18
Van abandonó el centro de la ciudad mientras la noche caía sobre Caldwell. Después de dejar la autopista, cogió una carretera poco iluminada, de acceso al río, y condujo luego su camión por una vía plagada de baches que corría por debajo del gran puente. Se detuvo bajo un mojón marcado como F-8, con pintura naranja; se bajó y miró a su alrededor.
El tráfico circulaba apresurado por encima de su cabeza, con una mezcla de traqueteos de vehículos, y el resonar de truenos distantes. Los conductores hacían sonar ocasionalmente los cláxones de sus coches, lo que incrementaba el ruido. Abajo, al nivel del río, el Hudson hacía casi tanto ruido como los automóviles arriba. Era el primer día en que la primavera prodigaba un poco de calor. La corriente del río fluía vertiginosa debido al deshielo de las cercanas montañas.
El atardecer gris oscuro parecía asfalto líquido. Olía a tierra.
Escudriñó la zona, sus instintos, agudizados, estaban en máxima alerta. Hombre, estar solo bajo el puente nunca era bueno. Especialmente a medida que la luz del día se esfumaba.
Maldita sea. No debía haber venido. Regresó a su camión.
Xavier surgió de entre las sombras.
—Me alegra que hayas venido, hijo.
Van se tragó su sorpresa. Mierda, ese tío era como una especie de fantasma.
—¿Por qué no ha querido hablar por teléfono? Es absurdo que me haya hecho venir hasta aquí, tengo cosas que hacer, joder.
—Necesito que me ayudes con algo.
—Ya le dije que no estoy interesado.
Xavier sonrió un poco.
—Sí, es verdad, ya me lo dijiste.
El sonido de unas llantas sobre grava suelta se infiltró en los oídos de Van. Miró a su izquierda. La Chrysler Town & Country, la camioneta dorada, avanzaba hacia él por su lado derecho.
Sin apartar los ojos de Xavier, se metió la mano al bolsillo y deslizó el dedo en el gatillo de su nueve milímetros. Si iban a atacarlo, les plantaría cara.
—Tengo algo para ti en la camioneta, hijo mío. Ve a ver. Abre la puerta trasera. —Hizo una pausa—. ¿Acaso te da miedo, Van?
—A la mierda con el miedo. —Caminó hacia la camioneta, listo para luchar. Pero cuando abrió la portezuela todo lo que pudo hacer fue recular. Su hermano, Richard, estaba atado con una soga de nailon, y tiras de cinta adhesiva le cubrían los ojos y la boca.
—Dios mío, Richard… —Cuando intentó acercársele, oyó cómo amartillaban una pistola y tuvo que mirar al conductor de la camioneta. El bastardo peliblanco que había detrás del volante le apuntaba directamente a la cara con lo que parecía ser una 40 Smith & Wesson.
—Me gustaría que reconsideraras tu decisión y volvieras a pensar en mi invitación —le rogó Xavier.
‡ ‡ ‡
Detrás del volante del Honda de Sally Forrester, Butch maldijo cuando, al cruzar una esquina, vio a su izquierda a una patrulla de la policía de Caldwell aparcada frente a Stewart’s, en la esquina de Framingham y Hollis. ¡Qué mala suerte! Andar en un coche robado con dos de los grandes en efectivo no era como para relajarse.
Afortunadamente, tenía refuerzos. V lo seguía de cerca en el Escalade. Se dirigían a la dirección de Barnstable Road.
Nueve minutos y medio más tarde, Butch encontró la casa de Sally en Cape Cod. Después de apagar los faros delanteros y dejar que el coche rodara hasta detenerse del todo junto a la puerta de su propietaria, desconectó el motor. La casa estaba oscura, así que caminó derecho hasta la puerta principal, metió el sobre con el dinero en el buzón y corrió a la esquina, donde V lo esperaba. No le preocupaba que lo cogieran en esa silenciosa calle. Si alguien le hiciera preguntas, V le haría una limpieza mental y listo.
Estaba subiendo al automóvil cuando lo congeló un sentimiento excepcional.
Sin ninguna razón aparente, empezaron a sonar miles de alarmas en su interior, al menos eso fue lo que a él le pareció. Como si tuviera un teléfono en el centro del pecho.
Calle abajo… calle abajo. Tenía que ir calle abajo.
Oh, Dios… los restrictores estaban allí.
—¿Qué pasa, poli?
—Los siento. Están cerca.
—Juguemos con ellos, entonces. —Vishous soltó el volante y ambos abrieron sus puertas—. Vamos a buscarlos, poli. Veamos adónde nos lleva esto.
Butch empezó a caminar. Luego se puso a trotar.
Juntos corrieron entre las sombras del pacífico barrio, evitando los charcos de luz de los porches y de los postes del alumbrado. Atravesaron el patio de alguien. Rodearon una piscina. Pasaron furtivamente junto a un garaje.
