Londres
13:20
Malone se bajó del taxi e inspeccionó la tranquila calle: fachadas con el tejado a dos aguas, columnas laterales acanaladas y alféizares floridos. Cada una de las pintorescas casas georgianas parecía una serena morada de la antigüedad, un refugio natural de ratones de biblioteca y estudiosos. George Haddad se sentiría como en casa.
—¿Aquí es donde vive? —inquirió Pam.
—Eso espero. No tengo noticias suyas desde hace casi un año, pero ésta es la dirección que me dio hace tres.
La tarde era fría y seca. Antes había leído en The Times que Inglaterra se veía afectada por una sequía otoñal poco corriente. El larguirucho no los había seguido desde Heathrow, pero tal vez otro se hubiera encargado de dicho cometido, ya que a todas luces ese tipo estaba en contacto con otros. Sin embargo, no había ningún otro taxi a la vista. Se le antojaba raro que Pam todavía estuviera con él, pero se merecía esa sensación de extrañeza. Se la había buscado al insistir en que fuera.
Subieron la escalinata y entraron en el edificio. Él se rezagó en el vestíbulo disimuladamente y observó la calle.
Pero nada, ni coches ni personas sospechosas.
El timbre del tercer piso hizo sonar un discreto tintineo. El hombre de tez cetrina que abrió era bajo, de cabello ceniciento y rostro cuadrado. Sus ojos de color castaño cobraron vida al ver a su invitado; pero Malone percibió cierto nerviosismo reprimido en la ancha sonrisa de bienvenida que le dedicó.
—Cotton, menuda sorpresa. Precisamente me acordé de ti el otro día.
Se estrecharon la mano con calidez, y Malone le presentó a Pam. Haddad los invitó a pasar. Unas gruesas cortinas de encaje atenuaban la luz del día, y Malone registró deprisa la decoración, que parecía discordante a propósito: había un piano, varias cómodas, sillones, lámparas adornadas con pantallas de seda plisada y una mesa de roble en la que un computador quedaba sepultado entre libros y papeles.
Haddad hizo un amplio gesto con el brazo, como para abarcar aquel caos.
—Mi mundo, Cotton.
Las paredes estaban salpicadas de mapas, tantos que la pintura verde salvia apenas se veía. La mirada de Malone los barrió, y se percató de que eran de Tierra Santa, Arabia y el Sinaí, tanto modernos como antiguos; unos fotocopias y otros originales; todos ellos interesantes.
—Forma parte de mi obsesión —aclaró Haddad.
Tras una agradable conversación trivial Malone decidió ir al grano.
—Las cosas han cambiado, por eso he venido.
Le contó lo que había ocurrido el día anterior.
—¿Tu hijo está bien? —se interesó Haddad.
—Sí, pero hace cinco años no hice preguntas porque era parte de mi trabajo. Ya no lo es, así que quiero saber qué está pasando.
—Me salvaste la vida.
—Lo cual debería darme derecho a conocer la verdad.
Haddad los hizo pasar a la cocina, donde se sentaron a una mesa ovalada. En la cálida atmósfera había un leve aroma a vino y tabaco.
—Es complicado, Cotton. Yo no he logrado entenderlo hasta hace unos años.
—George, necesito saberlo todo.
Ambos se sintieron incómodos. Las viejas amistades podían atrofiarse; la gente cambiaba. Lo que un día era apreciado por dos personas se tornaba molesto. Pero Malone sabía que Haddad confiaba en él y que quería corresponderle. Malone escuchó a Haddad hablar de 1948, cuando, siendo un muchacho de diecinueve años, luchaba con la resistencia palestina para detener la invasión sionista.
—Maté a muchos hombres —aseguró Haddad—, pero hubo uno al que no he olvidado. Fue a ver a mi padre, pero, por desgracia, ya se había quitado la vida. Capturamos a ese hombre pensando que era un sionista. Yo era joven y estaba lleno de odio, no tenía paciencia, y él decía disparates. Así que le pegué un tiro. —Los ojos de Haddad se humedecieron—. Era un Guardián, yo lo maté, y no llegué a saber nada. —El palestino hizo una pausa—. Luego, cincuenta y tantos años después, por increíble que parezca, otro Guardián me visitó.
Malone se preguntó cuál sería la importancia de aquello.
—Se presentó en mi casa, en medio de la oscuridad, y me dijo lo mismo que aquel primer hombre en 1948.
—Soy un Guardián.
¿Había oído Haddad bien? La pregunta se formó de inmediato en su cabeza:
—¿De la biblioteca? ¿Voy a recibir una invitación?
—¿Cómo lo sabe?
Le contó al desconocido lo que había ocurrido años antes. Mientras hablaba, Haddad intentaba evaluar a su invitado. Era enjuto y nervudo, con el cabello negro como el carbón, un poblado bigote y una tez quemada por el sol que se asemejaba al cuero tostado. Pulcro y vestido discretamente, con los modales a juego. No era muy distinto del primer emisario.
