12

Aimée sintió una punzada de dolor tan intensa que se le cayó un plato. Se apoyó en el fregadero e intentó respirar.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Tony, uno de los cocineros.

Ella meneó la cabeza.

—Una punzada rara, nada más.

Tony era humano, no sería buena idea explicarle lo que le estaba pasando y lo que le decían sus poderes.

Fang estaba herido.

Lo sentía. Pero lo más importante era que sentía una urgencia abrumadora de encontrarlo.

¡Ya!

No lo hagas, le dijo la voz de su conciencia.

Fang no la quería cerca. Se lo había dejado clarísimo. Sin embargo, no podía deshacerse de esa sensación que le decía que era imperativo dar con él. Estaba a las puertas de la muerte. Cerró los ojos, se concentró en él y vio a Vane luchando contra varios daimons mientras un numeroso grupo de ellos se alimentaba de Fang. Vio sus collares al detalle pese a la oscuridad y supo que eso era lo que les impedía luchar.

Acabarían devorándolos.

Incapaz de soportarlo, olvidó el plato que se le había caído y corrió hacia la casa. Dev había acabado su turno hacía una hora. Se materializó delante de la puerta de su dormitorio y llamó.

—Adelante.

Al abrir la puerta, descubrió a su hermano tumbado en la cama; estaba viendo la televisión y hojeando una revista de motos.

—Los lobos que me salvaron tienen problemas. No puedo dejarlos solos en esa lucha y tal vez necesite refuerzos.

Dev no lo dudó.

—Avisaré a Étienne y a Colt. Ve a buscar a Alain.

Agradecida por su comprensión, abandonó la habitación y corrió a llamar a la puerta del dormitorio adyacente, el de Alain. Ni siquiera había levantado la mano cuando sonó su móvil. Al contestar, descubrió que era Fury, el lobo, quien la llamaba.

—¿Lo de ofrecer protección a Vane y a Fang iba en serio? —le preguntó hablando rápido.

—Sí, ¿por qué?

—Porque su padre los ha traicionado y los ha abandonado para que mueran. Yo no puedo hacer nada, pero espero que vosotros seáis capaces de salvarlos.

Aimée siguió escuchando mientras Fury le daba ciertos detalles que ella no había captado a través de su visión. Y lo mejor fue que le proporcionó la localización exacta.

—¿Por qué me estás contando todo esto?

—Porque estoy en deuda con ellos, pero no puedo hacer nada más. Aimée, sálvalos, por favor.

—Haré todo lo que esté en mi mano.

—Gracias. Intentaré mantener a la manada bien lejos. Otra cosa: hagas lo que hagas, no le hables a nadie de esta llamada. Mucho menos a Vane o a Fang. —Y colgó antes de que ella pudiera replicar.

Aimée frunció el ceño, intrigada por sus últimas palabras. Qué petición más rara, pensó.

Sacudió la cabeza mientras guardaba el móvil y llamaba a la puerta de Alain. Cuando abrió, le contó lo que estaba pasando. Al igual que Dev, se levantó de inmediato para ayudarla.

Una vez que se reunieron, los llevó al lugar donde había visto a Vane y a Fang, al sitio que le había indicado Fury. Los daimons huían cuando ellos aparecieron.

A su derecha, vio que Vane sostenía a Fang, que estaba en forma animal. Corrió hacia ellos seguida de sus hermanos.

—Vane…

Él alzó la vista y soltó un gruñido feroz antes de darse cuenta de que no eran daimons. Su furia desapareció, y frunció el ceño, confundido.

—¿Qué hacéis aquí?

Aimée titubeó, no sabía si debía contarle la verdad. Nadie tenía que saber la magnitud de sus poderes ni su capacidad para localizar exactamente el paradero de cualquiera. Y, sobre todo, no quería traicionar a Fury.

—¿Qué ha pasado? —preguntó ella a su vez, intentando desviar su atención.

Vane sacudió la cabeza como si tratara de despertar de una pesadilla.

—Nos atacaron…

—A ver —lo interrumpió Alain, que se acercó a él—, no quiero parecer borde, pero esta noche los daimons están por todas partes, y aunque la mayoría son cobardes, hay spatis de sobra, así que más vale evitar que nos ataquen en superioridad numérica. Vámonos al Santuario y allí hablamos.

