41
Fue una semana más tarde cuando Van aprendió algo importante sobre sí mismo.
Su humanidad se había extinguido.
Cuando un quejido resonó en el sótano vacío, le echó un vistazo al vampiro civil que tenían atado a una mesa de torturas. El Señor X le estaba pegando a conciencia. Van se limitaba a mirar. Como si estuviera en la sala de espera de una peluquería.
Aquello debería parecerle inmoral. En todos sus años como luchador, había infligido un montón de dolor y de lesiones a sus contrincantes pero jamás había maltratado a un inocente y despreciaba a quienes perseguían a los débiles. ¿Y ahora? Su reacción a esa crueldad era mínima, tan sólo algo de fastidio… porque no estaba funcionando.
Lo único que había sacado en claro sobre O’Neal era que un humano que se ajustaba a la descripción del hombre había sido visto junto con otros machos, sospechosos de ser hermanos, en algunos clubes del centro, Screamer’s y ZeroSum, en particular. Y nada más.
Empezaba a sospechar que el Capataz aprovechaba estos ejercicios de tortura para dar rienda suelta a su frustración. Una auténtica pérdida de tiempo. Van quería perseguir vampiros, no jugar a ser un mariscal de campo sentado en su trono viendo escenas como ésa.
Sólo que, mierda, aún no había hecho ni un solo disparo en toda esta matanza. Gracias a la decisión del Señor X de mantenerlo fuera del campo de batalla, desde que se había unido a la Sociedad Restrictiva sólo había eliminado a otros restrictores. Cada día, el Señor X lo enfrentaba a uno de ellos. Y cada día, Van golpeaba a su oponente hasta la sumisión y después lo apuñalaba.
Se oyeron ruidos de borboteo procedentes del sótano. El aire olía a sangre. Van maldijo en voz baja.
—¿Te aburres aquí? —El Señor X parecía molesto.
—Para nada. Realmente éste es un espectáculo digno de ver.
Hubo un breve silencio. Luego un silbido de disgusto.
—Pero no es tan divertido como pelear, ¿verdad?
—Entiéndalo. Soy un luchador. No me siento bien en esta mierda de golpear cautivos, sobre todo cuando no conduce a ninguna parte.
Los ojos planos y claros del Capataz ardieron.
—Ve a patrullar con alguno de los otros, entonces. Porque si tengo que seguir viéndote más tiempo, vas a terminar en esta mesa.
—Encantado.
Van se encaminó a las escaleras. Cuando su bota de combate pisó el primer escalón, el Señor X le gritó:
—Es una pena que tengas un estómago tan débil.
—Mis tripas no son el problema aquí, puede estar seguro de eso.
Y Van se fue.
‡ ‡ ‡
Butch se apartó de la cinta andadora y se secó el sudor de la cara con su camisa. Había corrido casi veinte kilómetros. En quince minutos. Un ritmo sostenido de más de un kilómetro y medio por minuto. Sagrada… mierda.
—¿Cómo te sientes? —preguntó V desde el banco de levantar pesas.
—Como el jodido Lee Majors.
Sonó una campana de casi trescientos kilos, cerca de donde estaban.
—La referencia a El hombre de los seis millones de dólares[2] revela tu edad, poli.
—Crecí en los setenta. Demándame.
Butch bebió agua y después miró hacia la entrada. Su olfato había captado algo y un segundo después entró Marissa.
Dios, estaba magnífica con pantalones negros y chaqueta de color crema, una mujer de negocios con un atuendo perfectamente femenino. Y sus ojos claros chispearon al posarse en él.
—Vengo a darte un beso antes de marcharme, tengo que salir esta noche —dijo ella.
—Me alegra mucho que lo hayas hecho, nena. —Trató de secarse con la camisa pero a ella no parecía importarle que estuviera acalorado y sudado. Para nada. Su mano encerró el mentón mientras se agachaba y le dijo un «hola» sobre la boca.
