un respingo, sobresaltada por el tono furioso de la pregunta de Dev, cuya voz surgió de la oscuridad cuando ella intentaba escabullirse por el pasillo sin que la vieran. ¿Por qué no se había limitado a teletransportarse a la calle en vez de poner la excusa de que iba al baño como si fuera humana?
A ver si aprendes, se dijo.
—Maldita sea, Devereaux Alexander Aubert Peltier, te juro que como sigas apareciéndote de la nada detrás de mí, te pongo un cascabel. ¿Te pasas el día esperando hasta que salgo de mi dormitorio para abalanzarte sobre mí como un gato sobre un ratón?
Dev la miró con los ojos entrecerrados al tiempo que cruzaba los brazos por delante del pecho, adoptando una pose de tío duro.
—Solo te enfadas conmigo cuando te pillo haciendo algo que no deberías hacer. Así que dime, ¿qué estás tramando?
Aimée intentó no parecer culpable, pero le costó.
—No estoy tramando nada.
Dev la miró de arriba abajo con cara de saber que mentía.
—¿Y por qué no trabajas esta noche?
—No me sentía bien.
Su hermano clavó la mirada en sus zapatillas de deporte blancas.
—¿Por eso te has vestido para salir?
Cosa que habría logrado si él no hubiera aparecido.
—Yo no he dicho que vaya a salir.
Dev resopló.
—Aimée, no soy imbécil. Te conozco muy bien, así que sé que estás tramando algo. Llevas semanas escabulléndote de forma misteriosa. ¿Qué está pasando?
Aimée soltó un suspiro indignado. Dev tenía razón. Llevaba semanas buscando a los daimons en vano. A esas cucarachas se les daba muy bien esconderse.
—Si intentara explicártelo, no me creerías.
—Prueba.
«No le digas nada», le advirtió una vocecita en su mente. Aimée sabía perfectamente que se le venía un tren encima, pero no había forma de evitarlo. Si no le contestaba, Dev le daría la lata hasta que claudicara.
O lo que era peor, la seguiría. Ese oso podía ser un pelmazo de cuidado.
De modo que en vista de que no tenía alternativa, se decantó por la verdad.
—Vale. Voy a cazar daimons.
Dev se echó a reír.
—Y yo soy un hada gorda y con alas.
—Muy bonito… Campanilla. Si me disculpas…
Dev la agarró por un brazo.
—¿Lo dices en serio?
—Tanto como maman cuando insiste en que cerremos la puerta trasera.
Su hermano sacudió la cabeza con incredulidad.
—¿Por qué narices vas a cazar daimons?
Aimée miró de reojo hacia el dormitorio donde estaba Fang y supo que no podía decepcionarlo.
—Porque si no lo hago, Fang morirá.
Dev resopló.
—¿Te has metido algo?
—No.
—Vamos, Aimée, reconócelo. Vas de droga hasta las cejas. Si no, no lo entiendo.
Ella se zafó de su mano.
—Tengo que irme.
Dev la atrapó de nuevo.
—Ni hablar. Que yo sepa, no somos Cazadores Oscuros y tú no pintas nada cazando daimons.
Aimée volvió a zafarse de su mano.
—Dev, ¿qué quieres que haga? Vane tuvo que irse esta mañana porque lo echaron y bastante tiene con toda su manada siguiéndole el rastro y protegiendo a la humana. Solo le faltaba enterarse de que Fang no está ni mucho menos a salvo. Hay unos demonios en otro plano que intentan matarlo. No creo que pueda ocuparse del tema ahora mismo.
—Aimée…
—Devereaux —lo interrumpió ella, imitando su voz amenazadora—, sabes que no puedo pasar de esto.
—¿Por qué no?
—Porque Fang me salvó la vida. Y ahora la suya está amenazada y me ha pedido ayuda. Sabes lo que pasará si los daimons se quedan con su alma. Tarde o temprano morirá, y él acabará atrapado sin vida, sin alma, sin amigos y sin familia. Un destino que no le desearía ni a mi peor enemigo, mucho menos a un lobo que ha salvado mi vida y la tuya. Tengo un plazo de tiempo limitado para salvarlo.
Dev soltó un gruñido.
—Tenemos un plazo de tiempo limitado.
—¿Tenemos?
Dev la miró con gesto desagradable.
—No pensarás que voy a quitarme de en medio y a dejar que arriesgues la vida, ¿verdad? Donde tú vayas, yo voy.
Aimée lo abrazó.
—Eres el mejor.
—No. Soy lo peor. Como maman se entere de esto, me mata. Tengo que ser el imbécil más grande del planeta para ayudarte a hacer esto.
—No. Eres el mejor hermano del planeta y siempre estaré en deuda contigo por esto.
—¡Genial! —exclamó él con exagerada alegría—. Lo que siempre he deseado. —Suspiró con cansancio antes de ponerse serio—. Dime, ¿qué tenemos que hacer?
