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—No te metas, Fang —masculló Vane.

Hirviendo de furia, Fang miró con los ojos entrecerrados a los centinelas que rodeaban a Aimée.

—Hay una hembra amenazada.

—No es de los nuestros y necesitamos que los osos estén de nuestro lado. Si te saltas las leyes que el Omegrion dicta para los santuarios, no nos ayudarán. Jamás. Se negarán a ayudar a Anya.

Fang encontró razonables las palabras de Vane y estaba dispuesto a acatarlas. Su hermana era lo más importante en…

Hasta que vio el puñal.

Vane soltó un reniego al verlo también. Aunque tuvieran que pensar en Anya, eran incapaces de pasar esa amenaza por alto, y dado que los osos parecían estar en un buen marrón…

Los ojos verdosos de Vane se clavaron en los de Fang.

—Yo me encargo del gilipollas que está enfrente, tú ocúpate del que retiene a la mujer.

Fury agachó la cabeza, accediendo a su disparatada decisión.

—Os cubrimos las espaldas.

Vane inclinó la cabeza y a continuación se teletransportó hasta el lugar de la pelea.

Aimée consideró las consecuencias de darle un cabezazo al chacal que la sujetaba. Sin embargo, el puñal seguía pegado a su garganta, de modo que no lo hizo. Se cortaría la yugular con solo intentarlo. Miró a sus hermanos y a su padre, que se mantenían alejados, sin moverse por temor a causarle daño.

Se le llenaron los ojos de lágrimas por la frustración. No soportaba quedarse de brazos cruzados, indefensa. La osa que llevaba dentro quería saborear la sangre del chacal le costara lo que le costase. Incluida la muerte. Sin embargo, su mitad humana sabía que no debía hacerlo.

No merecía la pena.

El chacal la agarró del pelo y presionó el puñal todavía más.

—Decidnos dónde está Constantine. ¡Ahora! O correrán ríos de sangre.

Su padre abrió la boca, pero antes de que pudiera hablar, algo apartó el cuchillo que tenía en el cuello.

Aimée gritó un taco cuando alguien le tiró del pelo y la obligó a echar la cabeza hacia atrás. Perdió el equilibrio y cayó de bruces al suelo. Comenzaron a oírse golpetazos a su alrededor a medida que los chacales iban cayendo rápida y dolorosamente a manos de los lobos. Se frotó la garganta allí donde había tenido el puñal y miró al chacal que la había retenido.

Fang lo tenía bien sujeto y estaba estampándole una y otra vez la cabeza contra el suelo con todas sus fuerzas. Era como si lo hubiera poseído algo que exigía que matara al chacal con sus propias manos.

Ambos estaban cubiertos de sangre.

—¡Fang! —gritó Vane al tiempo que lo apartaba—. Está fuera de combate.

Con un gruñido, Fang se puso en pie y asestó una patada en las costillas al chacal.

—Cabrón cobarde. Amenazar a una mujer con un cuchillo… —Hizo ademán de golpearlo de nuevo, pero Vane se lo impidió.

—¡Ya vale!

Fang se zafó de su hermano y miró a Aimée con una expresión tan angustiada y atormentada que la dejó sin aliento. ¿Qué demonio había clavado las garras en su alma? Algo trágico se escondía detrás de tanto dolor.

Era la única explicación.

Fang se volvió de nuevo hacia el chacal.

Vane extendió los brazos y lo agarró.

—Está fuera de combate. Para ya.

Con un gruñido muy característico de los lobos, Fang echó a andar, alejándose de su hermano.

—Os espero fuera.

Antes de que Vane pudiera evitarlo, de camino a la puerta asestó otra patada en la cabeza del chacal.

Fury se echó a reír al verlo y retorció el brazo al chacal que sujetaba.

—Debería partírselo en dos. Puede que tu día no mejorase, pero a mí me lo alegraría muchísimo.

Vane meneó la cabeza ante la actitud de Fang y las palabras de Fury. Se volvió hacia Papá Peltier y se acercó muy despacio a los osos.

