9

Aimée apartó la vista del libro: alguien llamaba a la puerta con fuerza. Cerró los ojos y vio en el pasillo a su hermano Alain, que llevaba una bandeja con una tetera y un plato de galletas. A diferencia de la mayoría de su hermanos, Alain tenía el pelo corto y una cara que le recordaba a un querubín. Sus ojos azules siempre tenían una expresión alegre y cariñosa. Además, lucía una perilla pequeña y bien cuidada.

Aquel cariñoso detalle la conmovió.

—Pasa.

Alain abrió la puerta despacio. Como siempre, se mostraba receloso al entrar en el territorio de una hembra sin que lo hubieran invitado. Su pareja, Tanya, lo tenía muy bien enseñado.

—Soy yo. ¿Te apetece una infusión?

—Pues sí.

Soltó el libro en la cama y se levantó para sujetarle la puerta; ella entró y dejó la bandeja en el tocador.

Una vez que cerró la puerta, Aimée volvió a la cama.

Alain sirvió dos tazas de roiboos con aroma a vainilla y le tendió un plato de porcelana lleno de galletas con azúcar.

Aimée no pudo reprimir la sonrisa.

—Hacía años que no tenías este detalle conmigo.

Alain echó miel a su infusión… mucha miel. Al fin y al cabo, eran osos. Después, le ofreció el bote a ella.

Tras aceptarlo, imitó el gesto de su hermano mientras él se relamía los dedos.

—Me siento como un cachorro a la espera de que mamá o papá aparezcan y nos echen la bronca por haber roto el toque de queda. Eras único para meterme en problemas con las infusiones de madrugada.

Alain soltó una carcajada.

Maman no era quien me asustaba de pequeño. Ahora sí que me asusta.

Aimée titubeó al percatarse de la nota extraña de su voz.

—¿Por qué dices eso?

—Por la misma razón que lo dirías tú. Sabes que la quiero mucho. Pero a veces percibo en ella algo que me pone nervioso.

Aimée asintió mientras dejaba el bote de miel.

—No le gusta que los demás vivan con nosotros. Creo que tiene miedo de que alguno de ellos descubra nuestro secreto… o, lo que es peor, de que se vuelvan contra nosotros, como pasó con Josef.

Josef fue quien lideró el grupo que al final provocó la muerte de sus hermanos.

Al igual que Wren, Josef llegó cuando era un adolescente herido para que lo cuidaran, aunque su madre habría preferido que lo dejaran morir. Tan pronto como se curó, se revolvió contra ellos de forma injustificada. Era como si los odiase, como si estuviera resentido con ellos por tener una familia cuando él no la tenía. Y solo por eso intentó destruirlos.

Su traición los marcó a todos. Un acto de compasión por el que se arrepentirían toda la vida. Sin embargo, su madre fue la más afectada. Se culpaba por no haberlo vigilado más. Se culpaba por las muertes de Bastien y Gilbert.

Por eso su madre era tan dura con todo el mundo. Y por eso recelaba de los demás, porque esperaba que se revolvieran contra ella sin razón.

Alain cogió una cucharilla para remover la infusión.

—En esta casa hay muchos secretos, chère. A veces creo que demasiados.

Aimée enarcó una ceja por el comentario.

—¿Qué ocultas tú?

Su hermano se miró la palma de la mano, donde se encontraba la marca que lo señalaba como emparejado. Una marca idéntica a la de Tanya.

—Ya lo sabes.

La respuesta hizo que a Aimée se le encogiera el corazón. Aunque Alain estaba emparejado con una buena osa, había entregado su corazón a otra. Siempre había sido así.

—Lo siento, Alain.

Él se encogió de hombros.

—No puedo quejarme. Tanya me es fiel. Es cariñosa y tenemos dos hijos preciosos. ¿Qué motivos tengo para quejarme?

—¿Sigues pensando en Rachel?

Su hermano ignoró su pregunta y clavó la vista en la taza mientras seguía removiendo la infusión para que la miel se derritiera.

—Quiero preguntarte una cosa.

—Vale.

Alain golpeó la cucharilla dos veces en el borde de la taza y luego la dejó en el platillo.

—¿Has notado algo raro en Kyle?

Kyle era el benjamín de la familia. Aunque tenía sus rarezas, era un chico cariñoso y bueno, si bien más retraído que los demás.

