40
Butch se despertó en la camilla en mitad de una profunda bocanada de aire. Olió… algo. Algo que le complacía gratamente. Algo que le hizo canturrear con poder. Mía, una voz resonó en su cabeza.
Trató de sacudirse la palabra pero sólo consiguió que sonara más fuerte. Con cada respiración, una sola sílaba se repetía en su cerebro hasta que fue como el latido de su corazón: involuntario. La fuente de su vida. El trono de su alma. Mía.
Con un gruñido se sentó en la camilla. Perdió el equilibrio y casi cayó al suelo. Al recuperarse, se miró los brazos. ¿Qué diablos? No. Había un problema: era una equivocación. Éstos no eran sus brazos ni… mierda… tampoco sus piernas. Sus muslos eran inmensos.
«Éste no soy yo», pensó con ansiedad.
Mía, volvió la voz.
Miró en derredor. Dios, veía el cuarto con una claridad cristalina, como si sus ojos fueran ventanas recién limpiadas. Y sus oídos… miró las luces fluorescentes. Podía escuchar a la electricidad que pasaba a través de los tubos.
Mía.
Aspiró de nuevo. Marissa. Ese olor era Marissa. Estaba cerca…
Su boca se abrió por sí misma y dejó escapar un rítmico ronroneo que concluyó con una rugiente palabra: Mía.
El corazón se le aceleró al darse cuenta de que su cerebro había sido poseído por una fuerza superior. Sin ninguna lógica, un instinto posesivo gobernaba ahora su vida. Pensó que lo que había sentido antes por Marissa no era más que un capricho pasajero.
¡Mía!
Le echó una ojeada a sus caderas y sintió la masa que ahora sobrecargaba sus calzoncillos. El pene le había crecido proporcionalmente al resto del cuerpo, y pujaba por romper el delgado tejido de algodón de los calzoncillos. Parecía un garrote, que se retorcía en busca de la libertad.
Oh… Dios. Quería copular. Con Marissa. Ya.
Como si la hubiera llamado en voz alta, ella apareció en la entrada.
—¿Butch?
Sin ninguna advertencia, él se volvió como un torpedo y se lanzó sobre ella a través del cuarto. La tumbó en el suelo y la besó con intensidad. Se le montó mientras le bajaba la cremallera. Gruñendo y esforzándose, le arrancó los pantalones y desnudó sus suaves piernas. Luego, sin demora, le abrió los muslos rudamente y sepultó su cara en sus labios inferiores.
Como si tuviera una doble personalidad, se vio a sí mismo en la distancia: le quitó la blusa, le cogió los senos y le lamió los pezones. Sacó unos colmillos que de algún modo sabía usar y la mordió por delante del sostén. Pensó que debía detenerse pero una especie de fuerza centrífuga lo dominaba y lo zarandeaba. Marissa… ella era el eje alrededor del cual giraba.
En pleno remolino, gruñó:
—Lo siento… Dios mío… No puedo parar…
Ella le agarró la cara… y lo apaciguó por completo. Lo que le hizo comprender que Marissa tenía el más extraño control sobre él. Si le hubiera dicho no, se habría detenido. Punto.
Pero no había freno. Los ojos de ella resplandecieron con una hermosa luz erótica.
—Tómame. Hazme tu hembra.
Le ofreció las caderas y todo su cuerpo se sacudió en un lujurioso frenesí. Él desgarró la abertura de los calzoncillos y se clavó dentro de ella. La penetró tan hondo, se ajustó tanto a ella, que sintió como si formara parte de su ser.
Marissa gritó y le hundió las uñas en las nalgas, exigiéndole más fuerza y más rapidez. Mientras los sexos rabiaban, sintió que sus dos mitades se habían unido para tejer juntas. La bombeó salvajemente. Las dos voces, la que siempre había reconocido como propia y la nueva, llegaron a ser una sola.