—Siento haber roto la paz. —Ofreció dinero a Dev—. Nos iremos y no volveremos nunca.

Papá Peltier rechazó el dinero.

—No tenéis por qué. Habéis salvado a mi hija. Os agradezco lo que habéis hecho. Mientras tengamos refugio, vosotros también lo tendréis. —Era el mayor honor que un katagario o un arcadio podía concederle a otro. Era una costumbre muy antigua, la más antigua de su gente, y solo se ofrecía a otras especies como señal de amistad eterna.

No, más bien era una señal de fraternidad.

Vane se sintió abrumado.

Aimée observó cómo su familia se llevaba a los chacales, sin duda para darles un castigo muchísimo más duro pero lejos de las miradas humanas.

—¿Estás bien? —le preguntó Rémi al tiempo que la ayudaba a ponerse en pie.

Ella asintió.

Su hermano fulminó al chacal al que Fang había dado una paliza, que seguía en el suelo en medio de un charco de sangre.

—Genial, porque voy a despellejar a ese chacal cuando se despierte.

Aimée cruzó los brazos por delante del pecho.

—Creo que el lobo ya lo ha hecho.

—Sí, pero no ha sido suficiente. Voy a darle unos cuantos toquecitos de los míos en la cabeza. Va a tener pesadillas con osos el resto de su vida… que tal vez sea muchísimo más corta de lo que creía.

En circunstancias normales, Aimée le habría cantado las cuarenta a su hermano, pero en ese preciso momento estaba tan alterada como los demás. Era muy raro que alguien pudiera pillar desprevenidos a los miembros de su familia, sobre todo a Dev, que era un luchador reconocido. En todos esos siglos nunca había visto que un oponente consiguiera inmovilizarlo.

Darles una paliza a los chacales podría servir para que la situación no volviera a repetirse nunca.

—¿Qué pasa con los humanos?

Su padre señaló con la barbilla a un rubio alto que se estaba moviendo entre la multitud.

—Max les está borrando la memoria. Por eso no han gritado ni se han movido cuando los chacales te atacaron. Vio que había problemas y se materializó entre ellos.

Aimée soltó un suspiro aliviado. Maxis era un dragón que tenía la habilidad de reemplazar los recuerdos de los humanos. Ese era uno de los motivos por los que lo habían aceptado en el Santuario aunque era difícil acomodar su enorme forma de dragón. Sus poderes eran muy útiles en situaciones como esa, ya que evitaban tener que matar a los humanos que presenciaban cosas de las que no debían saber nada.

—¿No deberíamos ir en busca de Fang? —le preguntó Keegan a Vane cuando echaron a andar.

—Será mejor que se calme antes. No nos conviene que empiece otra pelea.

Aimée le tendió una mano a Vane.

—Gracias por la ayuda. Os lo agradezco muchísimo.

Vane le estrechó la mano con delicadeza.

—No hay de qué.

Aimée lo miró con una sonrisa y señaló la cocina con un pulgar.

—Voy a llevar vuestras comandas a la cocina. Las tendréis enseguida.

Su padre se despidió de Vane con una inclinación de cabeza.

—Y no os preocupéis, invita la casa. Si necesitáis algo, solo tenéis que decírnoslo.

—Gracias —dijo Vane mientras regresaba con sus lobos a la mesa.

Dev la miró con una sonrisa.

—Sin que sirva de precedente con respecto a los cánidos, creo que ese grupo me gusta.

Aimée no replicó y se marchó a la cocina, donde su madre esperaba.

Con expresión seria, Nicolette se apartó para dejarla pasar.

—Constantine está en el Omegrion en calidad de Gran Regis de los Chacalos Arcadios. No lo conozco muy bien, pero creo que deberíamos buscarlo para decirle dónde están retenidos sus amigos… para equilibrar la situación, dado que están tan empeñados en dar con él.

Era la forma sutil de su madre de decir que quería a los chacales muertos y poder justificar esas muertes ante el Omegrion en el caso de que alguien la interrogara. Al fin y al cabo, si los chacales estaban buscando a Constantine con tanta ferocidad, era justo ponerlo sobre aviso.

