Los escritores deberían tener cuidado con el pronombre yo. Un libro es un trabajo de equipo, y el equipo del que tengo el privilegio de formar parte es una verdadera maravilla. De manera que, por quinta vez, muchísimas gracias. En primer lugar a Pam Ahearn, mi agente, que se topó con un huracán llamado Katrina pero salió ilesa. En segundo lugar a la estupenda gente de Random House: Gina Centrello, extraordinaria editora y encantadora mujer; Mark Tavani, mi editor, en la actualidad un hombre casado que es mucho más sabio de lo que correspondería a su edad; Cindy Murray, que siempre se supera a sí misma con la publicidad; Kim Hovey, cuyos conocimientos del mercado son indescriptibles; Beck Stvan, talentoso artista con ojo de lince para las cubiertas; Laura Jorstad, que una vez más ha realizado una precisa corrección; Corole Lowenstein, que siempre hace que las páginas sean gratas a la vista. Y, por último, a todos los de Promociones y Ventas, sin cuyo gran esfuerzo nada sería posible.
Hay alguien más digno de una mención especial: Kenneth Harvey Hace unos años, mientras compartíamos una cena en Carolina del Sur, Ken me puso sobre la pista de un estudioso libanés llamado Kamal Salibi y una teoría bastante críptica de la que acabó saliendo esta novela. Las ideas surgen en los momentos más extraños a partir de las fuentes más inesperadas, y la labor del escritor es reconocerlas. Gracias, Ken.
Yo, además, cuento con una nueva Elizabeth en mi vida que es lista, guapa y cariñosa. Naturalmente mi hija de ocho años, Elizabeth, continúa dándonos grandes alegrías. Por último este libro está dedicado a mis dos hijos mayores, Kevin y Katie, que me hacen sentir viejo y joven a un tiempo.