… a la tarde del 5 de junio del 1682 se presentó ante la ciudad en pie de guerra una Armada angloholandesa de tal porte que Cádiz se dio por perdida y en otra destrucción como la que, a iguales manos, sufriera ochenta y seis años atrás.

A falta de naves y tropas se arbitraron recursos cual el de replegar a los caños y al fondo de la bahía los navios disponibles, que, cubiertos por los tiros del Castillo del Puntal y el de otros baluartes de la opuesta orilla, hicieron tres salidas sobre el ala izquierda de la flota asaltante, con mucho daño para ella y poco para nuestras naos, de vuelta en seguida a sus refugios. En Cádiz se discurrieron esfuerzos desusados, se armó al pueblo como mejor se pudo, muchachos y mujeres voluntarias allegaron municiones y víveres, y hasta se sacaron los presos a defensa para fuerza de choque, trayéndose, aun los encadenados, desde todos los penales de la bahía.

El día 6, codo a codo con mosqueteros y artilleros y en delantera línea de fuego, batiéronse muy bizarramente esos cautivos en estas murallas insignes, cayendo los más a las primeras embestidas del enemigo; pero con el denuedo de todos y la entereza de sus nuevas fortificaciones, salió adelante la ciudad.

Otras dos jornadas, menos sus noches, costó rechazar el ataque, resuelto para las banderas de España en una victoria tan pregonada como efímera. A primera hora de la tarde del 7, entraron a socorro fuerzas de Málaga y Huelva, más tranquilizadoras ya que necesarias; el 8, aún no bien aclarada la luz del alba, mandó levantar anclas el almirante Blackstone, aquél que tantos años tuvo por cimientos de su morada las olas y, por abrigo, las tempestades.