Aimée podría haberle dicho que era una sentencia muy dura, pero después de lo que le habían hecho los chacales, se encontraba de un humor tan benevolente como su madre.

—Estoy segura de que Dev se puede encargar de eso.

Los ojos de Nicolette se ensombrecieron.

—Nadie amenaza a mis oseznos. ¿Estás bien de verdad, chérie?

—Estoy bien, maman. Gracias a los lobos.

Su madre le dio unas palmaditas en el brazo y regresó a su despacho.

Aimée se acercó a la balda donde ya la esperaba un chuletón crudo. Les entregó las comandas a los cocineros, cogió el plato y después agarró una cerveza para Fang al pasar junto a la barra.

—Vuelvo en un momento.

Su hermano mayor, Zar, muy parecido a Dev aunque un poco más alto y corpulento, y con el pelo corto, la detuvo.

—¿Estás bien?

A esas alturas, la pregunta comenzaba a cansarla. No era una muñequita de porcelana que pudiera romperse con el mínimo roce. Era una osa y poseía la fuerza y la habilidad inherentes a su especie. Su familia, sin embargo, solía olvidarse de ese detalle.

—Estoy un poco nerviosa y muy cabreada. No me gusta que me sorprendan como han hecho los chacales. Pero ya estoy bien.

En el mentón de su hermano apareció un tic nervioso, síntoma de la rabia que mantenía oculta tras esa fachada de tranquilidad.

—Siento que no pudiéramos llegar hasta ti más rápido.

Esas palabras le provocaron un enorme tormento, pues removieron recuerdos que prefería olvidar.

—De verdad, Zar, no pasa nada. Prefiero que me amenacen a que os hagan daño. —De nuevo. No pronunció esas dos palabras y vio que sus dolorosos recuerdos se reflejaban en la mirada atormentada de su hermano.

Era un pasado del que nunca hablaban pero que los había herido a todos.

—Te quiero, Zar.

Su hermano le regaló una sonrisa tristona y se alejó para seguir atendiendo la barra.

Aimée salió por la puerta trasera al callejón y cruzó la calle para llegar hasta el lugar donde Fang estaba sentado en la acera, esperando a los demás. Su expresión preocupada le hizo pensar en un niño perdido. Un detalle que desentonaba con el aura poderosa que lo rodeaba y con la habilidad que había demostrado para dejar fuera de combate a su atacante sin que ella sufriera ni un rasguño. Su velocidad y su fuerza no tenían parangón, incluso daban miedo.

Aunque sin duda había usado sus poderes para limpiar la sangre de su ropa, Aimée recordaba muy bien la paliza que le había dado al chacal.

Sin embargo, lo que más la sorprendía era que esa demostración de violencia no la repelía. En circunstancias normales semejante ensañamiento la habría obligado a ponerlo de patitas en la calle.

Claro que había tenido un puñal en el cuello. De hecho, le habría encantado darle unas cuantas patadas al chacal. Sí, seguramente fuera por eso. Le estaba demasiado agradecida para enfadarse por sus actos.

Fang se puso en pie de un salto nada más verla.

Por algún motivo que no entendía, de repente Aimée se sintió nerviosa y tímida. Incluso insegura.

Qué raro en ella. Siempre se había mostrado fría y distante con los hombres, sobre todo si eran de otra especie. Pero con Fang…

Había algo distinto.

Fang tragó saliva al ver que Aimée se detenía para cruzar la calle. Era muchísimo más guapa a la luz del día de lo que le había parecido en el club en penumbra. La luz del sol arrancaba reflejos a su pelo haciendo que pareciera oro bruñido; le ardían las manos por el deseo de acariciarlo. Debía de estar congelada, porque solo llevaba la fina camiseta del Santuario.

Se quitó la chupa de cuero mientras ella se dirigía hacia él.

—Quería volver a darte las gracias —dijo ella en voz baja y dulce. Cuando él le colocó la chupa sobre los delgados hombros, Aimée frunció el ceño.

