7

Aimée seguía afectada por el encuentro con Fang cuando se sentó junto a la cama de Wren. El tigardo, en su forma animal, estaba tumbado de costado, inmóvil.

—¿Qué ha ocurrido?

Lo vio parpadear dos veces antes de contestar:

Saqué la basura y me estaban esperando.

—¿Qué les has hecho?

Nada. Creo que estaban esperando que saliera cualquiera de nosotros. Yo solo fui el pobre gilipollas que pasaba por allí… Por desgracia, pasé de esos imbéciles hasta que Stone me dio una patada en la espalda. Después se montó el follón.

Aimée le acarició el suave pelaje. Como de costumbre, los lobos habían ido allí a buscar pelea.

—Lo siento mucho, Wren.

El tigardo le cubrió la mano con una pata enorme.

No lo sientas. Solo los dioses saben qué habría sucedido si hubiérais salido Cherise, tú u otra de las mujeres. Estoy cabreado porque no soy capaz de controlar mis poderes lo suficiente como para haberles dado la estopa que se merecían.

Aimée sonrió cuando Marvin, su mascota, saltó a la almohada para ponerse a charlar con él. Al ver que Wren no se movía, Marvin se inclinó para abrazarse a su enorme cabeza y acariciarle una de sus puntiagudas orejas. Era una de las imágenes más tiernas que había visto en mucho tiempo.

—Me voy para que descanses. Si necesitas algo, llama.

Gracias.

Aimée atravesó la estancia y se cuidó mucho de no hacer ruido al cerrar la puerta. Wren detestaba los estruendos. No tenía claro si se debía a su agudo oído o a algo que le había sucedido de pequeño. Fuera como fuese, no pensaba alterarlo más después de lo que acababa de pasar.

En la escalera se cruzó con su madre, que subía con el ceño fruncido.

—¿Ocurre algo? —preguntó Aimée.

Nicolette torció el gesto.

—Estúpido tigardo. Tengo que preguntarle por qué ha atacado a los lobos.

La acusación dejó a Aimée de piedra.

—No lo ha hecho. Ellos lo han atacado.

—Eso dices tú y seguramente él también, pero los lobos cuentan otra cosa y son más para jurar que dicen la verdad.

—Mienten.

Su madre resopló, indignadísima.

—¿Y aceptas la palabra de Wren?

—¿Tú no?

—No. —Nicolette fulminó con la mirada la puerta de Wren—. Es antinatural. Todo lo que tiene que ver con él, hasta ese mono asqueroso que tiene de mascota.

¿Y entonces ella qué era? Una osa katagaria que se había convertido en arcadia al llegar a la pubertad. Una osa con los poderes de una diosa para rastrear a cualquier ser y que se sentía atraída por un lobo. Más antinatural, imposible.

Razón por la que no podía contar a su madre la verdad sobre su naturaleza. Sí, su madre la quería, pero también era un animal, y los animales mataban por instinto cualquier cosa que fuera diferente.

—Sea lo que sea Wren, maman, no es un mentiroso. Stone y su gente, en cambio… ¿cuándo han dicho la verdad?

—Han enviado a un emisario. Si no les entrego a Wren, irán con su queja al Omegrion y dirán que estoy dando cobijo a un peligro para todos los licántropos. ¿Tienes idea de lo que podría pasar? Podríamos perder nuestra licencia y nuestro hogar.

—Pues devuélveles a Stone. Eso es lo único que quiere su padre. Diles que nosotros nos encargaremos de castigar a Wren.

—¿Desde cuándo mandas tú en esta casa?

Aimée agachó la cabeza en señal de respeto.

—Perdona que me haya entrometido. Es que detesto ver cómo se castiga a un inocente y que la escoria del universo se vaya de rositas, sobre todo cuando podrían habernos atacado a cualquiera de nosotros, incluidas tú y yo.

La expresión de su madre se endureció.

—Mi instinto me dice que les entreguemos a Wren. Es un imán para los problemas y no lo necesitamos. No lo quiero aquí. —Soltó un largo suspiro—. Sin embargo, Savitar en persona nos lo trajo. —Savitar era el encargado del Omegrion. El único ser a quien nadie se enfrentaba y a quien nadie cuestionaba. Nunca—. Así que mi parte humana reconoce cierta ventaja en protegerlo. Voy a hacer lo que me propones, ma petite. Pero si no sale bien, se irá con ellos. Digas lo que digas.