—¿Como qué?

Alain titubeó antes de responder.

—Como que es un aristo.

La respuesta la dejó pasmada.

—¿Qué?

—Es un aristo —repitió su hermano mirándola fijamente—. Estoy seguro.

Los aristos eran los hechiceros más poderosos de su mundo. Más fuertes que los centinelas, eran con lo que todos los arcadios soñaban en convertirse y también el ser que les helaba la sangre a los katagarios.

—¿Cómo lo sabes?

—Ayer estábamos tonteando, practicando técnicas de lucha, y me derribó con una facilidad y una fuerza que a su edad nadie debería poseer. Cuando me inmovilizó en el suelo, lo vi en sus ojos.

Aimée sintió que se le revolvía el estómago. Los aristos fueron quienes asesinaron a sus hermanos. Su madre no los toleraba. Y era otro de los secretos que ella guardaba. Porque Aimée también era una aristo.

Maman lo matará si es cierto.

—Eso es lo que me asusta.

—¿Has hablado de ello con Kyle?

Su hermano negó con la cabeza, horrorizado por la sugerencia.

—Desde luego que no. Eres la única en la que confío porque sé que esto quedará entre nosotros. Yo nunca haría nada para perjudicarlo, y sé que tú tampoco lo harás.

Aimée sabía que había algo más. Algo más que Alain no le estaba contando.

—¿Pero?

—Necesita entrenamiento. Esos poderes sin controlar…

Podrían matarlo. No terminó la frase porque sabía que ella era consciente de la realidad. Un aristo necesitaba un mentor, sobre todo en el caso de los machos. Las hembras podían adaptarse mejor y aprender a controlar los poderes por sí mismas, pero los machos eran incapaces. Eso era lo que la había salvado a ella, pero no podía adiestrar a Kyle sin exponerlo y sin exponerse ella misma en el proceso.

—¿Qué podemos hacer?

—Esperaba que se te ocurriera algo.

—Pues no. No conozco a ningún aristo. —Cosa que no era del todo cierta, pero no estaba dispuesta a hablar de eso con Alain—. Hay muy pocos.

Él asintió.

—Lo sé. Pero tenlo presente. Si se te ocurre algo, dímelo. No quiero que se enfrente solo a este problema.

Ni ella tampoco. Kyle debía de estar tan asustado de sus poderes como ella.

—¿Quieres que hable con él?

—No me gusta cargarte con el mochuelo, pero contigo se lleva mejor que con los demás. A lo mejor se sincera. Al menos, seguro que más que conmigo.

Aimée sonrió. Tenía razón. Kyle no confiaba en sus hermanos varones, pero por algún motivo veía en ella otra figura materna.

—Mañana hablaré con él. Para ver si sabe lo que le está pasando.

Alain le dio un apretón en la mano.

—Eres la mejor.

Aimée resopló.

—Vamos, Étienne, dime que soy la mejor hermana que tienes. —Étienne era otro de sus hermanos, un sinvergüenza simpatiquísimo, siempre dispuesto a recurrir a una mentira con tal de salirse con la suya.

Alain volvió a reírse por el insulto.

—Menuda joya, ¿eh?

—Pues sí. Por cierto, ¿sabemos algo más sobre los lobos y sus amenazas?

—¿Te refieres al clan de Eli?

Ella asintió.

—Ni han resollado —respondió él—. Creo que Dev los acojonó cuando se negó a claudicar.

—Lo dudo mucho. Son imbéciles.

—Sí, pero hasta Eli sabe lo que es el instinto de supervivencia. A estas alturas debe de saber que es mejor dejarnos tranquilos.

Aunque esperaba que fuera cierto, Aimée sabía que no era así. Eli era tan narcisista que la idea de que alguien le ganara la partida no entraba en los límites de su realidad.

—Yo no estaría tan segura. No lo llaman odio ciego por nada. Creo que con nosotros ha llegado al punto en el que es capaz de traspasar cualquier límite sin importarle las consecuencias.

Alain entrecerró los ojos.

—Tienes uno de tus presentimientos, ¿verdad?

—Sí, pero no acabo de verlo claro. Solo sé que va a hacer algo que no esperamos. Ojalá supiera qué y cuándo.

—En ese caso, les diré a todos que mantengan los ojos bien abiertos.

—Gracias.

