Malone dejó el coche y se acercó con disimulo a la casa donde había aparcado el Volvo. No podía aproximarse por delante —demasiadas ventanas, demasiado al descubierto—, así que dio un rodeo, se metió por un callejón herboso contiguo a la casa de al lado y fue por la parte de atrás. Las viviendas de esa parte de Copenhague eran como su vecindario de Atlanta: calles umbrosas con reducidas casas de ladrillo rodeadas de jardines delanteros y traseros igualmente reducidos.
Se llevó la Beretta al costado y se sirvió del follaje para ocultarse. Por el momento no había visto a nadie. Un seto que le llegaba a la altura del hombro lo separaba del siguiente jardín. Se situó de forma que pudiera ver por encima del seto y divisó una puerta trasera en la casa en la que había entrado el pistolero. Antes de que le diera tiempo a decidir qué hacer, la puerta se abrió y salieron dos hombres: el pistolero de Kronborg y otro, un tipo achaparrado y cuellicorto.
Iban hablando y se dirigieron a la parte delantera de la casa. Obedeciendo a su intuición, Malone salió de su escondite y entró en el jardín posterior por una abertura que había en el seto. Fue directo a la puerta trasera y entró con el arma en ristre.
La casa, de una sola planta, estaba en silencio. Dos dormitorios, estudio, cocina y baño. La puerta de una de las habitaciones estaba cerrada. Echó una ojeada a los cuartos: vacíos. Se acercó al que estaba cerrado. Su mano izquierda se aferró al tirador mientras la derecha sostenía el arma, el dedo en el gatillo. Lo giró despacio y, acto seguido, abrió de un empujón.
Y vio a Gary.
El chico estaba sentado en una silla, junto a la ventana, leyendo. Su hijo pegó un respingo, levantó la vista de las páginas y su rostro se iluminó al ver quién era.
También Malone experimentó una sensación de júbilo.
—¡Papá! —Entonces Gary vio el arma y dijo—: ¿Qué pasa?
—No te lo puedo explicar, pero tenemos que irnos.
—Dijeron que estabas en apuros. ¿Están aquí los que quieren hacernos daño a mamá y a mí?
Malone asintió mientras el pánico se apoderaba de él.
—Sí. Hemos de irnos.
Gary se levantó de la silla y Malone no pudo evitarlo: le dio un fuerte abrazo a su hijo. El muchacho era suyo. Que le dieran a Pam.
—Ponte detrás de mí y haz exactamente lo que te diga, ¿entendido? —le dijo al muchacho.
—¿Va a haber jaleo?
—Espero que no.
Volvió a la puerta de atrás y miró fuera: el jardín estaba desierto. Sólo necesitaría un minuto para escapar. Salió con Gary pegado a sus talones.
La abertura del seto se hallaba a unos quince metros.
Hizo que Gary fuese delante, ya que la última vez que había visto a los dos tipos se dirigían a la calle. Con el arma preparada, se lanzó hacia el jardín contiguo. Vigilaba atentamente su flanco.
Pasaron por la abertura del seto.
—Qué predecible.
Dio media vuelta y se quedó helado: a unos seis metros estaba el cuellicorto con Pam, una Glock con silenciador pegada a su cuello. El pistolero de Kronborg permanecía a un lado, apuntando directamente a Malone.
—Me he tropezado con tu ex, estaba rondando por aquí —explicó el cuellicorto con acento holandés—. Supongo que le dijiste que se quedara en el coche.
La mirada de Malone se clavó en la de ella, sus ojos suplicaban Perdón.
—¡Gary! —exclamó ella, sin poder moverse.
—¡Mamá!
Malone captó la desesperación que había en ambas voces. Se situó delante de Gary.
—Veamos cómo lo has hecho, Malone. Seguiste a mi hombre del castillo a la ciudad, esperaste a que se marchara y saliste tras él pensando que tu hijo estaría aquí.
Era la voz del móvil de la noche anterior. Sin duda.
—Lo cual resultó ser cierto.
El otro hombre se mantenía impasible. A Malone se le revolvió el estómago. Se la habían jugado.
—Saca el cargador de la Beretta y tíralo.
Malone vaciló, pero decidió que no tenía elección. Hizo lo que le decían.
—Y ahora hagamos un trato: te daré a tu ex y tú me darás al chico.
—¿Y si te digo que te quedes con mi ex?
El hombre soltó una risita.
—Estoy seguro de que no querrás que tu hijo vea cómo le vuelo la tapa de los sesos a su madre, que es exactamente lo que haré, porque la verdad es que no la quiero.
Los ojos de Pam se desorbitaron al ver lo que había conseguido con su estupidez.
—Papá, ¿qué está pasando? —quiso saber Gary.
—Hijo, vas a tener que irte con él…
—¡No! —chilló Pam—. No lo hagas.
—Te matará —le advirtió Malone.
El dedo del cuellicorto se apoyaba con firmeza en el gatillo de la Glock, y Malone esperó que Pam no se moviera. Miró con fijeza a Gary:
—Debes hacerlo por mamá, pero volveré por ti, te lo juro. Cuenta con ello. —Abrazó nuevamente al muchacho—. Te quiero. Sé fuerte por mí, ¿de acuerdo?
