37
Butch avanzó sobre las alfombras azules del gimnasio hacia su destino: una puerta de acero en el extremo más lejano, con un rótulo que decía «Sala de Equipos». A lo largo del camino, mientras seguía a Wrath y a V, sostuvo la fría mano de Marissa. Habría querido darle algún tipo de charla de estimulación pero ella era demasiado lista para tragarse eso de todo-va-a-ir-muy-bien. Aparte de eso, nadie sabía qué iba a pasar, y tratar de consolarla era como pretender entrenarla para la caída libre que él estaba a punto de iniciar.
Al final de las alfombras, V abrió una puerta blindada y entraron a una jungla de aparatos de ejercicio y cajas con armamento. Fueron hasta la habitación para primeros auxilios y terapia física. V se adelantó y encendió las luces, un conjunto de tubos fluorescentes que pestañearon en un coro de zumbidos.
El lugar parecía sacado de un episodio de Urgencias, todo en mosaicos blancos y armarios de acero inoxidable con puertas de vidrio repletos de frascos e instrumentos médicos. En un rincón había un jacuzzi, una mesa de masajes e instrumental cardiaco, pero no le interesó nada de eso. Butch estaba básicamente concentrado en el centro de la habitación, donde el espectáculo iba a llevarse a cabo: ubicada como en un escenario para Shakespeare, había una camilla con una especie de araña de luces de alta tecnología pendiendo sobre ella. Y debajo, en el suelo… un sumidero.
Trató de imaginarse a sí mismo sobre esa mesa y bajo esas luces. Y se sintió como si se fuera a ahogar.
Wrath cerró la puerta. Marissa dijo con voz neutra:
—Deberíamos hacer esto en la clínica de Havers.
V meneó la cabeza.
—Sin ofender, pero no dejaría a Butch en manos de tu hermano ni para que le cortara el pelo. Y cuanta menos gente sepa esto, mejor. —Fue hasta la camilla y comprobó que el freno estuviera puesto—. Además, yo soy un maldito médico. Butch, quítate la ropa.
Butch se desnudó. Sintió frío.
—¿Se puede subir un poco la temperatura de este frigorífico?
—Sí. —V fue hasta la pared—. La subiremos algo durante la primera parte, pero luego tendré que poner el aire acondicionado a tope, aunque para entonces no creo que te moleste mucho el frío.
Butch fue hasta la camilla y se tumbó. Un silbido y una ráfaga de aire calentito salieron de un ventilador que había encima de su cabeza. Extendió los brazos hacia Marissa. Después de cerrar los ojos brevemente, ella se le acercó y él se refugió en el amor de su cuerpo, abrazándola con fuerza. Las lágrimas de ella rodaron silenciosas y lentas y cuando trató de hablarle, simplemente meneó la cabeza.
—¿Te gustaría estar ya apareada legalmente con él?
Todos en la sala pegaron un brinco.
Una diminuta figura en vestiduras negras había aparecido de repente en un rincón. La Virgen Escribana.
El corazón de Butch latió como un martillo neumático. Sólo la había visto una vez, en la ceremonia de apareamiento de Wrath y Beth, y era ahora lo que había sido siempre: una presencia de respeto y miedo, auténtico poder encarnado, una fuerza de la naturaleza.
Luego entendió lo que ella había pedido y contestó por Marissa, que estaba bloqueada.
—A mí… sí… ¿Marissa?
La joven dejó caer sus brazos torpemente, con graciosa reverencia. Mientras mantenía la pose, dijo:
—Si no se ofende, nos sentiríamos sumamente honrados de ser unidos por Su Santidad.
La Virgen Escribana se adelantó, su profunda risita llenando la sala. Al extender una mano resplandeciente sobre la cabeza inclinada de Marissa, dijo:
—Qué modales, niña. Tu linaje siempre ha tenido esos modales perfectos y elegantes. Ahora ponte a tu altura y alza esos ojos tuyos hacia mí. —Marissa se irguió y miró hacia arriba. Cuando lo hizo, Butch vio cómo la Virgen Escribana suspiraba quedamente.
—Hermosa. Simplemente hermosa. Estás tan exquisitamente formada.
Luego, la Virgen Escribana observó a Butch. Aunque tenía un opaco velo negro sobre su rostro, el impacto de su mirada hizo que su piel se irritara, como si se hubiera interpuesto en el camino de una caravana de relámpagos.