Vane, sentado en forma humana en el límite del campamento, escuchaba las conversaciones que tenían lugar a su alrededor sin prestarles demasiada atención. La mitad de la manada estaba en forma humana y la otra mitad, en forma animal.

Muchos de ellos parecían inquietos. Había un olor desquiciante en el aire. Un olor que auguraba problemas, pero nadie acababa de identificarlo. Ni siquiera él estaba seguro de cuál era el origen.

Sin embargo, se sentía tan nervioso como los demás. Una palabra o un gesto inadecuados bastarían para que matara a cualquiera con la misma indiferencia que un daimon. O incluso con más facilidad.

Tal vez ese fuera el motivo de su inquietud. Desde que Fang y él ayudaron a Talon y a Aquerón, tenía un mal presentimiento que era incapaz de quitarse de encima.

Fang se acercó a él y le tendió una cerveza fría.

—¿Salimos a patrullar para ver qué se está cociendo?

Vane abrió la cerveza y ladeó la cabeza para ver qué pasaba detrás de Fang, donde Stefan y los otros se estaban congregando. Negó con la cabeza en respuesta a la pregunta.

Con el humor que tenía, si salía con Stefan, alguien acabaría muerto.

—Sea lo que sea, viene hacia aquí. Creo que debemos quedarnos cerca de las hembras.

Fang se echó a reír.

Adelfos, me encanta tu forma de pensar. Quedarme cerca de las hembras es lo que mejor se me da.

Vane sonrió.

—Sí, pero no he visto que lo hagas mucho últimamente.

Fang miró de reojo hacia el lugar donde se sentaba Petra con otras hembras, todas en forma animal.

—He estado preocupado.

—¿Con qué?

—Con cosas.

Vane no lo presionó. Pese a su infinito sarcasmo y a esa arrogancia tan despreocupada, Fang era muy taciturno en según qué ocasiones. Incluso muy reservado.

Y él le ofrecía ese espacio y esa libertad de buena gana.

—¡Vane!

Vane se atragantó con la cerveza al oír dentro de su cabeza el grito angustiado de su hermana.

—¿Qué? —replicó, también de forma telepática.

Los cachorros ya están aquí. Te necesito.

—¿Lo has oído? —preguntó Vane a Fang.

—Enseguida voy.

Vane dejó la cerveza, se puso en pie y echó a correr hacia su hermana. La encontró en un lateral del campamento, cerca de un arroyo donde debía de haber ido en busca de agua.

—Aquí estoy, nena —dijo con suavidad mientras se arrodillaba a su lado para ayudarla.

Ella le lamió la barbilla y después gimió, asaltada por una nueva contracción.

Fang apareció con unas cuantas mantas al cabo de unos segundos.

—¿Voy a buscar a Markus?

Vane negó con la cabeza.

—Nos las apañaremos.

Hizo ademán de acariciar a Anya cuando lo llamaron al móvil. Aunque no pensaba contestar, al mirar la pantalla vio que era Aquerón. Y sabía que no lo llamaría si no fuera importante. Cabreado por lo poco oportuno del momento, aceptó la llamada.

—Estoy ocupado, Cazador Oscuro. No es un buen…

—Lo sé, pero los daimons se están congregando en la zona de Miller’s Well a lo grande. Van por tu manada, Vane.

La noticia lo dejó helado. Miró a Fang para ver si su hermano había escuchado lo mismo que él.

—¿Estás seguro?

—Segurísimo. Parece que quieren una recarga masiva antes de las celebraciones del Mardi Gras, así que tenéis que salir de ahí. Ya.

Vane deseó que fuera así de sencillo.

—Anya está de parto. No podemos moverla. Pero me aseguraré de que los demás se marchan.

—De acuerdo —dijo Ash—. No te muevas, te enviaré refuerzos lo antes posible.

La insinuación fue una ofensa para los instintos animales de Vane.

—No necesito tu ayuda, Cazador Oscuro. Podemos cuidarnos nosotros solos.

—Vale, aun así enviaré refuerzos.

Y colgó.

Vane gruñó mientras volvía a guardarse el móvil en el bolsillo. Enfrentó la mirada pétrea de su hermano.

—Diles a los demás que se pongan en marcha.

Fang asintió con la cabeza y echó a correr para comunicar las noticias.