La miraba a los ojos cuando comenzó el orgasmo: la eyaculación fue distinta a cuantas había tenido antes. Más intensa, más poderosa, y para siempre, como si tuviera suministros infinitos para derramarse dentro de ella la vida entera. Ella echó la cabeza hacia atrás en el clímax del placer, las piernas apretadas alrededor de sus caderas, su abertura comiéndose todo lo que él le daba.
Cuando acabó, Butch quedó jadeante, sudoroso, mareado. Notó las diferencias entre los cuerpos. Su cabeza era más grande que la de ella, sus caderas casi no cabían entre las piernas de Marissa, sus manos se veían más grandes junto a su cara.
Ella lo besó en los hombros y lamió su piel.
—Mmmm… y también hueles bien.
Sí, olía muy bien. El oscuro perfume que antes había brotado de él era ahora un aroma vibrante en la habitación. Y la marcaba toda, en la piel y en el pelo… y también dentro de ella.
Ella era él.
Rodó a su lado.
—Nena… no sé bien por qué he hecho esto. —Bueno, una mitad de él no lo sabía. La otra simplemente quería hacerlo… de nuevo.
—Me alegra que lo hayas hecho. —La sonrisa que le brindó fue radiante. Tanto como un sol de mediodía.
Con satisfacción pensó que él era su hombre: una vía de doble circulación. Se pertenecían el uno al otro.
—Te amo, nena.
Marissa repitió las palabras pero, inesperadamente, su sonrisa desapareció.
—Tenía miedo de que murieras.
—Pero no me he muerto, nena. Ya ha pasado todo, ya está hecho y estoy del otro lado. Contigo.
—Sería incapaz de volver a pasar por una cosa parecida.
—No tendrás que hacerlo.
Marissa se relajó algo y acarició su cara. Después arrugó la frente.
—Hace frío aquí, ¿no te parece?
—Vístete y volvamos a la mansión principal. —Le alcanzó su blusa… y sus ojos se fijaron en sus senos con sus perfectos pezones rosados.
Se volvió a excitar. Dispuesto a estallar. Desesperado por un nuevo alivio.
La sonrisa de ella reapareció.
—Vuelve conmigo, nallum. Deja que mi cuerpo te alivie.
Él no se hizo de rogar dos veces.
‡ ‡ ‡
Fuera, al otro lado de la puerta, V, Phury y Zsadist dejaron de hablar y escucharon. Entre sordos sonidos pudieron oír que Butch se había despertado y estaba… ocupado. Los hermanos rieron y V cerró la puerta del todo, pensando que se sentía feliz por ese par. Muy… feliz.
Él y los mellizos siguieron hablando allí sentados. Al cabo de una hora, la puerta se abrió y Marissa y Butch aparecieron. Marissa iba vestida con un quimono de artes marciales y Butch llevaba una toalla alrededor de las caderas. Su aroma flotaba por encima de ellos. Parecían agotados y satisfechos.
—Humm… hola, muchachos —saludó el poli, ruborizándose. Estaba bien aunque no se movía con comodidad. De hecho, se apoyaba en su hembra como si fuera una muleta.
V sonrió.
—Tío, has crecido.
—Sí, yo… eh, no acabo de sentirme bien. ¿Es eso normal?
Phury asintió.
—Definitivamente. Yo tardé mucho tiempo en acostumbrarme a mi nuevo cuerpo. Lo controlarás más o menos en un par de días pero te sentirás raro durante una temporada.
Marissa soportaba a duras penas el peso de su macho y, por su parte, Butch se tambaleaba a cada paso, tratando de no apoyarse en ella por mucho que lo necesitara.
V se levantó.
—¿Quieres que te ayude para ir al Hueco?
Butch cabeceó.
—Sería excelente. No quiero caerme encima de ella.
Vishous cogió a Butch por un costado y lo sostuvo.
—¿A casa, Jarvis?
—Dios, sí. Me muero por darme una ducha.
