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Oxfordshire, Inglaterra

9:00

George Haddad se hallaba entre la multitud escuchando a los expertos a sabiendas de que estaban equivocados. El evento no era más que un modo de llamar la atención de los medios para el Museo Thomas Bainbridge y los escasamente elogiados criptoanalistas de Bletchley Park. Cierto, esos hombres y mujeres anónimos habían trabajado en el más absoluto secreto durante la Segunda Guerra Mundial y al final habían logrado descifrar el código Enigma alemán, lo que precipitó el final de la contienda. Pero, por desgracia, su historia no se contó por completo hasta que la mayoría de ellos habían muerto o eran demasiado mayores para que les importara. Haddad podía entender su frustración. También él era viejo, frisaba los ochenta, y estudioso. También él había trabajado en secreto.

También él había descubierto una gran revelación.

Ni siquiera se le conocía ya como George Haddad. A decir verdad había utilizado tantos alias que ni siquiera los recordaba todos. Había pasado cinco años escondido, sin saber nada de nadie. Por una parte, estaba bien; por otra, el silencio le desquiciaba los nervios. Gracias a Dios sólo un hombre sabía que estaba vivo, y confiaba en él sin reservas.

A decir verdad había estado muerto para todo el mundo salvo para él.

Corría un riesgo al haber salido ese día, pero quería escuchar lo que tenían que decir esos supuestos expertos. Había leído algo sobre el programa en The Times y no podía por menos de admirar a los británicos. Tenían un don para los acontecimientos mediáticos: la escena se representaba con la precisión de una película de Hollywood. Montones de rostros sonrientes y trajes, numerosas cámaras y grabadoras. De manera que se propuso permanecer detrás de los objetivos, lo cual era sencillo, dado que la atención de todo el mundo estaba fija en el monumento.

Había ocho desperdigados por los jardines de la propiedad, todos ellos erigidos en 1784 por el entonces conde Thomas Bainbridge. Haddad conocía la historia de la familia: los Bainbridge adquirieron la propiedad, oculta en un pliegue de Oxfordshire y rodeada de hayedos, en 1624, levantando una enorme mansión jacobea en medio de las más de doscientas hectáreas. Posteriores Bainbridge consiguieron conservar la finca hasta 1848, cuando la corona se hizo con ella en pública subasta y la reina Victoria abrió la casa y los jardines como museo. Desde entonces la gente acudía a ver el mobiliario de época y hacerse una idea de cómo era vivir rodeado de lujos hacía siglos. Su biblioteca era considerada una de las mejores en piezas del siglo XVIII. Sin embargo en los últimos años la mayoría de los visitantes acudía por el monumento, ya que Bainbridge Hall encerraba un enigma, y a los turistas del siglo XXI les encantaban los secretos.

Contempló el cenador de mármol blanco.

Sabía que la parte superior era Les Bergers d’Arcadie II, Los pastores de Arcadia II, una obra sin importancia pintada por Nicolás Poussin en 1640, la imagen inversa de su versión anterior, Los pastores de Arcadia. La pastoril escena representaba a una mujer que observaba a tres pastores reunidos en torno a un sepulcro de piedra que señalaban unas letras grabadas: «et in arcadia ego». Haddad sabía cuál era la traducción: Y yo en Arcadia. Una enigmática inscripción que tenía poco sentido. Bajo la imagen surgía otro desafío, una sucesión aleatoria de letras cinceladas:

«D   O.U.O.S.V.A.V.V.   M»

Haddad sabía que los seguidores de la New Age y de las tramas secretas llevaban años trabajando en esa combinación, desde que un periodista del Guardian la redescubriera hacía una década cuando visitaba el museo.

—Permítanme —decía a los micrófonos un hombre alto y corpulento— que les dé la bienvenida a todos ustedes a Bainbridge Hall. Tal vez ahora conozcamos la importancia del mensaje que Thomas Bainbridge dejó en este monumento hace más de doscientos años.

Haddad sabía que el orador era el conservador del museo. Dos personas lo flanqueaban: un hombre y una mujer, ambos ancianos. Había visto sus fotos en The Sunday Times. Ambos eran antiguos criptoanalistas de Bletchley Park y se les había encomendado sopesar las posibilidades y descifrar el código que al parecer contenía el monumento. Y, según la opinión generalizada, el monumento era un código.