Aquerón Partenopaeo, líder de los Cazadores Oscuros, era un dios atlante inmortal con una crisis mayúscula entre manos. Entre otras cosas, su propio hermano pretendía matarlo. Colgó el teléfono y soltó una palabrota. La cosa pintaba fatal y empeoraba por momentos. Si los daimons capturaban a las katagarias embarazadas y aumentaban sus poderes, sería imposible detenerlos y las calles de Nueva Orleans se convertirían en una marea de sangre. De la sangre de sus habitantes humanos.

Enfiló Bourbon Street en dirección a Canal Street, que era la zona donde su Cazador Oscuro supuestamente estaría patrullando en busca de algún daimon que quisiera merendarse algún alma humana.

No había rastro de él.

¿Dónde coño estaba Talon?

El celta debería estar en el pantano, protegiendo a Sunshine Runningwolf, la humana, y sin embargo no lo había encontrado cuando se pasó por allí para hablar con él.

Ash cerró los ojos y pudo sentir que el celta estaba bien. Pero no tenía tiempo de separarlo de la humana a la que estaba protegiendo. Los daimons se movían rápido y no tardarían mucho en llegar hasta Vane y su familia.

Cuando eso sucediera, saldría el arcoíris y lloverían pétalos de rosas…

Y qué más.

Cogió el móvil y llamó a Valerio, que todavía estaba en su casa. El antiguo general romano era un coñazo, pero en una crisis pocos luchaban mejor que él.

—Vale, estoy en Bourbon…

—Aquerón, no pondré un pie en esa calle tan hortera, espantosa y plebeya. Es el basurero de la humanidad. Ni se te ocurra pedírmelo.

Ash puso los ojos en blanco ante el tono arrogante tan propio del romano.

—Te necesito en el pantano.

Se produjo un largo silencio durante el cual Aquerón imaginó a Val poniendo cara de repugnancia. Y no porque no hubiera estado en sitios peores durante sus días de general romano al mando de un ejército. El problema era que la vejez lo había convertido en un cascarrabias.

—Valerio, tenemos un problemón —dijo con voz firme—. Hay un grupo de daimons a la caza de una manada de lobos katagarios cuyas hembras están de parto y…

—¿Dónde me necesitas?

Ash sonrió. El romano tenía sus momentos. Buenos y malos. Por suerte, ese era uno de los buenos.

—Voy para allá. —Ash colgó el teléfono y entró en un portal donde nadie pudiera verlo mientras usaba sus poderes para trasladarse a la mansión de Val.

Valerio lo miró en silencio cuando Aquerón se materializó en su salón; ni siquiera le había dado tiempo a devolver el teléfono inalámbrico a su base. El romano llevaba un traje negro de Armani con una camisa de seda del mismo color. Con la melena oscura recogida en una coleta, era la viva imagen de un hombre privilegiado de rancio abolengo.

Un patricio hasta la médula.

El único indicio de su sorpresa fue el ligero movimiento de su ceja derecha.

—No tenemos tiempo para usar medios de transporte convencionales —le explicó Ash.

Antes de que Valerio pudiera preguntarle a qué se refería, Aquerón lo agarró y se teletransportaron cerca del campamento katagario.

El romano lo miró con el ceño fruncido.

—¿Cómo lo haces? ¿Eres algún híbrido de katagario o arcadio, como Ravyn?

Ash soltó una carcajada maliciosa. Ninguno de sus Cazadores Oscuros sabía que era un dios, y él prefería que siguieran sin saberlo. Cuanto menos supieran sobre él y sobre su sórdido pasado, mejor.

—Es una historia muy larga. La parte importante es que debo tener cuidado al usar mis poderes cerca de las katagarias preñadas. Si las lobas se ven obligadas a transformarse en humanas por culpa de mis poderes, tanto ellas como sus cachorros morirán al instante. Así que no me queda otra que luchar como si fuera un humano, para evitar problemas. Tus poderes carecen de carga iónica, o sea que no pasará nada si los usas como de costumbre.

Val asintió.

Aquerón hizo aparecer su báculo de guerrero y guió a Val hacia el campamento.

El caos reinaba en el lugar: los machos, la mayoría en su forma humana, intentaban reunir a las lobas preñadas y a los cachorros para trasladarlos sin usar la magia.

Vane y Fang se hallaban junto a una loba preñada que estaba pariendo mientras otro macho, cuyo parecido con Vane era sorprendente, la observaba arrodillado. El hombre era mayor que los hermanos.