El vecindario se alborotó de repente. Los perros ladraron, alarmados. Un coche pasó con los faros apagados y con un rap a todo volumen. Como si hubiera salido de nada, se toparon con un caserón abandonado, al pie de un terreno vacío. Y por último tropezaron con una decrépita casa de dos plantas, rodeada por una valla de madera de casi tres metros de alto.
—Aquí es —dijo Butch, y miró alrededor en busca de una entrada—. Ayúdame.
Butch se agarró a la valla, y V lo lanzó por encima como si fuera el periódico. Aterrizó y se agachó.
Allí estaban. Tres restrictores. Dos de ellos arrastraban a un macho fuera de la casa.
Butch sintió que se le revolvía el estómago. Estaba rabioso por lo que le habían hecho, y eso, unido a la frustración por los temores de Marissa y por su naturaleza humana, hizo que el solo hecho de ver a los verdugos desatara toda su agresividad.
V se materializó junto a él y lo cogió por un hombro. Butch se volvió hacia él para decirle que se jodiera. Vishous siseó:
—Ya los tendrás. Silencio mientras tanto. Hemos llamado la atención por todos lados y sin Rhage seremos nosotros dos solos contra todos ellos. No podré mantener la mhis, así que pronto nos descubrirán.
Butch miró fijamente a su compañero y se dio cuenta de que era la primera vez que le daba rienda suelta.
—¿Por qué me dejas luchar en este momento?
—Tenemos que estar seguros de en qué lado estás —dijo V, desenvainando una daga—. Y así es como lo sabremos. Yo atacaré a los dos que van con el civil y tú al otro.
Él asintió una vez y luego saltó hacia delante, sintiendo un gran rugido en los oídos y dentro del cuerpo. Cuando se lanzó hacia el restrictor que estaba a punto de salir de la casa, el bastardo giró al oír que se le aproximaba.
Miró iracundo a Butch, que corría hacia él.
—Ya iba siendo hora de que llegaran los refuerzos —gritó el verdugo—. Hay dos hembras dentro. La rubia es realmente rápida, así que me gustaría…
Butch agarró al restrictor por detrás y lo hizo rodar por el suelo, sujetándole la cabeza y los hombros. Fue como montar un caballo en un rodeo. El verdugo se revolvió y asió a Butch por las piernas, pero cuando vio que esa técnica no le funcionaba, lo soltó e intentó deslizarse para soltarse del abrazo de Butch.
Pero no lo logró, porque el poli estaba aferrado al verdugo como una lapa, su antebrazo contra el esófago del restrictor, la otra mano apretándole la muñeca y tirando de él hacia atrás. Para asirlo mejor, sus piernas, como dos pinzas de acero, rodearon las caderas del verdugo. Apretó con fuerza.
Le llevó un rato, pero la asfixia y el esfuerzo tumbaron finalmente al inmortal.
Sólo que, al tiempo que las rodillas del restrictor empezaban a temblar, Butch se dio cuenta de que él también estaba bastante magullado y no sabía si tendría fuerzas para aguantar hasta el final. Lo habían vapuleado contra el muro exterior de la casa, contra la puerta, y luego, en el vestíbulo, había sido zarandeado de aquí para allá en el estrecho espacio disponible. El cerebro le silbaba como si tuviera una bala en el interior del cráneo y sus órganos internos parecían huevos revueltos, pero, maldita sea, no soltaría al restrictor. Al menos, hasta que la hembra a la que tenían prisionera tuviera oportunidad de escapar…
El mundo daba vueltas a su alrededor. Butch cayó al suelo y el restrictor quedó encima.
Mal sitio para estar. El que no podía respirar ahora era él.
Intentó apartarlo, pero en ese momento el bastardo se movió y ambos volvieron a revolcarse sobre la alfombra. Bucht luchó para apartarlo, pero estaba agotado. Aún no se había recuperado del todo y le fallaban las fuerzas, así que se quedó inmóvil, sin poder moverse.
El verdugo, sin embargo, había logrado recuperarse bastante y, con un pequeño esfuerzo, se echó sobre él hasta que quedaron cara a cara. Entonces hizo presión sobre Butch, sometiéndolo e inmovilizándolo.
Muy bien… ése era el momento preciso para que V apareciera e hiciera su show.
El restrictor miró hacia abajo y se encontró con los ojos de Butch. El mundo dejó de girar, como si el mundo se hubiera detenido. Como si estuviera muerto.
Otro esfuerzo del bastardo. Pero aquellos preciosos segundos le habían permitido recuperarse y ahora era Butch el que tenía el control, aunque estaba debajo. El restrictor se transfiguró y sus instintos dominaron al poli.
Abrió la boca y empezó a inhalar lentamente.
Pero no tomaba aire. Absorbía al verdugo. Lo consumía. Fue como la otra noche, en el callejón, sólo que ahora nadie abortó el proceso. Butch simplemente siguió aspirando, interminablemente, una sombría corriente negra pasando desde ojos, nariz y boca del restrictor hasta el interior de Butch.
¿Quién se sentía como un balón que se llena con niebla espesa? ¿Quién sentía que se apoderaba del manto del enemigo?
