34
La lluvia caía sobre la cara de Butch. ¿Había salido? Tenía que ser eso.
Hombre… había estado en alguna clase de juerga. Porque estaba tendido boca arriba, muy mareado. Y la idea de abrir los ojos le parecía un trabajo descomunal.
Debía llevar mucho tiempo allí tirado. Sí… debía haberse quedado dormido. Sólo que, sagrado infierno, la lluvia era muy molesta. El agua cosquilleaba por sus mejillas hasta deslizarse por detrás del cuello. Levantó un brazo para taparse la cara.
—Está volviendo en sí.
¿De quién era esa voz profunda? De V… sí, y V era… ¿su compañero de cuarto? O algo por el estilo. Sí… compañero de cuarto. V le caía muy bien.
—¿Butch? —Ahora era una mujer. Una mujer muy aterrorizada—. Butch, ¿puedes oírme?
Ah, claro que sabía quién era. Ella era… el amor de su vida… Marissa.
Los ojos de Butch se abrieron con pereza pero no estaba muy seguro de qué era real y qué era un sinsentido por las drogas. Hasta que vio la cara de su mujer.
Marissa estaba inclinada sobre él y su cabeza estaba en el regazo de ella. Sus lágrimas eran lo que caía sobre su rostro. Y V… V estaba justo al lado de ella en cuclillas, con su torcida y fina boca en medio de su barba de chivo.
Butch luchó por hablar pero había algo en su boca. Trató de escupirlo para sacárselo. Marissa acudió en su ayuda.
—No, no todavía —dijo V—. Creo que aún hay un par más dentro de él.
¿Más qué?
Sin saber de dónde provenía, Butch oyó el ruido de unos zapatos al golpear en el suelo.
Alzó la cabeza un poco y se sorprendió al darse cuenta de que él era el que hacía el ruido. Sus zapatos subían y bajaban pesadamente, y veía cómo los espasmos trepaban por sus piernas, viajaban por entre las caderas y el tronco y hacían que le temblaran los brazos y la espalda.
Trató de recobrar la conciencia pero le resultó imposible.
Cuando volvió en sí, estaba mareado.
Marissa le acariciaba el pelo.
—¿Butch, puedes oírme?
Asintió e intentó llevar una mano hasta ella. Enseguida sus pies comenzaron otra vez con esa loca rutina de Fred Astaire.
Tres viajes más y, por fin, le retiraron la correa de la boca. Trató de hablar: ¡cuán borracho estaba! Su cerebro patinaba, devastado. Sólo que… ¡alto ahí!… no se acordaba de haberle dado al whisky.
—Marissa —dijo entre dientes y le cogió la mano—. No quiero verte beber tanto. —Espera, no realmente el que se había sobrepasado era él—. Eh… no me veas beber tanto… ¿quieres?
Lo que fuera, Dios santo… estaba tan confundido.
Vishous le sonrió con esa clase de numerito hipócrita que los doctores brindan a los pacientes antes de rajarlos en el quirófano.
—Va a necesitar algo con azúcar. Rhage, ¿tienes una piruleta?
Butch vio cómo un rubio malvado y apuesto se arrodillaba a su lado.
—Yo te conozco —dijo Butch—. Yo sé quién eres… compañero.
—Claro, mi hombre.
Rhage buscó dentro del bolsillo de su cazadora y sacó una piruleta. Se la metió en la boca a Butch.
Butch gruñó satisfecho. Maldita sea, era la cosa más deliciosa que había probado en toda su vida. Uva. Qué dulce. Mmmm…
—¿Otro ataque? —preguntó Marissa.
—Creo que le gusta —murmuró Rhage—. ¿Verdad, poli?
Butch asintió. Cuando se le cayó la piruleta, Rhage cogió el palo y se la mantuvo en la boca.
Hombre, lo trataban tan bien. Marissa le acariciaba el pelo y le cogía la mano. La palma de V le calentaba la pierna. Rhage le sostenía la sabrosa piruleta…
De repente, todo, los razonamientos más elevados así como los recuerdos más cercanos, le volvieron en una avalancha, como si su cerebro estuviera siendo vertido de nuevo dentro del cráneo. No estaba borracho. Era la regresión. La regresión ancestral. La mano de V en el pecho. La oscuridad.