Y yo me iré con él para protegerlo, pensó ella.

Aimée no lo dijo en voz alta. Su madre no soportaba que nadie cuestionara sus decisiones o la contradijera, así era la naturaleza de la bestia. Esa casa era la guarida de Nicolette, y todos debían someterse a sus dictados.

—Gracias, maman.

Su madre se despidió con una inclinación de cabeza; luego se dio la vuelta y bajó la escalera.

Aimée la siguió mientras se preguntaba qué rondaba por la cabeza de Eli. Durante años habían tenido problemas con ese capullo insufrible y sus rastreadores. Claro que nada de lo que su clan hacía tenía sentido para ella.

Aun así, algo no cuadraba en el fondo de su mente, era como una alarma que la estuviera avisando de que no era una locura aleatoria. Se estaba cociendo algo.

Algo siniestro.

Stone fulminó a Dev con la mirada en el momento en que el sucio oso abría la jaula donde lo habían encerrado. Al menos por fin había dejado de cambiar de forma.

—Supongo que por fin habéis recuperado el juicio.

Dev se echó a reír.

—Si eso fuera cierto, sacaría esa jaula contigo dentro y la llevaría al pantano para dar de comer a los caimanes. Por desgracia, tu papi ha enviado a alguien para reclamarte.

Stone había dado por hecho que se trataría de Darrel, así que cuando Dev abrió la puerta y vio a Varyk en su salvaje esplendor, se sorprendió. Alto, despiadado y furioso, Varyk tenía una melena castaña que le llegaba hasta los hombros y unos ojos tan azules que resultaban gélidos y penetrantes. Su rostro de rasgos afilados lucía siempre una mueca desdeñosa. Y esa pose de tipo duro dejaba bien claro que siempre buscaba candidatos para destriparlos.

Stone tragó saliva; un escalofrío le recorría la espalda. Varyk conservaba la cordura a duras penas…

En sus días buenos.

A juzgar por su ceño feroz, ese era de los malos.

¿En qué coño estaba pensando su padre al enviarlo?

Si hubiera podido elegir, Stone habría preferido quedarse en la jaula a tener que pasar un segundo en compañía de ese hombre.

—¿Dónde está mi padre?

Varyk emitió un gruñido ronco.

—Aquí tú no hablas, chico. Puede que no vuelvas a hacerlo. —Lo cogió con brusquedad de la nuca y lo empujó hacia la puerta. Se volvió hacia Dev—. ¿Dónde está el que lo atacó? También tengo que llevármelo.

El oso negó con la cabeza con una firmeza que a Stone no le quedó más remedio que admirar. Hacía falta tenerlos muy bien puestos para atreverse a cabrear a alguien como Varyk.

—De eso nada. Wren se queda aquí.

—Eso no es lo que me han ordenado.

Dev le regaló una sonrisa burlona que Stone habría respetado de no ser un gesto tan suicida.

—Bueno, pues así están las cosas.

Varyk lo miró con una ceja enarcada.

—Lo que tú digas me la trae floja, piltrafilla.

—Lo mismo digo, bazofia. Joder, ni siquiera te veo aquí delante. Así que lárgate y llévate a esa basura contigo.

La mirada letal de Varyk se tornó gélida.

—No te conviene hablarme en ese tono.

Dev cruzó los brazos por delante del pecho.

—De acuerdo, tengo varios tonos entre los que elegir. Desdeñoso. Cabreado. Sarcástico. Molesto. ¿Te parece que lo dejemos en extremadamente sarcástico y ya está?

—Quiero al tigardo.

—Y yo quiero que te vayas. Adivina quién va a ganar esta discusión. Y por si acaso eres incluso más lento de lo que aparentas, ya te digo que no vas a ser tú.

Varyk lo agarró de la pechera.

—¿Me estás retando?

—Te estoy echando, imbécil. Ahora, largo. —Dev le apartó las manos de encima—. Te sugiero que os vayáis. Deprisita, antes de que decida que no me hace falta que sigáis viviendo.

Varyk agachó la cabeza, como si se dispusiera a atacar a Dev. Stone contuvo el aliento. Varyk era inestable. Nunca se sabía qué iba a hacer, y si comenzaba una pelea allí…

Estaban apañados.

Varyk miró la escalera que había más allá de Dev.

—Algún día, en algún lugar, no tendrás tanta suerte como esta noche.