—Tienes muy buen aspecto —murmuró ella, pasándole la mano por el cuello y los pectorales desnudos. Le colocó bien la cruz sobre el pecho con sus encantadores dedos—. Excelente aspecto.
—Me encuentro muy bien. —Sonrió y volvió a sentirse excitado. Hacía tan sólo una hora la había tenido que despertar porque la excitación era insoportable, y parecía que iba a volver a pasarle—. Aunque no tan bien como tú.
—Podríamos discutir eso. —Butch sonrió y silbó cuando ella se alejó.
Con un gruñido, recorrió mentalmente el centro de entrenamiento pensando dónde se podrían esconder unos diez minutos. Humm… sí, muy cerca había un aula con un buen picaporte. Perfecto.
Le echó una ojeada a V, para decirle «vuelvo en un rato». Se sorprendió al ver cómo los miraba, los párpados entrecerrados, con una expresión indescifrable. Vishous desvió la vista apresuradamente.
—Me tengo que ir —dijo Marissa, marchándose—. Que pases buena noche.
—¿No puedes quedarte un momento más? Cinco minutos, ¿tal vez?
—Me encantaría pero… no.
«Sólo un momento, por favor», pensó él. Había algo distinto en la mirada de ella. De hecho, lo miraba con fijeza a un lado del cuello y tenía la boca ligeramente abierta. Se pasó la lengua por el labio inferior, como si saboreara algo delicioso. O simplemente, como si estuviera deseando probar algo.
Un relámpago de loca lujuria reventó dentro de él.
—¿Nena? —dijo bruscamente—. ¿Necesitas algo de mí?
—Sí. —Ella se puso de puntillas y le habló al oído—. Te di tanto durante tu transición que estoy un poco débil. Me hace falta tu vena.
Sagrada y divina mierda… lo que había estado esperando durante tanto tiempo. La oportunidad de alimentarla.
Butch la agarró por la cintura, la levantó y la llevó en brazos hacia la puerta, como si hubiera un incendio en la sala.
—Todavía no, Butch. —Ella rió, dichosa—. Bájame. Apenas llevas una semana.
—No.
—Butch, bájame.
Su cuerpo obedeció la orden aunque la mente quería discutirla.
—¿Cuánto tiempo más tendré que esperar?
—Poco, te lo prometo.
—Hoy estoy fuerte.
—Puedo esperar un par de días. Y será mejor para los dos.
Ella lo besó y miró su reloj. Tenía el favorito de la colección de Butch, el Patek Philippe con su correa de caimán negro. Le encantaba que lo usara cuando salía.
—Estaré en Lugar Seguro toda la noche —dijo Marissa—. Hoy llegan una nueva hembra y dos jóvenes, y quiero estar allí cuando se registren. También tendré la primera reunión con mi personal. Mary viene conmigo y la haremos juntas. Así que probablemente no vuelva hasta el alba.
—Aquí estaré. —La cogió al partir y la hizo girar hacia sus brazos—. Cuídate.
—Eso haré.
La besó a fondo y arropó su cuerpo esbelto. No sabía cómo iba a aguantar hasta que volviera. Aún no se había marchado y ya la estaba echando de menos.
—Estás loco. —V se levantó del banco de pesas—. Los hombres en celo son un caso.
Butch meneó la cabeza y trató de concentrarse en lo que quería lograr esa noche en el gimnasio. Durante los últimos siete días, mientras Marissa salía a su nuevo trabajo, él se quedaba en el complejo y aprendía a manejar su cuerpo. La curva de aprendizaje iba en ascenso. Al principio, se había centrado en las funciones más elementales, como comer y escribir. Ahora, trataba de averiguar sus límites físicos para ver… si… podía romperlos. La buena noticia era que todo le funcionaba. Bueno, casi todo. Una de sus manos tenía un pequeño problemilla, nada serio en verdad.
Los colmillos eran fabulosos.