—¿Cuál es el nombre de tu padre, humano?
—Eddie. Edward. O’Neal. Pero si no le importa, me gustaría no entrometerlo en este asunto, ¿de acuerdo?
Todos en la sala se pusieron rígidos y V murmuró:
—Tómate el interrogatorio con mucha tranquilidad, poli. Con mucha tranquilidad.
—¿Y por qué es eso, humano? —preguntó la Virgen Escribana. La palabra «humano» fue pronunciada como la frase «pedazo de mierda».
Butch se encogió de hombros.
—Él no es nada mío.
—¿Sois los humanos siempre tan desdeñosos con vuestros linajes?
—Mi padre y yo no tenemos nada que ver el uno con el otro. Eso es todo.
—Por lo tanto los linajes de sangre significan poco para ti, ¿verdad?
No, pensó Butch, y le echó una ojeada a Wrath. Los lazos de sangre lo eran todo.
Butch se volvió a la Virgen Escribana.
—¿Tiene alguna idea de lo aliviado…?
Marissa jadeó. V se adelantó y abofeteó a Butch con su mano enguantada, lo inmovilizó y le silbó al oído:
—¿Quieres que te frían como a un huevo, compañero? No hagas preguntas…
—No te preocupes por él, guerrero —intervino la Virgen Escribana—. Era lo que deseaba oír.
V soltó a Butch.
—Ten cuidado.
—Lo siento —le dijo Butch a las vestiduras negras—. Pero yo sólo… yo me alegro de saber lo que hay en mis venas. Y honestamente, si muero hoy, moriré agradecido por haber sabido finalmente quién soy. —Le cogió la mano a Marissa—. Y también por saber a quién amo. Y si es en este lugar donde mi vida acabará al cabo de tantos años perdidos, diría que mi tiempo no ha sido malgastado.
Hubo un larguísimo silencio. Luego la Virgen Escribana dijo:
—¿Te entristece haber dejado a tu familia humana?
—No. Ésta es mi verdadera familia. Los que están aquí y ahora conmigo y los que viven conmigo en el complejo. ¿Para qué necesitaría a alguien más? —El ruidoso coro de maldiciones que se produjo en la sala, le indicó que se había atrevido a hacer otra pregunta—. Ah, lo siento…
Una suave risita femenina emergió de las vestiduras negras.
—Eres muy valiente, humano.
—Más bien estúpido —exclamó Wrath.
Butch se frotó la cara.
—Tú sabes que lo estoy intentando. Realmente estoy intentando con todas mis fuerzas ser respetuoso.
—Tu mano, humano —exclamó la Virgen Escribana.
Él ofreció la izquierda, la única que tenía libre.
—La palma hacia arriba —ladró Wrath.
El volvió la mano.
—Dime, humano —dijo la Virgen Escribana—: Si te preguntara por el macho de esta hembra, ¿me lo presentarías?
—Por supuesto. Precisamente acabo de encontrarla con él. —La Virgen Escribana volvió a reírse, a lo que Butch dijo—: Sabe, parece un pájaro cuando se ríe así. Es muy agradable.
A su izquierda, Vishous se llevó las manos a la cabeza.
Otro largo silencio.
Butch respiró profundamente.
—Supongo que no me estaba permitido decir eso.
La Virgen Escribana se irguió y, lentamente, apartó el velo de su rostro.
Butch apretó la mano de Marissa ante aquella revelación.
—Eres un ángel —susurró, sin poderse contener.
Unos labios perfectos se movieron en una pequeña sonrisa.
—No. Soy la que Soy.
—Eres hermosa.
—Lo sé. —La voz volvió a ser autoritaria otra vez—. Tu palma derecha, Butch O’Neal, descendiente de Wrath, hijo de Wrath.
Butch soltó a Marissa, la agarró con la mano izquierda y avanzó. Cuando la Virgen Escribana lo tocó, se estremeció. La extraordinaria fuerza de ella lo dejó prácticamente sin respiración. Y aunque no llegó a romperle los huesos, sintió que ella podría hacerlo sin darse cuenta siquiera.
La Virgen Escribana se volvió hacia Marissa.
—Niña, dame tu mano.
En el instante en que se hizo la conexión, una cálida corriente fluyó por el cuerpo de Butch. Al principio se imaginó que el sistema de calefacción de la sala era un horno pero luego comprendió que el bochorno estaba bajo su piel.