¿Qué otra cosa podía ser?, habían preguntado muchos.

Escuchó al conservador explicar que se había publicado un anuncio relativo al monumento y diversos criptógrafos, teólogos, lingüistas e historiadores habían proporcionado 130 soluciones.

—Algunas eran bastante extrañas —prosiguió el conservador—, e incluían a los OVNIS, el Santo Grial y a Nostradamus. Naturalmente esas soluciones en concreto aportaban escasas o nulas pruebas acreditativas, de manera que fueron descartadas enseguida. Algunos participantes pensaron que las letras eran un anagrama, pero las palabras que formaron no tenían mucho sentido.

Algo perfectamente comprensible, a juicio de Haddad.

—Un exmilitar norteamericano experto en claves ofreció una solución prometedora: ideó ochenta y dos matrices decodificadoras y, en última instancia, extrajo las letras SEJ de la secuencia. Dándoles la vuelta se obtiene JES. Tras aplicar una compleja cuadrícula obtuvo «Jesús H indescriptible». Nuestros asesores de Bletchley Park creyeron que se trataba de un mensaje que negaba la naturaleza divina de Cristo. Esta solución constituye, cuando menos, un avance, aunque sea misteriosa.

Haddad sonrió ante tamaño disparate: Thomas Bainbridge era un hombre muy religioso, no habría negado a Cristo.

La anciana que se hallaba junto al conservador subió al estrado. Tenía el cabello plateado y llevaba un traje azul claro.

—Este monumento supuso una gran oportunidad para nosotros —dijo en un tono melodioso—. Cuando trabajábamos en Bletchley hicimos frente a numerosos desafíos que nos planteaban los códigos alemanes. Eran difíciles, pero si la mente humana puede concebir un código también puede descifrarlo. Estas letras de aquí son más complejas, personales, lo cual complica su interpretación. Aquéllos de nosotros que fuimos contratados para analizar las ciento treinta posibles soluciones a este enigma no pudimos llegar a un consenso claro. Al igual que la opinión pública, estábamos divididos. Sin embargo había un posible significado que sí tenía sentido. —Se volvió y señaló el monumento que tenía a su espalda—. Creo que esto es una nota de amor. —Hizo una pausa, al parecer para que sus palabras prendieran—. Ouosvavv significa Optimae Uxoris Optimae Sororis Viduus Amantissimus Vovit Virtutibus, lo cual más o menos viene a decir: Un abnegado viudo consagrado a la mejor esposa, la mejor hermana. No es una traducción perfecta: sororis en latín clásico puede significar compañeros y también hermanas. Y vir, esposo, sería mejor que viduus, viudo. Pero el significado está claro.

Uno de los periodistas preguntó por la «d» y la «m» que enmarcaban a izquierda y derecha el núcleo principal de ocho letras.

—Muy sencillo —repuso ella—. Dis Manibus, una inscripción romana: A los dioses manes. Una dedicatoria similar a nuestro «descanse en paz». Esas letras se encuentran en la mayoría de las lápidas romanas.

La mujer parecía bastante satisfecha consigo misma. Haddad quería plantear unas preguntas que echarían por tierra su bonita construcción intelectual, pero no dijo nada. Se limitó a observar mientras los dos veteranos de Bletchley Park eran fotografiados ante el monumento con una de las máquinas Enigma alemanas, tomada prestada para la ocasión. Montones de sonrisas, preguntas y comentarios laudatorios.

Thomas Bainbridge ciertamente era un hombre brillante. Por desgracia nunca fue capaz de transmitir sus ideas con eficacia, de forma que su brillantez languideció y acabó desapareciendo sin que fuese apreciada. Para la mente del siglo XVIII parecía un fanático; sin embargo a Haddad se le antojaba un profeta. Bainbridge sabía algo, y el curioso monumento que tenía delante, uno de los ocho del jardín, la imagen inversa de un oscuro cuadro y una extraña mezcla de diez letras, había sido erigido por una razón.

Que Haddad conocía.

No era una nota de amor ni un código ni un mensaje.

Era algo completamente distinto: un mapa.