Aimée no podía estar más de acuerdo.

Vane los miró con recelo.

Dev le puso una mano en un hombro.

—Salvasteis a Aimée y mi padre os aseguró que siempre seríais bien recibidos. Lo dijo en serio. Así que vamos. Hay que limpiar y curar esas heridas.

Aimée no se movió hasta que los demás desaparecieron. Echó un vistazo por la zona mientras su mente revivía los acontecimientos de la noche. La agonía padecida por Vane y Fang permeaba el lugar como si fuera un espectro ansioso por atormentarla.

Anya había muerto y la manada los había traicionado. Dio un respingo, preocupada por Fang. Iba a ser difícil para él.

Dispuesta a ayudar, volvió al Santuario. Habían llevado a Fang a la sala de exploración de Carson; en ese momento, sus hermanos y Vane, que se había cambiado de ropa y llevaba unos vaqueros limpios y una camiseta de manga corta, esperaban en la consulta. Vane les estaba relatando los acontecimientos de la noche.

Carson se encontraba en la otra estancia, examinando a solas a Fang.

Ella se colocó al lado de Dev y escuchó en silencio. Le sorprendió que Vane ocultara gran parte de los horrores que había sufrido. Aunque tampoco era de extrañar: admitir que su padre los había condenado a muerte sin ningún motivo debía de ser duro. ¿Quién estaría dispuesto a contar algo así a un grupo de desconocidos?

Mientras seguían hablando, Aimée salió en busca de comida para Vane. Una vez de vuelta en la planta alta, dejó la bandeja en el escritorio de Carson.

Vane le sonrió, agradecido.

—Gracias.

Ella inclinó la cabeza.

—¿Necesitas algo más?

Lo vio mirar con tristeza hacia la puerta cerrada de la sala donde Carson estaba atendiendo a su hermano.

—Supongo que no.

Aimée le acarició un hombro en un gesto compasivo; sabía que lo único que necesitaba era que Fang se recuperara por completo. Que superara el ataque.

Y por algún motivo que no alcanzaba a comprender, ella también lo necesitaba.

Poco después, cuando Vane ya había terminado de comer y ella había devuelto los platos a la cocina, Carson salió de la sala de exploración.

Vane se puso en pie al instante.

Nada más ver la tristeza que irradiaban los ojos de Carson, Aimée supo que no traía buenas noticias.

—¿Y bien? —preguntó Vane, que comenzó a darse golpecitos en un muslo con una mano, delatando su nerviosismo.

Carson lo miró y suspiró.

—No responde a ningún estímulo.

Vane frunció el ceño.

—¿Y eso qué significa?

—Que se ha refugiado en sí mismo, posiblemente por el trauma que ha sufrido, y no reacciona a nada de lo que le hago.

Esas noticias parecieron gustar tan poco a Vane como le gustaban a ella.

—¿Y qué hay de las heridas?

—Sanarán, pero no sé si su estado mental se recuperará. Puedo arreglar huesos y heridas. Pero para lo que le pasa… tal vez necesitéis un psicólogo.

Vane pasó a su lado con muy malos modos.

—Chorradas. —Abrió la puerta de golpe y vio a Fang tumbado en la mesa de exploración, en forma animal. De no ser por el leve movimiento de sus costillas, parecería un cadáver. Estaba totalmente inmóvil.

Aimée se acercó para ver cómo Vane lo abrazaba.

—¿Fang? Vamos, colega. Levántate.

Fang no le hizo caso.

Vane le aferró el pelaje con ambas manos y tiró con tanta fuerza que Aimée hizo una mueca de dolor.

—Maldita sea. ¡Levántate!

Fang no respondió. Siguió tumbado, sin moverse y sin abrir los ojos. Parecía que hubiera dejado ese mundo y se hubiera retirado a otro distinto.

Carson se colocó en el otro extremo de la mesa. Apartó las manos de Vane del cuerpo de su hermano con delicadeza.

—En realidad, no está con nosotros. Es como si su mente no pudiera asimilar lo que os ha pasado y se hubiera refugiado en sí mismo.

Vane negó con la cabeza, rechazaba esa explicación.

—Es demasiado fuerte para reaccionar así. Siempre ha sido muy fuerte…

—Hasta el roble más poderoso puede ceder ante un soplo de brisa después de haber sufrido los envites de una poderosa tormenta.