—¿Cuál ha sido el resultado? —preguntó—. V… ¿qué habéis descubierto? ¿Qué era…?
Todos a su alrededor respiraron con alivio y alguien murmuró: «Gracias a Dios ha vuelto en sí».
En ese momento, dos zapatones, con cordones de acero, se aproximaron por la derecha. Los ojos de Butch se fijaron en ellos. Después, al ascender, captó un par de piernas embutidas en cuero y un cuerpo enorme.
Wrath los dominaba a todos.
El Rey se arrimó, se quitó sus costosísimas gafas de sol y reveló sus relucientes ojos verdes claros. Parecían no tener pupilas, un par de reflectores.
Wrath sonrió ampliamente, los dientes muy blancos.
—¿Qué pasa… primo?
Butch arrugó la frente.
—¿Qué…?
—Así es. Hay algo mío dentro de ti, poli. —La sonrisa de Wrath se prolongó mientras se ponía las gafas—. Desde luego, siempre supe que eras de la realeza. Sólo que no pensé que fueras a ser nuestro dolor en el culo, eso es todo.
—¿Es en… serio?
Wrath asintió.
—Eres uno de los míos.
El pecho de Butch se endureció de nuevo. Se preparó para otro ataque. Y todos hicieron lo mismo: Rhage le sacó la piruleta y buscó la correa de cuero. Marissa y V se pusieron tensos.
Pero lo que hubo esta vez fue un alud de risas. Una ridícula, arrolladora, lacrimosa y estúpida oleada de histeria feliz.
Butch se reía y se reía y besó la mano de Marissa. Después siguió riéndose.
‡ ‡ ‡
Marissa sintió el tarareo de satisfacción y excitación a través del cuerpo de Butch a medida que se relajaba. Cuando terminó, sin embargo, no compartía su alegría.
A él se le esfumó la sonrisa.
—Nena, todo va a estar bien ahora.
Vishous se puso en pie.
—¿Por qué no los dejamos solos un minuto?
—Gracias —dijo ella.
Después de que los hermanos salieron, Butch se sentó.
—Ésta es nuestra oportunidad…
—Si te lo pido, ¿no harás la transición?
Él se quedó atónito. Como si lo hubiera abofeteado otra vez.
—Marissa…
—¿Me darías ese gusto?
—¿Por qué no me quieres contigo?
—Yo sí te quiero. Y escogería el futuro que tenemos ahora sobre un hipotético cúmulo de siglos. ¿No puedes entender eso?
Butch dejó escapar un largo suspiro.
—Yo te amo.
No le veía lógica a su petición.
—Butch, si te lo pido, ¿no harás la transición?
Cuando no contestó, Marissa se cubrió los ojos, aunque se dio cuenta de que no tenía lágrimas.
—Te amo —repitió él—. Así que, sí… si me pides que no la haga, no la haré.
Ella bajó la mano y recuperó el aliento.
—Júramelo. Aquí y ahora.
—Por mi madre.
—Gracias… —Lo abrazó—. Oh, Dios santo… gracias. Y podemos solucionar lo de la… alimentación. Mary y Rhage lo han hecho muy bien. Yo sólo… Butch, podemos tener un buen futuro.
Se quedaron en silencio un rato, sentados en el suelo. Al salir del ensimismamiento, él dijo bruscamente:
—Yo tengo tres hermanos y una hermana.
—¿Perdón?
—Nunca te he hablado de mi familia. Tengo tres hermanos y una hermana. Bueno, eran dos chicas, pero perdimos una.
—Oh. —Ella se volvió a sentar, pues pensó que su tono era muy extraño.
Con voz ronca, Butch empezó a hablar:
—Mi recuerdo más antiguo es de mi hermana Joyce cuando era bebé y la traían del hospital a casa. Quería verla y corrí a la cuna, pero mi padre me apartó para que mi hermano mayor y mi otra hermana la vieran primero. Mientras yo iba a dar contra la pared, mi padre cargó a mi hermano y lo alzó en sus brazos para que pudiera tocarla. Nunca olvidaré la voz de mi padre… —El acento de Butch cambió y alargó ciertas vocales—. «Ésta es tu hermana, Teddy. Vas a amarla y a cuidarla». Pensé, ¿y yo qué? Yo también quería amarla y cuidarla. Dije «yo también quiero», pero ni siquiera me miró.
