19
Marissa dio vueltas dentro de la biblioteca de la Hermandad y, al rato, se detuvo frente a las ventanas que miraban a la terraza y a la piscina.
El día iba a ser soleado, pensó. La nieve estaba derritiéndose, la primavera estaba cambiando el paisaje…
¿A quién diablos le interesaba el maldito paisaje?
Butch se marchó después del desayuno. Dijo que iba a dar una vuelta, sin más explicaciones. Excelente. Eso había sido hacía dos horas.
Volvió al sentir que alguien entraba a la habitación.
—Butch… ah… eres… tú.
Vishous estaba de pie en el umbral. Su expresión era completamente vacía, la que se pone en la cara cuando toca dar malas noticias.
—Dime que está vivo —exclamó ella—. Salva mi vida aquí y ahora y dime que está vivo.
—Sí, está vivo.
Las rodillas de Marissa se doblaron y tuvo que apoyarse en una de las estanterías que iban de pared a pared.
—Pero, no ha regresado, ¿cierto?
—No.
Al mirarlo, notó que lucía una elegante camisa blanca debajo de su traje de cuero negro: un cuello cuyas puntas se abotonaban a la camisa, marca Thurnbull & Asser. Reconoció el corte. El mismo de Butch.
Se rodeó la cintura con un brazo, observada por V desde el otro lado del salón. Era un macho peligroso, pero no sólo por los tatuajes en las sienes o por su enorme cuerpo. Sobre todo, porque era frío hasta la médula y capaz de hacer lo que fuera.
—¿Dónde está él? —preguntó ella.
—Está bien.
—Entonces, ¿por qué no está aquí?
—Tuvo una pequeña pelea.
—Una… pequeña… pelea.
Sintió que se mareaba al acordarse de Butch en la cama del hospital. Lo vio tendido con su pijama, aporreado, casi moribundo. Y contaminado por algún mal.
—Quiero verlo.
—No está aquí.
—¿Está en la clínica de mi hermano?
—No.
—Y no vas a decirme dónde está, ¿verdad?
—Te va a llamar dentro de un momento.
—¿Está con los restrictores?
Vishous se quedó mirándola en silencio. El corazón de Marissa aceleró el ritmo dentro de su pecho. No soportaría que Butch se hubiera convertido en uno de ellos, que ahora fuese su enemigo.
—Dime si está con los verdugos, maldito engreído.
Más silencio fue la respuesta a su pregunta. Y algo le sugirió que a V le tenía sin cuidado si ella se irritaba o no.
Marissa descruzó los brazos y avanzó hacia el guerrero. Ya más cerca, tuvo que estirar el cuello para poder mirarlo a la cara. Dios, qué ojos, transparentes, diamantinos, y con líneas azules como la medianoche alrededor de los iris. Fríos. Muy fríos.
Hizo un gran esfuerzo para ocultar el temblor que la sacudía, pero V se dio cuenta.
—¿Asustada de mí, Marissa? —dijo él—. ¿Qué crees que voy a hacerte?
No supo cómo contestarle.
—Es que no quiero que Butch pelee.
Vishous sonrió. Una sonrisa irónica, llena de rencor.
—Eso no te toca decidirlo a ti.
—Es demasiado peligroso para él.
—Después de lo de anoche, no estoy tan seguro de eso.
La dura sonrisa del hermano hizo que ella retrocediera un paso. Sin embargo la angustia la salvó de una retirada completa.
—¿Te acuerdas de esa cama de hospital? Viste lo que ellos le hicieron la última vez. Pienso que deberías estar más pendiente de tu amigo.
—Si Butch se convierte en una ventaja para los hermanos, y si él así lo desea, lo utilizaremos como tal.
—En este momento no me gusta la Hermandad —soltó Marissa—. Ni tú tampoco.
Intentó pasar por delante de él para marcharse, pero V la atajó, la cogió del brazo y le dio un tirón, aunque agarrándola sin hacerle daño. Su mirada resbaló sobre la cara de ella, sobre el cuello, por todo el cuerpo.
Ella vio el fuego. Su calor volcánico. El infierno interior que ocultaba bajo ese autocontrol glacial.
—Suéltame —murmuró Marissa, el corazón latiéndole con fuerza.
—No me gustas. —Su réplica fue serena… serena como el filo de un cuchillo de cocina.
—¿Qué?
—Que no me gustas. Eres una hembra muy bella, pero no me gustas. —Los ojos en forma de diamante se entornaron—. Tú lo sabes, y harás todo lo posible para aprovecharte de esa situación, ¿verdad?
