35

Butch apartó la mirada de Marissa y volvió a concentrarse en la oscuridad. Sobre la densa pantalla negra de la noche, vislumbró imágenes de su familia, fragmentos que hicieron arder sus ojos. Joder, nunca había puesto en palabras la historia entera, no un boceto aislado sino todo el lote completo. Jamás lo había necesitado.

Una razón más para la transición. Sería como desandar los caminos de la vida, y el cambio sería como un renacer: un nuevo nacimiento, en el que sería algo, algo… mejorado. Y purificado, además. Una especie de bautismo de sangre.

Y tenía muchas ganas de borrar su pasado: a la mierda su familia y sus cosas de adulto, a la porra con el Omega y los restrictores.

Dio un respingo y pensó que había estado cerca.

—Sí… ah, voy a contarles que no habrá…

—Butch, yo…

No la dejó seguir: fue hasta la puerta y la abrió. Al ver al Rey y a V, el pecho le ardió.

—Lo siento, amigos. Cambio de planes…

—¿Qué le vais a hacer? —La voz de Marissa irrumpió fuerte y cortante.

Butch la observó por encima del hombro.

—¡Contestadme! —exigió—. ¿Qué le vais a hacer?

Wrath señaló a su izquierda.

—Vishous, tú bateas mejor que yo.

La respuesta de V fue objetiva, directa al grano. Aterradora.

Demonios, cualquier plan que termine con la frase «y después tendremos que rezar» no era un viaje a Disneylandia.

—¿Dónde lo haréis? —preguntó ella.

—Abajo, en el centro de entrenamiento —contestó Vishous—. La Sala de Equipos tiene un área aparte para primeros auxilios y tratamientos por traumas de entrenamiento físico.

Se hizo un largo silencio, durante el cual Butch miró fijamente a Marissa. Seguramente, no podría…

—Está bien —aceptó ella, por fin—. Está bien… ¿cuándo lo hacemos?

Los ojos de él saltaron. Pero Marissa sólo miraba a V.

—¿Nena…?

—¿Cuándo? —insistió.

—Mañana por la noche. Le irá mejor si se toma un tiempo para recobrarse de la regresión.

—Mañana por la noche, entonces —dijo Marissa y cruzó los brazos sobre el pecho.

Vishous asintió y después miró a Butch.

—Supongo que querréis algo de intimidad. Voy a bloquear la entrada aquí y en la mansión principal. Tendréis todo el Hueco para vosotros solos.

Butch estaba tan impresionado que no entendía nada.

—Marissa, ¿estás…?

—Sí, estoy segura. Y también aterrorizada. —Pasó a su lado, rumbo a la puerta—. Ahora, quisiera marcharme, si no te molesta.

Él agarró su camisa y se fue con ella.

Al salir, la tomó del codo: tuvo la sensación de que Marissa lo dirigía.

‡ ‡ ‡

Cuando llegaron al Hueco, Butch fue incapaz de interpretar el estado de ánimo de Marissa. Estaba callada y anduvo por el patio como un soldado, toda fuerza y concentración.

—Me gustaría beber algo —dijo cuando él cerró la puerta.

—Está bien.

Por lo menos, esto sí lo podía manejar. Suponiendo que hubiera algo de licor en la casa. Fue a la cocina y exploró la nevera. Hombre, por Dios… paquetes viejos de Taco Hell y Arby’s. Frascos de mostaza. Dos dedos de leche que ya debía de estar cortada…

—No estoy muy seguro de lo que tenemos aquí. Humm… agua…

—No, quiero alcohol.

Miró por encima de la puerta de la nevera.

—Vaaale. Hay whisky y vodka.

—Probaré el vodka.

Mientras le servía algo de Grey Goose con hielo, la vio dar vueltas. Revisó los ordenadores de V. El futbolín. El televisor de plasma.

Fue hacia ella. La quería en sus brazos. Le entregó el vaso.

Marissa lo llevó a su boca, echó la cabeza hacia atrás, se tomó un trago largo… y tosió hasta que los ojos se le aguaron. Mientras tosía, la condujo al sofá y se sentó a su lado.

—Marissa…

—Cállate.

Está bien. Cruzó los brazos mientras ella batallaba con el Goose. Apuró más de medio vaso. Al fin, con una mueca de fastidio, dejó el resto encima de la mesa de café.

Tumbó tan rápido a Butch, que él no supo qué había pasado. En un instante se miraba los dedos fuertemente entrelazados y al siguiente estaba tirado contra el sofá y ella le había pasado una pierna por encima y… oh, por Dios, le había metido la lengua en la boca.

