Joyce O’Neal Rafferty sintió todo su cansancio acumulado mientras se encaminaba a la residencia. Sean, su bebé, se había pasado toda la noche despierto; luego habían tenido que esperar tres horas en la antesala del pediatra hasta que por fin los atendieron. Después Mike había dejado un mensaje diciendo que tenía que trabajar por la noche, así que no podría ir al supermercado de camino a casa.
Así que, después de la visita a su madre, tendría que ir a la compra. ¡Bravo!
Joyce avanzaba por el pasillo de la residencia, con su hijo en brazos, esquivando gráficos de alimentación y un montón de sillas de ruedas. Por lo menos el bebé estaba despierto, y seguiría así por muchas horas. Manejar a un bebé enfermo y a una madre loca era mucho más de lo que ella podía hacer. Especialmente después de un día como el que había tenido.
Llamó a la puerta del cuarto de su madre y luego entró. Odell estaba sentada en la cama, hojeando una revista.
—Hola, mamá, ¿cómo te sientes? —Joyce fue hasta una silla que había junto a la ventana y se sentó.
—Estoy bien. —La sonrisa de Odell fue plácida. Sus ojos perdidos parecían de mármol oscuro.
Joyce miró su reloj. Estaría diez minutos y luego iría al supermercado a comprar algo para la cena.
—Anoche tuve una visita.
—¿Sí, mamá? —No, haría una compra grande, para toda la semana—. ¿Quién?
—Tu hermano.
—¿Teddy?
—Butch.
Joyce se puso pálida. Después decidió que su madre estaba alucinando.
—Qué bien.
—Vino cuando no había nadie. Muy de noche. Con su esposa. Ella es muy hermosa. Dijo que se iban a casar por la Iglesia. Quiero decir, ya son marido y mujer, pero en la religión de ella. Qué simpático… no sé qué será ella. ¿Tal vez luterana?
Alucinaba, definitivamente.
—Ah… ¡Qué bien! —repitió.
—Ahora él se parece a su padre.
—¿Sí? Yo pensé que era el único que no había sacado ningún rasgo de papá.
—Su padre. No el vuestro.
Joyce frunció el ceño.
—¿Perdón?
El semblante de su madre se tornó soñador. Miró a través de la ventana.
—¿Alguna vez te he hablado de la ventisca de 1969?
—Mamá, estábamos hablando de Butch…
—Nos quedamos atrapados en el hospital, todos, nosotras las enfermeras junto con los doctores. Nadie podía entrar o salir. Estuve allí durante dos días. Dios, tu padre estaba furioso por tener que atender a los niños sin mí. —Súbitamente, Odell parecía muchos años más joven, los ojos chispeantes—. Había un cirujano. Muy diferente a los demás. Era el jefe de cirugía. Era muy importante. Era… muy apuesto y diferente y muy importante. Daba miedo, también. Todavía veo sus ojos en mis sueños. —De repente, el entusiasmo se evaporó y su madre se desinfló—. Yo fui mala. Fui una mala esposa.
—Mamá… —Joyce meneó la cabeza—. ¿Qué estás diciendo?
Las lágrimas empezaron a correr por la arrugada cara de Odell.
—Yo me confesé cuando volví a casa. Y recé. Y recé mucho. Pero Dios me castigó por mis pecados. Incluso el parto… fue terrible con Butch. Casi me muero, sangré mucho. Mis otros partos fueron normales, pero el de Butch…
Joyce abrazó a Sean con fuerza. El bebé empezó a menearse en protesta. Ella aflojó su apretón y trató de apaciguarlo. Luego murmuró:
—Vamos, mamá… sigue hablando.
—La muerte de Janie fue mi castigo por ser infiel y tener un hijo con otro hombre.
Sean dejó salir un gemido. Dentro de la cabeza de Joyce empezó a crecer la horrible y terrible sospecha de que todo eso fuera cierto…
Oh, vamos, ¿qué diablos estaba pensando? Su madre estaba loca. Estaba mal de la cabeza.
Odell empezó a asentir como si respondiera a una pregunta que alguien le había hecho.
—Oh, sí, yo amo a Butch. En serio, yo lo amo más que al resto de mis hijos porque él es especial. Sin embargo, nunca se lo dije. Al fin y al cabo, yo había sido infiel a mi marido, y demostrar mi amor por Butch habría sido un insulto para él. No quise avergonzar a mi esposo… Después de todo, él no me abandonó y se quedó conmigo…
—¿Papá sabe…? —En el silencio que siguió, las cosas empezaron a ponerse en su sitio, el feo rompecabezas se armó pieza a pieza. Mierda… era verdad. Por supuesto, papá lo sabía. Por eso odiaba a Butch.
Su madre se volvió nostálgica.
—Butch está feliz con su esposa. Y es hermosa. Son el uno para el otro. Perfectos. Ella es especial, como su padre lo era. Como Butch es. Ellos son muy especiales. Fue una pena, pero no pudieron quedarse mucho tiempo. Él dijo… él dijo que había venido a decir adiós.
Odell se echó a llorar. Joyce le cogió el brazo.
—Mamá, ¿adónde se va Butch?
Su madre miró a la mano que la tocaba. Luego se encogió un poco.
—Quiero una galleta. ¿Me das una galleta?
—Mamá, mírame. ¿Adónde se va Butch? —Aunque no estaba segura de por qué, de repente eso le parecía muy importante.
Los ojos perdidos de Odell miraron a su alrededor.
—Con queso. Me gustaría una galleta. Con queso.
—Estamos hablando de Butch… Mamá, concéntrate.
El asunto era y no era sorprendente. Butch siempre había sido distinto.
—Mamá, ¿dónde está Butch?
—¿Butch? Oh, gracias por preguntar. Está muy bien… se le ve tan feliz. Estoy muy contenta de que se haya casado. —Su madre pestañeó—. A propósito, ¿quién eres tú? ¿Eres una enfermera? Yo tenía una enfermera…
Por un momento, Joyce quiso presionar sobre Butch.
Pero en vez de eso, como su madre siguió delirando, miró por la ventana y respiró a fondo. Repentinamente, el parloteo sin lógica de Odell le pareció confortable. Sí… la cosa no tenía sentido. Ningún sentido.
«Olvídate», Joyce se dijo a sí misma. «Simplemente olvídate de eso».
Sean paró de llorar y se apretujó contra ella. Joyce abrazó el cálido cuerpo del bebé. Dejó de oír los disparates provenientes de la cama y pensó en lo mucho que amaba a este niño. Y así sería siempre.
Le besó la cabeza suavemente. La familia, después de todo, era el bastón de la vida.
El verdadero bastón de la vida.