Dev soltó una carcajada siniestra.

—Ven a verme cada vez que eches de menos a tu mamá y quieras unos azotes en el culito.

Varyk emitió el gruñido de un lobo a punto de lanzarse al cuello de alguien. Sin embargo, en vez de abalanzarse sobre Dev, se volvió hacia Stone y lo cogió del brazo para sacarlo de la casa de los Peltier.

—¡Oye! —protestó Stone en cuanto estuvieron en la calle—. Que no soy tu novia.

Varyk lo agarró del cuello con fuerza, ahogándolo.

—Tú lo has dicho. Así que no tengo motivos para no darte una paliza o matarte. —Apretó un poco más y luego lo soltó.

Tosiendo para poder respirar, Stone lo fulminó con la mirada.

—¿Qué leches te pasa?

—Me pasa que he tenido que aguantar el hedor de esos animales para salvar tu consentido culo. No soy tu padre y no compartimos código genético que me inste a querer salvarte otra vez. Así que ándate con cuidado, chico. Porque la próxima vez te dejaré ahí dentro.

—¿Y mi padre?

Varyk no respondió. Echó a andar por la calle y se perdió en la noche.

Stone se puso bien la cazadora de un tirón.

—Sí, lárgate, psicópata. Si vuelves a ponerme una mano encima, te mato.

Por supuesto, no lo dijo en voz lo bastante alta como para que el lobo lo oyera. No era tan imbécil.

Miró el Santuario por encima del hombro con los ojos entrecerrados.

—Tenéis los días contados, osos.

Y eso valía también para los lobos katagarios. Su padre no tenía ni idea de que estaban en la ciudad. Pero Stone iba a encargarse de que se enterara de inmediato.

Y después el infierno caería sobre todos ellos.

Fang estaba tumbado en su forma animal, durmiendo sobre una cama de hierba blanda. Sin embargo, mientras dormitaba también estaba atento a lo que sucedía a su alrededor. Lo hacía desde que era un cachorro. Más aún, tenía que hacerlo desde que era un cachorro. Aunque Vane y él eran hijos del regis, estaban sometidos al peor trato no solo por parte de su padre, sino también por parte de sus más allegados, como Stefan.

Su padre los culpaba por el hecho de que su madre arcadia se hubiera negado a completar el ritual de emparejamiento con él. Su rechazo había dejado a Markus impotente y cabreado.

Y su negativa a criar a sus hijos katagarios los había convertido en un objetivo.

De modo que cuando Anya se acercó, se puso en pie de un salto, preparado para la lucha.

Anya se echó al suelo.

Fang, soy yo —dijo.

Él adoptó forma humana y extendió la mano hacia el hocico de su hermana.

—Lo siento, cariño. No me había dado cuenta.

Anya se acercó para lamerle los dedos, luego se tumbó a su lado y apoyó la cabeza en el muslo de Fang.

Él acarició el suave pelaje de sus orejas.

—¿Pasa algo?

No podía dormir. Orian está patrullando y no quería estar sola.

—¿Dónde está Vane?

No lo sé. No está en su guarida ni en el campamento principal. Llevo un tiempo sin verlo. ¿Y tú?

—Se fue para ayudar a un Cazador Oscuro que vive en el pantano. Talon. Creía que a estas alturas ya habría vuelto.

Los Cazadores Oscuros eran guerreros inmortales que luchaban a las órdenes de la diosa Artemisa. Daban cazan a los primos de los katagarios y los arcadios, los apolitas, y los mataban cuando se convertían en daimons y se alimentaban de almas humanas para sobrevivir.

No era muy habitual que los Cazadores Oscuros se relacionaran con arcadios y katagarios, pero no imposible, y a lo largo de los siglos Vane y él habían entablado amistad con varios de ellos.

Anya soltó un suspiro cansado.

Es el mismo Cazador Oscuro por el que luchasteis la otra noche, ¿verdad?

—Sí. Talon y Aquerón. —Aquerón era el líder de los Cazadores Oscuros y un viejo amigo de Vane.

Ojalá no os acercarais a ellos. Cada vez que un katagario se mezcla con un Cazador Oscuro, sucede algo malo.

—No te preocupes. Fue divertido. Además, hay mucha actividad daimon por la zona y los Cazadores Oscuros han accedido a ayudarnos a protegeros si pasara algo.

Eso lo dices tú, pero yo no me fío de ellos.