Fang agachó la cabeza con timidez al darse cuenta de lo que la había molestado.

—Sé que huelo a lobo, pero hace demasiado frío para que estés con los brazos al aire.

Ella le miró los brazos desnudos y frunció el ceño un poco más.

—Tú también llevas una camiseta de manga corta.

—Sí, pero yo estoy acostumbrado a estar a la intemperie. —Cogió el plato que le había llevado—. Supongo que esto quiere decir que no he conseguido que nos prohíban la entrada después de todo.

Aimée sonrió, enseñándole un atractivo hoyuelo que le encantaría besar.

—Al contrario. Cualquier persona que luche por nosotros siempre será bien recibida en el Santuario.

Con una expresión más relajada, Fang asintió.

—Me alegro —dijo—. Ya me veía aguantando las gili… las tonterías de Vane durante siglos.

Aimée contuvo una carcajada. Ver que se corregía para no soltar una palabrota delante de ella era un gesto dulce y tierno, además de inesperado.

—No eres como el resto de los lobos, ¿verdad?

Fang dio un trago a la cerveza.

—¿A qué te refieres?

—Nunca he estado con lobos tan…

Enarcó una ceja como si la estuviera retando a que lo insultara.

—Educados.

Fang soltó una carcajada, un sonido cálido y vibrante carente de burla. La expresión suavizó sus facciones y aumentó su atractivo y su misterio. Por alguna razón, Aimée era incapaz de apartar la mirada de sus poderosos brazos, cuyos músculos se flexionaban y relajaban al menor movimiento. Tenía los mejores bíceps que había visto en la vida.

—Eso es cosa de nuestra hermana —dijo él después de tragar un bocado de carne—. Tiene unas reglas estrictas, y Vane nos obliga a cumplirlas para tenerla contenta.

—Pero no te gustan. —Había percibido un deje extraño en su voz.

Fang no contestó; se limitó a cortar un trozo de chuletón.

—¿Quieres comer dentro con el resto? —preguntó Aimée.

—No. No me gusta estar encerrado, y además no soporto a la mayoría de ellos. —Señaló con la cabeza hacia la puerta, con dos hojas batientes al estilo de un antiguo salón del oeste, donde Dev montaba guardia—. Creo que deberías volver. Estoy seguro de que a tu hermano no le hace gracia que estés aquí fuera relacionándote con un perro.

—No eres un perro —protestó ella con énfasis, sorprendida por el hecho de que lo dijera convencida. Ni siquiera hacía una hora que había sido la primera en insultar de esa manera a su manada y a él.

Sin embargo, en ese momento…

No era como los demás y ardía en deseos de quedarse fuera con él.

Vete, Aimée, se ordenó.

Retrocedió un paso y entonces se acordó de que llevaba su chupa. Se la quitó y la sostuvo en alto para que él la cogiera.

—Una vez más, gracias.

Fang sintió un nudo en la garganta mientras la veía cruzar la calle y entrar en el bar. Al llevarse la chupa al pecho, el aroma de Aimée lo asaltó con tanta fuerza que sintió deseos de aullar. En cambio, enterró la cara en el cuello, donde se concentraba más su olor. Aspiró y sintió que se le ponía dura de un modo que solo le había pasado con otra mujer…

Dio un respingo cuando los recuerdos lo asaltaron.

Aunque no estaban emparejados, Stephanie lo fue todo para él.

Y había muerto en sus brazos a consecuencia de un ataque brutal.

Ese recuerdo extinguió su deseo y lo devolvió de golpe al presente y a la cruda realidad de lo peligrosa que era su existencia. Por eso el chacal tenía suerte de seguir con vida. Solo había una cosa que Fang no soportaba, y era ver que amenazaban a una mujer, o que le hacían daño.

Cualquier criatura lo bastante cobarde para avasallar a una mujer se merecía la peor de las muertes. Y si recibía el castigo de su propia mano, mejor que mejor.

Volvió a ponerse la chupa, cogió el plato y siguió comiendo.