Butch cogió la mano de Marissa y los tres se encaminaron paso a paso hacia el Hueco.
Anduvieron en silencio por el túnel. El único ruido eran los fatigosos pies de Butch. Y a medida que avanzaban, Vishous se acordó de su transición: se había despertado tatuado con advertencias en el rostro, en las manos y en las partes íntimas. Por lo menos, Butch estaba seguro y tenía gente para protegerlo mientras recobraba su fuerza.
Había sido rescatado y salvado de la muerte entre los árboles detrás de un campo de batalla.
Butch también tenía otra cosa a su favor. Una hembra de valor lo amaba. Marissa estaba radiante y V trató de no mirarla demasiado, pero no pudo evitarlo. Trataba a Butch de una forma tan tierna… Tan tierna.
V se preguntó qué se sentiría cuando alguien te ama tanto como ella amaba al poli.
Cuando entraron al Hueco, Butch soltó un cansado suspiro. Visiblemente su energía se había agotado, el sudor le resbalaba por el antebrazo y se esforzaba por mantenerse erguido a toda costa.
—¿Qué tal si te acuestas? —dijo V.
—No… primero quiero darme una ducha. Necesito una ducha.
—¿Tienes hambre? —preguntó Marissa.
—Sí… oh, Dios, sí. Quiero… jamón. Jamón y…
—Chocolate —dijo Vishous.
—Oh… chocolate. Joder. Mataría por eso. —Butch frunció el ceño—. ¡Pero si a mí no me gusta el chocolate!
—Te gustará. —V empujó la puerta del baño con un pie y Marissa le abrió la ducha.
—¿Algo más? —preguntó ella.
—Tortitas. Y barquillos con caramelo y mantequilla. Y huevos…
V le echó una mirada a la hembra.
—Sólo tráele algo comestible. En este momento se tragaría hasta sus propios zapatos.
—… y helado y pavo relleno…
Marissa besó a Butch en los labios.
—Volveré en un…
Él la agarró por la nuca y se apretó contra su boca con un gruñido. Cuando la corriente de su aroma fluyó de él, la llevó contra la pared y la sujetó con su cuerpo, las manos recorriéndola por todas partes, sus caderas pujando por meterse entre las de ella.
«Ah, sí», pensó V. «Un macho que acaba de realizar la transición». Butch iba a querer tener sexo cada quince minutos durante algún tiempo.
Marissa rió, completamente encantada con su compañero.
—Más tarde. Primero la comida.
Butch se tranquilizó de inmediato, como si ella controlara su lujuria con un dedo y él quisiera comportarse como un buen muchacho. Cuando salió, los ojos del poli la siguieron con hambre y adoración.
V meneó la cabeza.
—Estás chiflado.
—Hombre, si antes creía que la amaba, ahora…
—El aroma del macho es muy poderoso. —V le quitó la toalla a Butch y lo metió bajo el agua—. O eso he oído.
—¡Ay! —Butch le echó una mirada enojada y penetrante a la ducha—. No me gusta esto.
—Vas a tener la piel muy sensible durante una semana, quizá diez días. Grita si me necesitas.
V había medio salido al vestíbulo cuando oyó un alarido. Retrocedió a toda prisa y se asomó a través de la puerta.
—¿Qué? ¿Qué pasa ahora?
—¡Estoy calvo!
V descorrió la cortina y arrugó la frente.
—¿De qué estás hablando, hombre? Todavía tienes tu pelo…
—¡Pero no en mi cabeza! ¡Mi cuerpo, idiota! ¡Estoy calvo!
Vishous bajó su mirada. El torso y las piernas de Butch soltaban un alud de pelusa café oscura, que flotaba alrededor del sumidero.
V empezó a reírse.
—¡Vamos, no es tan grave! Por lo menos, ya no tendrás que preocuparte por afeitarte la espalda cuando seas viejo…
Vishous no se sorprendió cuando Butch le arrojó la pastilla de jabón.