22
Butch fue hasta el cuarto de baño y dio tirones al pomo de la puerta hasta casi romperse la mano. Al otro lado se oía llorar a Marissa.
Al no conseguir su propósito, Butch empujó los paneles de madera con los hombros.
—¡Marissa!
Volvió a empujar la puerta. Luego se detuvo y escuchó. Un miedo salvaje lo acometió cuando se dio cuenta de que lo único que oía era el silencio.
—¿Marissa?
—Vete. —La calmada desesperación de su voz hizo que los ojos le ardieran—. Por favor, vete.
Él apoyó las manos sobre la madera que los separaba.
—Lo siento mucho.
—Vete… sólo vete. Oh, por Dios, tienes que marcharte.
—Marissa…
—No voy a salir hasta que te hayas ido. ¡Vete!
Sintió como si estuviera en una pesadilla. Cogió su chaqueta y salió dando tropezones del dormitorio, desaliñado, desfallecido, con las rodillas débiles. Fuera, en el vestíbulo, se recostó en la pared y golpeó la cabeza contra el estuco.
Entornó los ojos hasta cerrarlos. Todo lo que pudo ver fue a Marissa agachada en un rincón, el cuerpo tembloroso en posición defensiva, el vestido colgando flojamente desde sus senos desnudos como si hubiera sido violada.
Joder. Era una virgen adorable y la había tratado como a una puta, sobándola demasiado y muy fuerte, simplemente porque había sido incapaz de controlarse. Cristo, no importaba lo excitada que estuviera, no estaba acostumbrada a lo que un hombre hacía durante el acto sexual. O a lo que sucedía cuando los instintos masculinos se apoderaban de todo. Y él la había atrapado en esa cama, la había follado con la lengua… ¡por los clavos de Cristo!
Volvió a golpearse contra la pared. Se había asustado tanto que había sacado sus colmillos como si tuviera que protegerse de él.
Con una inmunda blasfemia, se precipitó por las escaleras, tratando de librarse del desprecio que sentía por sí mismo, a sabiendas de que no podría hacerlo.
Cuando llegó al salón, alguien le gritó:
—¿Butch? Oye, Butch. ¿Estás bien?
No contestó, corrió hacia afuera, subió al coche y encendió el motor. Lo único que quería hacer era disculparse con ella hasta quedar ronco. Claro que él sería la última persona en el planeta que Marissa querría ver en este momento. Y no la culpaba.
Condujo la camioneta hasta el centro de la ciudad y se encaminó al apartamento de V. Al rato se dio cuenta de que se había equivocado y había tomado el camino más largo: si hubiera ido por el puente, en vez de meterse a la autopista, habría llegado más rápido. En fin, lo importante era que ya estaba allí. La puerta de Vishous se encontraba abierta.
¡Mierda!
Bajo el resplandor de unas velas negras, V estaba agachado, con la cabeza hacia abajo. Sus caderas semicubiertas de cuero se movían adelante y atrás, los hombros estaban desnudos y los sólidos brazos extendidos hacia arriba. Debajo de él, había una hembra atada por las muñecas y los tobillos a una mesa, con el cuerpo recubierto de cuero, menos las puntas de los senos y el pubis, Vishous se la estaba metiendo. Pese a que tenía una máscara sobre la cara y una mordaza en la boca, Butch estaba segurísimo de que ella iba a tener un orgasmo: chillaba y hacía ruiditos como un bebé, suplicando más y más, mientras las lágrimas le corrían por las mejillas también tapadas con cuero.
V levantó un momento la cabeza del cuello de la hembra. Sus ojos resplandecían y sus colmillos eran tan protuberantes que… bueno, la hembra iba a necesitar unas buenas suturas cuando él acabara con ella.
—Chico malo —dijo Butch y salió del apartamento sin hacer ruido.
Regresó al Escalade, atolondrado, sin saber adónde ir. Se sentó en el asiento del conductor, con la llave en el contacto, la mano en la palanca de cambios… y se imaginó a Vishous en su proceso de alimentación. Los ojos resplandecientes. Sus largos colmillos. El sexo.
Butch pensó en Marissa y su imprevista enfermedad. Y su voz reventó dentro de su cabeza. «Yo puedo cuidarme sola». Luego… «no quiero hacerte daño».