Aimée tragó saliva para deshacer el abrasador nudo que tenía en la garganta, provocado por la compasión que amenazaba con ahogarla. No paraba de ver a Fang tal como lo vio el día en que ella le llevó el chuletón mientras él esperaba a su manada en la calle. No percibió la menor debilidad en él. Era todo poder e integridad. ¿Cómo era posible que le hubiera sucedido eso?

Estaba de acuerdo con Vane. No tenía sentido.

—¿Hay algo que podamos hacer? —preguntó a Carson.

—No tengo ni idea —respondió él con un suspiro—. Os aconsejaría que llamarais a Grace Alexander; tal vez ella pueda ayudar.

Vane frunció el ceño.

—¿Quién es?

Carson acarició el pelo de Fang, allí donde Vane lo había alborotado.

—Está casada con un semidiós griego y es psicóloga colegiada. Es la única que conozco que quizá consiga llegar hasta él.

Vane aferró la cabeza de su hermano y la encaró hacia él.

—¡Fang, mírame! Maldita sea, no me hagas esto. Te necesito despierto. No podemos quedarnos aquí. ¿Me oyes? Tienes que despertarte para que podamos luchar.

Carson volvió a apartarle las manos.

—No creo que la respuesta sea más violencia. Dejemos que descanse esta noche. Tal vez esté mejor por la mañana.

Dev y Alain se acercaron en ese instante.

—¿Quieres que lo traslademos?

Carson negó con la cabeza.

—Creo que es mejor se quede aquí de momento. Pero seguro que Vane sí quiere pasar la noche en un sitio más cómodo.

Aimée se volvió hacia Vane y le puso una mano en un hombro.

—Vamos. Necesitas darte una ducha y descansar un poco. Yo me quedaré con Fang hasta que tú vuelvas.

Vane titubeó.

—No sé…

Ella le dio unas palmaditas en el brazo y sonrió.

—Puedes estar tranquilo. Si hay algún cambio, te avisaré. Te lo prometo.

Lo vio asentir con la cabeza, abatido. La agonía que irradiaban esos ojos verdosos la atormentaba. Deseó poder hacer algo para mitigar su dolor, pero lo único que él necesitaba era recuperar a Fang, y de momento eso parecía imposible.

Vane suspiró y luego salió de la sala detrás de Dev y de Alain. Colt se quedó con ella un rato, y Carson volvió a su escritorio para seguir con el papeleo.

Aimée sacó una manta del armario para arropar a Fang. Acarició el suave pelaje con toda la delicadeza de la que fue capaz.

—Estoy aquí, Fang —susurró—. Cuando te sientas preparado para volver a enfrentarte al mundo, no estarás solo. Vane está aquí. Nosotros estamos aquí. Contigo.

No sabía si había escuchado sus palabras o no. Fang no reaccionó.

Cuando alzó la vista, se percató de que Colt la estaba mirando.

Con una expresión vacía y gélida.

—Conozco esa clase de estupor. Es el mismo que sufrí yo cuando mataron a mi hermana.

—Lo recuerdo —replicó ella rememorando la noche que Colt apareció en su puerta, un año después de que él y su hermana se marcharan. Su madre era una osa arcadia… la hermana pequeña de Papá Peltier.

Colt y su hermana habían nacido en el clan de los Peltier. Pero Colt había regresado solo.

Puesto que la familia era la familia, habían vuelto a acogerlo y a protegerlo. Para Aimée era como un hermano más.

Lo gracioso era que cada vez que Colt los llamaba «primos» la gente pensaba que era un apelativo cariñoso. Nadie sabía que lo eran de verdad.

Aimée señaló la puerta con un gesto de la barbilla.

—¿Por qué no te vas a descansar? Yo me quedo aquí con él.

—¿Estás segura?

Ella asintió.

—Carson está ahí al lado —dijo.

—Si necesitas algo…

—Lo sé. Gracias.

Esperó hasta quedarse a solas con Fang. Después, lo abrazó, apoyó la cara en su cuello y lo estrechó con fuerza.

—Estés donde estés, tienes que volver con nosotros, Fang.

Fang dio un respingo: había oído un dulce susurro.

—¡Aimée! —gritó.

