17

Cuando Marissa oyó que llamaban a la puerta, despegó los ojos y miró el reloj. Diez de la mañana y no había dormido lo suficiente. Dios santo, estaba exhausta.

Tal vez fuera Fritz, con sus cosas.

La puerta se abrió: entró una gran sombra oscura con una gorra de béisbol.

Se sentó de golpe, cubriéndose con la sábana los senos desnudos.

—¿Butch?

—Hola. —Se quitó la gorra, nervioso.

Ella cogió una vela y la encendió.

—¿Qué haces aquí?

—Pues… quería asegurarme personalmente de que estás bien. Además, tu teléfono… —Alzó las cejas. Acababa de ver el cordón telefónico, desconectado y arrancado de la pared—. Um, ya veo… tu teléfono no funciona. ¿Hay algún problema si entro un minuto?

Marissa respiró profundamente y todo le olió a él, su aroma le entró por la nariz y le floreció por todo el cuerpo.

«Bastardo», pensó. «Bastardo irresistible».

—Marissa, no voy a abrumarte con mis cosas, te lo prometo. Sé que estás enojada. Pero ¿podemos hablar? ¿Simplemente hablar?

—Está bien —dijo ella y meneó la cabeza—. Pero no creas que la cosa se va a solucionar.

Cuando Butch dio un paso adelante, Marissa comprendió que había sido una mala idea dejarlo entrar. Si quería hablar, debería haberlo recibido abajo. Después de todo, era un macho. Y ella estaba totalmente desnuda. Y ahora, para acabar de arreglarlo, estaban encerrados en una alcoba.

Bien planeado, excelente trabajo. Tal vez debería saltar por la ventana más cercana.

Él se recostó contra la puerta que había cerrado.

—Lo primero de todo: ¿te sientes bien aquí?

—Sí, muy bien. Butch…

—Lo siento si parezco todo un Humphrey Bogart. No es que piense que no puedas cuidarte a ti misma. Es que estoy absolutamente asustado, sobre todo de mí mismo, y me niego a aceptar la idea de haberte herido.

Marissa lo miró fijamente. Verlo, tan sólo verlo, le resultaba doloroso. Con sus humildes disculpas estaba a punto de convencerla, si era lo que quería.

—Butch…

—Espera, por favor… sólo escúchame. Escúchame y después me voy. —Respiró lentamente, su enorme pecho expandiéndose debajo del elegante abrigo negro—. Apartarte de mí parece el único camino seguro para que nada malo te suceda. No porque seas débil, sino porque yo soy peligroso. Sé muy bien que no necesitas que nadie te defienda, ni tener guardaespaldas.

Se produjo un silencio. Al fin, Marissa dijo:

—Venga, Butch, dime lo que te pasó realmente. No fue un accidente de automóvil, ¿verdad?

Butch se restregó los ojos.

—Fui secuestrado por unos restrictores. —Al ver que Marissa se ponía pálida, agregó velozmente—: Pero no fue gran cosa. Honestamente…

Marissa lo interrumpió con la mano.

—Alto, Butch. Cuéntamelo todo o no me cuentes nada. No quiero verdades a medias. Eso nos degrada a ambos.

Él maldijo. Se volvió a frotar los ojos.

—Butch, habla o vete.

—Está bien… está bien. —Sus ojos color avellana la miraron fijamente—. Hasta donde me acuerdo, fui interrogado durante doce horas.

Ella agarró las sábanas con tanta fuerza que los dedos se le entumecieron.

—Interrogado… ¿cómo?

—No recuerdo mucho, pero por los daños que sufrí, diría que utilizaron conmigo el procedimiento habitual.

—¿El procedimiento habitual?

—Corrientes eléctricas, puñetazos a nudillo limpio, alfileres entre las uñas. —Aunque se detuvo, Marissa estuvo segura de que la lista continuaba. Un reflujo de bilis le irritó la garganta.

—Oh… Dios…

—No pienses en eso. Ya pasó. Lo hecho, hecho está.

¿Cómo podía decir eso?

—¿Por qué? —Ella se aclaró la garganta. Y pensó que quería toda la verdad para poderle demostrar que era capaz de manejar la maldita situación—. ¿Por qué te tuvieron en cuarentena?

—Los restrictores me metieron algo. —Se abrió los botones y le mostró rápidamente la cicatriz del abdomen—. V me encontró al borde de la muerte, tirado en medio de un bosque, y me sacó de allí. Pero ahora sigo como… conectado a los restrictores. —Marissa lo miró horrorizada—. Sí, los verdugos, Marissa. Los que tratan de exterminar a tu especie. Así que créeme cuando te digo que mi necesidad de saber qué fue lo que me hicieron no es ninguna mierda ñoña para encontrar a mi yo interior. Tus enemigos manipularon mi cuerpo. Me pusieron algo dentro…

—Entonces, ¿te has convertido… en uno de ellos?