Marissa notó que apretaba tan fuerte la mano de Butch que, seguro, le estaría magullando los huesos, aunque él no parecía darse cuenta. No podía soltarlo aunque quisiera.
—Después de eso —prosiguió Butch—, empecé a fijarme en mi padre y en mi madre, y fui consciente de que a mis hermanos los trataban mucho mejor que a mí. Lo principal pasaba las noches de los viernes y el sábado. A mi padre le gustaba beber, y yo era el que tenía más a mano cuando necesitaba pegarle a alguien.
Ella suspiró y Butch meneó la cabeza.
—No, tranquila. A la larga fue bueno para mí. Ahora puedo absorber golpes como si leyera, gracias a él, y créeme, me ha venido bien. Bueno, de cualquier modo, un 4 de julio… Demonios, yo tenía casi doce años entonces… Sí, el 4 de julio llegó y fuimos a pasarlo con la familia, a casa de mi tío en Cape. Mi hermano sacó algunas cervezas del refrigerador y él y sus amiguitos se fueron detrás del garaje y las abrieron. Me escondí entre los arbustos porque quería que me invitaran. Ya sabes… esperaba que mi hermano… —carraspeó y se aclaró la garganta—. Cuando mi padre los encontró, los amigos salieron corriendo y mi hermano se orinó en los pantalones. Mi padre sólo se rió. Le dijo a Teddy que se asegurara de que mi madre no se enterara. Papá me vio agachado entre las plantas. Vino hacia mí, me agarró por el cuello y me pegó con el dorso de la mano tan fuerte que me hizo sangre.
Rió estrepitosamente y Marissa alcanzó a ver el desigual borde de sus dientes frontales.
—Me dijo que me merecía eso por ser un espía y un alcahuete. Le juré que sólo estaba mirando y que no se lo iba a contar a nadie. Me abofeteó otra vez y me llamó pervertido. Mi hermano… sí, mi hermano simplemente miraba mientras todo pasaba. No dijo una palabra. Y cuando fui donde mi madre con el labio roto y el diente partido, ella se limitó a apretar a mi hermanita Joyce y a mirar para otro lado. —Butch meneó la cabeza lentamente—. Entré a la casa, fui al cuarto de baño y me limpié. Después me encerré en mi dormitorio y estuve allí un buen rato. Yo no daba una mierda por Dios pero me arrodillé, junté mis manitas y recé como todo un católico. Le rogué a Dios que ésa no fuera mi familia. Por favor, que ésta no sea mi familia. Por favor, consígueme algún lugar adonde ir…
Marissa tuvo la sensación de que él no era consciente de que estaban en el tiempo presente. Ni que había cogido y aferrado la sólida cruz de oro como si su vida dependiera de ella.
Sus labios se abrieron en una media sonrisa.
—Pero Dios debía saber que no confiaba mucho en Él porque nada pasó. Más tarde, ese otoño, mi hermana Janie fue asesinada. —Cuando Marissa ahogó un sollozo, Butch señaló su espalda—. Ése es el tatuaje en mi espalda. Cuento los años desde que mi herma desapareció. Fui el último en verla viva, antes de que subiera al coche con esos muchachos que la… violaron… detrás de nuestra escuela.
Ella lo buscó.
—Butch, yo…
—No, déjame seguir, ¿vale? Esta mierda es como un tren: ahora que se está moviendo, no puedo detenerla.
Soltó el crucifijo dorado y agitó la mano en el aire.
—Después de que Janie desapareciera y encontraran su cuerpo, mi padre no volvió a tocarme nunca más. Ni a acercárseme. Ni a mirarme. Tampoco me volvió a hablar. Mi madre enloqueció a los pocos meses y tuvieron que internarla en un sanatorio psiquiátrico. Fue en este momento cuando empecé a beber. Y a recorrer la calle. Tomé drogas. Me metí en peleas… Pero lo más extraño fue el cambio de mi padre. Llevaba años pegándome, y de repente… nada.