En cuanto terminó, llevó el plato y la botella vacía a Dev, que le agradeció una vez más haber salvado a Aimée.

—¿Sabes?, para ser un lobo, no apestas mucho.

Fang resopló.

—Y tú no eres tan insoportable para ser un oso.

Dev soltó una carcajada alegre.

—¿Vas a entrar?

—No. Prefiero quedarme fuera y congelarme.

—Claro. Yo también prefiero el aire libre. Ahí dentro hay un ambiente demasiado humano para mí.

Fang inclinó la cabeza, sorprendido por el hecho de que el oso lo entendiera. Anya había conseguido humanizarlo un poco, y le bastaba con eso. Se metió las manos en los bolsillos y regresó junto a las motos para esperar.

Aimée se dirigió a la entrada al escuchar los insistentes gruñidos de Dev a través del auricular que llevaba en la oreja. De hecho, todo el personal llevaba uno para que los katagarios pudieran parecer más humanos cuando usaban sus poderes para comunicarse.

—¿Qué pasa? —le soltó al llegar a la puerta.

Su hermano le dio el plato y la botella vacía.

—Ah. —Dio un paso al frente para cogerlos. Sin querer, su mirada se desvió hacia Fang, que volvía a estar sentado en el suelo, se abrazaba las piernas y tenía la espalda apoyada en un antiguo poste para atar a los caballos.

Había algo muy feroz y masculino en aquella pose. Algo que consiguió que se le acelerase el corazón.

«No es de tu misma especie, tía…»

Sin embargo, a sus hormonas eso les daba igual. El que era guapo, lo era con independencia de su raza o de su especie.

Sí, era eso a lo que reaccionaba. Al hecho de que fuera un espécimen excepcional de anatomía masculina.

—¿Pasa algo?

Aimée parpadeó y miró a su hermano, que la estaba observando.

—No, ¿por qué?

—No sé. Has puesto una cara de tontorrona que no te había visto en la vida.

Resopló, disgustada.

—No es verdad.

A lo que su hermano respondió con otro resoplido.

—Ya te digo yo que sí. Mírate en un espejo y lo verás. Da miedo. Yo que tú no dejaría que maman la viera.

Aimée puso los ojos en blanco.

—¿Y me lo dice el mismo oso que ha dejado que un chacal le patee el culo?

Los ojos de su hermano relampaguearon.

—Me preocupaba el puñal que tenías en el cuello.

Ella soltó una carcajada.

—Te tenían boca abajo en el suelo antes de que me atraparan a mí.

Dev iba a enzarzarse en una discusión pero cerró la boca. A continuación, miró a su alrededor, como si le diera miedo que alguien la hubiera escuchado.

—¿Crees que alguien más recuerda esa parte?

—Depende. —Aimée lo miró con expresión calculadora—. ¿Cuánto vas a pagarme por respaldar tu versión?

Dev la miró rezumando encanto y dulzura.

—Te pago con amor, hermanita del alma. Siempre.

Sus palabras la hicieron reír.

—El amor no paga el alquiler, cariño. Eso solo lo hace el vil metal.

Dev jadeó y puso una expresión ofendidísima al tiempo que se llevaba la mano al corazón, como si lo hubiera herido.

—¿De verdad vas a volverte una mercenaria con tu hermano mayor preferido?

—No, jamás le haría eso a Alain.

—¡Uf, eso ha dolido! —Dev meneó la mano como si se la hubiera quemado—. La osezna tiene ovarios.

Con una carcajada, Aimée se acercó para darle un rápido abrazo.

—No te preocupes, hermano, tu secreto está a salvo conmigo siempre que no me toques demasiado las narices.

Dev la abrazó con fuerza contra su cuerpo.

—Sabes que te quiero, hermanita.

—Yo también te quiero.

Y era verdad. Pese a sus desavenencias y a sus discusiones, su familia lo era todo para ella. Se apartó de Dev y miró por última vez a Fang. Probablemente no volviera a verlo en la vida. Era algo muy habitual en su clientela, pero por algún extraño motivo en esa ocasión ese pensamiento le provocaba un dolor inmenso.

