Allí estaba acostada, escuchando una respiración pausada por el sueño y sintiendo la suave caricia de las sábanas. Ojalá yo pudiera dormir tan plácidamente.
Lo peor eran las noches, cuando cerraba los ojos y bajaba la guardia para rendirme al poder de mis sueños.
Ella todavía estaba en mí. Ahora lo sabía.
Me moví con cuidado y liberé mis piernas para salir de debajo de las pesadas sábanas. No quería molestar a nadie con mis preocupaciones.
Me abrí camino en la oscuridad y caminé descalza hasta la ventana para echar un vistazo a los jardines. El brillo de la luna en el cielo nocturno casi rivalizaba con el de mi piel. Con el tiempo, mi brillo se había ido apagando levemente, pero seguía ahí.
Tomar el poder de mi país no había resultado complicado. Abolí algunas leyes, pero no los idiomas. Dejé que cada cual eligiera el que quisiera, que cada uno encontrara su lugar. Por supuesto, no todos estuvieron de acuerdo. Siempre había alguna voz disidente que se resistía al cambio, a pesar de que era para mejor. Temía que aquellas voces crecieran y ganaran poder, como esta voz dentro de mí.
Incluso ahora podía sentir sombras veladas que querían salir. Al principio, pensé que era fruto de mi imaginación, esa parte de mí que me instigaba a los malos pensamientos y a las pesadillas. Eran la consecuencia de las responsabilidades del trono. Esperé que desaparecieran con el tiempo, como el brillo de la piel.
Pero los meses pasaron y llegué a un acuerdo con mis súbditos. Supe que pasaba algo más. Algo infinitamente más siniestro.
Ella, la antigua reina, vengativa y malvada, seguía en mí y luchaba por retomar el poder. Yo no lo iba a permitir, y ella lo sabía. Por ahora, yo era más fuerte que ella. Así que su único recurso era encontrar mis puntos débiles, los puntos flacos en mis defensas, esos lugares en los que pudiese inyectar su maldad e intentar envenenarme con miedos y sospechas. Eso sucedía normalmente por la noche, mientras dormía.
Unos brazos fuertes me abrazaron por detrás y sentí su rostro en mi cuello.
—No quería despertarte —dije cariñosamente.
—No me he quejado.
Max besó mi cuello, y unas pequeñas chispas se vieron en la oscuridad. Eso demostraba el poder que sus caricias tenían en mí.
—Vuelve a la cama —me rogó. De nuevo, la luz bailó a nuestro alrededor.
Le sonreí, dejándome llevar y con el convencimiento de que todo era como debía ser. El futuro no importaba, aunque cuando cerraba los ojos ella estuviera allí para convencerme con terribles promesas y amenazas siniestras.
Por ahora, tenía a Max en mi cama.
Y un reino que gobernar.