—Bonita manera de derrumbarse —decía Japp con aire profesional algo más tarde.
Él y Poirot iban en automóvil por la carretera de Brompton.
—Sabía que el juego había terminado —replicó Poirot distraído.
—Tenemos muchos cargos contra él —dijo Japp—. Dos o tres nombres supuestos, un asunto algo dudoso acerca de un cheque falso y otro muy interesante de cuando estaba en el Ritz y se hacía llamar el coronel de Bathe. Estafó a media docena de comerciantes de Piccadilly. De momento le tenemos detenido bajo este cargo… hasta que se concluya este caso. ¿A qué viene su idea de marchar al campo, amigo mío?
—Mi querido colega, cada caso debe ser llevado apropiadamente, y todo debe quedar aclarado. Ahora voy en busca del misterio que usted insinuó: «El Misterio del Neceser Desaparecido».
—Yo lo llamé «El Misterio del Neceser»… eso es lo que yo dije… Y no ha desaparecido, que yo sepa.
—Espere, mon ami.
El coche enfiló la avenida Mews. Ante la puerta del número catorce Jane Plenderleith acababa de apearse de un pequeño «Austin Seven», vestida para jugar al golf.
Miró a los dos hombres, y sacando una llave se dispuso a abrir la puerta.
—¿Quieren pasar?
Abrió la puerta y Japp la siguió hasta él saloncito. Poirot se entretuvo unos momentos en el zaguán, murmurando:
—C’est embetant… qué difícil resulta salir de estas mangas.
Al poco rato entró en el saloncito sin su abrigo, mas Japp frunció los labios bajo su bigote. Había oído el ligero crujido de la puerta del armario al ser abierta.
Japp le dirigió una mirada interrogadora y Poirot le hizo una seña de asentimiento.
—No queremos entretenerla, señorita Plenderleith —exclamó el inspector rápidamente—. Sólo hemos venido a preguntarle si podría darnos el nombre del abogado de la señora Alien.
—¿De su abogado? —La joven movió la cabeza—. Ni siquiera sabía que lo tuviera.
—Bueno, cuando alquiló esta casa con usted, alguien debió redactar el contrato…
—No, creo que no. Fui yo quien la alquiló. La escritura está a mi nombre. Bárbara me pagaba la mitad de la renta. Todo se hizo sin formalidades de ninguna clase.
—Ya. ¡Oh! Bueno, supongo que entonces no nos queda nada que hacer aquí.
—Siento no poder ayudarles —dijo Jane.
—La verdad es que no tiene gran importancia. —Japp dirigióse a la puerta—. ¿Ha estado jugando al golf?
—Sí. —Jane enrojeció—. Supongo que me considerarán inhumana. Pero la verdad es que el estar en esta casa me deprimía. Tuve que salir y hacer algo… cansarme… o hubiera estallado.
Habló con gran vehemencia.
Poirot intervino rápidamente.
—Lo comprendo, mademoiselle. Es muy comprensible… y natural. Permanecer aquí sentada pensando… no, no debe resultar agradable.
—Celebro que lo comprenda —repuso Jane.
—¿Pertenece a algún club?
—Sí, juego en Wentworth.
—Ha hecho un día espléndido —comentó Hércules Poirot—. ¡Cielos, ahora quedan pocas hojas en los árboles! Una semana atrás los bosques estaban magníficos.
—Hoy ha hecho una mañana maravillosa.
—Buenas tardes, señorita Plenderleith —dijo el inspector—. Ya le comunicaré cuando haya algo definitivo. A decir verdad, hemos detenido a un hombre como sospechoso.
—¿A qué hombre?
Le miró con ansiedad.
—El mayor Eustace.
Asintió y dando media vuelta se agachó para acercar una cerilla al fuego.
—¿Y bien? —preguntó Japp cuando el coche hubo doblado la esquina de una avenida.
Poirot sonrió.
—Fue muy sencillo. Esta vez la llave estaba en la cerradura.
—¿Y…?
Poirot volvió a sonreír.
—Eh bien, los palos de golf no estaban…
—Naturalmente. La chica no es tonta. ¿Faltaba algo más?
Poirot asintió.
—Sí, amigo mío… ¡el neceser!
Japp apretó el acelerador.
—¡Maldición! —dijo—. ¡Sabía que había algo! Pero ¿qué diablos es? Lo registré a conciencia.
—Mi pobre Japp… pero ¿acaso no es… cómo diría yo… «evidente, mi querido Watson»?
Japp le dirigió una mirada desesperada.
—¿Adónde vamos? —preguntó.
Poirot consultó su reloj.
—Aún no son las cuatro. Podríamos ir a Wentworth antes de que oscurezca.
—¿Cree usted que de veras estuvo allí la señorita Plenderleith?
—Sí… debió suponer que lo comprobaríamos. Oh… sí; creo que nos dirán que estuvo allí.
Japp gruñó.
—Oh, bueno, vamos allá. Aunque no puedo imaginar lo que tiene que ver ese neceser con el crimen. No consigo relacionarlo con él.
—Precisamente, amigo mío, estoy de acuerdo con usted… no tiene nada que ver.
—Entonces…, ¿por qué…? ¡No me diga! Orden y método y todo saldrá por sus pasos contados. ¡Oh, bueno, hace un día espléndido!
El automóvil corría, volaba, y llegaron al Club de Golf de Wentworth poco después de las cuatro y media. No había mucha gente, por ser día laborable.
Poirot dirigióse al encargado y preguntó por los palos de la señorita Plenderleith, diciendo que los necesitaba para jugar al día siguiente.
El encargado llamó a un muchacho, que estuvo buscando entre los que había en un rincón, y al fin trajo un saco con las iniciales J. P.
—Gracias —dijo Poirot, y antes de marcharse volvióse para preguntar—: ¿No se dejó también un neceser?
—Hoy no, señor. Lo hubiese dejado en la Conserjería.
—¿Vino hoy por aquí?
—Sí, la he visto.
—¿Qué muchacho la acompañó, lo sabe? Echa de menos su neceser y no recuerda dónde pudo dejarlo.
—No fue ningún chico. Vino aquí y compró un par de pelotas, y sólo se llevó dos palos. Me parece recordar que llevaba un pequeño neceser en la mano.
Poirot despidióse dándole las gracias, y los dos hombres dieron la vuelta a la caseta del club. Poirot se detuvo un momento para contemplar el paisaje.
—Es bonito, ¿verdad? El verde oscuro de los pinos… y luego el lago. Sí, el lago.
Japp le miró en el acto.
—Esa es su idea, ¿verdad?
Poirot sonrió.
—Creo posible que alguien haya visto algo. Yo de usted procuraría averiguarlo.