Maravilloso, sólo que las vibraciones no prometían nada bueno. La desesperación, la rabia y el miedo no eran una música de fondo apropiada. Si seguían así iban a terminar aún más separados.

La apartó con elegancia, aunque su pene protestó agriamente.

—Marissa…

—Silencio. Sólo quiero sexo.

Cerró los ojos. Jesucristo, lo que él más deseaba. Toda la noche. Pero no así. Respiró varias veces y trató de hallar las palabras correctas… Cuando abrió los párpados, ella se había quitado la blusa de cuello de tortuga y bregaba por soltarse un sostén negro que lo dejó totalmente noqueado.

Cuando las copas de seda del sostén cayeron y sus pezones se endurecieron por el frío, Butch la aferró por la cintura. Se inclinó hacia delante, dispuesto a poner sus labios en la primera parte de ella que se le atravesara… pero se contuvo. No iba a hacérselo así, con el humor en que estaba. Sería fatal. La tensión se podía cortar con un cuchillo.

Le retuvo las manos, que iban hacia sus pantalones.

—Marissa… no, espera.

—Por favor, no digas eso.

Butch se enderezó y la apartó de su cuerpo, con gentileza.

—Yo te amo.

—Entonces no me detengas.

Él meneó la cabeza.

—No quiero que lo hagamos así.

Lo miró fijamente, incrédula.

—Marissa…

Se apartó de él.

—Increíble. Nuestra única noche solos y dices que no.

—Déjame… te lo explicaré. Marissa, por el amor de Dios.

Ella se frotó los ojos y se rió con falsa ironía.

—Parezco destinada a ir virgen a la tumba, ¿verdad? Técnicamente ya no lo soy, pero…

—No he dicho que no quiera estar contigo. —Marissa lo contempló, las lágrimas le brillaban en las pestañas—. Yo sólo quiero que lo hagamos sin rabia. La ira lo contamina todo. Quiero que sea… especial.

Parecía una frase entresacada de un manual de bachillerato. Pero era la pura verdad.

—Nena, ¿por qué no vamos a mi dormitorio y nos tendemos un rato en la oscuridad? —Le pasó la blusa y ella se cubrió los senos—. Si terminamos no haciendo nada y mirando el techo la noche entera, bueno, al menos habremos estado juntos. Y si pasa algo no será frustrante. ¿De acuerdo?

Ella se secó el par de lágrimas que le habían asomado. Se puso la blusa y reparó con desconfianza en el vodka que había tratado de beber.

Butch se levantó y le ofreció la mano.

—Ven conmigo.

Después de un largo momento, sus manos se encontraron y él la llevo a su alcoba. Cuando cerró la puerta, todo quedó a oscuras. Encendió la pequeña lámpara del escritorio. La bombilla, de escaso voltaje, brilló como los rescoldos de una chimenea.

—Ven aquí.

La atrajo hasta la cama, la acostó y se recostó a su lado, de modo que él quedó de lado y ella tendida sobre su espalda.

Le acomodó algunos cabellos sobre la almohada. Marissa entornó los ojos, con la respiración intranquila. Gradualmente, sin embargo, la tensión se fue esfumando de su cuerpo.

—Tenías razón. No habría salido bien.

—No es porque no te desee. —La besó en el hombro. Ella volvió su cara hacia la mano de él y posó suavemente sus labios.

—¿Estás asustado? —le preguntó—. ¿Por lo que va a pasar mañana?

—No.

Su única preocupación era ella. No quería que lo viera morir y rezaba para que eso no fuera a suceder.

—Butch… sobre tu familia humana. ¿Quieres que les cuente algo si…?

—No, no hay necesidad. Y no hablemos de eso. Todo saldrá bien.

«Por favor, Dios, te ruego que ella no me vea morir».

—¿Pero no les importará?

Cuando él negó con la cabeza, Marissa se entristeció.

—Uno debe ser llorado por los de su sangre —dijo.

—Yo lo seré. Por la Hermandad. —Como los ojos de ella se encharcaron, Butch la besó—. Y no hablemos más de lutos y quebrantos. Eso no es parte del plan. Olvidémonos de eso.

—Yo…

—Shh. Que no pensemos en eso. Vamos a estar bien.

Puso su cabeza cerca de ella y le siguió acariciando el hermoso cabello rubio. La respiración de Marissa se volvió más profunda. Él se metió contra su pecho desnudo y cerró los ojos.