Gary asintió, titubeó un instante y avanzó hacia el cuellicorto, que soltó a Pam. Ésta se abrazó a Gary en el acto y rompió a llorar.
—¿Estás bien? —le preguntó a su hijo.
—Sí.
—Déjeme quedarme con él —pidió ella—. No causaré problemas. Cotton encontrará lo que quieren y nosotros nos portaremos bien. Se lo prometo.
—Cierra el pico —ordenó el cuellicorto.
—Se lo juro. No daré problemas.
Él apuntó a la frente de Pam.
—Mueve ese bonito culo hasta allí y cierra el pico.
—No lo provoques —recomendó Malone a su ex.
Ésta abrazó de nuevo a Gary y se alejó despacio de él. El cuellicorto se rió.
—Buena elección.
Malone miraba fijamente a su adversario. De pronto el arma de éste se volvió hacia la derecha y tres balas silenciosas salieron del cañón y se estrellaron contra el pistolero de Kronborg. El cuerpo se tambaleó y acto seguido se desplomó de espaldas en el suelo.
Pam se tapó la boca con la mano.
—¡Dios mío!
Malone vio la mirada de horror de Gary. Ningún muchacho de quince años tendría que ver algo así.
—Hizo exactamente lo que le dije, pero yo sabía que lo seguías. Él no. A decir verdad, me dijo que no lo habían seguido. No tengo tiempo para aguantar a idiotas. Este pequeño ejercicio tenía por fin que te dejaras de bravuconadas. Ahora ve a buscar lo que quiero. —El cuellicorto apuntó a la cabeza de Gary—. Nos iremos sin que te entrometas.
—Estoy sin balas.
Observó a Gary. Curiosamente su joven rostro no reflejaba nada de nerviosismo. Ni pánico ni miedo, sólo determinación.
El cuellicorto y Gary se dispusieron a irse.
Malone tenía el arma en el costado, su cerebro estaba analizando posibilidades. Gary estaba a escasos centímetros de una Glock cargada. Sabía que si su hijo desaparecía él no tendría más remedio que entregar la Conexión Alejandría. Llevaba el día entero devanándose los sesos para evitar esa posibilidad, ya que hacerlo generaría un montón de conflictos. Era evidente que el cuellicorto había previsto lo que él haría, desde el principio, a sabiendas de que todos ellos acabarían justo donde se encontraban.
La sangre se le heló, y fue presa de una inquietante sensación.
Incómoda, pero familiar.
Procuró que sus movimientos fueran naturales. Ésa era la norma. Su antigua profesión se basaba en sopesar las probabilidades. El éxito siempre había sido cuestión de dividir las probabilidades entre el riesgo. Su propio pellejo había estado en peligro en numerosas ocasiones, y en tres casos el riesgo había prevalecido y él había terminado en un hospital.
Esto era diferente: su hijo estaba en juego.
Gracias a Dios tenía todas las probabilidades a su favor.
El cuellicorto y Gary se aproximaron a la abertura del seto.
—Disculpa —dijo Malone.
El cuellicorto se volvió, Malone disparó la Beretta y la bala acertó al hombre en el pecho. Éste parecía no saber qué había ocurrido, su rostro era una mezcla de asombro y dolor. Finalmente la sangre manó por las comisuras de su boca y sus ojos se cerraron.
Cayó como un árbol talado, se retorció un instante y se quedó quieto.
Pam corrió hacia Gary y lo estrechó entre sus brazos.
Malone bajó el arma.
Sabre vio cómo Cotton Malone disparaba a su último agente. Se hallaba en la cocina de una casa que daba a la parte trasera de la vivienda donde Gary Malone había pasado los últimos tres días. Había alquilado las dos casas a la vez.
Sonrió.
Malone era listo, y su hombre un incompetente. Al tirar al cargador el arma se había quedado sin balas, a excepción de la que ya estaba en la recámara. Cualquier buen agente, como Malone, guardaba siempre una bala en la recámara. Recordó aquella vez, durante su adiestramiento con las fuerzas especiales del Ejército, en que un recluta se disparó en la pierna tras descargar supuestamente el arma.
Esperaba que Malone sacara lo mejor de la ayuda que él había contratado. Ésa era la idea. Y la oportunidad se presentó cuando Sabre vio a Pam Malone dirigirse hacia la casa. Llamó a su secuaz y le dijo cómo aprovechar el descuido de la mujer para convencer más a Malone, y de paso le ofreció un plus para que le pegara un tiro al otro sicario.
Por suerte Malone se había encargado de que dicho pago no se efectuara.
Lo cual también quería decir que no quedaba nadie con vida para relacionar a Sabre con nada.
Mejor aún, Malone había recuperado a su hijo, y ello apaciguaría los instintos más peligrosos de su enemigo.
Sin embargo aquello no había terminado.
En absoluto.
Lo cierto es que no había hecho más que empezar.