¿Y si ella necesitara alimentarse? ¿Y si ésa fuera la razón por la cual lo había hecho salir? Era una maldita vampiresa, por los clavos de Cristo. ¿O tenía esos hermosos colmillos sólo para su adorno personal?
Apoyó la cabeza sobre el volante. Oh, sí, eso era lo que había sucedido. Pero no entendía el porqué. Butch le habría permitido tomar todo lo que quisiera de él, ¿por qué no se lo había preguntado? Eso le dolió. El hecho de que Marissa quisiera clavar sus colmillos en su cuello y chupárselo explicaba por qué ella no había querido relacionarse con él. Se la imaginó desnuda, reclinada a su pecho, la boca en su garganta…
Ella se había excitado, eso era algo que había quedado muy claro. De hecho, al ser extremadamente explícito con ella, le había parecido que su aroma fluía mucho más. Pero entonces, ¿por qué, simplemente, no se lo había dicho?
A lo mejor por eso no había querido coger su vena. Tal vez creía que no lo podía hacer porque él era un humano.
Y quizá realmente estaba en lo cierto. Él no podía alimentarla porque era un humano.
Sí, joder. Preferiría morirse alimentándola antes que dejar que otro se encargara de ella. ¿Marissa pegada al cuello de otro? ¿Sus senos apretados contra el pecho de otro? ¿Su aroma absorbido por otro? ¿Ella tragando la sangre de otro?
Mía.
La palabra traspasó su cabeza. Y notó que había metido la mano en el abrigo hasta encontrar el gatillo de la Glock.
Aceleró y salió rumbo al ZeroSum. Tenía que calmarse y aplacar sus pensamientos. Los celos homicidas contra un vampiro no estaban en su lista de cosas por hacer.
El móvil sonó en su bolsillo.
—¿Sí?
V hablaba en voz baja.
—Siento mucho que te hayas tenido que marchar. No esperaba que vinieras…
—V, ¿qué pasa cuando un vampiro no se alimenta?
Hubo una pausa.
—Nada bueno. Te sientes cansado, verdaderamente muy cansado. Y el hambre te acosa. Imagínate una intoxicación alimenticia. Oleadas de dolor retuercen tus tripas. Si no atajas rápidamente el problema, te vuelves un animal. Es muy peligroso.
—Oí algunas historias sobre Zsadist, antes de que encontrara a Bella. Se alimentaba de humanas, ¿verdad? Y sé con certeza que esas mujeres no morían. Yo las veía regresar al club después de que él las hubiera chupado.
—¿Estás pensando en tu chica?
—Sí.
—Mira, ¿quedamos a tomar algo y hablamos?
—Voy hacia el ZeroSum.
Cuando Butch entró en el aparcamiento del ZeroSum, V lo esperaba al lado del club, fumando un puro. Se bajó y conectó la alarma del Escalade.
—Poli.
—V. —Carraspeó y trató de no acordarse de cómo había visto a su compañero mientras se alimentaba y copulaba. Imposible. Vio de todas formas a Vishous sobre la hembra, subyugándola, moviéndose dentro de ella, con su cuerpo preciso y firme como un pistón.
Gracias a lo que había visto, iba a tener que actualizar su definición de porno duro.
V aspiró con fuerza el habano, lo apagó contra la suela de su zapato y guardó el cabo sobrante dentro del bolsillo del pantalón.
—¿Estás preparado?
—Claro que sí.
Los gorilas los dejaron colarse. Dentro había una multitud frenética, sudada e hipersexuada. Se abrieron paso hasta la sección vip. Unos momentos después, sin que lo hubieran pedido, una camarera les sirvió un Lagavulin doble y unos dedos de Grey Goose.
El teléfono de Vishous sonó y se puso a hablar. Butch echó un vistazo a su alrededor, sólo para ponerse rígido. Soltó una maldición. En un rincón, al frágil amparo de unas sombras, vio a aquella hembra alta y musculosa, la jefa de seguridad de Rehvenge, que lo miraba con ojos ardientes, como si quisiera una repetición de lo que habían hecho en el cuarto de baño.
Pero eso no podía repetirse.
Miró dentro de su vaso en el momento en que terminaba su conversación.
