XANDER

—¿Entonces qué, X? ¿Era ella?

Eden entró como un huracán enfurecido, con toda la energía que contenía. Se sentó en la otra silla, apoyó los codos sobre el escritorio y miró fijamente a Xander.

Este, irritado por la interrupción, escondió deprisa la fotografía descolorida bajo los papeles y se pasó el pulgar por la cicatriz, como era su costumbre. Sin embargo, Eden era una de las únicas personas que podía molestarlo sin consecuencias.

—Todavía no estoy seguro. Puede que sí. —Corrigió—: Estoy casi seguro.

Arriba, la música del club seguía retumbando sobre el techo con un ritmo contagioso. Continuaría así hasta el amanecer.

Eden midió sus palabras y se pasó la mano por su pelo de punta. Le preguntó lo que había estado pensando toda la noche:

—¿La vieron los guardias? ¿Saben quién es?

Como no sabía que decir, él se encogió de hombros.

—No lo sé. La vieron, sí, y creo que saben que estaba conmigo, pero no saben por qué. No tengo ni idea de si han averiguado quién es.

Se paró a pensar antes de lanzar otra pregunta. Se fiaba de Eden, le confiaría su vida, pero se percató de que estaba muy nerviosa y no deseaba darle más problemas.

Ella se levantó y caminó arriba y abajo en aquel espacio bajo el club, uno de sus más recientes escondites. Tampoco podían quedarse mucho tiempo más. No sabía si lo habían seguido y no quería correr riesgos. Los clubes eran un buen lugar para esconderse, para pasar información, pero no se podían descuidar, porque podían ser localizados. Entonces, descubrirían sus secretos y sus planes.

Se irían al romper el alba.

Eden comprobó el pequeño alijo de armas del que disponían, que se abría con una llave que solo ella y Xander tenían. Él preguntó:

—¿Viste quién estaba con ellos esta noche?

Creyó que ella no respondería: sus ojos negros reflejaban el miedo, la preocupación y la alarma. Pero cogió un lanzagranadas manual como si fuese un bebé y dijo:

—Era Max, ¿no?