XXIII

Primero vi a mi padre. Tenía las manos atadas a la espalda e iba amordazado. Sus cortes y heridas eran mil veces peores de lo que me esperaba. Mi madre se tambaleaba detrás de él y, cuando uno de los guardias la empujó, casi se enredó con los grilletes que atenazaban sus tobillos.

Sentí mi propio chillido cuando vi que traían a Aron a rastras. Arrastrado porque era incapaz de andar. Sus pies tocaban el suelo y tenía la cabeza colgando sobre su pecho. Pude oír sus quejidos, aunque eran muy sutiles. Lo tiraron al suelo como si fuera basura, como si su presencia fuera desagradable.

No esperé a que me dieran permiso para moverme. No había poder en el mundo que pudiese impedirme abrazar a mis padres. No me importaba. Aún no habían traspasado el umbral y los abracé, primero a uno y luego al otro, con cuidado de no presionar porque no sabía si estaban muy maltrechos. Me supo mal no acercarme a Aron, pero sabía que no era consciente de lo que pasaba a su alrededor. Solo era un mensaje: la reina había mostrado clemencia con mis padres.

¿Estáis bien? —les dije en parshon. Retiré la mordaza inmunda que cubría los labios cortados y llenos de sangre de mi madre. Le olía el aliento, por el hambre y la bilis; ya no desprendía el olor dulce de pan recién hecho.

Sus ojos estaban llenos de remordimiento.

¿Qué haces aquí, Charlaina? Te dijimos que te mantuvieras lejos, que protegieras a tu hermana costara lo que costase.

Miré a la reina y di las gracias de que Angelina no estuviese aquí.

Está a salvo —le susurré a mi madre. Ordené a los guardias—: Desatadlos. —Le quité la mordaza a mi padre y usé el trozo de tela raído para secar la sangre fresca que manaba de su cabeza. Me pregunté si hacía poco que los habían torturado y me dolió en el alma. Los guardias no se movieron y me dirigí a la mujer en el trono—: Por favor, no se escaparán. ¿Qué inconveniente hay?

La reina levantó la ceja y asintió a mi requerimiento. Desataron a mis padres.

Mi padre no tuvo tantas miras como yo. Me abrazó con fuerza.

Siento mucho no haberte dicho quién eres, Charlaina. Estábamos preocupados por tu bienestar. —Sus ojos hinchados e inyectados en sangre mostraban tristeza. Me abrazó de nuevo y, con un tono más calmado, casi en un susurro, dijo—: No hagas lo que ella desea. Haz todo lo posible para salir viva de aquí, Charlaina. Aunque nos dejes dentro, si es necesario.

Me estrechó más fuerte, como si quisiera asegurarse de que lo había entendido.

Pero antes de que pudiera negarme, la voz de la reina brilló como un relámpago. Sentí escalofríos.

—¡No hará nada de eso! Si lo hace, que se olvide de sus padres.

Mi madre me estrechó tan fuerte la mano que noté sus lágrimas incluso antes de que las derramase.

No la escuches, Charlie. Tienes que seguir con vida. Angelina necesita que sigas viva.

En ese momento, el mundo a mi alrededor desapareció. Solo podía ver a mi padre, que cayó al suelo de rodillas y entre convulsiones, cogiéndose del cuello y con la mirada llena de pánico.

La voz furiosa de Max sonó:

¡Basta! ¡Libéralo! —Increpaba a su abuela, la reina, que alzaba su dedo y señalaba directamente a mi padre. Xander se interpuso entre un guardia real y su hermano cuando aquel fue a detenerlo. Le propinó un puñetazo en la nariz. El golpe retumbó e hizo desistir al hombre, que se cubrió la cara con las manos.

Pero Max no alcanzó el trono. Un disparo de rifle lo paró todo. Un trozo de techo cayó sobre el pulido mármol a nuestros pies, como consecuencia del disparo de advertencia. Pero nos quedamos horrorizados al comprobar que el guardia que había disparado apuntaba con su arma a Max.

Nadie se movió. Nadie pestañeó.

Por quien más temía, sin embargo, era por mi padre.

No podía respirar. La reina bloqueaba su garganta mientras él luchaba contra su magia. Me quedé helada, sin poder moverme, y me dirigí a la mujer despiadada.

—¡Por favor, no lo hagas! ¡No le hagas daño! —le imploré.

La reina, completamente indiferente a que amenazaran a su nieto, siguió con el puño en el aire.

No puedes detenerme, Charlaina. Lo único que puedes hacer es ofrecerte en su lugar. —Apretó sus finos labios.

Miré a mi padre. Le salía sangre de la nariz y de los oídos. Mi madre lo observaba también, pero sus palabras fueron determinantes:

—No lo hagas, Charlie. Por nada. ¿Me oyes? Nunca. ¡Nunca!

Y entonces ella también se arrodilló y empezó a debatirse en silencio por no poder respirar.

Temblaba de pies a cabeza cuando me dirigí de nuevo a Sabara, viéndola por fin como lo que era: la quintaesencia de la maldad. Fue la peor decisión de mi vida. O mi vida o el perdón de mis padres. Pensé en Angelina, en la mejor opción para ella. Las lágrimas quemaban mis mejillas, pero al fin pude hablar. Cerré los ojos y contesté:

—No lo haré.

El silencio de una reina puede resultar ensordecedor y durar una eternidad. Ahí supe qué significaba un «para siempre» mientras esperaba su respuesta.

—Esperaba que solucionásemos esto de la forma más sencilla, Charlaina —afirmó, y abrió el puño lentamente hasta que bajó la mano.

Oí a mis padres inspirar ruidosamente, buscando el aire, y supe que los había liberado, pero no quería dejar de mirarla.

—Lleváoslos —ordenó. No eran más que basura para ella. Mientras se abrían las enormes puertas desde fuera, añadió—: Ya veo que has elegido el camino más complicado.

Mientras se llevaban a mis padres y a Aron, dos guardias trajeron a una mujer que casi no pude reconocer debido a que la sangre de sus heridas le cubría el rostro. La dejaron en el suelo de mármol frente a mí. Tenía el labio inferior cortado, destrozado, lo que dejaba ver sus dientes. Si no hubiese distinguido sus mechones azules, nunca habría sabido que miraba a Eden.

Al menos hasta que también trajeron a Angelina.