—Ni yo tampoco, pero sí confío en Vane, y tú también deberías hacerlo. Nunca haría nada que nos perjudicara, ni a nosotros ni a la manada.

Anya apartó la cara, avergonzada.

Fang se sintió culpable por provocarle ese sentimiento. Sin embargo, su hermana no debería poner en duda a sus mayores. Vane se moriría si algo les llegaba a ocurrir.

Y pensar que él lo había provocado…

Vane jamás lo superaría. No obstante, mientras Fang acariciaba la oreja de su hermana, tuvo un mal presentimiento. Aunque no pudo concretarlo. Era algo que rondaba el fondo de su mente como un espectro que quería su sangre.

Estoy preocupado por Anya, nada más, se dijo.

¿Se trataba de eso? ¿O sería una premonición? Nunca había tenido premoniciones antes.

Pero…

No quería pararse a pensarlo. Anya estaba a salvo. Él estaba allí para protegerla y Vane volvería en cuanto pudiera. Nada cambiaría. Su hermana tendría a sus cachorros en ese lugar, donde sus antiguos enemigos no los buscarían. En cuanto los cachorros fueran lo bastante mayores para viajar, se pondrían en marcha de nuevo.

Así eran las cosas. Y nada iba a cambiar. Él iba a encargarse de que así fuera.

Fang se despertó de golpe; había escuchado un grito de alarma. Estaba tumbado en su forma animal junto a su hermana, que también se había despertado con el alarido.

Quédate aquí —le dijo mentalmente—. Voy a ver qué pasa. —Se levantó y se acercó al campamento principal, donde se había congregado un grupo de lobos.

Dos de ellos sangraban mucho.

Liam, el hermano mayor de Keegan, tenía una pata herida y la mantenía en alto para no apoyar el peso sobre ella. Su pelaje castaño claro estaba cubierto de sangre.

Nos han tendido una emboscada. Hemos tenido suerte de salir con vida.

Markus, que también estaba en forma animal, clavó su mirada en él.

—¿Quién?

Lobos arcadios. Nos habían tendido una trampa.

Markus gruñó.

—¿Dónde está el resto de vuestra patrulla?

No lo sé. Orian nos dijo que viniéramos para avisaros.

Markus miró a su manada.

—¡Reunid a todo el mundo! Quiero a todos los machos capaces de luchar.

Fang adoptó forma humana para enfrentarse a su padre.

—No puedes hacer eso. ¿Y si es una trampa para alejarnos de nuestras mujeres y dejarlas desprotegidas? —Miró a los lobos—. ¿No recordáis lo que ha pasado otras veces? ¿Cuántas mujeres hemos perdido a manos de los arcadios?

Markus le gruñó.

Pero Fang vio la indecisión en los ojos de los demás.

William dio un paso al frente.

Creo que Fang tiene razón. Algunos de nosotros deberíamos quedarnos. Por si acaso.

Los ojos de Markus relucieron en la oscuridad. Detestaba que cuestionaran sus decisiones.

Vale. Fang y el resto de las mujeres podéis quedaros aquí. Yo voy de caza.

La manada se dividió en dos.

Liam cojeó hasta Fang.

No sé tú, pero yo no me siento una mujer.

Fang soltó una carcajada.

—Olvídate de ese capullo impotente. ¿Qué ha pasado exactamente?

Estábamos patrullando, cazando animales pequeños para practicar. Íbamos persiguiendo a un animal por el pantano cuando de repente Orian recibió la descarga de una pistola eléctrica antes de que alguien empezara a disparar. Perdimos a Agarian de inmediato porque recibió un balazo en la cabeza. —Liam se miró la herida—. A mí me dieron en una pata, pero solo ha sido un rasguño.

Razón por la que no podía usar su magia. Cuando estaban heridos, su magia era impredecible e inestable. Si la usaban, podría suceder un sinfín de cosas indeseables.

De pronto, Anya gritó.

Fang adoptó su forma animal y corrió hacia ella. Llegó a su lado en un tiempo récord. Anya estaba tumbada de costado, retorciéndose.

Aterrado, le acarició el cuello con el morro.

—¿Anya?

Su hermana gimoteaba de manera incontrolable.

¿Se había puesto de parto? Fang intercambió una mirada desconcertada con Liam, que se había acercado a ellos.

—¿Qué ocurre?

Orian

—¿Qué pasa con él?