—Ah, sí. Éste es un apareamiento muy bueno —pronunció la Virgen Escribana—. Tenéis mi permiso para continuar unidos por el tiempo que deseéis estar juntos —dijo, y miró a Wrath—. La presentación ha sido satisfactoria para mí. Si el humano sobrevive, deberás concluir la ceremonia tan pronto como se reponga.
El Rey inclinó la cabeza.
—Así sea.
—Un momento —los interrumpió Butch, pensando en la glymera—. Marissa está apareada ya, ¿verdad? Quiero decir, aunque yo muera ella ya podrá ser independiente, mi viuda, sin depender de ningún otro macho, ¿es así?
La Virgen Escribana pareció realmente asombrada.
—Has vuelto a hacerme una pregunta, y con exigencias implícitas. Debería matarte ahora mismo.
—Lo siento, pero esto es muy importante. No quiero que ella caiga bajo la sehclusion. Quiero que sea mi viuda para que no tenga que soportar que alguien pretenda gobernar su vida.
—Humano, eres asombrosamente arrogante —dijo la Virgen Escribana. Pero luego sonrió—. Y totalmente impertinente, además.
—No quiero ser rudo, lo juro. Sólo necesito saber que Marissa estará bien.
—¿Has usado su cuerpo? ¿La has poseído como hacen los machos?
—Sí.
Marissa se puso roja como un tomate. Butch la arropó entre sus brazos.
—Y fue… con amor.
Le murmuró algo tranquilizante a Marissa. La Virgen Escribanana pareció conmovida y su voz se tornó casi amable.
—Entonces ella será como tú dices, tu viuda, y no quedará bajo ninguna provisión o medida que afecte a las hembras no apareadas.
Butch suspiró con alivio y acarició la espalda de Marissa.
—Gracias a Dios.
—Te voy a decir una cosa, humano: si aprendes algunos modales llegarás lejos conmigo.
—Si le prometo intentarlo con todas mis fuerzas, ¿me ayudará a sobrevivir a lo que viene?
La Virgen Escribanana echó la cabeza hacia atrás y soltó una sonora carcajada.
—No, no te ayudaré. Pero me veo a mí misma deseándote lo mejor, humano. Que te vaya muy bien, de verdad. —Súbitamente, miró a Wrath, que sonreía y meneaba la cabeza—. No permitas que otros usen conmigo estos códigos de etiqueta.
Wrath se deshizo de la mueca de buen humor.
—Tengo muy claro qué es lo apropiado, al igual que mis hermanos.
—Bien. —Las vestiduras volvieron a su lugar, desplazándose sobre su cabeza sin la ayuda de las manos. Antes de cubrirse el rostro, ella dijo—: La Reina debería estar aquí, llamadla antes de empezar.
Y entonces la Virgen Escribana desapareció.
Vishous silbó entre dientes y se enjugó el sudor de las cejas con el antebrazo.
—Butch, hombre, tienes tanta suerte que hasta le has caído bien.
Wrath sacó su móvil y se puso a marcar:
—Mierda, pensé que te íbamos a perder antes de empezar… ¿Beth? Oye, mi leelan, ¿podrías venir al gimnasio?
Vishous cogió una bandeja de acero inoxidable y se puso a trabajar. A medida que ponía varios objetos en envoltorios estériles, Butch encogió las piernas y se acomodó en la camilla.
Le echó un vistazo a Marissa.
—Si las cosas no funcionan, te esperaré en el Ocaso —dijo, no porque creyera en el más allá sino porque quería reconfortarla.
Marissa se agachó y lo besó. Sus mejillas se juntaron hasta que V, con prudencia, se aclaró la garganta. Marissa dio un paso atrás y comenzó a hablar en el Lenguaje Antiguo, una suave avalancha de palabras desesperadas, una oración que más parecía un murmullo que una voz.
V acercó el instrumental a la camilla y después fue hasta los pies de Butch. El hermano llevaba algo en la mano pero no mostraba qué era, manteniendo el brazo siempre fuera de vista del paciente. Hubo un tintineo metálico y la cabecera de la cama se elevó. En el calor de la sala, Butch sintió que la sangre se le subía a la cabeza.
—¿Estás listo? —preguntó V.
