MAX

Max ni se dio cuenta de que la piel de Charlie brilló cuando Angelina la tocó. Las mejillas de la niña estaban llenas de lágrimas mientras sostenía la mano de su hermana y la miraba a los ojos para pedirle que siguiera respirando, que se despertara.

Todos, guardias y prisioneros, estaban allí de pie, sin moverse, esperando a saber cuál de las dos mujeres moriría primero. En tres zancadas, Max acortó la distancia y se arrodilló junto a Angelina, tomó la otra mano de Charlie y se llevó sus dedos helados a los labios. Tenía un nudo en la garganta.

Junto a ellos, al pie de la tarima, la reina yacía inmóvil, sin nadie a su lado que la animase a vivir. Los grandes portones se abrieron con rabia y golpearon las paredes. Brook irrumpió en la sala, seguida de un grupo de soldados cuyas armas eran tan variadas como sus uniformes. Una sonrisa triunfal brillaba en su rostro. Apuntó a los guardias de la sala del trono y gritó: «¡Bajad las armas!». Su voz sonó alta y firme, como si hubiese nacido para mandar. Luego, vio a Charlie y su expresión de victoria se desvaneció. Corrió junto a sus amigos y le preguntó con la mirada a Max: «¿Está…?».

Max negó con la cabeza, como si ni se imaginara esa posibilidad. Se inclinó sobre el cuerpo sin vida de la chica y suspiró cerca de su piel fría. «Charlie», le suplicó que no los dejara, que no lo dejara.

Las lágrimas le enturbiaron la visión. No la podía perder. El dolor se extendió por su cuerpo como una enfermedad que lo corroía y le quitaba la vida. Apenas sintió el temblor en los dedos de ella, pero sí el repentino grito de asfixia que ocupó toda la estancia, que resonó fuertemente por la habitación y llenó su corazón.

Charlie movió los ojos y después los abrió. Levantó la cabeza y miró de pasada a Max, a Angelina y a Brook y se fijó en la mujer que yacía inconsciente a los pies del trono. «Yo gano», pronunció por fin. Y luego cerró los ojos y se desmayó de nuevo.

Tras de sí, Max oyó el resuello ahogado de su abuela y supo con certeza que era su último suspiro. Ni siquiera tuvo que darse la vuelta para saber que se había ido; pudo comprobarlo en la respiración de Charlie, calmada y estable, después de que la caricia de Angelina se hubiese extendido por la piel de Charlie como un relámpago.

Ludania tenía una nueva reina.