—Era Fritz. Un mensaje de Marissa para ti.
Alzó la cabeza con brusquedad.
—¿Qué te ha dicho?
—Quiere que sepas que está bien. Que necesitaba descansar esta noche, pero que mañana estará mejor, que no quiere que te preocupes por ella y que… ah, que te ama y que no te sientas culpable pues tú no hiciste nada malo. —Vishous tosió—. ¿Qué hiciste? ¿O es información confidencial?
—Joder —dijo Butch, se tomó la bebida de un trago y luego alzó el vaso vacío. La camarera acudió inmediatamente.
Cuando le repuso la bebida, se miró las manos. Y sintió que V lo miraba con fijeza.
—Butch, ella va a necesitar más de lo que puedes darle.
—Zsadist sobrevivió… y no mató a nadie.
—Z se alimentaba de muchas humanas diferentes. En este caso, tú eres la única fuente. Debido a que tu sangre es más débil que la nuestra, Marissa te consumirá en poco tiempo, pues tendrá que chuparte muy a menudo. —Vishous respiró profundamente—. Mira, ella puede usarme si tú quieres. Incluso puedes estar presente para que sepas lo que pasa. No es nada sexual.
Butch irguió aún más la cabeza y miró la yugular de su compañero. Enseguida se imaginó a Marissa pegada a ese cuello macizo, los dos juntos. Entrelazados.
—V, tú sabes que yo te quiero como a un hermano, ¿verdad?
—Sí.
—Si la alimentas, te corto la jodida garganta.
V se quejó burlonamente, pero, instantes después, la sonrisa fue franca y abierta, tanto que tuvo que taparse los colmillos con el dorso de su mano enguantada.
—Suficiente. Y justo también. Además, nunca he dejado que nadie me coja la vena.
Butch frunció el ceño.
—¿Nunca?
—No. Soy un virgen vascular. Personalmente, detesto la idea de que alguna hembra se alimente de mí.
—¿Por qué?
—No lo sé ni quiero saberlo. —Butch abrió la boca y Vishous alzó su mano—. Ya es suficiente. Simplemente quiero que sepas que aquí estoy por si cambias de opinión y deseas utilizarme.
«Eso no va a pasar», pensó Butch. «Jamás».
Suspiró. El mensaje de Marissa lo había tranquilizado mucho. Ahora sabía que lo había echado porque tenía necesidad de alimentarse y no quería hacerle daño. Se sintió ridículamente tentado de volver a casa, sólo que quería respetar sus deseos y no comportarse como un acosador. Además, en la noche siguiente, suponiendo que fuera lo de la sangre… bueno, entonces tendría algo que darle.
Marissa iba a beber de él.
Cuando la camarera regresó con más whisky, Rehvenge apareció con su jefa de seguridad. La corpulencia del macho bloqueaba por completo la vista, razón por la cual Butch no podía ver a la hembra. Respiró tranquilo.
—¿Mi gente os mantiene suficientemente húmedos? —preguntó Rehv.
Butch asintió.
—Muy húmedos.
—Así me gusta, es lo que quería oír. —El Reverendo se deslizó a la cabina y sus ojos amatista inspeccionaron la sección vip. Tenía buen aspecto: traje negro y camisa de seda; su corte de pelo al estilo mohawk era una oscura franja desde la frente a la base del cráneo—. Tengo noticias para compartir.
—¿Te vas a casar? —preguntó Butch mientras ingería la mitad de su nuevo whisky.
—No me jodas, Butch. —El Reverendo se abrió la chaqueta y, en un relámpago, mostró la forma de un arma.
—Qué caniche disparador tan bonito tienes ahí, vampiro.
—Vete al infierno…
V los interrumpió.
—Parece que estáis en un partido de tenis, y los deportes con raqueta me aburren sobremanera. ¿Cuáles son las noticias?
Rehv miró a Butch.
—Este hombre destaca por sus fenomenales habilidades personales, ¿verdad?
—Si te parece, vete a vivir con él.
El Reverendo sonrió irónicamente y luego se puso serio. A medida que hablaba, la boca apenas se movía y sus palabras no llegaban muy lejos.
—El Consejo de Princeps se reunió anoche. El tema fue una sehclusion obligatoria para todas las hembras sin compañero. Los leahdyre quieren recomendarla y enviársela a Wrath lo más pronto posible.
