30
A la tarde siguiente, John se sentó en el salón de clase, impaciente por ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. Eran tres días de clase y un día de rotación. Estaba preparado para regresar al trabajo.
Mientras repasaba sus notas sobre explosivos plásticos, los otros practicantes charlaban despreocupadamente, al tiempo que se situaban en sus puestos. De repente, todos se quedaron callados.
John alzó la mirada. En la entrada había un hombre, un individuo que parecía algo inestable o tal vez borracho. Qué demonios…
La boca de John se aflojó al reconocer la cara y el pelo rojo. Blaylock. Era… Blaylock, sólo que mejor.
El sujeto miró hacia abajo y con torpeza caminó hacia la parte de atrás del salón. En realidad, se columpiaba al andar, como si de verdad no pudiera controlar sus brazos y sus piernas. Después de sentarse, movió las rodillas debajo de la mesa hasta que logró acomodarlas. Entonces se encorvó como si quisiera volverse más pequeño.
Sí, buena suerte. Jesús, era… enorme.
Blaylock había pasado la transición.
Zsadist entró al salón, cerró la puerta y miró a Blaylock. Después de un breve gesto de aprobación, Z comenzó su clase.
—Hoy vamos a hacer una introducción al tema de la guerra química. Hablaremos de gases lacrimógenos, gas mostaza… —El hermano hizo una pausa y soltó un taco cuando comprendió que nadie le estaba prestando atención: todos miraban a Blay—. Bueno, mierda. Blaylock, ¿quieres contarles qué se siente? No vamos a ir a ninguna parte hasta que lo hagas.
Blaylock se volvió rojo remolacha, meneó la cabeza y cruzó los brazos sobre el pecho.
—De acuerdo, practicantes, miradme atentamente. —Todos lo hicieron—. Si queréis saber qué se siente, yo os lo contaré.
John se sintió bien y se concentró. Z habló de generalidades, sin revelar nada de sí mismo, pero todo con muy buena información. Cuanto más hablaba, más vibraba el cuerpo de John.
«Eso está bien», le dijo a su sangre y a sus huesos. «Tomad nota porque nos tocará hacerlo muy pronto».
Estaba listo para volverse un hombre.
‡ ‡ ‡
Van salió de la Town & Country, cerró silenciosamente la puerta del lado del pasajero y se quedó en la penumbra. Lo que veía a unos cien metros le trajo a la memoria el barrio donde había crecido: caravanas con techos de alquitrán y un coche desvencijado en el patio. La única diferencia es que esto era en medio de ninguna parte y su antiguo vecindario quedaba más cerca de la ciudad. Pero ambos estaban a dos pasos de la pobreza.
Al inspeccionar el área, la primera cosa que notó fue un extraño sonido que se expandía a través de la noche. Un golpeteo rítmico… ¿como si alguien estuviera dando golpecitos con un lápiz? No… se parecía más a una trituradora. Y provenía de la puerta trasera de la casa que había enfrente.
—Éste es el blanco de esta noche —dijo el Señor X cuando los otros dos restrictores salieron de la camioneta—. Los vigilantes diurnos han espiado este lugar durante toda la semana. Sólo hay actividad después de que oscurece. Rejas de hierro en las ventanas. Las cortinas siempre están echadas. El objetivo es capturar a los ocupantes de la casa pero podéis matarlos si creéis que se van a escapar…
El Señor X frunció el ceño. Miró alrededor.
Van hizo lo mismo y no vio nada fuera de lo normal.
Un Cadillac Escalade negro apareció de pronto por la avenida. Era un coche mucho más caro que cualquiera de las casas del barrio. ¿Qué diablos hacía por estos suburbios?
—Preparaos —ordenó el Señor X.
Van extrajo su nueva y fantástica Smith & Wesson 40 y sintió que su peso le llenaba la mano. Se aprestó para el combate, listo para enfrentarse a cualquier oponente.
El Señor X lo detuvo con una mirada seca.
—Quédate atrás. No quiero que te comprometas. Simplemente observa.
«Gilipollas», pensó Van, pasándose una mano por su pelo oscuro. «Miserable gilipollas».
—¿Está claro? —El rostro del Señor X estaba mortalmente frío—. No vas a ir.
Van agachó la cabeza y miró a otro lado para no maldecir en voz alta. Dirigió sus ojos a la camioneta: vio cómo iba hasta el estrecho y andrajoso final de la calle y se detenía allí.
Era algún tipo de patrulla. No parecían polis, pensó. Por lo menos, no humanos.
Se apagó el motor del Escalade y dos hombres descendieron del interior. Uno era de estatura relativamente normal, suponiendo que se pueda hablar de futbolistas normales. El otro tío era gigantesco.
Jesucristo… un hermano. Tenía que ser. Xavier tenía razón. Ese vampiro era más grande que cualquier monstruo que Van hubiera visto antes, y en su época había estado en el cuadrilátero con un montón de ellos.
De repente el hermano había desaparecido. ¡Puf en el aire! Antes de que Van pudiera preguntarse qué diablos había sido eso, el acompañante del vampiro volvió su cabeza y miró directo al Señor X. Aunque estaban en las sombras.