—No lo sé. Yo no quiero ser uno de ellos, pero no sé qué me hicieron. Lo único que sé es que no quiero hacerte daño, ¿lo entiendes? Por eso te dije que te apartaras de mí hasta que todo se solucionara… de una u otra forma.

—Butch, déjame ayudarte.

Volvió a maldecir.

—Y si…

—Los «y si…» me importan un carajo. —Marissa parecía verdaderamente enfadada. Butch nunca la había visto tan furiosa—. No quiero mentirte. También estoy aterrorizada. Pero no quiero darte la espalda y eres un tonto si quieres que lo haga.

Butch meneó la cabeza, con respeto en sus ojos.

—¿Siempre has sido tan valiente?

—No. Pero si te parezco valiente, será porque lo soy. ¿Vas a dejar que te ayude?

—Yo quiero. Siento que lo necesito. —Se quedaron callados mientras él cruzaba el cuarto—. ¿Puedo sentarme aquí?

Marissa asintió y le hizo sitio. Butch se recostó en la cama y el colchón se hundió por su peso. El cuerpo de ella se deslizó a un lado. La miró durante un largo rato antes de cogerle la mano. Dios, su palma era tan cálida y tan grande. Él se agachó y le rozó los nudillos con sus labios.

—Quiero acostarme contigo. No para tener sexo ni nada parecido. Sólo para…

—Sí.

Cuando se levantó, Marissa movió las sábanas, pero Butch negó con la cabeza.

—Me quedaré encima de la colcha.

Se quitó el abrigó y se tendió a su lado. La atrajo hacia él y la besó en la frente.

—Pareces realmente cansada —le dijo a la luz de la vela.

—Me siento realmente cansada.

—Duerme y déjame mirarte.

Marissa se acurrucó firmemente contra su cuerpo grande y suspiró. Era tan agradable reclinar la cabeza en su pecho y sentir su calor y olerlo tan cerca. Él le acarició lentamente la espalda, y ella se durmió al instante.

Se despertó al sentir que la cama se movía.

—¿Butch?

—Tengo que hablar con Vishous. —La besó en la palma de la mano—. Sigue descansando. No me gusta lo pálida que estás.

Marissa sonrió un poco.

—No te preocupes por mí.

—Vale, vale —sonrió—. ¿Nos vemos en la comida? Te esperaré abajo, en la biblioteca.

Ella asintió. Él se agachó y le pasó el dedo índice por la mejilla. Después le echó una rápida mirada a sus labios y el aroma de Marissa se tornó más fuerte inesperadamente.

Los ojos de ella se cerraron. Pasó menos de un segundo antes de que una tea se incendiara dentro de sus venas, una necesidad abrasadora y apremiante. Desvió los ojos desde su cara hasta su garganta. Los colmillos comenzaron a palpitarle por instinto: deseó perforar su vena. Deseó alimentarse de Butch. Y deseó tener sexo con su cuerpo mientras se alimentaba de él.

Sed y lujuria de sangre.

Oh, Dios. Por eso estaba tan cansada. No había sido capaz de alimentarse de Rehvenge, a lo que había que sumar el estrés por la enfermedad de Butch, más la noticia de su secuestro, más la pelea con Havers…

Los porqués no le importaban por el momento. Todo lo que sabía era que tenía hambre.

Los labios de él se separaron y Marissa empezó a buscárselos…

¿Qué pasaría si bebía de él?

Bueno, eso era fácil de saber. Simplemente lo vaciaría hasta secarlo, pues su sangre humana era demasiado débil. Lo mataría, sin duda.

Pero, Dios santo, Butch debía tener buen sabor.

Ella cortó la voz de la sed y lujuria de sangre y, con voluntad de hierro, metió los brazos debajo de las sábanas.

—Te veré esta noche.

Él se enderezó, con los ojos vidriosos. Puso sus manos frente a su vientre, como si ocultara una erección, lo que naturalmente le provocó a Marissa más ganas de poseerlo.

—Cuídate, Marissa —dijo Butch con tono bajo y triste.

Estaba en la puerta, cuando ella lo llamó:

—¿Butch?

—¿Sí?

—No pienso que seas débil.

Marissa frunció el entrecejo como preguntándose por qué había dicho eso.

—No importa. Duerme bien, preciosa. Te veré pronto.

Cuando estuvo sola, esperó a que el hambre se le pasara, lo cual le dio alguna esperanza. Con todo lo que estaba pasando en esos momentos, le encantaría dejar un poco de lado la necesidad de alimentarse. Pero le pareció incorrecto llamar a Rehvenge.