Vishous silbó por lo bajo.
—Un confinamiento.
—Precisamente. Están aprovechando el secuestro de mi hermana y la muerte de Wellesandra como pretexto para la sehclusion. Lo cual es una cagada enorme, ¿o no? —Rehv fijó sus ojos en V—. Un cotilleo para tu jefe. La glymera está molesta porque hay demasiadas pérdidas de civiles. Esta moción es una campanada de alerta para Wrath. Están seriamente decididos a aprobarla. Todos los leahdyre han venido a visitarme porque no pueden lograr la aprobación de la moción a menos que todos los miembros del Concilio estén presentes en la reunión, de manera que he decidido faltar; pero no puedo pasarme la vida faltando a las reuniones… —En ese momento sonó el móvil del Reverendo y él lo cogió para contestar—. Es Bella. Hola, hermanita. —Los ojos del macho relampaguearon y su cuerpo cambió de posición—. ¿Tahlly?
Butch frunció el ceño. Tuvo la clara impresión de que la mujer que estaba hablando con Rehv no era precisamente su hermana: al cuerpo de Rehvenge se le escapaba el calor como a un leño que se apaga.
Era difícil imaginarse la clase de mujer que se liaría con un ejemplar como el Reverendo. Por su parte, a Vishous le estaban entrando ganas de nuevo de acostarse con alguien, con lo que estaba claro que ese tipo de mujeres existían.
—Espera, tahlly. —Rehv se puso en pie—. Nos vemos más tarde, caballeros.
—Gracias por los chismes —dijo V.
—Soy un jodido ciudadano modelo, ¿no es así? —Rehv se dirigió a su oficina y cerró la puerta detrás de él.
Butch movió la cabeza.
—Conque el Reverendo tiene una fulana, ¿eh?
Vishous gruñó:
—Pobrecilla.
—Pues sí, la verdad. —Cuando la mirada de Butch cambió de dirección, se tensó. A través de las sombras, esa maldita hembra con corte de pelo masculino aún tenía sus ojos clavados en él.
—¿Se lo hiciste, poli? —le preguntó V amistosamente.
—¿A quién?
—Tú sabes perfectamente por quién te estoy preguntando.
—No es asunto tuyo, compañero.
‡ ‡ ‡
Mientras Marissa esperaba volver a oír la voz de Rehvenge, se preguntó dónde estaría. Se oía mucho jaleo… música, voces. ¿Estaría en una fiesta?
El ruido se cortó bruscamente, como si hubieran cerrado una puerta.
—Tahlly, ¿dónde estás? ¿Estás en casa?
—No, no estoy en casa.
Silencio. Después:
—¿Estás donde yo creo que estás? ¿Con la Hermandad?
—¿Cómo te has enterado?
Murmuró algo y después agregó:
—Sólo hay un número en el planeta que mi teléfono no puede rastrear y es el móvil desde el que me llama mi hermana. Y tú estás usando el mismo aparato, no puedo ver su número de identificación. ¿Qué diablos pasa?
Lo informó a medias sobre su situación. Le contó que ella y Havers habían discutido y que necesitaba un lugar para quedarse.
Rehv blasfemó.
—Debiste haberme llamado a mí. Yo me habría encargado de cuidarte.
—Es complicado. Tu madre…
—No te preocupes por ella. Vente conmigo, tahlly. Lo único que tienes que hacer es materializarte en el apartamento y yo te recogeré.
—Gracias, pero no. Sólo voy a estar aquí hasta que me establezca en algún sitio.
—¿Establecerte en algún sitio? ¿Qué diablos? ¿Es que tu hermano y tú habéis roto definitivamente? ¿No crees que las cosas acabarán arreglándose?
—No te preocupes, saldré adelante. Escucha, Rehvenge, en realidad te llamaba para otra cosa: yo… te necesito. Necesito intentar otra vez… —Apoyó la cabeza en su mano. Detestaba tener que acudir a él, pero ¿a quién más podía recurrir? Y Butch… Dios, Butch… se sintió como si estuviera traicionándolo. Pero ¿qué otra alternativa tenía?
Rehvenge rezongó.
—¿Cuándo, tahlly? ¿Cuándo me necesitas?