«He perdido las últimas tres neuronas que me quedaban… Osa, vuelve al trabajo y olvídate de él.»

Fang se puso en pie cuando vio que la manada salía del bar. Vane fue el primero en llegar hasta él.

—Toma. —Le devolvió la mochila y una bolsa con algo dulce y especiado—. La osa quería asegurarse de que se lo darías a Anya. Dijo que dentro también había algo para ti.

Eso lo sorprendió muchísimo. Nunca nadie le había regalado nada.

—¿Para mí?

Vane se encogió de hombros.

—No comprendo los procesos mentales de los osos. De hecho, casi nunca comprendo los nuestros…

Fang tenía que darle la razón, porque él tampoco los comprendía. Metió la bolsa en la mochila mientras los demás lobos se montaban en sus motos y se marchaban. Guardaron silencio durante el camino de regreso al pantano donde habían acampado para que sus hembras dieran a luz a los cachorros protegidas y en paz.

En cuanto llegaron, su padre salió a su encuentro en forma de lobo. Markus adoptó forma humana solo para poder mirarlos con desdén.

—¿Por qué habéis tardado tanto, niñas?

Cuando Fang abrió la boca dispuesto a replicarle como se merecía, Vane lo fulminó con la mirada para que se callase.

—Me he pasado por la clínica en busca del teléfono de contacto por si alguna de nuestras mujeres necesitara ayuda.

Markus hizo una mueca. Aunque los hubiera mandado él, tenía que comportarse como un gilipollas.

—En mis tiempos dejábamos que las lobas que eran incapaces de parir a nuestros cachorros murieran.

Fang resopló.

—Pues menos mal que estamos en el siglo XXI y no en la Edad Media, ¿no?

Vane meneó la cabeza mientras su padre gruñía a Fang como si estuviera a punto de atacarlo.

En esa ocasión Fang se negó a amilanarse.

—Adelante, hombre. —Sabía que ese apelativo enfurecería a su padre, pues los katagarios despreciaban su mitad humana—. Atrévete y te arrancaré la garganta para que esta manada entre en una nueva era de liderazgo.

El deseo de Markus de continuar la discusión era evidente, pero sabía perfectamente a qué se exponía. En una pelea, Fang ganaría.

Su padre ya no era el mismo lobo que mató a su propio hermano para ser el regis de su manada. La edad lo había debilitado y sabía que no le quedaban muchos años hasta que Fang o Vane se hicieran con el poder.

De una manera o de otra.

Fang prefería que fuese sobre el cadáver del viejo. Sin embargo, otros métodos también le servirían.

Era otra razón por la que su padre los odiaba. Era consciente de que su edad dorada había pasado y que ellos estaban a punto de alcanzar la suya.

Markus entrecerró los ojos de forma amenazadora.

—Cachorro, algún día vas a cabrearme y tu hermano no estará presente para evitar que te mate. Y cuando ese día llegue, rezarás para salvarte.

Fang lo miró con expresión maliciosa.

—No necesito que nadie me proteja. No hay un solo lobo aquí al que no pueda darle una paliza. Lo sabes muy bien. Yo también lo sé. Sin embargo, lo más importante es que todos ellos lo saben.

Vane enarcó una ceja al escucharlo, como si lo retara a demostrar esas palabras.

Fang le regaló una sonrisa maliciosa.

—Tú no cuentas, hermano. Eres demasiado listo para intentarlo siquiera.

Markus los miró con un rictus de desprecio en los labios.

—Me dais asco los dos.

Fang resopló.

—Esa es mi razón para vivir… padre. —No se resistió a usar el apelativo que sabía muy bien que enfurecía al viejo capullo—. Tu asco es como la leche materna para mí.

Markus adoptó forma de lobo y se alejó.

Vane miró a su hermano.

—¿Por qué lo haces?

—¿El qué?

—Cabrear a todo aquel con quien te cruzas. Por una sola vez, una sola, ¿no podrías mantener el pico cerrado?

Fang se encogió de hombros.

—Es un don.

—Pues ya podrías tener otro, la verdad.