No obtuvo respuesta. La oscuridad lo envolvía. Una oscuridad densa y gélida como el hielo, que lo dejó congelado mientras avanzaba por el agua, si bien esta parecía pegarse a su cuerpo. Le castañeteaban los dientes, de modo que se abrazó para entrar en calor.

—¡Vane!

Tampoco obtuvo respuesta. ¿Estaría muerto?

¿Sería eso el infierno?

Era la única explicación racional. ¿Qué iba a ser si no ese lugar tan espantoso?

—No estás muerto.

Se sobresaltó al oír la respuesta. La voz había sonado justo a su espalda.

Pero no vio a nadie.

—¿Quién ha hablado?

—Yo.

Se volvió de nuevo ya que la voz le había hablado al oído, pero tampoco en esa ocasión vio a nadie.

—¿Quién eres?

—Soy Desdicha.

Y entonces la vio. Un ser espectral y delgado con una larga melena negra que flotaba a su alrededor y la piel más blanca que jamás había visto. Estaba tan pálida que tenía un tinte ceniciento. Sus penetrantes ojos eran grandes y oscuros, como si tuviera las cuencas vacías.

—¿Dónde estamos?

La vio esbozar una sonrisa triste.

—En el plano infernal.

Fang frunció el ceño.

—¿Dónde?

—Estamos atrapados en el lugar que separa a los vivos de los muertos. Los daimons que te atacaron te robaron gran parte de tu alma, de modo que ya no estás vivo. Pero tampoco estás muerto. Parte de ti sigue viviendo en el plano humano. Ahora estás atrapado en las sombras como lo estamos los demás.

—¿Los demás?

Ella sacudió una mano y Fang vio que estaban rodeados por un número incalculable de espectros. Como si fueran zombis, caminaban tropezándose y gimiendo, tratando de avanzar por esa agua tan densa que parecía pegárseles al cuerpo.

—Somos las almas olvidadas que han sido relegadas a este lugar por crueldad.

Fang sacudió la cabeza, intentaba encontrar sentido a lo que le estaba sucediendo. ¿Cómo era posible que él se hallara en ese lugar?

—No lo entiendo. ¿Cómo llegaste aquí?

Desdicha bajó el brazo y la luz se desvaneció.

—Soy un demonio que lleva cientos de años atrapada. Mi familia sigue buscándome, pero jamás me encontrarán. Viviré eternamente en esta ciénaga. Es imposible salir de aquí sin la ayuda de algún humano. Imposible dormir; imposible comer. Aquí no hay nada más que sufrimiento y anhelo. —Suspiró—. Pero tarde o temprano tu cuerpo mortal morirá y serás libre. No como yo. Que aunque escapara, jamás lo sería.

Fang volvió a sacudir la cabeza.

—Menuda chorrada. Esto no es más que un sueño. Una pesadilla retorcida.

Ella se echó a reír.

—Ojalá lo fuera.

No obstante, Fang se negaba a creerla. Estaba mintiendo. Tenía que estar mintiendo. Dio la espalda al espectro y se abofeteó la cara. Con fuerza.

—Vamos, Fang —se dijo—, despierta.

Desdicha lo siguió.

—Todos pasamos por una fase de negación. Pero eso no cambia nada. Estamos aquí y aquí seguiremos.

—¡Vane! —gritó Fang con todas sus fuerzas, haciendo oídos sordos a las palabras de Desdicha y a su espantoso augurio.

Se concentró al máximo para tratar de que sus palabras traspasaran ese plano y llegaran hasta su hermano.

«Vamos, colega, escúchame», suplicó en silencio.

—¡Maldita sea, Vane! ¡Despiértame!

—¡Vienen los Segadores, vienen los Segadores! —gritaron al unísono cientos de voces asustadas, alzándose en la oscuridad.

Desdicha agarró a Fang del brazo.

—Vamos, tenemos que escondernos.

—Escondernos ¿de qué?

—De los Segadores. Si te encuentran, destruirán esta parte de ti y serás su esclavo durante toda la eternidad.

Fang resopló.

—Te estás quedando conmigo.

Desdicha tiró de él hacia una grieta tenebrosa.

Fang estaba a punto de decirle que cortara el rollo, pero se mordió la lengua. ¿Y si al final aquello no era una pesadilla retorcida? Él era un katagario. Sabía muy bien que existían muchas cosas en el universo que desafiaban el «orden natural».