El desconocido, que era más joven, se sentó, y esa vez Haddad decidió que también él sería paciente. Al final el Guardián dijo:
—Hemos analizado sus escritos y los estudios que ha publicado. Su conocimiento del antiguo texto de la Biblia es impresionante, al igual que su capacidad para interpretar el original en hebreo. Además, sus argumentos sobre las traducciones aceptadas resultan convincentes.
Él agradeció el cumplido, algo no muy corriente en la Orilla Occidental.
—Somos un grupo antiguo. Hace tiempo los primeros Guardianes salvaron de la destrucción gran parte de la Biblioteca de Alejandría, lo cual supuso un gran esfuerzo. De vez en cuando ofrecemos una invitación a aquéllos que, como usted, podrían beneficiarse de ella.
En su mente se agolparon las preguntas, pero sólo dijo:
—El Guardián al que maté dijo que la guerra que librábamos entonces no era necesaria, que hay cosas más poderosas que las balas. ¿A qué se refería?
—Cómo voy a saberlo. Está claro que su padre no logró presentarse en la biblioteca, así que no se benefició de nuestro conocimiento; ni nosotros del suyo. Espero que usted lo logre.
—¿Qué quiere decir con que «no logró presentarse»?
—Para tener derecho a utilizar la biblioteca hay que demostrar la valía emprendiendo la búsqueda del héroe. —El hombre sacó un sobre—. Interprete sabiamente estas palabras y le veré a la entrada de la biblioteca, donde será un honor dejarlo entrar.
Haddad aceptó el sobre.
—Soy viejo, ¿cómo voy a emprender un viaje largo?
—Hallará la fuerza.
—¿Por qué iba a hacerlo?
—Porque en la biblioteca encontrará respuestas.
—Cometí el error de hablarles a las autoridades palestinas de esa visita —dijo Haddad—. Sin embargo, no pude emprender el viaje. Cuando informé de lo ocurrido creí que hablaba con amigos en la Orilla Occidental, pero unos espías israelíes lo oyeron todo, y lo siguiente que supe fue que tú y yo estábamos en aquel café cuando explotó.
Malone recordó el día, uno de los más espeluznantes de su vida. Consiguió que salieran los dos de milagro.
—¿Qué hacíais allí? —le preguntó Pam, la voz teñida de preocupación.
—George y yo nos conocíamos desde hacía años. A ambos nos interesan los libros, sobre todo la Biblia. —Lo señaló—. Este hombre es un experto mundial, y yo disfrutaba exprimiéndole el coco.
—No sabía que eso te interesara —aseguró ella.
—Por lo visto había muchas cosas que no sabíamos del otro. —Vio que ella captaba lo que quería decir en realidad, así que dejó esa verdad flotando en el aire y añadió—: Cuando George percibió el peligro y dejó de fiarse de los palestinos me pidió ayuda. Stephanie me envió a averiguar qué estaba ocurriendo. Después de que explotara esa bomba George quería irse de Israel. Todo el mundo supuso que había muerto, así que lo hice desaparecer.
—Y su nombre en clave era Conexión Alejandría —razonó Pam.
—Es evidente que alguien ha acabado sabiendo la verdad —intervino Haddad.
Malone asintió.
—Entraron en los archivos informáticos, pero en ellos no se menciona dónde vives, sólo que yo soy el único que conoce tu paradero. Por eso fueron tras Gary.
—Y lo siento de veras. Jamás querría poner a tu hijo en peligro.
—Entonces dime, George, ¿por qué te quieren muerto?
—Cuando el Guardián me visitó yo trabajaba en una teoría sobre el Antiguo Testamento. Antes había publicado varios artículos sobre ese texto sagrado, pero estaba perfilando algo más.
Las arrugas de los ojos de Haddad se acentuaron, y Malone vio que su amigo parecía luchar consigo mismo.
—Los cristianos tienden a centrarse en el Nuevo Testamento —prosiguió—. Los judíos, en el Antiguo. La mayoría de los cristianos no sabe mucho del Antiguo Testamento, aparte de que piensan que el Nuevo confirma las profecías del Antiguo. Sin embargo, el Antiguo Testamento es importante, y ese texto encierra numerosas contradicciones, unas contradicciones que podrían poner fácilmente en duda su mensaje.
Malone ya había oído hablar del tema a Haddad antes, pero esta vez notó cierto nerviosismo en su voz.
—Los ejemplos abundan: el Génesis da dos versiones opuestas de la Creación. Se exponen dos genealogías distintas de la descendencia de Adán. Luego está el Diluvio: Dios le dice a Noé que lleve siete parejas de animales puros y una pareja de impuros. En otra parte del Génesis sólo se menciona una pareja de ambas clases. En un versículo Noé suelta un cuervo para ver si ya han descendido las aguas; sin embargo en otro se trata de una paloma. Hasta en la duración del Diluvio se contradice: ¿cuarenta días y cuarenta noches o trescientas setenta? Aparecen las dos cifras. Por no hablar de los montones de parejas y tríos que designan una misma palabra, como los distintos nombres que se emplean para describir a Dios: en una parte YHWH, Yahweh; en otra Elohim. ¿No cabría pensar que al menos el nombre de Dios podría concordar?