Como la fortaleza y la resistencia que había desarrollado. Sin importar cuánto se esforzara en el gimnasio, su cuerpo aceptaba el castigo y respondía con gratitud. Durante las comidas, tragaba como Rhage y Z, alrededor de cinco mil calorías cada veinticuatro horas… e incluso así, siempre tenía hambre. Sus músculos se fortalecían como si estuviera tomando esteroides.
Dos preguntas seguían aún sin respuesta. ¿Podría desmaterializarse? ¿Y podría convivir con la luz del sol? Vishous le había sugerido que no pensara en eso todavía, que durante un mes se dedicara sólo a ir cultivando las habilidades que ya había descubierto que tenía, lo cual sonaba bien, pues tenía mucho que aprender sobre sí mismo.
—¿Ya te marchas? —le preguntó V mientras hacía ejercicios para los bíceps, con una pesa de unos ciento treinta y cinco kilos en cada mano.
Butch también podía levantar ese peso.
—No, aún tengo cosas que hacer. —Fue hasta la cinta andadora y se puso a trabajar las piernas.
Estaba total y completamente obsesionado por el sexo. Todo el tiempo. Marissa se había mudado a su dormitorio en el Hueco y él no le quitaba las manos de encima. Se sentía mal por esto y procuraba disimular su necesidad, pero ella sabía por instinto cuándo la necesitaba; y no lo rechazaba.
Marissa parecía deleitarse con el control sexual que ejercía sobre él. Y así era.
Dios, se había empalmado otra vez. Lo único que tenía que hacer era pensar en ella y al instante estaba listo, aunque ya lo hubieran hecho cuatro o cinco veces ese día. Y ahora el sexo era un placer, no sólo cuestión de buscar y conseguir un simple desahogo. Todo tenía que ver con Marissa. Quería estar con ella, dentro de ella, alrededor de ella: no sexo por sexo, no… más bien… hacer el amor. A ella. Sólo a ella.
Estaba absolutamente loco por ella.
Sonrió. Ésa había sido la mejor semana de toda su miserable vida. Marissa y él se sentían muy bien juntos, y no sólo en la cama. Aparte de entrenarse en el gimnasio, Butch había pasado parte del tiempo ayudándola con el proyecto de servicios sociales y ese programa común los había unido aún más.
El Lugar Seguro, como ella llamaba a su casa, estaba listo para funcionar. V había dispuesto con todo tipo de mejoras la residencia Colonial, y aunque todavía faltaban un montón de cosas, por lo menos ya podían aceptar personas en serio. En este momento, por ejemplo, estaban sólo la madre y la niña. Pero se esperaban más residentes en muy poco tiempo.
Marissa era asombrosa. Inteligente. Competente. Sensible. Él se había decidido por su naturaleza de vampiro y había escogido a su hembra muy sabiamente.
Sin embargo, aún sentía alguna culpa por haberse apareado con ella. Pensaba en lo que Marissa había abandonado: su hermano, su antigua vida, la refinada mierda de la glymera. Siempre se había sentido como un huérfano después de renunciar a su familia y al lugar donde había crecido. No quería lo mismo para ella. Ni iba a dejarla marchar.
En cuanto a sus actividades, también había comenzado a ir con toda regularidad a la misa semanal de medianoche. Con su gorra de los Red Sox y agachando la cabeza, se sentaba en la parte de atrás de Nuestra Señora y se sentía conectado con Dios y con la iglesia. La misa lo calmaba, en realidad era lo único que, en ciertos momentos, lograba calmarlo.
Porque la oscuridad aún reinaba en él. No estaba solo bajo su piel.
En su interior había una sombra, algo que acechaba el espacio entre las costillas y la columna vertebral. Lo sentía allí, siempre, agitándose, calculando, observando. Algunas veces sentía que ese algo que tenía en su interior osaba mirar a través de sus ojos y ésos eran los momentos de mayor recelo.
