Sentí que unos dedos acariciaban mi cara y se deslizaban suavemente por mis mejillas y mis labios. Era como si estuviese en una piel extraña, como si no me perteneciera. Como si no fuese la mía.
Giré la cabeza para evitar esa sensación irritante y percibí una risita en mi oído. Me molestaba ese sonido porque odiaba que se rieran de mí. Me costaba mucho abrir los ojos. Me pesaban tanto que se me cerraban. Y cuando conseguí abrirlos, tuve que enfrentarme a una molesta luz.
No sabía dónde estaba, pero todo deslumbraba, y tuve que intentarlo varias veces para conseguir abrir por fin los ojos. Y entonces me encontré con otros grises que me sonaban.
Agradecí ver a alguien conocido en medio de un ambiente que me resultaba del todo extraño. Fruncí el ceño, y él esbozó una sonrisa.
—¿Dónde estoy? —quise preguntarle, pero no me salió más voz que un áspero suspiro.
—No te esfuerces en hablar —me calmó Max, y me acercó el vaso de agua que estaba junto a la cama.
Estaba en una cama, sí, pero ¿dónde? ¿Cómo? Y, lo que era más importante, ¿por qué?
Me levantó la cabeza y me ayudó a tomar agua. Solo pude dar un sorbito, porque de nuevo sentí que no controlaba mi cuerpo, que era como una extraña dentro de él. Todo parecía diferente.
—¿Mejor?
Intenté sonreír, pero tampoco fui capaz.
—¿Dónde estoy? —volví a preguntar, observando lo que me rodeaba. Había suntuosos tapices, obras de arte y telas delicadas.
—Estamos en palacio, Charlie. ¿No lo recuerdas?
Y de pronto lo recordé todo. Me asaltó todo de una vez: la reina, el pacto, morir… y Angelina.
Aún sentía un cosquilleo en la piel.
Saqué la mano de debajo de la colcha de seda y la miré. Me subí la manga y me sorprendí.
—¿Tengo todo el cuerpo así?
Max asintió, y me pregunté qué pensaba de mi aspecto. Mi piel irradiaba una luz blanca, tan brillante que me molestaba a los ojos. Era la misma que había visto en Angelina.
—Parece que tu hermana ha descubierto su don —explicó Max. No le dije que no desconocía su don para curar. Ni tampoco que no era su único poder. Todavía me costaba comprender lo que había ocurrido, qué había hecho Angelina para salvarme la vida.
—¿Dónde está mi hermana? ¿Dónde están mis padres?
Me incorporé. Necesitaba saber que mi familia estaba bien.
—No andan lejos. Confía en mí. Se han ido hace un momento, y seguro que vuelven pronto para saber cómo estás. Estarán contentos de ver que te has despertado. —Su sonrisa me aceleró el pulso—. Además, Sydney está con ellos.
No me lo podía creer.
—¿Sydney? ¿Qué hace aquí?
—Al conocer la noticia, no hubo forma de que estuviese lejos de ti. Es muy tozuda cuando quiere algo. Me recuerda un poco a Brooklynn.
—Eso no se lo has dicho a Brook, ¿verdad?
Sonrió sin reparos.
—Pues no le importó mucho la comparación —declaró burlón.
Me recosté sobre las almohadas, sin creer que tantas cosas habían cambiado en tan poco tiempo. Quién me hubiese dicho que Sydney estaría de forma voluntaria bajo el mismo techo que mis padres y Brook. Sentí un nudo en la garganta cuando intenté preguntar: «¿Qué ha pasado con Aron…?». No pude seguir hablando, después de haberlo visto al borde de la muerte.
—Angelina ha curado a Xander, a Aron, a tus padres y a Eden. De hecho, pienso que Xander no podía creer que Eden sobreviviría. Si tu hermana no fuese ya una princesa, estoy seguro de que la trataría como tal. Creo que levantará estatuas en su honor.
Sus palabras me bastaban. Angelina los había ayudado y ya no tendría que esconder su don nunca más. Me miré la mano otra vez y pregunté: «¿todavía está…?». Esperaba que Max entendiera qué quería decir.
Él rio, pero esta vez no me importó.
—¿Que si aún brilla?
Asentí.
—No, dejó de hacerlo cuando te liberó. Eres la única que brilla. Angelina no sabe qué ocurrió. Nadie lo sabe.
Se me cayeron las lágrimas cuando Max me recordó que Angelina por fin había hablado. Me acordé de su voz y me sentí aliviada por saber que no lo había soñado.
Pensé en lo que Max había dicho.
—¿Crees que yo también dejaré de brillar?
Me acarició el brazo con el dedo.
—Espero que no.
Sonrió al observar las chispas que saltaban al acariciarme.
Suspiré. Era una sensación pecaminosa. No quería admitir lo que esa caricia me había hecho sentir. Tuve que esperar unos segundos para recomponerme y poder preguntarle algo. Si no, hubiese notado cómo me temblaba la voz.