Mejor curarse en salud hasta que descubriera exactamente qué estaba pasando.

Entró en la reducida y desnivelada gruta. En la impenetrable oscuridad se escuchaba un ruido cada vez más cercano. Una especie de gorgoteo humano o de lengua demoníaca carente de sentido. Aterradora y escalofriante incluso para los más valientes.

Siguieron acercándose.

Y se acercaron hasta que Fang distinguió sus cuerpos, alargados y retorcidos. Al igual que Desdicha, sus largos mechones se mecían en el aire, envolviéndolos. Eran altos y musculosos, muy similares a los ogros o a los trolls, y tenían uñas largas y afiladas.

Rodearon a uno de los zombis, una mujer. Tras inmovilizarla, le mordieron en el cuello. Ella gritó, y después guardó silencio y permaneció inmóvil entre sus brazos; los Segadores parecían estar absorviendo su esencia. Cuando acabaron, arrojaron su cuerpo inerte al suelo y fueron en busca de otra víctima.

Desdicha se llevó un dedo a los labios para recordar a Fang que guardara silencio.

—¿Qué están haciendo? —le preguntó él telepáticamente.

Ya te lo he dicho. Se alimentan de una parte de ellos y los dejan atrapados en este sitio para siempre. De esa forma se convierten en esclavos de los Segadores y hacen lo que ellos les ordenan.

—¿Con qué fin?

Los Segadores intercambian la parte anímica de los zombis con demonios y otros seres de la misma ralea. A cambio, los demonios les ceden su cuerpo físico para que los Segadores puedan salir de este plano durante un tiempo limitado. Nos dan caza para poder comerciar con nosotros. Pero no son los únicos a los que hay que estar atentos. Hay otros demonios que también querrán esclavizarte o torturarte. Este lugar es peligroso para todos nosotros.

Fang no se movió hasta mucho después de que los Segadores desaparecieran. Desdicha fue la primera en abandonar el escondite. Lo hizo con movimientos titubeantes y temerosos que a Fang le recordaron los de un conejo asustadizo.

—Se han ido. Creo.

Fang no daba crédito a todo lo que estaba pasando.

—No entiendo cómo he acabado atrapado en este lugar. Soy un cazador katagario.

—Y yo soy un demonio con poderes muy superiores a los tuyos, lobo. Este es el vórtice entre varias dimensiones. Un agujero infernal de crueldad inimaginable.

—¿Y por qué me estás ayudando?

La vio esbozar una media sonrisa malévola.

—A Desdicha le gusta tener compañía.

—Qué graciosa…

El espectro soltó una carcajada mientras bailoteaba a su alrededor.

—No te preocupes, cazador katagario. Ven, tenemos que salir de la avenida principal antes de que vuelvan los Segadores.

Fang no tenía muy claro que debiera seguirla, pero tampoco tenía razones para dudar de ella. Desdicha había acertado, no sabía nada de ese plano, de sus peligros ni de sus habitantes.

—Tiene que haber una forma de salir.

Desdicha se echó a reír.

—Un optimista. Me gusta. Pero por muy optimista que seas, el universo no creará una puerta donde no la hay. Confía en mí.

Fang deseó poder hacerlo. Pero no era tan tonto. Jamás había sido un tío confiado. La siguió con cautela, intentando ver en la oscuridad. Era tan densa que resultaba asfixiante.

Al final llegaron a un agujero que parecía una cueva pero que ascendía hacia el espantoso cielo negro. Fang se detuvo en la entrada.

—¿Qué es este sitio?

—Yo lo considero mi casa. Vamos, lobo.

Fang la siguió en contra de lo que le decía el sentido común.

Desdicha rió de nuevo, flotaba de forma errática delante de él. Viéndola saltar y bailotear siguiendo un ritmo que solo ella escuchaba, le recordó a una niña.

Él, por su parte, subía con menos entusiasmo el estrecho pasadizo, y comprendió el motivo en cuanto llegó a la parte superior. Ahí abajo había cientos de demonios.

Desdicha se volvió para mirarlo con una sonrisa deslumbrante al mismo tiempo que un demonio corpulento y espantoso aparecía a su lado.

—Mira, Ceryon. ¡He traído el almuerzo!