—A ver, los daimons lo atacaron en el pantano. Eso significa que están aquí, en Nueva Orleans… en algún lado. Propongo que empecemos por sus lugares de caza habituales hasta que los encontremos y finiquitemos sus asquerosas vidas.
—¿Y cómo sabremos que son ellos cuando los encontremos?
—Yo lo sabré. Los he visto.
Dev volvió a fingir una alegría exagerada.
—¿Y cómo los has visto, Wendy?
Aimée detestaba que la llamara por el nombre del personaje de Peter Pan. Sin embargo, lo ignoró.
—Fang me los mostró. Y ahora vámonos.
Dev volvió a detenerla. En esa ocasión estaba muy serio. Las bromitas se habían acabado.
—¿Cómo te los mostró?
—En un sueño.
La respuesta fue como un jarro de agua fría. Su hermano la miró echando chispas por los ojos.
—¿Debería prohibirte el paso a su dormitorio?
Ella puso los ojos en blanco al escuchar otra evidencia de su naturaleza exageradamente protectora, que en ese caso estaba fuera de lugar dado que Fang seguía en coma.
—No seas ridículo. Tenemos que irnos. Si no, me voy sola.
Dev frunció los labios en un gesto amenazador.
—De acuerdo, osa testaruda.
Fang soltó un bufido: la afilada hoja del demonio le atravesaba el costado. Furioso, aferró la lanza y la mantuvo ensartada en su cuerpo con una mano al tiempo que respondía asestando un mandoble que le abrió el pecho al demonio.
Este soltó un alarido y cayó muerto a sus pies.
Fang trastabilló hacia atrás con un dolor palpitante en el costado y jadeó mientras se sacaba la lanza, que acabó arrojando al suelo. Estaba cubierto de sangre y sudor. Un viento gélido le helaba la piel. La sucia agua de la ciénaga le cubría las piernas. Estaba cansado de ese lugar. De luchar cada minuto para sobrevivir. Por una parte se sentía preparado para claudicar y permitirles que lo capturaran, pero por otra…
Era incapaz de rendirse o de entregarse.
Después de limpiarse el sudor de la frente, bajó la espada que había conseguido tras matar a otro demonio y escuchó el aullido del viento que lo azotaba. Todo su cuerpo temblaba por el frío y por el terrible dolor de sus heridas. La tormenta hacía difícil saber si quienes se acercaban eran los Segadores o los demonios, y eso era lo peor de todo.
Desdicha y su tropa lo habían encontrado dos veces y, aunque lo había intentado, todavía no había matado a esa zorra.
Ojalá pudiera contactar con Vane y contarle lo que estaba pasando. Su hermano podría ser un aliado vital, pero no le hacía caso. Cada vez que escuchaba su voz, Vane seguía creyendo que era un sueño o que estaba loco.
¡Maldito seas, Vane!, exclamó para sus adentros.
Solo Aimée había respondido a su llamada. Solo ella había creído que el infierno en el que estaba encerrado era real.
Aimée…
Se sentó bajo un árbol negro para descansar mientras rememoraba su dulce rostro. Juraría que todavía podía olerla. Sentir la suavidad de su piel. Y, rodeado de oscuridad, esos pensamientos le produjeron un breve consuelo.
¿Podría volver a abrazarla algún día?
¡Por todos los dioses! Ojalá tuviera cinco minutos para poder descansar sin que lo persiguieran, para dejar de luchar y permitir que la cercanía de su cuerpo lo aliviara.
Escuchó el alarido que sonó sobre su cabeza.
Al reconocer la llamada del Recolector, se pegó todavía más al tronco del árbol. Eran demonios alados y con garras que hacían pedazos a toda criatura con la que se cruzaban. No había ningún lugar seguro en ese mundo. Todos sus habitantes eran depredadores.
A veces hasta la vegetación.
Pero esos árboles oscuros de troncos delgados habían demostrado ser seguros. Era el único cobijo de ese sitio.
—Al menos estoy aprendiendo a luchar como un humano.
Por deprimente que pareciera, había avanzado mucho durante los meses que llevaba en ese lugar.
¿O eran años?
Le costaba mucho calcular el paso del tiempo. Pero escuchaba cosas procedentes del otro lado. Sabía que Vane estaba emparejado y lo había oído ponerlo a parir, llamándolo egoísta por no despertarse.
Como si quisiera estar en ese sitio.
Solo Aimée seguía susurrándole palabras de consuelo.
Tómate tu tiempo, Fang. Duerme bien, le decía ella.
Sentía el suave roce de sus manos en la piel.
Y ese gesto lleno de ternura era lo que le daba fuerzas, pero también lo debilitaba porque deseaba regresar a un mundo que no sabía si podría volver a pisar.
Sin embargo, Aimée no estaba esa noche con él. No la sentía ni la oía. Y ese vacío era peor que todos los horrores que había visto en ese plano intermedio.
Ladeó la cabeza; el Recolector se acercaba. Echó un vistazo en busca de un escondite mejor.
Y lo encontró. Vio una caverna a su izquierda.