Anya arañaba el suelo como si fuera presa de una agonía insufrible.

Está muerto.

Fang intentó tranquilizarla.

No, lo alcanzaron con una pistola eléctrica.

Anya negó con la cabeza.

No, está muerto. Lo sé. Lo siento.

Lo que pasa es que estás preñada y preocupada.

Su hermana lo miró con tal hostilidad y agonía que le atravesó el alma.

Sellamos nuestra unión, Fang. Está muerto. Lo siento.

Fang se quedó sin aliento. Orian y Anya habían vinculado sus vidas…

Cuando los katagarios o los arcadios sellaban su unión, vinculaban sus fuerzas vitales en una sola. Era un acto de amor supremo que conllevaba la muerte de la pareja si uno de ellos moría.

La única excepción era si la mujer estaba embarazada. En ese caso su vida se prolongaba, pero solo hasta el nacimiento de sus hijos. En cuanto los cachorros estuvieran en el mundo, la madre se reuniría con su pareja en la eternidad.

Anya iba a morir.

Fang se esforzó por respirar mientras esas palabras se le clavaban como puñales, tan hondo que le llegaron al alma y le costó la misma vida permanecer en pie.

—¿Por qué lo hiciste?

Anya lo atacó, mordiéndolo con fuerza.

¡Porque lo quería, imbécil! ¿Por qué si no? —Aulló, un sonido desgarrador y escalofriante. El aullido de un lobo presa de la agonía.

Fang echó la cabeza hacia atrás y se sumó a su aullido, dando rienda suelta a su propio dolor.

Su hermana iba a morir… Y él no podía hacer nada por evitarlo.

¿Cómo ha podido morir? ¿Cómo? —preguntó Anya.

Sin embargo, Fang no oyó sus palabras. Solo era capaz de verla muerta, inmóvil. Veía a sus cachorros persiguiéndolo para que les contara historias de una madre a la que nunca conocerían.

¿Cómo era posible?

Serían igual que él. Tendrían un vacío tan profundo en su interior que nada podría llenarlo jamás. Un vacío provocado por la falta de cariño. Por la falta de una madre que se preocupara por ellos y los cuidara.

Adoptó su forma humana, la abrazó con fuerza y la sostuvo mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.

—No los dejaré solos, Anya. Jamás. Nunca les faltará de nada.

Salvo su padre y tú, pensó.

Esas palabras le provocaron un nudo en la garganta y le hicieron perder el control. En contra de su voluntad, comenzó a llorar. Avergonzado, escondió la cara en su cuello y la abrazó con toda su alma. No debía ser así. Su hermano y su hermana eran las únicas constantes en su vida.

Eran su único consuelo.

Y perder a Anya… era más de lo que podía soportar.

La abrazó y la meció durante horas, ajeno a todo lo demás. Solo cuando Vane regresó al amanecer se dio cuenta del tiempo que había transcurrido.

Vane se acercó a ellos despacio.

—¿Qué pasa?

Fang intentó encontrar el modo de suavizar el golpe. Anya por fin se había dormido, pero él no tenía semejante consuelo. Apretó el puño en el pelaje blanco de su hermana y decidió que era imposible adornar una verdad que destrozaría a Vane de la misma manera que lo había destrozado a él.

—¿Sabías que Anya selló su vínculo con Orian?

Vane torció el gesto como si la idea le resultara tan repugnante como a él.

—¿Por qué iba a hacerlo?

—Anya me ha dicho que porque lo quería.

Vane se puso tenso de repente.

—Lo has dicho en pasado.

Fang inspiró hondo y se preparó para la reacción de Vane. Por todos los dioses, ojalá no tuviera que decírselo él.

—Orian ha muerto esta noche.

Vane soltó un taco tan fuerte que Fang se quedó de piedra. En circunstancias normales, su hermano se mostraba mucho más comedido. Pero lo entendía a la perfección. Él sentía lo mismo.

Vane se hincó de rodillas junto a ellos y apoyó una mano en Anya. Cuando lo miró a los ojos, Fang vio en ellos el mismo dolor agónico que él albergaba en su corazón.

—¿Qué vamos a hacer?

Fang meneó la cabeza.

—Tendremos que verla morir.

Vane apartó la mirada. Daba la sensación de que lo veía con tanta claridad como él.

—¿Qué ha ocurrido?