—Ya.
—Sólo ve a… demonios… tengo que reunirme con los leahdyre de los Princeps. Y después debo atender algunos asuntos relacionados con mi trabajo.
Marissa apretó el teléfono. Esperar era malo.
—¿Mañana entonces?
—Al anochecer. A menos que quieras venir y quedarte en mi casa. Después podríamos pasar… todo el día juntos.
—Te veré a primera hora de la noche de mañana.
—Estoy impaciente por verte de nuevo, tahlly.
Después de colgar, se estiró en la cama y se derrumbó, completamente exhausta, su cuerpo se quedó como un objeto inanimado encima del colchón.
Esperar hasta mañana quizá fuera lo mejor. Podría descansar, hablar con Butch y contarle lo que iba a hacer. Siempre y cuando no se sintiera excitada sexualmente, sería capaz de controlarse en su presencia y era una conversación que bien valía la pena tener en persona: si los humanos enamorados eran como los machos vampiros cuando estaban vinculados, él no iba a tolerar el hecho de que ella necesitara estar con otra persona.
Con un suspiro, pensó en Rehv. Y enseguida en el Concilio de Princeps. Y en el género femenino.
Por Dios, aunque la moción de sehclusion llegara a ser derrotada por algún milagro, seguiría sin haber un lugar seguro para las hembras que sufrieran malos tratos en su casa. Debido a la guerra contra los restrictores, todas las fuerzas estaban concentradas en combatir a los enemigos y no había policía interna. Ni redes internas de seguridad. Nadie ayudaría a las hembras y a sus hijos si los hellren en sus hogares eran violentos. O si la familia las echaba a la calle.
¿Qué habría sido de ella si Beth y Wrath no la hubieran recibido? ¿O si no tuviera a Rehvenge?
Tal vez habría muerto.
‡ ‡ ‡
John fue el primero en llegar al vestuario después de clase. Abrió su armario, se cambió rápidamente y se vistió, impaciente por empezar la práctica de lucha.
—¡Qué rápido! Se ve que estás deseando empezar la clase de lucha… claro, te gusta que te den por el culo.
John miró por encima del hombro. Lash estaba parado enfrente de un armario abierto, sacando una extravagante camiseta de seda. Su pecho no era más grande que el de John ni sus brazos más fuertes que los de él, pero cuando le devolvió la mirada, sus ojos quemaban como si tuviera la complexión de un toro.
Le sostuvo la mirada mientras sentía que su cuerpo se calentaba. Estaba deseando que Lash volviera a abrir la boca y dijera algo. Una sola cosa.
—¿O crees que vas a derrotarnos, John? ¿Con el pensamiento tal vez?
Bingo.
Se abalanzó sobre el chico. Pero no llegó lejos. Blaylock, el pelirrojo, lo cogió y lo abrazó por detrás para retenerlo y tratar de impedir la lucha. Pero Lash no tenía ningún impedimento. El bastardo echó su puño atrás y lanzó un gancho de derecha tan fuerte que John escapó del abrazo de Blaylock y fue a golpearse contra los armarios.
Aturdido y sin aliento, John se le tiró ciegamente.
Blaylock lo agarró otra vez.
—Por favor, Lash…
—¿Qué? Él me atacó.
—Porque tú lo provocaste.
Los ojos de Lash se achicaron.
—¿Cómo? ¿Qué has dicho?
—No tienes que actuar como un cretino.
Lash levantó un dedo y lo movió delante de la cara de Blaylock.
—Cuidado, Blay. Jugar en su equipo no es una idea muy inteligente. —Lash se sacudió las manos y se alisó los pantalones—. Ahora me siento mejor, ¿cómo te sientes tú, John?
John no se molestó en contestar, pese a que se sentía libre. El rostro le latió al ritmo del corazón. Por alguna absurda razón, pensó en las luces direccionales de un coche.
Oh, Dios… Le había dado un buen puñetazo. Se tambaleó entre la fila de lavabos y, en el espejo que corría a lo largo de la pared, echó una mirada a su jeta. Impresionante. Simplemente impresionante. La barbilla y el labio se le estaban hinchando a gran velocidad.
Blaylock apareció detrás de él con una botella de agua fría.
—Ponte esto.