Cuándo todo acabó, el cuerpo del verdugo se había desintegrado, estaba convertido en cenizas, una fina niebla de partículas grises cayendo en el rostro, en el pecho y en las piernas de Butch.
—¡Qué horror!
Butch miró horrorizado a su alrededor. V lo estaba mirando con los ojos muy abiertos, como si esperara que de un momento a otro la casa fuera a derrumbarse también.
—Oh, Dios. —Butch se revolvió en el suelo. Se sentía terriblemente enfermo y la garganta le ardía como si hubiera estado bebiendo whisky durante horas. El mal estaba de regreso dentro de él, circulando por sus venas.
Respiró por la nariz y sintió que olía a talco de bebé. Y supo lo que era ese perfume.
—V —dijo con desesperación—. ¿Qué acabo de hacer?
—No lo sé, poli. No tengo ni idea.
‡ ‡ ‡
Veinte minutos más tarde, Vishous y su compañero se metieron al Escalade. V cerró todos los seguros. Mientras marcaba un número en el móvil, miró a Butch. En el asiento del pasajero, parecía que el poli acabara de sufrir un accidente y tuviera una terrible enfermedad, todo al mismo tiempo. Y hedía a talco de bebé, como si exudara ese olor por cada uno de sus poros.
Vishous arrancó la camioneta. Bien pensado, esa nueva cualidad de Butch era un arma de destrucción masiva. Acababa con los restrictores en un abrir y cerrar de ojos. Lo malo era que no sabía cuáles podían ser las consecuencias de todo aquello, y que las complicaciones podían ser una legión.
Vishous le echó otro vistazo a su amigo. Tuvo que convencerse a sí mismo de que Butch no lo miraba como un restrictor.
V conducía con una mano, mientras con la otra llevaba el móvil pegado a la oreja. Al fin, contestaron a su llamada.
—¿Wrath? —dijo V cuando oyó la voz del Rey al otro lado—. Escucha, yo… mierda… nuestro muchacho acaba de tragarse a un restrictor. No… Rhage no. Butch. Sí, Butch. ¿Qué? No, yo he sido testigo… he visto cómo se tragaba al bastardo ése. No sé cómo, pero el restrictor desapareció entre el polvo. No, no hubo cuchillos ni dagas. Butch inhaló la maldita cosa. Mira, voy a llevarlo a mi casa y a dejarlo dormir. Después voy para allá, ¿te parece? Correcto… No, no tengo ninguna pista de cómo lo hizo, pero te daré un informe pormenorizado en cuanto llegue al complejo. Sí. Bien. Ajá. Oh, por el amor de Dios… sí, estoy bien, deja ya de preguntármelo. Hablamos luego.
Colgó y se guardó el móvil. La voz de Butch llegó hasta él, débil y ronca.
—Por favor, no me lleves al complejo.
—Me gustaría hacerlo, la verdad, pero te voy a llevar a mi casa. —Vishous sacó un habano y lo encendió, chupando duramente. Cuando expulsó el humo, abrió una de las ventanillas—. Por todos los diablos, poli, ¿cómo sabías que podrías hacer eso?
—No sé. —Butch tosió un poco, como si la garganta le estuviera molestando—. Déjame una de tus dagas.
V frunció el ceño y miró a su compañero.
—¿Por qué?
—Sólo dámela. —Como Vishous dudaba, Butch movió la cabeza con tristeza—. No te voy a atacar con ella. Lo juro por mi madre.
Al llegar a un semáforo en rojo, V se soltó el cinturón de seguridad para desenvainar uno de sus aceros de la funda que llevaba atravesada sobre el pecho. Le entregó el arma a Butch por la empuñadura y luego se concentró en la carretera. Miró atrás. Butch se subió la manga y se cortó el antebrazo por la parte interior. Ambos se fijaron en lo que salió.
—Tengo sangre negra otra vez.
—Bueno… no es una sorpresa.
—También huelo como uno de ellos.
—Sí. —A Vishous no le gustaba nada que el poli tuviera una daga—. ¿Qué tal si me devuelves mi espada, compañero?
Butch se la entregó y V secó el acero negro en su ropa de cuero antes de volverlo a envainar.
Butch se bajó la manga.
—No quiero estar con Marissa en estas condiciones, ¿entiendes?
—No hay problema. Me encargaré de todo.
—Oye.
—¿Qué?
—Prefiero morir antes que hacerte daño.
La mirada de Vishous atravesó el espacio entre ellos. El rostro del poli estaba demacrado y sus ojos color avellana parecían muertos. Aquellas palabras no eran la simple expresión de un pensamiento, sino una promesa: Butch O’Neal estaba preparado para salirse del juego si la cosa se ponía verdaderamente fea y la situación se hacía insostenible.
V aspiró el cigarro y trató de no afligir al humano.
—Pensemos con optimismo, poli. Eso no volverá a pasar.
«Por favor, que no vuelva a pasar», se repitió V en silencio con todas sus fuerzas.