—Me alegra que dejara de hacerlo.
—Yo no noté la diferencia. La esperanza de ser abrazado por él era tan dañina como sus palizas. Y, además, sin saber por qué. Pero un día lo supe… En la despedida de soltero de mi hermano mayor. Yo tenía como veinte años y me había mudado desde Southie… es decir… South Boston hasta aquí y ya estaba trabajando en el Departamento de Policía de Caldwell. De cualquier modo, volví para la fiesta. Estábamos en la casa de algún tío con un montón de strippers. Mi padre le daba duro a la cerveza. Yo esnifaba cocaína y tragaba whisky. Cuando la fiesta se aproximaba a su final, yo zumbaba fuera de control. Me había metido una cantidad enorme de coca… y estaba descontrolado. Papá salió… iba a la casa de alguien… y repentinamente sentí la necesidad de hablar con ese hijo de puta.
Hizo una pausa. Al fin, prosiguió:
—Terminé persiguiéndolo por la calle pero aun así me ignoraba; así que, delante de todos, lo agarré. Yo estaba muy cabreado. Empecé a hacerle reproches, a decirle lo que pensaba sobre que había sido un auténtico padre de mierda, cómo me había sorprendido que dejara de pegarme pues a él le encantaba hacerlo. Lo acosé una y otra vez, hasta que el viejo finalmente me miró a la cara. Me quedé paralizado. Había… espanto en sus ojos. Estaba totalmente horrorizado. Después dijo: «Te dejé solo porque no podía dejar que mataras a otro más de mis hijos». Yo no entendía… ¿De qué diablos estaba hablando este tío? Se echó a llorar y a farfullar, decía: «Tú sabías que ella era mi favorita… lo sabías y por eso la pusiste en ese coche con esos muchachos. Lo hiciste a propósito, tú sabías lo que pasaría».
Butch meneó la cabeza.
—Todos lo oyeron. Todos los que estaban en esa puta fiesta. Mi hermano mayor también… Mi padre creía que yo había asesinado a mi hermana para vengarme de él.
Marissa intentó abrazarlo pero otra vez él no le hizo caso. Respiró profundamente.
—No volví. Nunca. Según lo último que oí, mi madre y mi padre pasan algún tiempo en Florida cada año, pero el resto del tiempo todavía viven en la casa donde me crié. Y donde mi hermana Joyce bautizará a su bebé. Me enteré porque su marido me llamó… para no sentirse culpable. Ya lo ves, Marissa. Un pedazo de mi vida ha estado perdido, nena. Siempre he sido diferente a los demás, no sólo en mi familia, sino también cuando estaba en el Departamento de Policía. Nunca encajé… hasta que conocí a la Hermandad. Conocí a tu especie… y, mierda, ahora sé por qué. Yo era un extraño entre los humanos —maldijo suavemente—. Quería hacer la transición no sólo por ti sino por mí. Para sentirme como ellos… para ser quien se supone que debo ser. Es decir, demonios, toda mi vida he vivido al margen. Me muero de ganas de saber qué hay en el centro.
Con un poderoso movimiento, Butch se levantó.
—Por eso quiero… quería hacer la transición. No sólo por ti.
Fue hasta una ventana y descorrió las cortinas de terciopelo azul claro. Al mirar hacia fuera, a la noche, el resplandor de una lámpara iluminó los rasgos de su cara, los hombros, los macizos músculos del pecho. Y la cruz de oro que descansaba sobre su corazón.
Dios, qué anhelante se sentía mientras miraba por la ventana. Un anhelo tan feroz que sus ojos resplandecían como el fuego.
Se acordó de él la noche en que ella se había alimentado de Rehvenge. Entristecido, herido, paralizado por culpa de la biología.
Él se encogió de hombros.
—Butch… ¿sabes?, algunas veces no puedes tener lo que deseas. Así que acéptalo y sigamos adelante.
Butch miró hacia atrás.
—Como te he dicho, si no quieres que haga la transición, no la haré.