—No… no, yo no soy…
—Sí, tú sí eres. —La voz de Vishous se volvió cada vez más baja y más baja, hasta que ella no estuvo segura de si la estaba oyendo o tan sólo la tenía en su mente—. Butch es una sabia opción para ti, hembra. Te cuidará, si se lo permites. ¿Le dejarás, Marissa? ¿Dejarás que él… cuide de ti?
Sus ojos la hipnotizaron. Sintió que el pulgar de V se movía por su muñeca, en círculos. Se relajó gradualmente hasta que los latidos de su corazón alcanzaron un ritmo casi perezoso.
—Contesta a mi pregunta, Marissa.
—¿Qué… qué me has preguntado?
—¿Dejarás que Butch te tome? —Vishous se inclinó hacia delante y acercó su boca al oído de ella—. Quiero decir, ¿lo tomarás dentro de ti?
—Sí… —Marissa suspiró, consciente de que estaban hablando de sexo, demasiado embebidos por el tema como para no responder—. Sí, yo lo tendré dentro de mí.
La mano de V se aflojó y luego le acarició el brazo, recorriendo su piel tibiamente, totalmente. Él miró hacia abajo, hacia donde la tocaba, con expresión de profunda concentración en su cara.
—Bueno. Eso es bueno. Formáis una pareja maravillosa.
Vishous giró sobre sus talones y salió de la habitación.
Desorientada, conmovida, Marissa se dirigió a tropezones hacia la entrada de la biblioteca y vio a V mientras subía por las escaleras, sus fuertes muslos acortando la distancia sin mayor esfuerzo.
Él se detuvo sin previo aviso y volvió la cabeza hacia donde estaba la joven. La mano de ella revoloteó a su garganta.
La sonrisa de Vishous fue tan oscura como pálidos eran los ojos de Marissa.
—Vamos, hembra. ¿En serio pensaste que iba a besarte?
Ella jadeó. Eso fue exactamente lo que le había pasado por la…
V meneó la cabeza.
—Eres la hembra de Butch y, sin que importe si lo vuestro acaba bien o no, siempre lo serás para mí. —Empezó a andar—. Además, no eres mi tipo. Tu piel es demasiado suave.
V entró al estudio de Wrath y cerró la puerta doble. La charla con Marissa le había afectado mucho. Hacía varias semanas que no se metía en los pensamientos de nadie, pero ahora había leído los de ella con claridad. O tal vez simplemente se había arriesgado a adivinarlos. Qué infierno, mejor lo último. Al sondear sus hermosos ojos había percibido que ella estaba convencida de que iba a besarla.
Pero Marissa estaba en un error. La razón por la que la había mirado de esa forma no era que quisiera besarla; Marissa no le atraía, simplemente le fascinaba. Quería saber qué tenía ella para hacer que Butch la deseara con tanta calidez y con tanto amor. ¿Algo en la piel? ¿En los huesos? ¿En su belleza? ¿O en cómo lo hacía? ¿Cómo había hecho para que él asumiera el sexo como una comunión?
V se frotó el centro del pecho, consciente de su deprimente soledad.
—¿Oye? ¿Hermano? —Wrath se inclinó sobre su aristocrático escritorio—. ¿Vienes a darme el informe o a quedarte ahí parado como una estatua?
—Disculpa. Estaba distraído.
Vishous reconstruyó la escena y refirió la lucha, especialmente la parte final cuando vio desaparecer al restrictor en el aire sutil de la noche, gracias a su compañero de cuarto.
—Increíble… —dijo Wrath cuando V acabó su relato.
V fue a la chimenea y arrojó a las llamas la colilla de su cigarro.
—Sí, increíble. Yo nunca había visto algo parecido.
—¿Butch está bien?
—No sé. Lo habría llevado a la consulta de Havers, pero el poli no quiere volver a la clínica ni muerto. En este momento está en mi casa, pegado al móvil. Me llamará si nota algo raro o siente que enferma… como todo es tan raro ni siquiera sabemos qué podemos esperar… No sé, a ver si se me ocurre algo.
Wrath alzó las cejas en un gesto de duda.
—¿Estás seguro de que los restrictores no lo han rastreado?
—No, no puedo estar seguro. Butch los siente, se da cuenta de su presencia antes que yo. Es como si los oliera o algo por el estilo. Cuando se les acercó, ellos parecieron reconocerlo, pero él los atacó.
Wrath echó una ojeada al montón de papeles que había sobre su escritorio.
