2

Viena, Austria

2:12

El ocupante de la silla azul vio que un coche dejaba a dos pasajeros bajo una puerta cochera iluminada. No era una limusina ni nada abiertamente pretencioso, tan sólo un sedán europeo de color apagado, un vehículo normal y corriente en las transitadas carreteras austríacas: el medio de transporte perfecto para no llamar la atención de terroristas, delincuentes, policía y periodistas curiosos. Llegó un coche más que dejó a sus ocupantes y a continuación se dispuso a esperar entre los oscuros árboles de un aparcamiento. A los pocos minutos aparecieron otros dos. El hombre de la silla azul, satisfecho, dejó sus aposentos del segundo piso y bajó a la primera planta.

La reunión se celebraba en el lugar de costumbre.

Cinco sillones dorados, de respaldo recto, descansaban sobre una alfombra húngara formando un amplio círculo. Todas las sillas eran idénticas salvo una, que lucía un paño azul royal en el mullido respaldo. Junto a cada una de las sillas había una mesita dorada con una lámpara de bronce, un bloc y una campana de cristal. A la izquierda del círculo un fuego ardía en una chimenea de piedra, la luz bailoteaba nerviosamente en los murales del techo.

Un hombre ocupaba cada silla.

Eran nombrados por orden descendente de edad. Dos de ellos aún conservaban el cabello y la salud; tres se estaban quedando calvos y tenían achaques. Todos rondaban los setenta años y vestían trajes sobrios, los oscuros abrigos Chesterfield y sombreros de fieltro gris colgando de perchas de latón en uno de los laterales. Tras cada uno de ellos había un hombre, más joven: el sucesor de la Silla, que asistía para oír y aprender, pero no para hablar. Las reglas eran viejas: cinco Sillas, cuatro Sombras. La Silla Azul mandaba.

—Pido disculpas por la hora, pero no hace mucho llegó una información preocupante. —La voz de la Silla Azul era forzada y queda—. Es posible que nuestra última empresa se halle en peligro.

—¿Se ha hecho pública? —inquirió la Silla Dos.

—Tal vez.

La Silla Tres suspiró.

—¿Se puede resolver el problema?

—Creo que sí, pero es preciso actuar con rapidez.

—Advertí que no debíamos entrometernos —recordó con severidad la Silla Dos, meneando la cabeza—. Debimos dejar que las cosas siguieran su curso.

La Silla Tres se mostró conforme, al igual que en la reunión anterior.

—Quizá sea una señal para que nos apartemos. Hay mucho a favor de dejar que las cosas sigan su orden.

La Silla Azul negó con la cabeza.

—Nuestro último voto se opuso a ello. Se tomó una decisión y hemos de atenernos a ella. —Hizo una pausa—. La situación requiere nuestra atención.

—Para lograr el éxito será preciso obrar con tacto y habilidad —opinó la Silla Tres—. Una atención excesiva daría al traste con el objetivo. Si tenemos la intención de seguir adelante sugiero que concedamos plena autoridad a die Klauen der Adler.

Las garras del águila.

Otros dos asintieron.

—Ya lo he hecho —afirmó la Silla Azul—. He convocado esta reunión porque era preciso ratificar esta actuación unilateral por mi parte.

Se presentó la moción, se alzaron manos.

Cuatro a uno: aprobada.

La Silla Azul estaba satisfecha.