LA REINA

Se quedó de pie junto a la ventana, observando cómo sus hombres, los guardias y los soldados, le hacían la reverencia a la chica. Baxter había hecho circular el mensaje por todas las esferas del ejército para asegurarse de que la nueva reina tendría una bienvenida apropiada.

Ella era la chica a la que tanto había buscado. Ella era la heredera que deseaba encontrar. Tendría que ir con pies de plomo para asegurarse de que cooperara. No podía cometer ningún error. Si jugaba bien sus cartas, esa chica podía suponer otra vida como reina. Un nuevo comienzo.

Si se equivocaba, si lo que sabía de la chica no era verdad, todo estaba perdido. Todo.

Alexander salió del vehículo, y ella se puso tensa. Visualizó los días en los que contaba con su apoyo, el único chico que tenía su beneplácito. Era el primogénito de su hijo, un niño travieso que siempre había tenido una tendencia a la bondad. Nunca le había afectado su apariencia implacable y sus miradas de hielo. Cuando se subía a su regazo y le sonreía, algo que ningún otro niño osaba hacer, se le derretía su gélido corazón. Le daba dulces y regalos. Le había permitido acceder a su parte más íntima y lo había educado y acogido entre los muros de palacio para tenerlo cerca.

Lo quería.

Y él le dio la espalda.

Y allí estaba, un enemigo de la Corona, junto a la chica. Ver a su alguna vez amado nieto le heló la sangre. Estaba ansiosa por ver su cara cuando le entregase la sorpresa que le tenía reservada.

Y allí estaba también Maxmilian, su otro nieto. También acompañaba a la nueva heredera. Pero él no la conmovía. Le preocupaban más sus leales protectores, que también flanqueaban a la chica. Siempre se mantendrían fieles a Max, al niño que habían jurado proteger, y si este ya había decidido de qué parte estaba, si estaba embelesado por una cara bonita, también lo estaban ellos.

No había que subestimar el poder de los guardias reales.

Por suerte, la reina tenía su propio plan. Un plan para acabar con todos que ya estaba en marcha.