Se trataba de Markus.

Ash lo recordaba muy bien. El cruel líder katagario odiaba a cualquiera ajeno a su manada.

Pero claro, se corrigió para sus adentros mientras miraba a Vane y a Fang, Markus también odiaba a casi todos los miembros de su clan. Incluidos sus dos hijos.

—Anya, haz que nos sintamos orgullosos de ti —dijo Markus con aspereza—. Te aseguro que tus cachorros crecerán bajo mi protección.

La loba gimió.

Markus se incorporó y miró con desprecio a Vane y a Fang.

—La culpa en vuestra. Maldigo el día en que tuve hijos con una arcadia.

Fang gruñó al escuchar el insulto, que sugería que ellos eran más humanos que animales, e hizo ademán de abalanzarse hacia su padre, pero Vane se lo impidió.

—Más os vale proteger a los cachorros —dijo Markus con arrogancia—. Si les pasa algo, que los dioses os asistan. —Y se alejó en dirección a los demás.

Aquerón y Val se acercaron a los hermanos.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —exigió saber Vane en cuanto los vio—. Te dije que podíamos apañárnoslas solos.

Aquerón apoyó el extremo de su báculo en el suelo y lo miró con una paciencia que estaba lejos de sentir.

—No te hagas el héroe, Vane. Lo último que necesitas es luchar contra los daimons cuando Anya está pariendo.

Vane los miró con los ojos entrecerrados.

—¿Sabéis algo de partos?

—Bastante —dijo Ash—. Durante los últimos once mil años he ayudado a traer al mundo a unos cuantos seres. Humanos y de otras especies.

Pese a su anterior comentario, Vane pareció aliviado ante la respuesta de Ash.

—¿Y tú? —preguntó a Valerio.

La respuesta de Val fue tan inusual como su presencia en el pantano.

—No sé nada sobre cómo traer cachorros al mundo, señorita Escarlata, pero soy capaz de arrancarle la cabeza de cuajo a un daimon sin despeinarme.

—De acuerdo, podéis quedaros. —Vane se agachó junto a su hermana y le acarició el hocico con la nariz; Anya jadeaba y gemía—. No te preocupes, nena. No voy a dejarte sola.

Ash se sentó junto a la loba y le acercó la mano para que lo oliera.

—Anya, soy un amigo —dijo con suavidad—. Sé que te duele, pero vamos a quedarnos contigo y te ayudaremos a traer al mundo a tus cachorros.

Ella miró a Vane, que en respuesta emitió algunos gruñidos y gemidos.

En ese instante se escuchó una palabrota.

—¡Vane! —gritó Fang—. Estamos rodeados de caimanes.

Ash sonrió.

—Tranquilos. Vienen conmigo. No atacarán a menos que se les agreda.

Fang ladeó la cabeza, indeciso.

—¿Estás seguro? No me parecen muy amigables.

—Segurísimo.

Los últimos miembros de la manada se fueron, salvo dos. Ash los había visto antes, pero no los conocía.

No. Eso no era del todo cierto. Puesto que podía leer su mente y su corazón, supo al instante que el rubio era el hermano de Vane y de Fang. Un hermano que ninguno de los dos sabía que tenían.

El lobo de pelo oscuro era un amigo. Liam.

Fang los miró con los ojos entrecerrados mientras se acercaban a ellos.

—¿Qué hacéis?

Fury se encogió de hombros.

—Los lobos no luchan solos.

—¿Desde cuándo te importa?

Fury miró de reojo a Anya, y Ash sintió no solo su dolor, sino también su deseo de formar parte de su familia. Ambas emociones eran tan descarnadas y profundas que las sintió en lo más hondo de su pecho.

Porque era un dolor que le resultaba muy familiar.

—Necesitáis a alguien que sea capaz de mantener la cabeza fría durante la lucha. —Fury hizo un gesto hacia Liam y después se señaló a sí mismo—. Como nosotros.

Vane alzó la vista.

—Fang, déjalos. Si quieren quedarse, que se queden. Cuantos más seamos para proteger a Anya, mejor.

Fang se apartó para dejarles espacio. Fury y Liam se acercaron a Val y a los caimanes, en cambio Ash, Fang y Vane permanecieron junto a Anya.

La silenciosa tranquilidad del pantano solo se veía quebrada por los jadeos y los gemidos de Anya.