—¿Qué ha pasado con la reina?
Me mordí el labio y noté un nudo en la boca del estómago.
Max levantó un ceja.
—La reina está bien.
Me incorporé y aparté a Max.
—¿Y dónde está? ¡Tenemos que echarla de aquí! No sabes lo que yo sé, Max. He visto todo lo que ha hecho, todo de lo que es capaz.
Pero Max me tomó por los hombros y me ayudó a recostarme otra vez.
—Tranquilízate, Charlie. Tú eres la reina ahora. O al menos lo serás cuando seas coronada oficialmente. Mi abuela ha muerto.
No entendía nada.
—¿Cómo estás tan seguro de que es ella la que ha muerto y no yo? ¿Cómo sabes que la transferencia no funcionó y que ella no está en mí, en mi cuerpo?
Max me tomó la mano y enlazó sus dedos con los míos. Sentí fuego dentro de mí, y mis manos brillaron.
—No lo recuerdas, ¿verdad? —dijo preocupado.
—No, no lo recuerdo.
—Mi abuela no murió enseguida. Todavía seguía con vida cuando tú te desvaneciste. No estaba consciente, pero respiraba. Y unos segundos antes de que expirara, tú hablaste.
—¿Qué dije?
Sonrió y sentí que me moría por sentir su calor cerca de mí.
—Dijiste… «yo gano».
¿Cómo podía olvidar algo así, tan enfático? La reina Sabara había muerto. Esta vez sí había muerto. Por mi mente pasaron muchos recuerdos de funerales. ¿Cuántos cadáveres había enterrado ella? ¿Cuántas almas había tomado?
—Además —dijo Max con un brillo en los ojos—, Angelina confirmó que eras tú. Parece que es intuitiva con esas cosas.
Sonreí. También sabía cuál era el otro don de Angelina. Era estupendo no tenernos que esconder más.
—¿Y si no quiero ser reina? —concluí.
Max lanzó un suspiro.
—Ya es tarde para eso. Charlie, te necesitamos. Nuestro país necesita una reina, y ahora no tenemos a nadie más.
—¿Por qué no un rey?
Ya sabía la respuesta. Tenía razón: necesitábamos una reina. Ludania no podía aislarse del mundo de nuevo y teníamos que estar en paz con las monarquías vecinas. Ninguna otra reina respetaría a un rey sin poderes.
—Sabes que no funcionaría bien. Tú eres la persona, siempre lo has sido. Que tu familia fuese apartada del trono no significa que no tengas las condiciones para gobernar. Eres la heredera de más edad. Además, mírate. ¿Qué más necesitas hacer para convencerte de lo especial que eres?
Rozó el dorso de mi mano y me puse colorada. Ojalá no empezase a brillar también.
Se abrió la puerta sin que llamasen y me tapé las manos con la colcha, aunque no podía ocultar mi rostro.
Brooklynn entró acompañada por Angelina. No era una alucinación que estuviese aquí; la había oído por los pasillos. Angelina llevaba un bonito vestido rosa y habían intentado peinarla para dominar su voluminosa melena rubia. Si no hubiera sido por la suciedad en la cara, habría lucido como una princesa.
—He ido a ver a Eden —le dijo Brook a Max, sin percatarse de que yo estaba despierta—. Ya no está en cama. Dice que está cansada de que la obliguen a descansar.
A pesar de que confiaba en el don de Angelina, la última vez que había visto a Eden se aferraba al último hálito de vida. Me costaba creer que algo, o alguien la había salvado.
Pero tras mi hermana y Brooklynn entró Aron. Ni rastro de golpes y de cortes. Caminaba por sí mismo, y apenas mostraba una ligera cojera. Me levanté de la cama.
—Te dije que nunca te dejaría tirado.
Aron me miró con esa mirada que tan bien conocía, tan suya, y me hizo sonreír.
—Si no recuerdo mal, me dijiste que te largarías sin dudarlo. Me alegro de que cambiaras de opinión.
A Angelina se le iluminó la cara cuando oyó mi voz y se subió a la cama para rodearme con sus brazos.
—Te he echado de menos —me susurró al oído, abrazándome con todas sus fuerzas. No sabía si podría acostumbrarme al sonido de su voz.
Sus mechones de pelo me hicieron cosquillas en la nariz y en las mejillas, y me puse a llorar mientras la abrazaba.
—Yo también te he echado de menos.
Al separarnos, vi a Xander en la puerta, con una gran sonrisa en la cara. Había luchado toda su vida por conseguir esto. Por eso le había dado la espalda a su familia, a su país, a su reina.
Los ciudadanos de Ludania al fin eran libres, libres de un sistema de clases que determinaba el idioma que podían hablar, qué trabajos podían desempeñar y quiénes podían llegar a ser. Todo lo que Xander había deseado se había hecho realidad. Caminó hacia mí y se agachó para hacer una reverencia teatral.
—Majestad.