Fang soltó un suspiro irritado por el tema tan cansino que oía desde hacía trescientos años. Él no era de los que se callaban. De hecho, siempre repartía en la misma medida que recibía, incluso más.

—Es mejor ir a contracorriente. Y no seas tan quisquilloso. —Se dio la vuelta y se dirigió a la parte externa del campamento, donde Anya había acampado con su compañero, Orian.

Fang siempre tenía que morderse la lengua cuando estaba con ellos. Odiaba al lobo que las Moiras habían escogido para su hermana. Se merecía a alguien mucho mejor que ese idiota, pero por desgracia eso escapaba a su control. Las Moiras escogían a sus parejas y ellos podían someterse a la elección o rechazarla, pero en ese caso el macho viviría impotente para siempre y la mujer sería infértil.

Para salvar la especie, la mayoría aceptaba a la pareja, por espantosa que fuera, que las Moiras se dignaban elegir. En el caso de sus padres, su madre se había negado a completar el ritual, de modo que su padre era impotente y estaba cabreado a todas horas.

Claro que Fang no podía culparlo. Seguramente él también estaría insoportable si llevara siglos sin sexo. Pero eso era lo único que comprendía del comportamiento de su padre. El resto de ese lobo era un absoluto misterio para él.

Por suerte, la pareja de Anya no se encontraba con ella. Su hermana estaba tumbada en la hierba, bañada por el sol poniente, con los ojos entrecerrados mientras una suave brisa agitaba su pelaje blanco. Tenía el vientre hinchado y Fang veía con claridad cómo los cachorros se movían en su interior.

Era bastante desagradable, pero no pensaba decirle eso y ofenderla.

Has vuelto.

Fang sonrió al escuchar la voz de su hermana en su mente.

—Pues sí y te he… —Le tendió la bolsa.

Anya se incorporó de un salto y se acercó a él.

—¿Qué has traído? —Olisqueó la bolsa como si pudiera averiguar lo que contenía con el olfato.

Fang se sentó y abrió la bolsa para ver qué les había dado Aimée. En cuanto lo hizo, el pulso se le disparó. Había metido dos chuletones, baklava, beignets y galletas. También había una notita en el fondo.

Sacó las galletas y se las dio a Anya mientras él leía la elegante caligrafía de Aimée.

Muchísimas gracias por lo que has hecho; espero que tu hermana disfrute de la comida. Los hermanos como tú son un tesoro. Cuando necesites un buen chuletón, ya sabes dónde encontrarnos.

No sabía por qué una nota tan breve y tan inofensiva lo conmovía, pero así era. Fue incapaz de pensar en Aimée sin sonreír.

Deja de comportarte como un imbécil, se ordenó.

Sí, definitivamente le pasaba algo. A lo mejor debería ir a ver a uno de esos psiquiatras para mascotas o algo así. O que Vane le diera una buena patada en los cuartos traseros.

—¿Huelo a oso?

Se guardó la nota en el bolsillo.

—Es del personal del Santuario.

Anya meneó la cabeza y estornudó.

—¡Uf! Cómo apestan.

Fang no podía darle la razón. Él no notaba el olor a oso, solo olía a Aimée, y era un olor maravilloso.

—Ellos seguramente piensan lo mismo de nosotros.

Anya se detuvo para mirarlo.

—¿Qué has dicho?

Fang carraspeó al darse cuenta de lo raro que resultaba que él defendiera a otras especies.

—Nada.

Anya le lamió los dedos cuando le dio más galletas.

Una sombra cayó sobre ellos. Al levantar la vista, vio que Vane estaba de pie mirándolos con expresión seria.

—¿Eso no debería estar haciéndolo su pareja?

Fang se encogió de hombros.

—Siempre ha sido un cabrón egoísta.

Anya le mordió los dedos con fuerza.

Cuidado, hermano, estás hablando del padre de mis cachorros.

Fang resopló ante su tono protector.