John cogió la botella helada y se la puso sobre la cara. Después cerró los ojos para evitar ver al pelirrojo o verse a sí mismo en el espejo.
—¿Quieres que le cuente a Zsadist que esta noche no vas a entrenar con nosotros?
John negó con la cabeza.
—¿Seguro?
John ignoró la pregunta, le devolvió el agua y se dirigió al gimnasio. Los otros fulanos lo siguieron en un tenso grupo, pisando con rudeza sobre las alfombras azules.
Zsadist salió de la estancia, le echó una mirada a la cara de John y al instante se cabreó.
—Mostradme todos las manos, palmas abajo. —Examinó las manos de todos. Se detuvo frente a Lash—. Bonitos nudillos. Contra la pared.
Lash paseó su mirada por el gimnasio, satisfecho de no tener que hacer los ejercicios.
Zsadist se plantó delante de las manos de John.
—Vuélvelas.
John lo hizo. Hubo un momento de silencio. Luego Z cogió el mentón de John y le echó la cabeza hacia atrás.
—¿Ves doble?
John dijo que no con la cabeza.
—¿Náuseas?
John volvió a menear la cabeza.
—¿Duele?
Zsadist le tocó la barbilla y John pegó un respingo. Meneó la cabeza.
—Mentiroso. Pero es lo que quería oír. —Z anduvo unos pasos y se dirigió a los muchachos—. Vueltas. Veinte. Y luego flexiones, también veinte. Vamos, moveos.
Los improperios sonaron por todas partes.
—¿Tengo cara de que me importen algo vuestras putas protestas? —Zsadist silbó entre dientes—. Moveos.
John empezó a moverse con los otros compañeros y pensó que iba ser una noche realmente larga. Por lo menos Lash no parecía complacido consigo mismo…
Cuatro horas más tarde, resultó que John tenía razón.
Al final de la sesión, todos estaban exhaustos. Z no sólo los molió en las colchonetas sino que los hizo trabajar más de lo normal. Muchísimo más de la cuenta. El maldito entrenamiento fue tan duro que ni John tuvo energía para quedarse practicando después de que rompieran filas. En vez de eso, se fue directamente, sin ducharse, a la oficina de Tohr, y se sentó, agotado.
Apretó las piernas hacia arriba, se imaginó que acababa de descansar un minuto y trató de aclarar sus ideas.
La puerta se columpió al abrirse.
—¿Estás bien? —inquirió Zsadist.
John asintió sin mirarlo.
—Voy a recomendar que Lash sea expulsado del programa.
John pegó un salto y comenzó a menear la cabeza.
—Lo que sea, John. Es la segunda vez que te ha importunado. ¿O tengo que recordarte lo de los golpes con los nunchakus hace unos meses?
No, John se acordaba perfectamente. Mierda, pensó.
Tenía mucho que decir. Se sintió incapaz de hacerlo con el lenguaje de los signos, así que cogió su cuaderno y escribió con sobresaliente pulcritud:
—Si haces eso, los demás me culparán; les pareceré débil. Algún día, quiero entrar en combate junto a estos tipos. ¿Cómo podrían confiar en mí si piensan que soy un peso ligero?
Le pasó el cuaderno a Zsadist, que lo sostuvo con cuidado entre sus grandes manos. La cabeza del hermano se inclinó sobre las notas y leyó con atención. Cuando concluyó la lectura, tiró el cuaderno sobre el escritorio.
—No pienso consentir que ese mierda esté pegándote todo el tiempo, John. Simplemente, no. Tienes razón en una cosa. Castigaré a Lash de algún otro modo y de momento me olvidaré de la expulsión. Pero si vuelve a pegarte, lo echaré.
Zsadist caminó hasta una puerta que había en la pared, tras la cual se encontraba el túnel de acceso. Volvió la cabeza y miró a John por encima del hombro:
—Escúchame, John. No quiero que te pelees con él durante la instrucción. Así que no le vas a pegar, aunque se lo merezca. Simplemente agacharás la cabeza y mantendrás las manos junto a tu cuerpo. Phury y yo lo vigilaremos por ti.
John apartó la mirada.
—¿John? ¿Está claro? No más peleas.
Después de un momento, John asintió lentamente.
Y esperó ser capaz de cumplir su palabra.