Mientras esperaban, Ash sintió la pena que irradiaban los ojos de Vane. Recordó el momento en que también él escuchó los gritos de su hermana dando a luz a su hijo. No había nada más inquietante.

Sin embargo, la sensación pasó nada más escuchar el llanto del bebé. Porque a partir de ese momento solo sintió alegría por la existencia de una nueva vida.

—Lo conseguirá —dijo Val para reconfortar a los hermanos en cuanto se percató de su inquietud—. Todos saldremos de esta.

—No —lo contradijo Vane, meneando la cabeza—. Lo único que podemos hacer es salvar a sus cachorros. En cuanto nazca el último, ella morirá.

Val lo miró con el ceño fruncido.

—No seas tan fatalista.

En el mentón de Vane apareció un tic nervioso.

—No soy fatalista, Cazador Oscuro. Anya estaba emparejada y había sellado su unión: había vinculado su fuerza vital a la de su pareja. De no haber estado preñada, de no haber llevado todas esas vidas en su interior, habría muerto con él. En cuanto los cachorros nazcan, se reunirá con él en el más allá.

Ash sintió que se le encogía el estómago al percibir el sufrimiento que destilaba la voz de Vane. Sabía lo mucho que Anya significaba para sus dos hermanos. Y también sabía lo que iba a suceder; por mucho que quisiera cambiarlo, no podía. El destino era el que era; si intentaba cambiarlo, podría empeorar la situación de todos los implicados.

—Lo siento, Vane.

—Gracias. —Vane acarició el pelaje blanco de su hermana.

Fang estaba sentado al otro lado de Anya, en silencio y con expresión atormentada. Era extraño en él que no estuviera haciendo comentarios bordes o fuera de lugar. Un detalle que delataba lo mal que lo estaba pasando.

De repente, como salidos de la nada, una horda de daimons los atacó.

Vane se puso en pie para luchar contra ellos.

—Yo no sé cómo traer al mundo a los cachorros —le dijo a Ash—. Quédate tú con ella y yo lucho.

Ash se mostró de acuerdo y siguió agachado al lado de Anya, que lanzaba mordiscos al aire y gemía.

Fang se transformó en lobo, su forma más poderosa, para luchar. Lo mismo hicieron Liam y Fury, pero Vane siguió en forma humana.

Ash escuchó los gritos de los daimons al ver que los esperaban un buen número de caimanes.

Anya empezó a agitarse cuando comenzó la pelea. Ash estuvo pendiente en todo momento de la loba y solo alzó la mirada para asegurarse de que los daimons permanecían lejos de ella.

Fang, Fury y Liam se las apañaban perfectamente para mantenerlos alejados, mientras que Valerio y Vane luchaban contra ellos a daga y espada. Lo malo, sin embargo, era que los lobos, al igual que Ash, no podían usar la magia. Cualquier descarga fortuita podría golpear a Anya y a sus cachorros y matarla.

—¡Vane!

Ash se sobresaltó al oír la voz femenina procedente de la loba. Cuando alzó la mirada vio que un daimon se disponía a atacar a Vane por la espalda. Sin embargo, al escuchar la advertencia, el aludido vio al daimon y se volvió a tiempo de apuñalarlo en el corazón y desintegrarlo.

Anya volvió a tumbarse en el suelo.

Ash la sostuvo para que se quedara quieta y el primero de los cachorros pudiera salir al mundo.

—Eso es —le dijo con voz serena y reconfortante—. Ya casi estamos.

En ese momento un daimon apareció de entre los arbustos que crecían junto a ellos. Ash se puso en pie al instante y se volvió para defender a Anya mientras Fang agarraba al daimon y lo alejaba de ellos de un empujón.

Encárgate de mi hermana —le dijo Fang usando sus poderes telepáticos.

Ash volvió junto a Anya sin pérdida de tiempo.

Con los daimons tan cerca, tenía que controlar al cachorro que estaba a punto de nacer, a Anya y al enemigo.

No era fácil.

—Empuja —le dijo a Anya—. Un poquito más.

A partir de ese momento todo pareció suceder en cuestión de segundos, y sin embargo tuvo la impresión de que el tiempo se ralentizaba.

Y de que los segundos se prolongaban.