—Un grupo de arcadios atacó a la patrulla y Orian murió durante la pelea. ¿Cómo no? Puto lobo. Debería haber estado aquí con Anya, no correteando con sus amigos.

Vane echó un vistazo a la guarida como si esperase que las sombras cobraran vida y los persiguieran.

—¿Siguieron al resto hasta aquí?

—No lo sé. No se me ocurrió preguntar. Markus salió en su busca con un grupo.

—¿Y?

—No ha vuelto.

Nada más pronunciar esas palabras, el grupo entró en el campamento. Algunos sangraban y cojeaban. Pero no parecía faltar ninguno.

—Quédate con Anya.

Vane se marchó para averiguar qué había pasado.

Cuando regresó, tenía una expresión acerada.

—¿Qué ocurre? —preguntó Fang.

—Es el grupo de arcadios del que Aquerón nos advirtió. De alguna manera han averiguado que estábamos aquí y sus centinelas han salido en busca de sangre.

Era la historia de su vida. Daba igual a donde fueran, los arcadios los encontraban y los atacaban. ¿Por qué no podían dejarlos tranquilos sus hermanos humanos?

Porque las Moiras son tres zorras medio locas emperradas en aniquilar vuestras especies, se recordó.

Y su hermana pagaría el precio final por una maldición que ninguno de ellos quería ni se merecía. La vida era muy injusta. Pero tal como Aquerón repetía sin cesar, no era cuestión de merecer o no merecer. La vida era como era.

Vane se sentó junto a él.

—Estás hecho polvo. ¿Por qué no descansas un poco?

—No puedo dormir.

—Pero necesitas hacerlo. Si estás demasiado cansado no servirás de nada.

Sí, pero ¿cómo encontrar paz esa noche? Solo era consciente del tremendo nudo que tenía en el estómago y que le provocaba náuseas.

Ojalá pudiera retroceder veinticuatro horas y no saber lo que le deparaba ese futuro…

Vane le dio un suave empujón.

—Yo me ocupo de Anya. Ve a descansar. O por lo menos adopta durante un rato tu forma animal.

Fang asintió, abatido, y luego se apartó de Anya, aunque lo único que deseaba era abrazarla durante el máximo tiempo posible. Sin embargo, Vane tenía razón. Necesitaba pasar un tiempo en su verdadera forma.

Y también necesitaba algún tipo de consuelo. Algo que apaciguara el dolor aunque solo fuera por un nanosegundo.

Aimée se despertó de repente; sentía un dolor punzante. Era la misma sensación que experimentaba cada vez que Wren o uno de sus hermanos corría peligro.

Pero en esa ocasión se trataba de Fang. Podía sentirlo como si estuviera en la habitación, a su lado.

Una ansiedad asfixiante le oprimía el pecho. La necesidad de localizarlo de inmediato y asegurarse de que estaba bien.

¿Qué había pasado?

Cerró los ojos y lo encontró. Tumbado boca abajo en su forma animal. No estaba herido, pero algo en él parecía roto. Sufría.

Antes de darse cuenta de lo que había hecho, apareció a su lado… vestida únicamente con su camisón.

—¿Fang?

Fang se quedó helado al escuchar la dulce voz de Aimée. Abrió los ojos y la vio arrodillada junto a él.

—¿Qué haces aquí?

—No… no lo sé. Solo he presentido que necesitabas a alguien.

Fang frunció el ceño, deseaba decirle que se marchara. Que se alejara de él todo lo posible.

Hasta que Aimée le colocó una delicada mano en el cuello.

Siempre había detestado que le tocaran el cuello. Ni siquiera Anya podía acariciarlo cuando estaba en forma de lobo. No lo soportaba.

Sin embargo, el contacto de Aimée lo tranquilizaba. Hundió la mano en el pelaje, la acercó a la oreja, y la acarició con dos dedos. Sin poder evitarlo, Fang se acercó más a ella.

—¿Qué ha pasado?

Se quedó sin aliento al pensar en Anya.

La pareja de mi hermana ha muerto y están vinculados.

—¿Tu hermana? ¿La que está preñada?

Asintió con la cabeza.

—Ay, cariño… lo siento mucho.

«Lo siento mucho»… Qué frase más inútil, pronunciada por la fuerza de la costumbre. Odiaba a la gente que la decía sin tener ni idea de lo que significaba de verdad. Sin tener ni idea del dolor que lo quemaba por dentro por la pérdida inminente, una pérdida que ni todo el consuelo del mundo podría aliviar. ¿Cómo iba a seguir viviendo sin su hermana?

