28

Washington, DC

Stephanie se preguntó qué tendría pensado Cassiopeia. Esa mujer era lista, rica y audaz, capaz de desenvolverse en situaciones difíciles. No era una mala combinación. Siempre que hubiese sido previsora.

—¿Cómo vamos a salir de aquí? —preguntó mientras iban paseo adelante.

—¿Alguna idea?

Lo cierto es que tenía alguna, pero no dijo nada.

—Tú eres la que salió de la nada.

Cassiopeia sonrió.

—No me seas listilla.

—Nos están acorralando. Supongo que ya lo sabes.

El Monumento a Lincoln se erguía a lo lejos, en el extremo occidental de los jardines; el estanque impedía la retirada por el sur. Al norte, altos árboles bordeaban un concurrido bulevar.

—En contra de lo que pensáis tú y Henrik, no estoy indefensa —comentó—. Tengo a dos agentes en Constitution Avenue. Acababa de pulsar el botón de emergencia cuando apareciste.

—Malas noticias. Se fueron.

—¿Qué quieres decir?

—Justo después de que te sentaras con Dixon el coche se marchó.

El paseo terminaba a los pies del Monumento a Lincoln. Volvió la cabeza. Los dos perseguidores se habían detenido.

—Por lo visto nos tienen donde querían.

Un taxi se dirigió hacia ellas con gran estruendo desde Independence Avenue.

—Justo a tiempo —dijo Cassiopeia mientras agitaba un pañuelo blanco.

El coche paró y ellas se subieron a él.

—Llamé hace unos minutos. —Cassiopeia cerró de un portazo y le dijo al taxista—: Dé una vuelta, ya le diremos cuándo parar.

El coche se alejó a toda velocidad.

Stephanie se metió una mano en el bolsillo y encontró su móvil. Marcó el número de los agentes que había apostado de refuerzo. Estaban a punto de ser despedidos.

—¿Queréis decirme por qué me dejasteis allí? —dijo tranquilamente cuando cogieron el teléfono.

—Recibimos orden de irnos —explicó uno de ellos.

—Yo soy tu jefa. ¿Quién te dio la orden?

Tu jefe.

Increíble.

—¿Cuál de ellos?

—El fiscal general. Brent Green en persona nos vino a decir que nos marcháramos.

Malone tiró en la cama la cartera que había cogido en el apartamento de George Haddad. Él y Pam se encontraban en un hotel no muy lejos de Hyde Park, un lugar que conocía y que había elegido por lo abarrotado que siempre estaba, ya que, como le enseñaron, nada mejor que ocultarse entre la multitud. También le gustaba la farmacia de al lado, donde había adquirido gasas, antiséptico y vendas.

—Tengo que curarte ese hombro.

—¿Qué quieres decir? Vayamos a un hospital.

—Ojalá fuese así de sencillo.

Malone se sentó en la cama, junto a ella.

—Será así de sencillo. Quiero que me vea un médico.

—Si te hubieras quedado arriba, como te dije, no habría pasado nada.

—Pensé que necesitabas ayuda. Ibas a matar a ese tipo.

—¿Es que no lo entiendes, Pam? ¿No te bastó con ver morir a George? Esos hijos de perra van en serio. Te matarán en un abrir y cerrar de ojos.

—Fui a ayudar —dijo ella en voz queda.

Y él vio algo en sus ojos que no había visto en años: sinceridad. Lo cual le planteó un montón de preguntas que no quería hacer ni que ella, estaba seguro, querría responder.

—Los médicos llamarían a la policía, y eso es un problema. —Respiró hondo unas cuantas veces. Estaba rendido por la fatiga y la preocupación—. Pam, en esto hay mucha gente metida. Los israelíes no se llevaron a Gary…

—¿Cómo lo sabes?

—Llámalo instinto. Las tripas me dicen que no fueron ellos.

—Pues mataron a ese anciano.

—Razón por la cual lo escondí en su día.

—Él los llamó, Cotton. Ya lo oíste. Llamó sabiendo que acudirían.

—Cumplía su penitencia. Matar trae consecuencias, y George se enfrentó a las suyas hoy. —Recordar a su viejo amigo le hizo sentir una nueva punzada de pesar—. He de curarte ese hombro.