Pero ir a la iglesia le ayudaba. Le gustaba pensar que toda esa bondad rezumaba en su alma. Le gustaba creer que Dios lo escuchaba. Necesitaba saber que había un ser extraño y superior, dispuesto a socorrerlo en la búsqueda de su humanidad. De faltarle eso, moriría, aunque su corazón siguiera latiendo.
—Oye, ¿poli?
Sin perder la cadencia del ejercicio, Butch miró a la puerta del gimnasio. Phury estaba ahí, con su asombroso y brillante pelo rojo, amarillo y café, bajo las luces fluorescentes.
—¿Qué hay, Phury?
El hermano se le arrimó, con su cojera evidente.
—Wrath quiere que vengas a nuestra reunión, esta noche, antes de que salgamos a patrullar.
Butch miró a V, que, con disimulo, desvió la mirada hacia las esterillas.
—¿Para qué?
—Simplemente quiere que vayas.
—Está bien.
Después de que Phury saliera, él dijo:
—V, ¿sabes de qué se trata?
Su compañero de cuarto encogió los hombros.
—Pues quiere que vengas a las reuniones.
—¿Reuniones? ¿Cada noche?
Vishous siguió a lo suyo, las venas de sus bíceps a la vista.
—Sí. Cada noche.
‡ ‡ ‡
Tres horas más tarde, Butch y Rhage salían en el Escalade… y él aún se maravillaba de lo que había sucedido. Vestía chaqueta de cuero negro. Tenía una Glock debajo de cada brazo y un cuchillo de caza de veinte centímetros en la cadera.
Esa noche era un guerrero.
Era sólo un ensayo y tenía que hablar con Marissa, pero quería ese trabajo. Lo quería… sí, quería luchar. Y los hermanos querían lo mismo. Habían charlado, en esencia, sobre la mierda de su lado oscuro: ¿quería y era capaz de matar restrictores? La Hermanad necesitaba más cuerpos a su lado en esta guerra. Así que iban a darle una oportunidad.
Mientras Rhage conducía hacia el centro, Butch miraba por la ventanilla y deseaba que Vishous hubiera ido con ellos. Le habría gustado tener a su compañero junto a él en esa especie de viaje inaugural. Era su turno de descanso según el plan de la rotación. Demonios, parecía que V estaba mejor, y que tenía bajo control el problema de sus sueños: no había vuelto a oírle gritar, y eso era una buena señal.
—¿Estás listo para el campo de batalla? —preguntó Rhage.
—Sí. —De hecho, su cuerpo rugía de ganas de ser usado, y usado específicamente para eso, para la lucha.
Unos quince minutos después, Rhage aparcó detrás de Screamer’s. Al bajarse del coche y andar hacia la calle Décima, Butch se detuvo a mitad del callejón y se volvió hacia el edificio.
—¿Butch?
Se sintió golpeado por un recuerdo de su propia historia. Se arrimó a la pared. Buscó y tocó el ennegrecido punto donde había explotado la bomba que destrozó el coche de Darius. Sí… el último verano todo había comenzado aquí… en este lugar. Al palpar los húmedos y rugosos ladrillos, supo que la verdadera iniciación sería hoy. Su verdadera naturaleza se revelaría hoy. Por fin sería el que había necesitado ser… esta noche.
—¿Estas bien?
—Círculo total, Hollywood. —Se volvió hacia su compañero—. Círculo total.
El hermano le respondió con un «Huh, ¿qué?». Butch sonrió y siguió andando.
—¿Esto es lo que hacéis siempre? —preguntó, cuando se dio cuenta de que habían regresado a la calle Décima.
—En una noche normal cubrimos un radio de veinticinco manzanas dos veces. Esto es una aventura, realmente. Los restrictores nos buscan, nosotros los buscamos a ellos. Luchamos tan pronto como…
Butch se detuvo y miró a su alrededor. Su labio inferior se curvó cuando aparecieron sus primorosos colmillos nuevos.