Corrió hacia ella mientras suplicaba que dentro no hubiera nada peor, listo para atacarlo. Sin embargo, cuando estaba cerca del refugio, sintió un doloroso pinchazo en el pecho. El dolor fue tan atroz que cayó al suelo. Intentó levantarse.
No pudo. El dolor lo paralizó.
El Recolector lo vio.
Fang soltó un taco. Hizo ademán de coger la espada, pero en ese momento sintió otro pinchazo paralizante.
Incapaz de soportarlo, gritó, y al hacerlo notó una especie de descarga. Una sensación cálida y poderosa que corrió por su cuerpo como lava ardiente.
Eran sus poderes.
Jadeó al tiempo que levantaba una mano hacia el Recolector y le lanzaba una descarga. El demonio chilló y acabó churruscado.
Al asimilar lo que acababa de suceder, Fang soltó un grito triunfal.
Aimée había matado a uno de los daimons y había liberado parte de su alma. Aunque todavía no estaba entero, al menos contaba con algo más que las manos para protegerse. Solo por eso estaría siempre en deuda con ella.
—Esa es mi chica. Qué beso te daría ahora, nena.
Levantó una mano y vio el tenue brillo del poder que irradiaban sus dedos. Extendió los brazos y lanzó una descarga al árbol contra el que había estado apoyado momentos antes.
Estalló en llamas.
Cerró la mano en un puño, pues había una cosa más que estaba deseando probar.
Cerró los ojos e intentó cambiar a la forma de lobo.
No pasó nada.
—¡Maldita sea! —exclamó. Seguía siendo humano.
No importaba. Por lo menos había recuperado parte de sus poderes, y era todo un logro.
—Así que alguien te está ayudando…
Se volvió y descubrió a Desdicha. ¿Cómo narices era capaz de hacer eso? Daba la impresión de que pudiera rastrearlo.
Por instinto, le lanzó una descarga. Ella se apartó y lo atacó con otra de su propia cosecha.
Fang la evitó y se agachó para coger la espada. Le lanzó una estocada a los pies, pero Desdicha era rápida como el viento.
Sus carcajadas reverberaron en sus oídos.
—¡Cey! Tenemos una nueva víctima. —Miró a Fang con una sonrisa radiante—. Lo que esa chica ha hecho esta noche nos ha abierto la puerta. ¡Gracias, lobo!
Fang se abalanzó a por ella.
—¡No la toques!
Desdicha se desvaneció entre carcajadas antes de que pudiera llegar hasta ella.
Fang aulló, frustrado.
—¡Zorra! Vuelve ahora mismo.
Sin embargo, sabía que no volvería. Desdicha no lo escuchaba.
—Aimée —susurró—, por favor, cuídate las espaldas.
—¡Aimée!
La osa dio un respingo; Dev la había agarrado por detrás.
—¿Qué? —le preguntó a su hermano.
Dev señaló el trozo de acera que faltaba.
—Estabas a punto de tropezarte.
—Vale, pero no me grites. ¡Madre mía! —Le había dado tal susto que había estado a punto de salírsele el corazón por la boca.
¿Estaban cazando daimons y su hermano se preocupaba por un simple tropezón con la acera?
Ese oso estaba como un cencerro y tenía una escala de prioridades muy rara.
Dev le regaló una sonrisa burlona.
—Gritarte es una de las cosas que mejor se me da.
Ella resopló.
—Te preguntaría por las demás, pero me parece que prefiero no saberlo. Con lo que te gusta darle al tema, seguro que tiene algo que ver con mujeres.
Su hermano rió mientras la guiaba hacia un callejón.
—No sé si esta noche daremos con algún daimon más de tu grupito de amigos. Me parece que están todos con la barriga llena en casita.
Aunque detestaba admitirlo, tal vez Dev tuviera razón. Llevaban horas buscando.
—Hemos tenido suerte de encontrar a ese. A saber dónde están los demás.
—¿Cuántos estamos buscando, por cierto?
—Nueve. Bueno, ahora ocho.
Dev se quedó boquiabierto; no había duda de que su expresión era de enfado.
—¿Ocho? ¿Se te ha ido la pinza o qué? ¿Nueve? ¿Cómo propones que localicemos a ocho daimons desconocidos?
Ella se encogió de hombros.
—Podríamos invitarlos al Santuario y matarlos en el callejón.
Dev puso los ojos en blanco.
—Estás pirada, ¿verdad?
—Bueno, aquí estamos los dos. Eso dice mucho, ¿no?
Dev soltó un suspiro largo y muy sentido, como si estuviera torturándolo.
—Y pensar que esta noche podría estar en la puerta del bar admirando piernas largas y faldas cortas…
Aimée hizo un gesto en dirección a la calle principal.
—Por mí, adelante.
Dev palideció al ver algo situado detrás de ella.
Aimée volvió la cabeza para averiguar qué estaba mirando y se quedó paralizada al ver las sombras que surgían de las paredes. Eso no eran daimons.
Eran demonios.
E iban a por ellos.