Butch miró a Marissa.
—Me parece que esto va muy rápido, todo de repente.
La puerta se abrió y Beth entró. Saludó con gentileza y fue hasta donde Wrath, que la rodeó con sus brazos.
Butch volvió a mirar a Marissa, cuyas oraciones habían adquirido velocidad hasta convertirse en un aluvión de palabras.
—Te amo —le dijo. Y después miró a V—: Hazlo ya.
Vishous alzó la mano. Tenía un escalpelo y, antes de que Butch pudiera darse cuenta, le hizo un corte profundo en la muñeca. Dos veces. La sangre brotó, roja intensa y lustrosa, y las náuseas lo acometieron a medida que la vio deslizarse por su antebrazo.
Hizo lo mismo en la otra muñeca.
—Oh… Jesús.
Butch sintió que el corazón salía de su pecho y la sangre corrió más rápido.
El miedo lo golpeó con fuerza. Tuvo que abrir la boca para poder respirar.
Oyó voces en la distancia sin distinguirlas bien. La sala se llenó de brumas, en una realidad curva y retorcida. Se fijó en la cara de Marissa, en sus ojos color azul claro, en su pelo rubio.
Hizo lo que pudo por tragarse el pánico, para no asustarla.
—Está bien —dijo él—. Está bien… está bien, yo estoy bien…
Alguien lo agarró por los tobillos y él saltó por la sorpresa… Era Wrath. El Rey lo sostuvo mientras V enderezaba la mesa un poco más: la sangre se aceleró. Enseguida, Vishous dio la vuelta y sacó los brazos de Butch fuera de la mesa para que colgaran más cerca del sumidero.
—¿V? —exclamó Butch—. No me dejes, ¿de acuerdo?
—Nunca.
V le rozó el pelo con un gesto tan tierno que no parecía propio de un macho.
La sala se congeló. Con un reflejo de supervivencia, Butch empezó a luchar pero V lo sujetó por los hombros y lo mantuvo en su lugar.
—Tranquilo, poli. Todos estamos aquí contigo. Sólo relájate, si puedes…
El tiempo se alargó. Tiempo… Dios, el tiempo iba pasando, ¿o no? La gente le hablaba: la desigual voz de Marissa era lo único que él distinguía… aunque rezaba, no podía saber lo que decía.
Levantó la cabeza y miró hacia abajo: no pudo ver sus muñecas…
Comenzó a tiritar incontrolablemente.
—Tengo ffffrío.
V asintió.
—Lo sé. Por favor, Beth, sube el calor un poco más.
Butch miró a Marissa, sintiéndose desprotegido.
—Me voy a conggggelar.
Ella dejó de rezar.
—¿Puedes sentir mi mano en tu brazo?
Dijo que sí con la cabeza.
—¿Sientes mi calor? Bien… imagínate que estoy sobre todo tu cuerpo. Yo te estoy sosteniendo… te estoy abrazando.
Sonrió: eso le gustaba.
Pero enseguida sus ojos revolotearon, la figura de Marissa empezó a desdibujarse como si se moviera en una pantalla y el proyector estuviera roto.
—Frío… más calor, por favor. —Su piel se erizó. Sintió su estómago repleto de gases, como un dirigible. El corazón centelleó en el pecho, casi sin latidos.
—Frío… —Los dientes le castañeteaban, un fuerte retumbar en sus oídos, y a continuación… nada—. Te… amo…
‡ ‡ ‡
Marissa vio cómo la sangre de Butch se acumulaba en una piscina debajo de la camilla, un charco cada vez más grande alrededor del sumidero, que llegaba casi hasta sus pies. Oh, Dios… él había perdido el color y su piel se había vuelto como papel blanco. Parecía que ya no respiraba.
V aplicó un estetoscopio sobre el pecho de Butch.
—Ya casi estamos. Beth, ven aquí, por favor. Te necesito. —Le pasó el estetoscopio a la Reina—. Vas a escuchar su corazón. Quiero que me avises cuando dejes de oírlo durante más de diez segundos. —Señaló el reloj de la pared—. Síguele la pista a la tercera manecilla. Marissa, cógele los tobillos a tu muchacho. Wrath va a estar ocupado.
Cuando ella dudó, V meneó la cabeza.
—Necesitamos a alguien que lo sostenga en la mesa mientras Wrath y yo trabajamos. Vas a estar con él de todos modos y desde allí puedes seguir hablándole.