—Rhage —dijo muy suavemente.
El hermano soltó una sonrisita de satisfacción.
—¿Dónde están, poli?
Butch comenzó a seguir el rastro de la señal que había captado y, a medida que avanzaba, sintió la fuerza de su cuerpo. Era como un coche con un motor de alta potencia, un Ferrari por lo menos. Y se relajó al oír sus pasos por la oscura calle, con Rhage a sus espaldas, ambos en plena sintonía. Ambos caminando como asesinos.
Unos metros más adelante se toparon con tres restrictores que se encontraban a la entrada de un callejón. Al unísono, los verdugos volvieron las cabezas. Al instante de haber fijado sus ojos en ellos, Butch sintió ese horrible estallido de reconocimiento. La conexión era innegable, reconocida con espanto por él y con confusión por ellos: parecía que los restrictores lo reconocían como uno de los suyos y, al mismo tiempo, como vampiro.
En el oscuro y sucio callejón, la batalla se desarrolló como una tormenta de verano: la violencia se coaguló y después explotó en golpes y puntapiés. Butch encajó patadas en la cabeza y patadas en el cuerpo, que ignoró por completo. Nada le dolía lo suficiente como para preocuparse, como si su piel estuviera blindada y sus músculos fueran de acero.
Finalmente, tiró a uno de los verdugos al suelo, lo inmovilizó y buscó su cuchillo en la cadera. Pero se detuvo, abrumado por una necesidad contra la cual no podía luchar. Dejó el cuchillo donde estaba, se agachó, cara a cara, y controló al restrictor con la mirada. Después abrió la boca.
La voz de Rhage llegó hasta él desde una inmensa distancia.
—¿Butch? ¿Qué haces? Yo tengo a los otros dos. Sólo tienes que apuñalar a esa maldita cosa. ¿Butch? Apuñálalo.
Butch se cernió sobre los labios del restrictor y sintió una avalancha de poder que no tenía nada que ver con su cuerpo sino con su lado oscuro. Empezó a inhalarlo tan lentamente que parecía un juego amable. La inhalación se fue incrementando a medida que se formaba una corriente estable en fuerza y consistencia. Toda la oscuridad pasó del restrictor a él, la transferencia de la verdadera esencia del demonio, la auténtica naturaleza del Omega. Cuando Butch terminó de tragar la vil materia negra y sintió que se asentaba dentro de su sangre y sus huesos, el restrictor se disolvió en una niebla gris.
—¿Qué diablos? —Rhage no podía creerse lo que acababa de ver.
‡ ‡ ‡
Van paró de correr a la entrada del callejón y le hizo caso a un instinto que le decía que se escondiera en las sombras. Había ido preparado para luchar, llamado por un verdugo que le había dicho algo sobre un mano a mano con dos hermanos. Pero al llegar, vio algo que instantáneamente supo que no estaba bien.
Un enorme vampiro estaba encima de un restrictor, las miradas fijas el uno en el otro, cuando… mierda, succionó al verdugo dentro de la nada. Tal cual: lo succionó hasta hacerlo desaparecer.
Una cascada de ceniza flotó sobre el sucio pavimento. El otro hermano dijo:
—¿Qué diablos?
En ese momento, el vampiro que había consumido al restrictor, movió su cabeza y miró dentro del callejón directamente a Van, aunque la oscuridad ocultaba su presencia.
Pero Van pudo verle la cara… Era el que estaban buscando. El poli. Había visto fotos del tipo en Internet, en unos artículos de The Caldwell Courier Journal. Sólo que entonces era humano y ahora, con toda seguridad, no lo era.
—Hay otro —dijo el vampiro con voz ronca y desgarrada. Alzó el brazo débilmente y apuntó hacia Van—. Allí.
Van echó a correr: no quería que lo convirtieran en humo.
Era hora de hablar con el Señor X.