Tú tienes a tu familia. No tienes ni idea de

—Eso no es cierto —lo interrumpió ella, aferrándolo con más fuerza—. He perdido a dos hermanos y a una de sus parejas. Sé exactamente lo duro que es y lo que duele. Sé cómo es esa angustia que el tiempo no puede curar. No pasa un día sin que me acuerde de ellos y de cómo murieron. Así que no me hables en ese tono, colega. Porque no pienso tolerarlo.

Fang adoptó forma humana y la abrazó.

—Lo siento, Aimée. No lo sabía.

Aimée le devolvió el abrazo mientras contenía las lágrimas que le anegaban los ojos; cada vez que recordaba a Bastien y a Gilbert le pasaba lo mismo.

Lo peor de todo era que habían muerto por su culpa. Porque había compartido sus poderes con ellos, para mostrarles dónde se encontraban sus enemigos. Los habían perseguido para protegerla a ella. ¡Qué culpable se sentía! En momentos como ese el dolor era insoportable.

Sin embargo, la vida continuaba, con cada doloroso latido.

—No pasa nada —susurró, aunque eso no era cierto. Pasaba algo muy grave cuando se perdía a un ser querido. La vida era brutal, dura y fría. Ella lo sabía mejor que nadie.

Los bruscos cambios de humor de su madre eran una buena prueba. Acogía y protegía a cualquiera que fuese leal a su clan, pero era capaz de matar sin pensárselo a cualquiera sospechoso de traición…, de ahí su odio antinatural hacia Wren.

Y era muy rencorosa. Si bien la quería, Aimée veía en los ojos de su madre que la seguía culpando de todo, aunque solo era un cachorro cuando sus hermanos murieron.

Aimée suspiró.

—Como suele decir Wren, tarde o temprano la vida nos convierte a todos en víctimas.

—¿Wren?

—El tigardo a quien me ayudaste a salvar. Tiene una visión muy pesimista de casi todo, pero creo que en esto tiene razón. Somos víctimas.

Fang meneó la cabeza.

—Me niego a ser una víctima. Nunca lo seré… pero no termino de creerme que vaya a perderla y que no pueda hacer nada para evitarlo.

—Al menos tú podrás despedirte. Mis hermanos se fueron en un instante. No hubo tiempo de nada, ni siquiera de llorarlos.

Fang se sorprendió al darse cuenta de lo mucho que Aimée lo reconfortaba. Estaban compartiendo su dolor y…

¿Qué haces?, se preguntó.

Estaba abriéndose a ella y no tenía ni idea del motivo. No confiaba en nadie, mucho menos en desconocidos. Despreciaba el consuelo, siempre lo había hecho.

Sin embargo, no quería separarse de ella. Quería quedarse así un rato más. Que Aimée lo acariciara y calmara el dolor de su corazón.

Aimée se apartó de él para mirar algo que había en el suelo. Se inclinó y cogió el trocito de tela que Stefan había arrancado a uno de los arcadios que les habían atacado. El lobo lo había traído de vuelta al campamento para inspeccionarlo, y Vane se lo había llevado después para echarle un vistazo. Por desgracia, el olor estaba tan contaminado que no merecía la pena ni que intentaran rastrearlo.

Lo examinó con el ceño fruncido.

Fang también frunció el ceño.

—¿Qué pasa?

—Conozco esta tela. Es de un uniforme de una partida de caza.

A Fang el corazón le dio un vuelco.

—¿Cómo que lo conoces?

Aimée cerró los ojos para usar sus poderes y una serie de imágenes aparecieron en su mente. Vio a lobos peleando, los escuchó gruñir y morder. Vio a los arcadios que los atacaron. Sin embargo, un rostro estaba más claro que los demás.

Era una cara que conocía a la perfección.

—Es de Stone.

Fang ladeó la cabeza.

—¿Stone? ¿De qué me suena ese nombre?

—Es el lobo contra el que luchamos en el callejón trasero del Santuario.

Fang se quedó sin aliento, como si lo hubiera golpeado en el pecho.

—¿Qué?

—Es el lobo a quien…

—No. —Fang meneó la cabeza con incredulidad mientras esas palabras le destrozaban el alma. ¿Qué había hecho?—. ¡Por todos los dioses! Yo he matado a mi hermana.