24

Marissa se materializó en la terraza del ático de Rehvenge, al borde del colapso. Avanzó a tumbos hacia la puerta corredera mientras él la abría del todo.

—Marissa… —La cogió en sus brazos y la metió en el piso.

Vencida por la lujuria de sangre, le agarró el bíceps, con una sed vehemente. Para evitar desgarrarle la garganta, trató de zafarse pero Rehv la agarró y la hizo girar.

—¡Ven aquí inmediatamente! —La tiró sobre el sofá—. Estás a punto de desmayarte.

Ella juntó los cojines en un montón y supo que él tenía razón. Su cuerpo estaba salvajemente flojo, la cabeza le daba vueltas y tenía las manos y los pies entumecidos. Su estómago era un hueco vacío y molido, sus colmillos latían sin parar, la garganta seca como el invierno, caliente como agosto.

Pero cuando Rehvenge se quitó la corbata y se soltó los botones de la camisa, Marissa dijo entre dientes:

—No, en tu garganta no. No puedo soportar ese… no tu…

—Estás muy desfallecida como para pegarte a la muñeca. No tendrás suficiente y no tenemos mucho tiempo.

La visión le empezó a fallar y comenzó a desvanecerse. Lo oyó renegar y a continuación Rehv la colocó encima de él, le atrajo el rostro hacia el cuello y…

La biología se impuso. Lo mordió con tanto ímpetu que Marissa sintió que su gran cuerpo pegaba un salto. Chupó de él por puro instinto, sin ninguna inteligencia. Con un gran ronquido, la fuerza de Rehvenge se introdujo en sus entrañas y se expandió por sus miembros. Su cuerpo retornó a la vida.

Tragó con impaciencia y sus lágrimas fluyeron tan tenues como su sangre.

‡ ‡ ‡

Rehvenge sostuvo a Marissa, con odio hacia el hambre que la había devastado tan despiadadamente. Ella era delicada y frágil. Nunca debió haber llegado a ese estado de desesperación. Le pasó las manos por su esbelta espalda, tratando de calmarla. Mientras ella lloraba en silencio, él se enfureció. ¿Qué le pasaba al macho con el que Marissa andaba? ¿Cómo podía forzarla a ir con otro?

Diez minutos más tarde, ella movió la cabeza. Había un pequeño rastro de sangre en su labio inferior y Rehv tuvo que agarrarse al brazo del sofá para resistir la tentación de echarse hacia arriba y lamérselo.

Saciada, pero con el rostro surcado por las lágrimas, Marissa se recostó sobre los cojines de cuero en la otra punta del sofá y se acunó a sí misma con sus delgados brazos. Cerró los ojos y él vio cómo el color volvía a sus húmedas mejillas.

Le miró el cabello y estuvo a punto de suspirar. Tan elegante. Tan exuberante. Tan perfecto. Quería estar desnudo, no medicado, y sentir esas blandas olas de pelo sobre su cuerpo. Por lo menos quería besarla. En ese mismo instante.

Pero en vez de eso, alcanzó su abrigo, cogió su pañuelo y se inclinó sobre ella. Marissa saltó cuando Rehv secó sus lágrimas. Le arrebató el pañuelo.

Él regresó a su esquina del sofá.

—Marissa, quédate conmigo. Quiero cuidarte.

En el silencio que siguió, pensó en dónde se alojaría y supuso que el macho con el que ella quería estar tenía que ser uno del complejo de la Hermandad.

—Todavía estás enamorada de Wrath, ¿verdad?

Sus ojos se abrieron desmesuradamente.

—¿Qué?

—Dices que no puedes alimentarte del macho que amas. Ahora Wrath está apareado…

—No es él.

—Entonces, ¿Phury? Como célibe…

—No, y yo… simplemente no te puedo hablar de eso, si no te importa. —Miró el pañuelo—. Rehvenge, realmente me gustaría estar sola un rato. ¿Será posible?

Aunque Rehv no estaba acostumbrado a ser despachado así, especialmente en su propio territorio, aguantó con elegancia.

—Quédate todo lo que quieras, tahlly. Cierra la persiana cuando salgas. Instalaré la alarma con el control remoto después de que te hayas ido.

Se puso el abrigo, se dejó suelto el nudo de la corbata y el cuello de la camisa abierto porque Marissa prácticamente lo había masticado y porque las marcas del mordisco estaban aún muy frescas.

—Eres muy amable conmigo —dijo ella, mirándole los mocasines.

—En realidad, no lo soy.

—¿Cómo puedes decir eso? Jamás me has pedido nada a cambio…

—Marissa, mírame. Mírame. —Estaba bellísima. Especialmente con la sangre de él en sus venas—. No juegues conmigo. Aún te deseo como mi shellan. Te quiero desnuda en mi cama. Te quiero con mi juguetito dentro de tu cuerpo. Yo quiero… sí, todo contigo. No hago esto por ser simpático, lo hago para poder estar bajo tu piel. Lo hago porque espero que algún día podré tenerte donde quiero que estés.

Marissa se sorprendió al oírlo. Rehv se guardó el resto para sí. Ninguna razón para ventilar el hecho de que era un symphath. Ni para confesarle que el sexo con ella sería… muy complicado.

Ah, las alegrías de su naturaleza. Y su anomalía.

—No obstante quiero que estés segura de algo, Marissa. Nunca cruzaré la línea si tú no me quieres a mí.

