LA REINA

La reina se reservó la sonrisa, su real sonrisa, pese a que se sentía muy complacida.

—¿Habéis localizado su base de operaciones? ¿El corazón de sus movimientos?

—Sí, Majestad —asintió Baxter.

Ella apretó los labios.

—¿Estás seguro? No toleraré otro error.

Él bajó la cabeza al acordarse de sus limitaciones. A pesar de su constitución robusta, temblaba.

—Por supuesto que no, mi reina. Esta vez estamos seguros. Los rebeldes enviaron a un pequeño grupo de soldados a la ciudad para escoltar a alguien hasta la parte este. Nuestros confidentes nos han dicho que pudieron seguir al contingente rebelde hasta su escondite subterráneo. Esta vez los tenemos.

Estaba casi temblando de la emoción. Sus siguientes palabras serían las que tanto tiempo había esperado pronunciar:

—¿Cuándo estaremos preparados para atacarlos?

Baxter observó brevemente a la mujer sentada en el trono.

—Cuando lo ordenéis, Majestad. Las tropas solo esperan vuestra orden. —Ya no pudo contener más su sonrisa.

—Muy bien, Baxter. Eso está francamente bien.

Percibió cierto alivio en la cara de su consejero. Él sabía que se había librado de una sentencia de muerte gracias a esta noticia. Ya no podía decepcionarla más.

—Por cierto, Baxter. —Se puso uno de sus arrugados dedos sobre los labios, como si pensara en los preparativos.

—¿Sí, Majestad?

—Que corra la voz. No me importa cómo te las arregles, pero no quiero que nadie cuestione mi decreto. Que sepan que pronto tendrán una nueva reina.