—A quien eligieron un trío de zorras medio locas que… ¡Ay! —Se levantó de un salto cuando Anya le clavó los colmillos en la parte más blanda de la mano. Soltó un taco al ver la sangre brotar de la herida.

Su hermana lo miró con los ojos entrecerrados.

Te repito que es mi pareja. Y como tal vas a respetarlo.

Vane le dio una colleja.

—Chaval, ¿es que no piensas aprender?

Fang se mordió la lengua para no contestar. Detestaba que lo tratasen como si fuera un primo lejano tarado. Como si su opinión no importase. Cada vez que abría la boca, uno de los dos le decía que volviera a cerrarla.

A decir verdad, estaba harto de cómo lo trataban. Lo veían como a un matón musculoso al que necesitaban para sus fines. Un arma cargada útil contra sus enemigos. El resto del tiempo querían que se quedase guardadito en un cajón, callado y sin molestar.

Que les dieran a los dos.

Se convirtió en lobo y se alejó antes de decir algo de lo que todos se arrepentirían.

Pero algún día…

Algún día les dejaría bien claro lo harto que estaba de ser el omega de la manada.

Aimée se detuvo junto a la mesa donde habían estado los lobos. En el rincón vio unas gafas de sol olvidadas. Se agachó para recogerlas y captó el olor de su dueño.

Fang.

Una trémula sonrisa apareció en sus labios mientras recordaba a Fang recostado en su silla. Relajado y letal.

—¿Qué es eso?

Dio un respingo al escuchar a Wren justo a su espalda. Lo miró por encima del hombro y sonrió al joven tigardo. Guapo y delgado, sus largas rastas rubias adornadas con cuentas le cubrían los ojos, ocultándoselos al mundo. Ella era una de las pocas personas a las que hablaba.

Sostuvo las gafas en alto para que Wren pudiera verlas.

—Se las ha dejado uno de los lobos.

El tigardo se rascó el mentón, con una barba de varios días.

—¿Quieres que lo lleve a objetos perdidos?

—No te preocupes, ya lo hago yo.

Wren asintió y fue a limpiar otra mesa.

Aimée cerró los ojos y sujetó las gafas con fuerza. Al hacerlo, vio una imagen perfecta de Fang en forma de lobo corriendo por el pantano.

Alguien estornudó.

Dio un respingo y miró a su alrededor, temerosa de que la hubieran pillado utilizando un poder que nadie sabía que poseía. Era algo que solo los aristos más poderosos eran capaces de hacer, y el hecho de que ella pudiera…

Representaba más un peligro que un don.

Y era un poder que ya le había costado la vida a dos de sus hermanos. Esa era razón suficiente para que nadie se enterase de lo que podía hacer.

Sin embargo, ese día ese poder no la asustaba. Le permitiría encontrar a Fang y devolverle lo que era suyo. Miró su reloj.

En media hora podría tomarse un descanso y saldría a buscar al lobo…

Aimée se detuvo junto al ciprés que crecía sobre el agua y que se alzaba hacia el cielo con su tronco retorcido. El sol poniente creaba un halo alrededor de las ramas, confiriéndole un aspecto majestuoso al tiempo que delineaba su reflejo sobre el agua oscura. Era espeluznante y hermoso. Cautivador.

Aunque llevaban viviendo en Nueva Orleans más de un siglo, nunca había pasado mucho tiempo en los pantanos. Se le había olvidado lo hermosos que podían ser.

Sonrió y con sus poderes hizo aparecer una cámara de fotos para fotografiar esa imagen. Le encantaba capturar la naturaleza en sus formas más puras.

Ensimismada por completo en la complejidad de la luz que envolvía el árbol, dejó de prestar atención a su entorno. El mundo se quedó en un segundo plano cuando ella comenzó a trazar un amplio círculo en busca del mejor ángulo para la cámara.

Las aguas pantanosas se agitaron alrededor de sus pies mientras se movía. Con el rabillo del ojo vio que un pájaro alzaba el vuelo. Se volvió para capturarlo, pero al hacerlo oyó algo…

Un gruñido ronco y feroz.

Antes de que pudiera reaccionar, la atacó un lobo.