No sabía por qué decía esas cosas. A los mestizos como Rehvenge les iba mejor estando solos. Aunque los symphaths no fueran discriminados y pudieran aparearse y vivir con normales, jamás deberían estar con alguien que no tuviera defensas contra su lado oscuro.

Se puso su abrigo de marta cibelina.

—A ese macho tuyo… le iría mejor con el programa. Es una pena que una hembra de tanto valor como tú se desperdicie así. —Rehv cogió su bastón y se dirigió a la puerta—. Si me necesitas, llámame.

‡ ‡ ‡

Butch entró al ZeroSum, se sentó a la mesa de la Hermandad y se quitó el impermeable. Iba a pasar un rato, lo cual no era ninguna novedad, lo había hecho muchas veces.

Cuando la camarera le sirvió un vaso de whisky, él dijo:

—¿Podrías traerme una botella?

—Lo siento, imposible.

—Está bien. Ven aquí. —Ella se agachó y Butch le metió un billete de cien dólares en el bolsillo—. Esto es para ti. Quiero que me trates bien y me tengas abastecido.

—Absolutamente.

Solo en la mesa, se sobó el cuello y pasó sus dedos por las costras de las heridas. Al tocarse donde había sido lastimado, trató de no imaginarse lo que Marissa le estaba haciendo en este momento a alguien. A un aristócrata. A un bastardo de linaje, mejor que él, platino contra níquel. Oh, Dios.

Como un mantra, se repitió lo que V le había dicho. No es un asunto sexual. Es un imperativo biológico. Eso no… es un asunto sexual. Esperaba que de tanto repetir la letanía, las emociones se calmarían. Después de todo, Marissa no estaba siendo cruel. Se había turbado tanto como él…

En un vívido relámpago, Butch se imaginó su cuerpo desnudo. Y las manos de otro hombre acariciando sus senos. Los labios de otro hombre sobre su piel. Otro hombre tomando su virginidad mientras la alimentaba, su cuerpo moviéndose encima de ella, dentro de ella.

Y todo mientras Marissa lo chupaba… hasta estar llena, saciada, repleta.

Cuidada por alguno.

Butch apuró el Lagavulin doble.

Joder. Iba a morirse, a caer partido por la mitad allí mismo, en este instante, sus signos vitales al mínimo, sus crudas entrañas tiradas a los pies de extraños, junto con sucias servilletas de cóctel y recibos de tarjetas de crédito.

La camarera, bendito sea el corazón de las mujeres, apareció con más whisky.

Cogió el segundo vaso y se dijo a sí mismo: «O’Neal, ten un poco de orgullo. Ten fe en ella, aunque sea sólo un poco. Marissa nunca se acostaría con otro hombre. Simplemente no lo haría».

Pero el sexo era sólo una parte de la cuestión.

Vació el whisky y comprendió que la pesadilla tenía otra dimensión. Ella tenía que ser alimentada regularmente… Esa situación se repetiría una y otra vez.

Le habría gustado pensar que él era lo suficientemente hombre, un individuo seguro, como para manejar esto, pero era posesivo y egoísta. Y la próxima vez que Marissa se alimentara, volverían a estar donde estaban ahora, ella en los brazos de otro, él bebiendo solitario en un club al borde del suicidio. Sólo que sería peor. Y la siguiente vez, aún peor. La amaba tanto, tan profundamente, que esa situación los destruiría a ambos en poco tiempo.

Además, ¿qué futuro podrían tener? Al ritmo con que tragaba whisky, a su hígado le quedarían unos diez años de vida, como mucho, mientras que ella aún tenía siglos de vida por delante. Butch sería sólo una nota a pie de página en su larga vida, un bache en el sendero en el que Marissa finalmente encontraría a un compañero apropiado, que le daría lo que necesitara.

La camarera le sirvió el tercer doble de whisky. Butch levantó el índice y le pidió que se quedara a su lado. Apuró la bebida mientras ella esperaba, le entregó el vaso vacío y ella regresó junto al otro camarero.

Al volver con el número cuatro, un rubio enclenque, acompañado por un trío de matones, empezó a llamar la atención de las mesas.

Por los clavos de Cristo, parecía que ese chaval vivía allí. ¿Acaso nunca salía de ese bar? Daba igual.

—¡Oye, camarera! —gritó el chaval—. Necesitamos servicio aquí.

—Voy para allá.

—¡Es para hoy! —El gilipollas chasqueó los dedos como si llamara a un perro—. No para después.

—Ahora vuelvo —le murmuró la camarera a Butch.

La joven fue hacia el punk. Butch vio cómo la acosaban sin tregua. Malditos bocazas, todos ellos. Iban a empeorar a medida que la noche avanzara.

—Te veo un poco agresivo, Butch O’Neal.

Entornó los ojos. La hembra con cuerpo y corte de pelo masculinos estaba frente a él.

—¿Vamos a tener problemas contigo esta noche, Butch O’Neal?

Ojalá dejara de repetir su nombre.

—No, yo estoy bien. ¿Y tú?

Los ojos de ella brillaron con fulgor erótico.

—Seamos realistas, ¿vas a ponerte problemático esta noche?

—No.

Ella lo miró y luego sonrió un poco.

—Bien… te estaré vigilando. Tenlo presente, Butch O’Neal.