—No me gusta que esté solo. No me gusta nada.
Hubo una larga pausa y luego Vishous dijo:
—Podría traerlo de vuelta a casa.
Wrath se quitó las gafas. Al frotarse los ojos, el anillo del Rey, un pesado diamante negro, brilló en su dedo.
—Tenemos hembras aquí. Una de ellas está embarazada.
—Yo podría hacerme cargo de él y asegurarme de que permanezca en el Hueco. Aislaría el acceso al túnel, si fuera necesario.
—Demonios… —Las gafas de sol volvieron a su lugar—. Ve a por él. Trae a nuestro muchacho a casa.
‡ ‡ ‡
Para Van, la parte más aterradora de su inducción a la Sociedad Restrictiva no había sido la conversión física, el Omega o la naturaleza involuntaria de todo el asunto. A pesar de que todo eso había sido espantoso. Jesús… saber que el mal realmente existía y que estaba por ahí haciéndole cosas a la gente. ¡Horrendo despertar!
Pero eso no había sido la parte más pavorosa.
Con un gruñido, Van se tiró sobre el desnudo colchón en el que sólo Dios sabía cuánto tiempo llevaba echado. Se miró el cuerpo, apartó su brazo del extremo del hombro y después lo estiró vigorosamente.
No, la parte más espeluznante había sido el hecho de que cuando finalmente paró de vomitar y recuperó el aliento, no pudo recordar por qué no había querido ingresar antes en la Sociedad. El poder y la fuerza latían otra vez en su cuerpo con el brío de sus veinte años. Gracias al Omega había vuelto a ser él mismo, sin la más remota sombra de lo que había sido alguna vez. Claro, los medios para lograrlo habían sido una mezcolanza mental de terror e incredulidad. Pero los fines… eran gloriosos. Flexionó sus bíceps otra vez, para sentir y adorar los músculos y los huesos.
—Estás sonriendo —dijo Xavier en cuanto entró al cuarto.
Van lo miró.
—Me siento muy bien. De verdad… ¡joder!… muy bien.
Los ojos de Xavier parecieron distantes.
—No dejes que se te suba a la cabeza. Escúchame bien: quiero que siempre estés cerca de mí. Jamás irás a ninguna parte sin mí. ¿Está claro?
—Sí, seguro. —Van apoyó las piernas en el suelo. No aguantaba las ganas de largarse a correr y experimentar cómo se sentía.
Apenas se levantó, la expresión de Xavier fue singular. ¿Frustración?
—¿Qué hay? —preguntó Van.
—Tu inducción fue… como tantas.
¿Como tantas? Que te saquen el corazón y que tu sangre sea reemplazada por algo parecido a alquitrán no podía ser un promedio. Y por los clavos de Cristo, Van no estaba interesado en ese chismorreo. El mundo era fresco y nuevo para él. Había renacido.
—Lástima; siento haberlo decepcionado —murmuró.
—Tú no me has decepcionado. Aún no. —Xavier miró su reloj—. Vístete. Salimos a las cinco.
Van entró al baño y se paró frente al inodoro, sólo para darse cuenta de que no lo necesitaba. Tampoco tenía hambre ni sed.
Se sintió extraño y le pareció anormal seguir su rutina de todas las mañanas. Se inclinó hacia delante y miró su reflejo en el espejo. Sus facciones eran las mismas, pero los ojos se veían distintos. Algo molesto le serpenteó por dentro. Se frotó la cara para asegurarse de que todavía era de carne y hueso. Al palparse el cráneo a través de su delgada piel, pensó en Richard, que ahora estaba en casa con su esposa y sus dos niños. Seguro y tranquilo.
Van no volvería a tener más contacto con su familia. Nunca. Pero haber preservado la vida de su hermano le parecía un trato justo. Los padres eran importantes para los hijos.
Además, pensó en todo lo que había ganado con su sacrificio, su participación especial en el negocio.
—¿Estás listo para salir? —Xavier lo llamó desde el vestíbulo.
Van tragó saliva. Hombre, cualquier cosa en la que se hubiera metido no era más sórdida que la vida criminal. Ahora era un agente del mal, ¿y qué? ¿Acaso debía molestarse por eso? Por el contrario, estaba eufórico con su nuevo poder, preparado para esgrimirlo cuando hiciera falta.
—Sí, lo estoy.
Sus reflexiones lo hicieron sonreír. Sintió como si al fin su destino se hubiera realizado. Él era lo que necesitaba ser.