Washington, DC
7:20
Stephanie se alegró de que Larry Daley se hubiese ido. Cada vez que se veían le caía peor.
—¿Qué opinas? —inquirió Green.
—Hay una cosa clara: Daley no tiene ni idea de lo que es la Conexión Alejandría. Sólo sabe lo de George Haddad y espera que el palestino sepa algo.
—¿Por qué lo dices?
—Sí lo supiera, no perdería el tiempo con nosotros.
—Necesita que Malone dé con Haddad.
—Pero ¿quién dice que necesita a Haddad para atar cabos? Si los archivos clasificados estuvieran completos no malgastaría tiempo con Haddad. Contrataría a un puñado de cerebros, averiguaría lo que quiera que fuese y partiría de esa base. —Meneó la cabeza—. Daley es un farsante de mierda, y a nosotros nos la ha dado pero bien. Necesita que Cotton encuentre a Haddad porque él no sabe una mierda. Espera que Haddad tenga todas las respuestas.
Green se retrepó en su silla con manifiesto nerviosismo. Stephanie empezaba a pensar que había juzgado mal a aquel oriundo de Nueva Inglaterra. La había respaldado frente a Daley, incluso había dejado claro que dimitiría si la Casa Blanca la despedía.
—La política es un asunto desagradable —farfulló él—. El presidente es un caso perdido: su agenda está en punto muerto y el tiempo se agota. No cabe duda de que quiere dejar un legado, hacerse un hueco en los libros de historia, y hombres como Daley consideran que su deber es proporcionárselo. Estoy de acuerdo contigo: anda tanteando. Pero cuál podría ser la utilidad de todo esto es algo que se me escapa.
—Al parecer es lo bastante importante para que tanto saudíes como israelíes tomaran cartas en el asunto hace cinco años.
—Y eso es significativo. Los israelíes no suelen ser caprichosos. Debían tener una buena razón para querer muerto a Haddad.
—Cotton está en un lío —dijo ella—. Su hijo se encuentra en peligro, y él no va a recibir ayuda alguna de nosotros. A decir verdad oficialmente vamos a quedarnos cruzados de brazos para después aprovecharnos de él.
—Creo que Daley subestima a la competencia, han planeado esto a fondo.
Stephanie asintió.
—Ése es el problema con los burócratas: piensan que todo es negociable.
El móvil de Stephanie vibró en su bolsillo, y ella se sobresaltó. Había dejado dicho que no la molestaran a menos que fuera vital. Lo cogió, escuchó un instante y colgó.
—Acabo de perder a un agente, el hombre que le envié a Malone. Lo han matado en el castillo de Kronborg.
Green no dijo nada, y el dolor asomó a los ojos de Stephanie.
—Lee Durant tenía esposa e hijos.
—¿Se sabe algo de Malone?
Ella hizo un gesto negativo.
—Nada.
—Tal vez estuvieses en lo cierto antes. Quizá debiésemos involucrar a otros servicios.
A ella se le hizo un nudo en la garganta.
—No serviría. Esto hay que enfocarlo de otra forma.
Green estaba inmóvil, los labios fruncidos, la mirada fija, como si supiera lo que había que hacer.
—Tengo intención de ayudar a Cotton —anunció ella.
—Y ¿qué piensas hacer? Tú no trabajas sobre el terreno.
Recordó que Malone le había dicho eso mismo no hacía mucho, en Francia, pero ella se las había arreglado bastante bien.
—Conseguiré ayuda, gente de la que me pueda fiar. Tengo un montón de amigos que me deben favores.
—Yo también puedo ayudar.
—No quiero que te involucres.
—Ya lo estoy.
—No puedes hacer nada —objetó ella.
—Podrías llevarte una sorpresa.
—Y entonces ¿qué haría Daley? No sabemos quiénes son sus aliados. Será mejor que me ocupe de esto discretamente. Tú quédate al margen.
El rostro de Green no dejó traslucir nada.
—¿Qué hay de la reunión de esta mañana en el Capitolio?
—Asistiré. De ese modo apaciguaré a Daley.
—Te cubriré cuanto pueda.
Una sonrisa se dibujó en los labios de Stephanie.
—Sabes, puede que éstas hayan sido las mejores horas que hemos pasado juntos.
—Siento que no pasemos más tiempo así.
—Yo también —aseguró ella—. Pero tengo un amigo que me necesita.