Al quitárselo notó que el paño estaba pegajoso, con sangre.

—¿Se te ha abierto al subir?

—De camino aquí.

Malone retiró la compresa.

—Lo que quiera que esté pasando se ha complicado. George murió por un motivo…

—Su cuerpo había desaparecido, Cotton. Y el de la mujer también.

—Por lo visto los israelíes se dieron prisa en limpiar su mierda. —Examinó el brazo y vio que se trataba de un arañazo superficial—. Lo que demuestra lo que estoy diciendo, que hay varios bandos involucrados, al menos dos, puede que tres, posiblemente cuatro. Israel no acostumbra a matar agentes norteamericanos. Sin embargo, a los que liquidaron a Lee Durant no parecía importarles. Casi es como si buscaran bronca. Y eso es algo que los israelíes nunca hacen. —Se levantó y entró en el baño. Cuando volvió, abrió el frasco del antiséptico y le dio a su exmujer una toalla limpia—. Muerde esto.

Ella se mostró perpleja.

—¿Por qué?

—Tengo que desinfectar esa herida y no quiero que nadie te oiga gritar.

Los ojos de Pam se desorbitaron.

—¿Duele?

—Más de lo que imaginas.

Stephanie apagó el móvil. «Brent Green en persona nos vino a decir que nos marcháramos». La conmoción le agarrotó la espalda, pero décadas de trabajo en inteligencia hicieron que nada en su rostro dejara traslucir su sorpresa.

Se volvió hacia Cassiopeia en el asiento trasero del taxi.

—Me temo que en este momento eres la única persona de la que puedo fiarme.

—Pareces decepcionada.

—No sé quién eres.

—Eso no es cierto. En Francia me investigaste.

Cassiopeia tenía razón. Stephanie hizo que la investigaran y averiguó que aquella belleza morena había nacido en Barcelona hacía treinta y siete años. Medio musulmana, aunque no devota según los informes, Cassiopeia tenía un máster en ingeniería y otro en historia medieval. Era la única accionista y propietaria de un grupo de empresas presentes en varios continentes con sede en París e intereses en un amplio abanico de multinacionales con activos por valor de miles de millones de dólares. Su padre, un árabe, había fundado la empresa, y ella había heredado el control, aunque no participaba mucho en su funcionamiento diario. También era la presidenta de una fundación holandesa que colaboraba estrechamente con Naciones Unidas para paliar el sida y el hambre en el mundo, sobre todo en África. Stephanie sabía por propia experiencia que Vitt temía pocas cosas y que era capaz de manejar un fusil con la precisión de un francotirador profesional. A veces demasiado descarada para su propio bien, a Cassiopeia se la había relacionado con el difunto marido de Stephanie, y sabía más de la vida privada de ésta de lo que a Stephanie le habría gustado. No obstante se fiaba de ella. Thorvaldsen había hecho bien enviándola.

—Tengo un grave problema.

—Eso ya lo sabemos.

—Y Cotton se encuentra en apuros. Tengo que ponerme en contacto con él como sea.

—Henrik no tiene noticias suyas. Malone dijo que llamaría cuando estuviera listo, y tú lo conoces mejor que nadie.

—¿Cómo es Gary?

—Igual que su padre: duro. Está a salvo con Henrik.

—¿Dónde está Pam?

—Camino de Georgia. Voló con Malone a Londres y salía desde allí.

—Unos ejecutores israelíes también están en Londres.

—Cotton es mayorcito, sabe arreglárselas. Ahora hemos de decidir qué hacemos con tu problema.

Stephanie también había estado dándole vueltas. «Brent Green en persona nos vino a decir que nos marcháramos». Lo cual explicaría por qué había tan poca policía en el Capitolio. Habitualmente estaban por todas partes. Miró a través de la ventanilla y vio que se encontraban cerca de su hotel.

—Hemos de asegurarnos de que no nos siguen.

—Quizá sea mejor ir en metro.

Ella se mostró conforme.

—¿Adónde vamos? —quiso saber Cassiopeia.

Stephanie entrevió la pistola bajo la chaqueta de la otra.

—¿Tienes más dardos de esos que duermen a la gente?

—Muchos.

—Entonces sé exactamente adónde tenemos que ir.