Marissa se inclinó sobre Butch, lo besó en los labios y le dijo que lo amaba. Luego reemplazó a Wrath en la tarea de impedir que el sólido cuerpo de Butch se cayera de la camilla al suelo.
—¿Butch? —dijo ella—. Aquí estoy, nallum. ¿Puedes sentirme? —Le apretó la fría piel de los tobillos—. Aquí estoy.
Siguió hablándole calmadamente aunque por dentro se sentía aterrorizada por lo que veía venir. Sobre todo, cuando Vishous acercó a la camilla el desfibrilador.
—¿Estás listo, Wrath? —preguntó el hermano.
—¿Dónde lo quieres?
—Cerca de su pecho —Vishous cogió un paquete largo, delgado y estéril. Lo abrió. La aguja tenía unos quince centímetros y parecía tan gruesa como un lápiz—. ¿Cómo va ese ritmo cardiaco, Beth?
—Cada vez más despacio. Es casi imperceptible.
—¿Marissa? Voy a pedirte que no hables para que ella pueda oír mejor, ¿vale?
Marissa cerró la boca y siguió rezando mentalmente.
En los siguientes minutos, se quedaron quietos, como en un cuadro, alrededor de Butch. Lo único que tenía movimiento en la sala era la sangre, que goteaba de las heridas de las muñecas y fluía sin parar hacia el sumidero. El suave glug, glug, glug en el suelo hizo que Marissa tuviera ganas de gritar.
—Todavía está latiendo —susurró Beth.
—Esto es lo que vamos a hacer —dijo Vishous, mirándolos por encima del cuerpo de Butch—. Cuando Beth dé la señal, voy a enderezar la mesa. Mientras yo trabajo en Wrath, quiero que vosotros dos vendéis las muñecas de Butch. En este caso, los segundos son muy importantes y cuentan mucho. Tenéis que cerrar esas heridas rápido, ¿está claro?
Todos cabecearon en silencio.
—Más despacio —dijo Beth. Sus ojos azul oscuro permanecían enfocados en el reloj. Subió una mano para ajustarse uno de los auriculares del estetoscopio—. Más despacio…
Repentinamente los segundos comenzaron a estirarse hasta el infinito. Marissa estaba extrañamente lúcida: una desconocida y poderosa fuerza sepultó su miedo.
Beth arrugó la frente. Se agachó sobre Butch, como si eso le sirviera para algo.
—¡Ya! —gritó.
V enderezó la mesa a su máximo nivel. Marissa corrió hasta una de las muñecas de Butch y Beth a la otra. Mientras ellas restañaban las heridas, V insertó la aguja en el ángulo interno del codo de Wrath.
—Todos, ¡atrás! —aulló V cuando sacó la aguja de la vena del Rey.
Cambió de mano la jeringa y se inclinó sobre Butch. Precipitadamente, buscó el esternón con la punta de los dedos y clavó la aguja en el corazón de Butch.
Marissa sintió un mareo cuando el émbolo quedó vacío. Alguien la cogió. Wrath.
V extrajo la jeringa y la dejó sobre la mesa. Después agarró las palas metálicas del desfibrilador.
—¡Despejado! —gritó V y aplicó las palas en el pecho de Butch.
El torso de éste saltó y V presionó sus dedos en la yugular del macho.
—¡Despejado! —Volvió a reanimar a Butch.
Marissa seguía en brazos de Wrath mientras V apartaba el desfibrilador, le tapaba las fosas nasales a Butch y soplaba dos veces dentro de su boca. Después, el hermano comenzó a darle una serie de masajes en el pecho. Gruñó mientras manipulaba el desfibrilador, los colmillos sacados como si estuviera enfurecido con Butch, cuya piel se había vuelto gris.
—… tres… cuatro… cinco…
Como V no detuvo la cuenta, Marissa se sintió libre para sollozar.
—¿Butch? Butch… no dejes… de estar con nosotros. Quédate conmigo.
—… nueve… diez…
V se echó para atrás, insufló aire otras dos veces en la boca de Butch y luego posó el dedo en la garganta del macho, en busca de su pulso.
—Por favor, Butch —suplicó Marissa.
V cogió el estetoscopio. Recorrió el tórax de Butch en todas direcciones.
—Nada. ¡Joder!