Dos daimons se abalanzaron sobre Fang. Uno de ellos le disparó con una pistola eléctrica, y el lobo se transformó en humano al instante. Fang soltó un alarido mientras su cuerpo se convulsionaba y cambiaba de forma descontroladamente una y otra vez.

Vane se abalanzó sobre el otro daimon al mismo tiempo que el que había disparado a Fang lo apuntaba con la pistola eléctrica, de modo que se lanzó al suelo. El daimon disparó y Vane evitó la descarga por milímetros.

Pero alcanzó de lleno a Anya.

Furioso, Ash soltó una maldición; la loba se transformó en humana y al instante siguiente recuperó su forma animal. Sus alaridos reverberaron en los árboles y después se hizo un silencio aterrador.

Anya, que seguía en forma animal, no se movía.

Vane corrió hacia ella, pero era demasiado tarde.

Estaba muerta.

Ash soltó su grito de guerra y se abalanzó sobre el daimon que la había matado. Después de asestarle un puñetazo en el mentón, usó las manos para acabar con él. Le arrancó el corazón del pecho, atravesando la marca.

El daimon se convirtió en una nube de polvo dorado.

Puesto que ya podía usar sus poderes sin restricción alguna, no tardó en liquidar al resto de los daimons.

Fang, que seguía cambiando de forma incontroladamente, aunque cada vez más despacio, se arrastró poco a poco hacia el cuerpo de su hermana.

Vane caminó hacia ella con gesto serio y se sentó a su lado. La cogió en brazos y la acunó como si fuera un bebé. Mientras la mecía sin parar y le susurraba, las lágrimas resbalaban por sus mejillas.

Fang dejó escapar un aullido feroz justo antes de convertirse en humano. Desnudo, apoyó la cabeza en el lomo de Anya y la abrazó.

Ash jamás podría olvidar la imagen de los tres hermanos abrazados, presas del dolor. Lo atormentaría de por vida.

Porque le recordaba demasiado bien a su pasado.

Cuando tuvo que despedirse de su hermana y de su bebé.

Ese tipo de dolor no sanaba nunca. Lo sabía por experiencia. Los once mil años que habían pasado no habían logrado desvanecer la amarga quemazón que llevaba dentro.

Ash se acercó a ellos con expresión adusta.

—¿Me necesitáis para…?

—Lárgate —masculló Vane con un deje feroz y gélido—. Déjanos solos.

Val enarcó una ceja con gesto arrogante.

—Pueden aparecer más daimons.

—Los mataré —gruñó Vane—. Los mataré a todos.

Ya no podían hacer nada más por Anya, y eso era lo que Ash detestaba. Sus hermanos necesitaban tiempo para llorarla.

Hizo desaparecer su báculo y se volvió hacia Val, que observaba a los hermanos con preocupación.

—Has hecho todo lo que has podido —le dijo a Vane—. No te culpes.

Vane soltó un gruñido que no tenía nada de humano.

Ash aferró a Val del brazo y le dio un tirón para alejarlo del lugar antes de que Vane, cegado por el dolor, los atacara.

En las facciones de Valerio se reflejaba su compasión.

—Los inocentes jamás deberían sufrir por las luchas de los demás.

—Lo sé —replicó Ash sintiendo un gran peso en el corazón—. Pero parece que es lo que pasa siempre.

Val asintió.

A furore infra, libera nos —dijo.

Ash se detuvo al escuchar la cita en latín. «Líbranos de la furia interior.»

—Valerio, a veces me da por pensar que eres humano.

Valerio resopló al escucharlo.

—Hazme caso, Aquerón, si alguna vez tuve una parte humana, la mataron hace mucho tiempo.

Fury observó en silencio durante horas a Vane y a Fang, que abrazaban a su hermana y lloraban como niños. Recordaba que en otra época él también había llorado de esa manera, pero habían pasado siglos desde entonces.

Poco después de que la lucha acabara, había mandado a Liam en busca de los demás para que los pusiera al día de lo sucedido, pero él se había quedado por si acaso había que seguir luchando. Pese a los enfrentamientos pasados, las discusiones y los rencores, Vane y Fang no merecían estar solos en ese trance. Todos sus seres queridos habían muerto. Y ese sufrimiento no se lo deseaba a nadie.

En su caso, el dolor lo asaltaba de otra forma. Mientras ellos lloraban por la hermana que habían perdido, él lloraba por dentro por la hermana a la que nunca había conocido.