—Oh, Dios… —Xavier suspiró—. Él está vivo. Y el Amo… está con…
El Capataz avanzó sin amedrentarse. De frente, a la luz de la luna. Directo al centro de la carretera.
¿Qué diablos estaba pensando?
‡ ‡ ‡
Butch tembló cuando miró al restrictor que surgió de la oscuridad. Sin duda, era el bastardo que le había pegado la paliza: aunque no tenía recuerdos conscientes de la tortura, su cuerpo parecía reconocer quién le había hecho el daño, su cosecha de maltratos empotrada en la carne rota y magullada. Estaba preparado para enfrentarse al Capataz.
De alguna parte de detrás de la casa, una motosierra arrancó con un rugido y a continuación el ruido se redujo a un alto y alarmante chillido. Y en ese preciso momento, un segundo restrictor salió de los arbustos apuntando a Butch con el arma.
Mientras la semiautomática se vaciaba y las balas zumbaban por encima de su cabeza, Butch esgrimió su Glock y se agachó para cubrirse detrás del Escalade. Una vez que tuvo alguna protección, se volvió y disparó. Cuando hubo un respiro en el tiroteo, trató de mirar a través de los cristales blindados. El tirador se ocultaba detrás de una oxidada carcasa de coche, y sin duda recargaba su arma. Como Butch.
Y todavía el primer verdugo, el torturador, no se había armado. Simplemente permanecía de pie en medio de la carretera, mirando a Butch. Como si él fuera el plato principal del día.
Bien entrenado para el combate, Butch se agachó, rodeó la camioneta, apretó el gatillo y le pegó un tiro al fulano justo en el pecho. Con un gruñido, el Capataz se tambaleó, pero no cayó. Pareció sólo enfadado, recibiendo el impacto de las balas como si no fueran más que picaduras de abejas.
Butch no supo qué hacer, pero no era hora de preguntarse por qué sus fantásticas balas no tumbaban al verdugo. Apoyó el brazo en el parabrisas y volvió a dispararle, en rápida sucesión. Finalmente, el restrictor mordió el polvo, cayó de espaldas y se desparramó en un montón…
En ese momento un ruido terrible le llegó desde la parte de atrás, tan fuerte que pensó que le disparaban con otra arma.
Se columpió alrededor y empuñó la Glock con ambas manos para mantenerse al frente y estable.
Una hembra con una niña en brazos salió de la casa, enceguecida por el pánico. Y tenía una buena razón para correr. Pegada a sus talones iba un enorme macho, con intenciones de castigarla y con una motosierra al hombro. El lunático iba a atacarlas con esa maldita cuchilla giratoria, decidido a matar.
Butch desvió el cañón de su pistola unos cinco centímetros, apuntó a la cabeza del hombre y apretó el gatillo…
En el mismo instante Vishous se materializó detrás del fulano y le quitó la motosierra.
—¡Joder! —Butch trató de detener el apretón de su dedo índice pero la pistola corcoveó y la bala voló…
Alguien lo agarró por la garganta: el segundo restrictor se había movido con rapidez. Lo tiraron por el aire y lo golpearon contra el capó del Escalade. Con el impacto, perdió la Glock, el arma golpeó a un lado, metal sobre metal.
«Me cago en tu madre», pensó. Metió la mano al bolsillo del abrigo y buscó la navaja de muelle que siempre llevaba consigo. Bendito fuera su maldito corazón. La encontró y la sacó con el brazo libre. Cuando la hoja saltó, se deslizó hacia la izquierda y apuñaló al verdugo en un costado.
Casi sintió el dolor ajeno. Y la sorpresa del otro.
Butch hundió la navaja en el pecho del que estaba encima de él y luego empujó al restrictor. Como el bastardo pareció colgarse en el aire durante unos segundos, Butch balanceó el cuchillo. La navaja tajó como un rayo la garganta del restrictor y abrió una fuente de sangre negra.
Butch tiró al verdugo al suelo y se volvió hacia la casa.
Vishous aferraba al tipo con la motosierra, tratando de que los mandobles de la rugiente cuchilla no le golpearan el cuerpo. Mientras tanto, la hembra con la niña corría como el diablo por el patio. Otro restrictor les cerró el camino.
—Llama a Rhage —dijo V.
—Voy a ello —gritó Butch mientras se quitaba de encima al otro. Luego corrió, rezando por llegar a tiempo, por ser lo suficientemente rápido… Por favor, sólo esta vez…
Interceptó al restrictor con una espectacular maniobra voladora. Mientras caían, le gritó a la mujer que siguiera corriendo.
Los balazos salieron de alguna parte, pero estaba muy ocupado como para preocuparse por ellos. El restrictor y él rodaron sobre la nieve desigual, dándose puñetazos y estrangulándose el uno al otro. Si seguían así, perdería. Con un juramento de desesperación y guiado por algún instinto de salvación, detuvo la turbia lucha, dejó que el verdugo lo dominara… y luego encontró la mirada del inmortal.
Ese vínculo, esa horrible comunión, ese lazo de hierro entre ellos, germinó en instantes y los dejó inmóviles. Y con el vínculo, a Butch le llegó la urgencia de consumir.
Abrió la boca y comenzó a inhalar.