13

John arrastró los pies a su alrededor y cerró los ojos otra vez. Acurrucado sobre el cojín de una deteriorada y fea butaca de color verde aguacate, olió a Tohr en cada bocanada de aire. Ese sillón había sido la posesión favorita del hermano y un seatus non grata, un sitio no grato, para Wellsie. Desterrado a esa oficina del centro de entrenamiento, Tohr había pasado horas y horas haciendo trabajo administrativo mientras John estudiaba.

Ahora esa butaca le servía como cama a John desde los asesinatos. Recogía sus piernas y descansaba los brazos mientras su cabeza y sus hombros se le iban hacia atrás sobre la mitad más alta de la silla. Apretaba sus ojos cerrados y suplicaba poder tener algún descanso. La sangre le zumbaba por las venas y la cabeza le retumbaba con una enorme cantidad de gilipolleces urgentes e indefinidas.

Dios, la clase había concluido hacía dos horas y había hecho ejercicio incluso después de que los demás aprendices se marchasen. Llevaba una semana sin dormir bien y se sentía fatal.

Además, otra vez, Lash se había encarnizado con él. Ayer, ese hijo de puta lo había mortificado todo el tiempo, delante de la clase. Ciertamente, John odiaba a ese chico. Le parecía altanero, malcriado, cargante…

—Abre los ojos, muchacho. Sé que estás despierto.

Alguien lo empujó y lo tiró al suelo. Cuando logró levantarse, vio a Zsadist, con su vestimenta tradicional: cuellos de tortuga muy ajustados y jerséis holgados. Se sentó otra vez y se abrazó nuevamente al cojín.

La expresión del semblante del guerrero era tan recia como su cuerpo.

—Escúchame, porque no voy a decirte esto otra vez.

John sintió una especie de escalofrío. Tuvo un mal presentimiento.

—¿Conque no quieres ir a ver a Havers? Ningún problema. Pero detén esta mierda. Te estás saltando las comidas y parece que llevaras días sin dormir. Tu actitud está comenzando a sacar lo peor que hay en mí.

Jamás un padre o un profesor le había hablado en ese tono. Y las críticas no le sentaron bien: la frustración le revoloteó en el pecho.

Con el dedo índice, Z señaló lo que había en la habitación.

—Deja de pensar en Lash, ¿está claro? Olvídate de ese hijo de puta. Y de ahora en adelante, vendrás a comer con nosotros en la casa.

John frunció el ceño y se enderezó, de modo que Zsadist entendiera que tenía algo que decirle.

—Olvídate de una respuesta, muchacho. No me interesa. —John se cabreó de verdad. Z sonrió, revelando sus monstruosos colmillos—. Sabes mejor que yo cómo sacarme de quicio, ¿no es cierto?

Él desvió la mirada. Era verdad: el hermano podía partirlo por la mitad sin ningún esfuerzo.

—Vas a olvidarte de Lash. ¿Entiendes lo que te digo? No quiero verme obligado a intervenir en vuestros asuntos. Los dos saldríais perdiendo. Mueve la cabeza en señal de que lo has entendido.

John cabeceó, con vergüenza y enfado. Se sintió exhausto.

Estaba hecho una furia, y al ser consciente de ello se enfureció aún más. Siempre había sido muy tranquilo, incluso tímido. ¿Por qué últimamente todo lo irritaba?

—Estás muy cerca del cambio. Eso lo explica todo.

Movió lentamente la cabeza. ¿Le había escuchado? ¿O no?

—¿Yo? —se señaló.

—Sí. Por eso es imperativo que aprendas cómo controlarte. Cuando pases la transición, tu cuerpo se habrá transformado, serás capaz de hacer cosas que te dejarán boquiabierto. Hablo de fuerza bruta, pura resistencia física. Brutal. Mortal. ¿Crees que ahora tienes problemas? Espera a que tengas que vértelas con esa carga. Necesitas aprender a controlarte.

Zsadist le dio la espalda pero luego se detuvo y lo miró por encima del hombro. La luz cayó sobre la cicatriz que le cruzaba la cara y le distorsionaba el labio superior.

—Una última cosa. ¿Necesitas hablar con alguien?

Tendrían que pasar sobre su cadáver antes de hacerlo volver a la clínica de Havers, con ese terapeuta de mierda.

No quería hacerse más chequeos con él. La última vez que se había entrevistado con el médico de la raza, el sujeto lo había chantajeado con una terapia que no había pedido, y en este momento no tenía intención de repetir las sesiones de una hora con el tal doctor Phil.

—¿John? ¿Quieres hablar con alguien? —Cuando meneó la cabeza, Z entornó los ojos—. Bien. ¿Pero has entendido lo que te he dicho de Lash? Ignóralo, ¿vale?

Bajó la mirada y asintió.

—Bien. Ahora mueve tu culo hasta la casa. Fritz te ha preparado la cena y voy a vigilar que te la comas. Y te lo comerás todo. Necesitas estar fuerte para el cambio.

‡ ‡ ‡

Butch avanzó hacia los verdugos, que no se sintieron amenazados, de ningún modo. Como mucho, parecían enfadados, como si él no estuviera haciendo bien su trabajo.

—Detrás de ti, bobo —exclamó uno de ellos—. Tu objetivo está detrás de ti. Dos hermanos.

Dio vueltas alrededor de los restrictores, leyendo sus impresiones y sensaciones instintivamente. Sintió que el más alto había sido reclutado durante el último año: aún conservaba algunos rasgos de humanidad, aunque Butch no estaba seguro de cómo sabía esas cosas. Los otros dos eran veteranos de la Sociedad y tuvo esta certeza no sólo por la palidez de su piel y de su pelo, sino por algo más que tampoco supo explicarse.