Al rato se despertó. Y del mejor modo posible.

Le estaba besando la garganta y sus manos trepaban hasta sus senos. Montó una pierna sobre las de ella y le empujó el miembro contra las caderas. Con una maldición, retrocedió, pero Marissa siguió, apretándosele hasta que estuvo medio encima de él.

Los ojos de ella se abrieron del todo.

—Oh…

Con sus dedos Butch le recorría la cara y le apartaba el pelo. Sus miradas se encontraron.

Alzó la cabeza de la almohada y la besó suavemente en la boca. Una vez. Dos. Y… otra.

—¿Esto está pasando de verdad? —susurró Marissa.

—Sí. Creo que sí.

Volvió a besarla, con la lengua bien adentro. Siguieron así: los cuerpos entrelazados comenzaron a moverse acompasadamente, imitando el coito, las caderas avanzando y retrocediendo, ella absorbiéndolo a él, frotándose contra él.

No tenían prisa. Butch la desvistió con cuidado. Cuando ella estuvo desnuda por completo, se recostó y contempló su cuerpo.

Oh… Dios santo. Esa suave piel femenina. Esos senos perfectos con los pezones endurecidos. Sus secretos. Y la cara era lo mejor de todo: no mostraba miedo sino una erótica anticipación de lo que iba a pasar entre ellos. Si hubiera habido una brizna de duda en sus ojos, habría dejado las cosas como estaban para complacerla. Pero Marissa deseaba lo mismo que él. Esta vez no habría ni dolor, ni frustración, ni rabia.

Se levantó y se quitó los mocasines, que hicieron un ruido ahuecado al caer de uno en uno. Ella le prestaba atención con los ojos muy abiertos. Sus manos fueron hasta la pretina del pantalón de Butch, soltaron el botón y descorrieron la cremallera. Los calzoncillos quedaron en el suelo, junto a los pantalones. Su erección sobresalió con consistencia. Se cubrió con las manos para no desconcertarla.

—Oh, por Dios —suspiró Butch cuando sus pieles se rozaron.

—Estás muy desnudo —susurró Marissa contra su hombro.

Él sonrió entre sus cabellos.

—Tú también.

Ella subió y bajó sus manos por los costados de él. El calor llegó a ser casi nuclear, especialmente cuando Marissa deslizó un brazo entre sus cuerpos y dirigió una mano hacia el sur, hacia la masculinidad de Butch. Cuando alcanzó la parte baja de su vientre, el miembro latió con desesperada necesidad de ser tocado, acariciado, apretado hasta estallar.

—Marissa, quiero que hagas algo por mí —dijo él.

—¿Qué?

—Déjame que me encargue de todo. Permíteme tenerte toda esta vez…

Antes de que pudiera protestar, le cubrió la boca con sus labios.

‡ ‡ ‡

Butch la trataba con exquisita delicadeza, pensó Marissa. Y con total desenfreno. Cada caricia era suave y amable, cada beso sereno y lento. Incluso cuando su lengua se metía en su boca o cuando su mano le reptaba entre las piernas y ella se volvía salvaje por saber hacia dónde quería arrastrarla, él siempre estuvo bajo control.

Cuando Butch rodó sobre ella y su muslo le apartó los suyos, no se estremeció ni dudó. Su cuerpo estaba preparado para recibirlo. Lo supo por la resbaladiza sensación de sus dedos cuando la tocaban. Lo supo también por las ganas de tener su sexo.

Él acomodó el peso para hacérselo confortable y soportable. Su gloriosa dureza le quemó. Con un cambio de posición, sus hombros se apretaron y Butch metió la mano entre los cuerpos. La cabeza de su miembro encontró la entrada de Marissa.

Él miró fijamente hacia abajo, dentro de los ojos de ella, en el momento de empezar a mecerse. Deliberadamente, Marissa se relajó, intentando aflojarse tanto como le fuera posible aunque se sentía un tanto nerviosa.

—Eres tan hermosa —gruñó él—. ¿Estás bien?

Marissa le acarició las costillas, sintiendo la dureza de los huesos bajo la piel.

—Sí.

Presión y alivio, presión y alivio, cada vez más dentro. Cerró los ojos y sintió el cuerpo de Butch moviéndose encima y dentro de ella. Esta vez, la forma cómo su interior se rindió a Butch, la duración del acto, la plenitud, la sacudieron deliciosamente, sin aterrorizarla. Por instinto, se arqueó. Cuando las caderas volvieron a su nivel, comprendió que se meneaban al unísono y vibraban muy juntas.