Era duro observar desde la distancia cómo sus hermanos se abrazaban.

Un intruso, como siempre.

Sin embargo, no podía decirles la verdad. Su propia madre y los hermanos con los que había crecido se habían vuelto en su contra y habían intentado matarlo. La única mujer a la que había querido se unió a ellos. ¿Por qué iban a aceptar Vane y Fang que él también había nacido de la unión maldita que los había engendrado?

Además, ese no era momento para una reunión familiar.

Se acercó con renuencia. No por miedo, sino por respeto.

—Chicos… Llevamos demasiado tiempo aquí. Dado que el efecto de la pistola eléctrica ha cesado, creo que deberíamos marcharnos.

Vane le lanzó la mirada más letal que Fury le había visto en la vida. Y después miró a Fang.

—Tenemos que darle un entierro decente. Se lo debemos.

Fang ansiaba ventilar su furia a gritos. Ansiaba moler a alguien a palos para acallar la rabia impotente que lo embargaba. Sin embargo, ignoraba si alguna vez llegaría a lograrlo. Algo se había roto en su interior. Anya no debía haber muerto. Se suponía que debía estar con ellos. Dado el infierno y la inseguridad que los había acompañado durante todas sus vidas, Anya era la única razón por la que Vane y él habían luchado. Ella había sido un bálsamo para ambos.

Había convertido al lobo en humano.

Sin ella…

No había nada en su interior, solo la bestia salvaje que ansiaba la sangre de todos los que lo rodeaban.

Fury se acercó despacio en forma humana.

—¿Dónde está Liam? —preguntó Vane.

—Ha ido a decirles a los demás que hemos derrotado a los daimons —contestó Fury.

Vane frunció el ceño.

—¿Y tú por qué te has quedado?

Fury miró el cuerpo de Anya.

—Porque creo que no estabais en condiciones de defenderos si…

—Estamos bien —lo interrumpió Fang agarrándolo del cuello.

Fury le cogió la mano y se la apartó de mala manera. La furia relampagueaba en sus ojos turquesa.

—Por muy mal que lo estés pasando, como vuelvas a tocarme así, te mato.

Vane los separó.

—Ya habido bastantes muertes esta noche. Tenemos que irnos.

Fury se apartó.

Fang estaba a punto de disculparse, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta. Además, no le debía nada a ese cabrón. Seguro que estaba regodeándose con lo que había pasado. Sería típico de él.

Desterró esa idea y se agachó para levantar el cuerpo de Anya. Se levantó despacio. Su pelaje le hacía cosquillas. Una sucesión de imágenes pasó por su cabeza: la vio de cachorro, de adolescente y de adulta. Su hermana y su mejor amiga en todas las imágenes.

¡Por los dioses, cuánto iba a echarla de menos!

Vane suspiró.

—¿Estás listo? —le preguntó.

No, contestó Fang para sus adentros. Jamás estaría listo para despedirse de ella. Pero no podían quedarse allí para siempre. Asintió, aunque lo único que quería era morir con su hermana.

Usaron sus poderes para localizar a la manada, que había instalado un campamento provisional en Slidell. No muy lejos, ya que las hembras preñadas no podían viajar con comodidad, pero sí lo bastante para estar relativamente seguros.

En cuanto aparecieron, la actividad cesó.

Todos los ojos, tanto humanos como animales, se posaron en ellos, y Fang hubiera jurado que los escuchó contener el aliento.

Sin embargo, fue el rostro lívido de su padre lo que le impidió moverse.

Fang se quedó desconcertado al ver su expresión. ¿Sería posible que el muy cabrón les tuviera cariño después de todo?

Porque la angustia que reflejaban sus ojos cansados era innegable.

—¿Dónde están los cachorros? —preguntó Markus acercándose a ellos.

Vane apartó la mano del cuerpo de Anya.

—Murió antes de que nacieran.

Markus contuvo un sollozo. Pasmado por ese inesperado arranque sentimental, Fang no se movió cuando su padre se acercó para abrazar a Vane.

Al menos eso le pareció que iba a hacer, hasta que vio que le colocaba un collar plateado en torno al cuello. Antes de que Fang pudiera moverse, Stefan le puso otro a él por la espalda.

Markus retrocedió y miró a todos los que les rodeaban.

—Es hora de la timoria. Matadlos.