Paró cuando estuvo detrás de los tres y miró por encima de sus grandes cuerpos hacia donde estaban V y Rhage, que a su vez lo miraban como si estuvieran viendo morir a un amigo en sus brazos.

Supo cabalmente cuándo los restrictores iban a atacar a los hermanos y avanzó con ellos. Cuando Rhage y V adoptaron posturas de combate, agarró al verdugo del centro por el cuello y lo tiró al suelo.

El restrictor gritó y Butch saltó contra él, aunque sabía que aún no estaba en forma física para combatir. Como era de esperar, lo tumbaron y el inmortal se le montó encima, se le sentó en el pecho como si estuviera en el puesto del conductor de un automóvil, y empezó a estrangularlo. El bastardo era brutalmente fuerte, la diferencia entre ambos era algo así como si un luchador de sumo peleara con un niño pequeño.

Mientras bregaba por que no le arrancaran la cabeza, tuvo la débil conciencia de haber visto un rayo de luz y de haber escuchado una explosión. Y después otra. Rhage y V hacían limpieza y él oyó sus golpes por todas partes. Gracias a Dios.

Pero el espectáculo apenas acababa de empezar.

Miró a los ojos del restrictor y sintió que algo se removía en su interior. El verdugo parecía completamente ido y Butch tuvo la abrumadora urgencia de… bueno, ¿urgencia de qué? No lo sabía. El instinto lo obligó a abrir los labios y a respirar con fuerza.

Y comenzó a chupar. Sin que supiera lo que estaba haciendo, sus pulmones empezaron a llenarse con una larga y firme inhalación.

—No… —susurró el verdugo temblorosamente.

Algo circuló entre sus bocas, una nube de negrura salió del restrictor y se albergó en el pecho de Butch…

El vínculo entre ambos se rompió abruptamente por un brutal ataque que llegó desde arriba. Vishous agarró al verdugo y lo tiró de cabeza contra un edificio. Antes de que el bastardo se pudiera recuperar, V se tiró encima de él y le clavó la daga negra en el pecho.

Los golpes y el ruido de la lucha cesaron. Los brazos de Butch rodaron blandamente sobre el asfalto. Se encorvó y se apretó el estómago con las manos. Las tripas querían perforarlo. Más que eso, sintió nauseas. Y un repugnante eco: había luchado contra el mismo mal que sintió cuando estuvo enfermo.

Un par de zapatones entraron en su línea de visión, pero fue incapaz de mirar a los hermanos. No sabía qué diablos había hecho o qué había sucedido. Todo lo que tenía claro era que él y los restrictores eran parientes.

La voz de V fue tan tenue como la tez de Butch.

—¿Estás bien?

Apretó los ojos hasta cerrarlos y meneó la cabeza.

—Creo que es mejor que me saquéis de aquí. Y no se os ocurra llevarme a casa.

‡ ‡ ‡

Vishous abrió su apartamento y cargó a Butch mientras Rhage mantenía abierta la puerta. Los tres habían cogido el montacargas, en la parte trasera del edificio, lo cual tenía mucho sentido, dada la situación. El poli era un peso muerto, más denso de lo que parecía, como si la fuerza de la gravedad lo hubiera seleccionado para prestarle una atención especial.

Lo tendieron sobre la cama, de lado. Luego le empujaron las rodillas contra el pecho.

Siguió un largo periodo de silencio, durante el cual Butch pareció pasar al más allá.

Como si caminar lo liberara de la ansiedad, Rhage empezó a pasear por el apartamento. Qué mierda, después de semejante enfrentamiento, V tenía todo presente en su cabeza. Encendió un habano y lo aspiró con fuerza.

Hollywood se aclaró la garganta.

—¿Así que aquí es donde traes a tus hembras, V? —El hermano señaló un par de cadenas atornilladas a la pared negra—. Hemos oído historias, claro. Y parece que todas son verdad.

—Lo que tú digas. —Vishous se dirigió al bar y se sirvió un trago enorme de Grey Goose—. Tenemos que atacar esta misma noche las casas de esos restrictores.

Rhage señaló hacia la cama.

—¿Y qué hacemos con él?

Milagro de milagros, el poli alzó la cabeza.

—No voy ir a ninguna parte. Confiad en mí.

V entornó los ojos sobre su compañero. El rostro de Butch, normalmente con la rubicundez de su sangre irlandesa, estaba sin color. Y de él emanaba un olor… dulce, como a talco de bebé.

Era como si al haber estado con esos verdugos le hubieran transmitido algo de ellos, algo del Omega.

—¿Vishous? —La voz de Rhage sonó blanda—. ¿Quieres que lo dejemos aquí? ¿No será mejor que lo llevemos a la clínica de Havers?

—Estoy bien —intervino Butch.

«Una mentira de mucho calibre», pensó V. Vació el vodka y miró a Rhage.

—Poli, regresaremos con algo de comer.

—No. Nada de comida. Y no volváis esta noche. Encerradme, para que no pueda marcharme.

—Joder, poli. Si te ahorcas en el baño, te juro que vengo y te mato otra vez. ¿Me has oído?

Los ojos color avellana se abrieron con desesperación.

—Lo único que quiero es averiguar qué me hicieron. Así que no te preocupes.

Butch apretó los labios y los dejó cerrados. Después de un momento, Vishous y Rhage se dirigieron al balcón. V echó los cerrojos de seguridad a todas las puertas y se dio cuenta de que estaba más interesado en encerrar al poli que en protegerlo.

—¿Adónde vamos? —le preguntó a Rhage, aunque por lo general el que hacía los planes era él.

—En la primera cartera hay una dirección, 459 de la calle Wichita, apartamento C-4.

—Vamos a darles lo suyo, entonces.