La memoria de Malone se retrotrajo a Francia, donde había escuchado quejas similares sobre los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento.
—En la actualidad son muchos los que convienen en que el Antiguo Testamento fue compuesto por un sinfín de escritores a lo largo de un periodo de tiempo increíblemente largo —afirmó Haddad—. Una hábil combinación de diversas fuentes compilada por escribas. Esta conclusión es evidente y nada nueva. Un filósofo español del siglo XII fue uno de los primeros en apuntar que el versículo Génesis 12,6 («Entonces estaban los cananeos en la tierra») no pudo haberlo escrito Moisés. Y ¿cómo pudo ser Moisés el autor de los cinco primeros libros de la Biblia cuando el último describe con todo detalle el momento y las circunstancias exactas de su muerte?
»Y las numerosas digresiones literarias, como cuando se utilizan antiguos topónimos y luego en el texto se dice que esos lugares aún pueden verse en la actualidad. Esto apunta a influencias posteriores que conformaron, ampliaron y embellecieron el texto.
—Y cada vez que se llevaba a cabo una de esas revisiones, más se perdía el significado original —señaló Malone.
—Sin duda. Según el cálculo más acertado el Antiguo Testamento se escribió entre el 1000 y el 586 a. C. Las redacciones posteriores se sitúan entre el 500 y el 400 a. C., y después es posible que el texto sufriera retoques incluso hasta en el 300 a. C. Nadie lo sabe a ciencia cierta. Lo único que sabemos es que el Antiguo Testamento es un mosaico en el que cada pieza fue escrita en circunstancias históricas y políticas distintas, y expresa diferentes puntos de vista religiosos.
—Todo eso lo comprendo, créeme —dijo Malone, pensando de nuevo en las contradicciones del Nuevo Testamento que había descubierto hacía unos meses en Francia—. Pero nada de ello es revolucionario. Para la gente, el Antiguo Testamento o es la Palabra de Dios o una colección de historias antiguas.
—Pero ¿y si las palabras han sido modificadas hasta el punto de que han desvirtuado totalmente el mensaje original? ¿Y si el Antiguo Testamento, tal y como lo conocemos, no es, y nunca fue, el Antiguo Testamento de la época original? Eso sí podría cambiar muchas cosas.
—Soy todo oídos.
—Eso es lo que me gusta de ti —afirmó Haddad, sonriendo—. Sabes escuchar.
Malone vio en la expresión de Pam que ella no opinaba lo mismo, si bien mantuvo su palabra y permaneció en silencio.
—Tú y yo ya hemos hablado de esto antes —dijo Haddad—. El Antiguo Testamento es básicamente distinto del Nuevo. Los cristianos se toman el texto del Nuevo al pie de la letra, hasta el extremo de considerarlo historia, pero los relatos de los patriarcas, el éxodo y la conquista de Canaán no son historia, sino una exposición creativa de la reforma religiosa que acaeció en un lugar llamado Judea hace mucho tiempo. Por supuesto que hay partes de verdad en dichos relatos, pero son más ficción que realidad.
»Caín y Abel son un buen ejemplo. En la época de ese relato sólo había cuatro personas en la tierra: Adán, Eva, Caín y Abel. Sin embargo en el Génesis 4, 17 se afirma: «Conoció Caín a su mujer, que concibió y parió a Enoc». ¿De dónde salió esa mujer? ¿Se trataría de Eva, su madre? ¿No sería eso una revelación? Luego, cuando habla de la descendencia de Adán, en el Génesis 5 se dice que Mahaleel vivió ochocientos noventa y cinco años, Jared ochocientos, y Enoc trescientos sesenta y cinco. Y Abraham se supone que tenía cien años cuando Sara, que contaba con noventa, tuvo a Isaac.
—Nadie se toma eso al pie de la letra —objetó Pam.
—Los judíos devotos opinarían lo contrario.
—¿Qué quieres decir, George? —preguntó Malone.
—El Antiguo Testamento, tal y como lo conocemos en la actualidad, es el resultado de diversas traducciones. La lengua hebrea del texto original dejó de utilizarse alrededor del 500 a. C., de modo que para entender el Antiguo Testamento hemos de aceptar las interpretaciones judías tradicionales o acudir en busca de orientación a dialectos modernos descendientes de ese hebreo que se ha perdido. No podemos servirnos del primer método, ya que los estudiosos judíos que interpretaron el texto en un principio, entre el 500 y el 900 d. C., un millar de años o más después de que fuera escrito por vez primera, ni siquiera sabían hebreo antiguo, de manera que basaron sus reconstrucciones en conjeturas. El Antiguo Testamento, venerado por muchos por creerlo la Palabra de Dios, no es más que una traducción poco fidedigna.
—George, tú y yo ya hemos discutido esto antes, y los estudiosos llevan siglos dándole vueltas. No es ninguna novedad.
Haddad le dedicó una sonrisa ladina.
—Pero no he terminado la explicación.