Levantó la cabeza y lo miró: estaba todo dentro de ella.

—¿Cómo te sientes? ¿Todo bien? —La voz de él sonó ronca y sus músculos relampaguearon bajo la piel empapada en sudor. Y entonces su miembro tuvo un tirón.

Un ardiente placer se encendió en lo más profundo de ella. Gimió.

—Querida Virgen en el Ocaso… vuelve a hacer eso otra vez. Te siento todo cuando haces eso.

—Tengo una idea mejor.

Butch movió su cadera hacia atrás y Marissa se aferró a sus hombros para impedirle retirarse.

—No, no pares…

Él entró, volviendo otra vez a su carne, llenándola de nuevo. Los ojos de ella saltaron y se estremecieron, sobre todo cuando Butch volvió a salir y a entrar.

—Sí… —dijo Marissa—. Mejor. Mucho mejor.

Lo contempló mientras la cabalgaba tan fervorosamente, sus pectorales y sus brazos estirados y tensos, los músculos del vientre tensionándose y desenroscándose al penetrarla.

—Oh… Butch. —Qué encanto verlo, sentirlo, tenerlo. Cerró los ojos para concentrarse en cada sutileza.

Dios, ella nunca se había imaginado que el sexo pudiera ser tan erótico. Con los párpados cerrados, oyó cada bocanada de su aliento, el blando crujido de la cama, el susurro de las sábanas mientras él se reubicaba en sus brazos.

Con cada acometida, Marissa se fue calentando cada vez más. Igual que Butch. En un momento, sus pieles resbaladizas hirvieron y empezaron a jadear, extasiados.

—¿Marissa?

—Sí… —suspiró ella.

—Córrete conmigo, nena. Quiero sentir tu orgasmo.

La lamió por todas partes mientras persistía en su lento bombeo. En pocos instantes, un chispazo reventó en su interior, sacudiéndola por completo, el orgasmo agitándola en una serie de contracciones.

—Oh… sí —rugió él roncamente—. Agárrate a mí. Así me gusta…

Cuando Marissa finalmente se quedó sin fuerzas, abrió los ojos aún aturdida y vio a Butch admirándola con total veneración… y sin ningún rastro de angustia.

—¿Qué tal estuvo? —preguntó él.

—Asombroso. —El alivio que se reflejaba en su cara hizo que le doliera el pecho. Y enseguida se dio cuenta de algo—. Espera… ¿y tú qué?

Butch tragó saliva.

—Me encantaría terminar dentro de ti.

—Entonces hazlo.

—No voy a tardar mucho —dijo él, sin aliento.

Cuando empezó a menearse otra vez, Marissa se quedó inmóvil y cautivada por su sentimiento.

—¿Nena? —exclamó Butch ásperamente—. ¿Bien? Aún estás…

—Quiero ver y sentir cómo es lo tuyo.

—Cielo —dijo él en su oído—. Contigo es el cielo.

Se dejó caer sobre ella, el cuerpo pesado y duro a medida que se revolcaba dentro de su ser. Marissa abrió las piernas lo más que pudo, la cabeza moviéndose arriba y abajo sobre la almohada en tanto que Butch se movía a su vez. Por Dios, era tan fuerte…

Marissa deslizó las manos sobre sus hombros y luego descendió por su crispada columna. Supo exactamente cuándo le llegaría el momento. El ritmo de Butch se volvió urgente, la velocidad cada vez más rápida. Todo el cuerpo se endureció, rígido, con exasperados movimientos hacia atrás y hacia delante, no había opción de detenerse ahora.

El aliento de Butch le rozaba el hombro y su sudor se le pegaba a la piel. Cuando le cogió el pelo y se lo apretó con un puño, Marissa sintió una pizca de dolor pero no le importó. Él alzó su cara y sus ojos se estremecieron hasta cerrarse en una exquisita agonía.

De pronto paró de respirar enteramente. Las venas latieron en su cuello, echó la cabeza para atrás y gruñó. Muy dentro, notó su erección golpeándola y sintió que un líquido caliente se derramaba al tiempo que los espasmos sacudían todo el cuerpo de Butch.

Se quedó dentro de Marissa, mojado, recalentado, jadeante. Ella lo envolvió con brazos y piernas, y lo apretó contra sí, acunándolo.

¡Qué hermoso estaba!, pensó. ¡Qué hermoso era todo!