XIX

Hay ciertos detalles que debes saber, ahora que la vas a conocer en persona —me explicó Xander, cuando se suponía que Max o uno de los guardias reales eran los más adecuados para aconsejarme. Seguramente tenían más información de primera mano. Aun así, parecían satisfechos con que Xander tomase la iniciativa.

—Aunque no lo parece, es astuta. No te dejes engañar por su apariencia débil. Y es despiadada, no lo olvides. —Dio unas vueltas por la estancia. Me costaba seguirlo, me estaba mareando—. Ojalá te pudiéramos acompañar. Preferiría que no te quedases a solas con ella.

—¿Y si no quiere recibirnos? —cuestionó Max a Xander.

Este hizo un gesto de negación con la mano.

—Por supuesto que querrá recibir a Charlie. Lleva años esperando este momento.

Por lo visto, Max tenía tan poca información como yo, pues dijo:

—¿Cómo sabes lo que tiene en mente?

—Sé más de lo que piensas, más de lo que nadie sabe, probablemente.

Lanzó una carcajada y nadie se atrevió a replicarle. Sin embargo, aún no me podía explicar cómo un rebelde conocía tan íntimamente a la dirigente de su país.

Se paró ante mí y me miró con una ternura que me resultó tan familiar que olvidé quién me miraba. Y era Xander, no Max, quien lo hacía con adoración.

—Tiene intención de que le prometas compartir el trono con ella.

—Eso no tiene sentido —intervino Max—. ¿Cómo puede gobernar con otra reina? Los súbditos se dividirían, ¿y cómo solucionaríamos las disputas?

—Su magia es antigua. Tiene más años que el cuerpo en el que habita. No es la primera vez que ocupa el trono. —Lo que Xander nos contaba parecía una fantasía de niños, pero nadie lo discutió.

—¿De qué habla? —le pregunté a Max, en lugar de dirigirme a Xander. Pero fue Zafir el que contestó con su voz de tenor, casi melódica:

—Tiene razón. El alma de la reina, su Esencia, como ella la llama, ha pasado de un cuerpo a otro desde que aceptó ocupar el trono de Ludania. Es la misma reina en cuerpos distintos.

Xander prosiguió con el relato:

—Es muy poderosa, pero debe contar con el permiso de otra persona para intercambiar sus cuerpos. Ahora está desesperada porque se le acaba el tiempo. Necesita tu aprobación para transferir su Esencia a tu cuerpo. De otro modo, se quedará atrapada en su cuerpo actual y, si este muere, morirá con él.

—¿Por qué mi cuerpo? ¿Por qué no puede hacerlo con el de cualquier otra persona?

La respuesta parecía obvia, pero quería oírla.

—Porque tú tienes sangre real. Eres la única heredera que tiene.

Me enfurruñé.

—¿Ah, sí? Mi madre no tiene sangre azul y mi padre tampoco es de ascendencia completamente noble, ¿no? ¿Tan real es mi sangre?

Xander tenía todas las respuestas, y contestó con suavidad y certeza.

—No funciona de esa manera, Charlie. La sangre de una mujer, sin importar su lugar en la línea sucesoria, resulta tan pura y poderosa como si perteneciese a la primera generación real. Sus dones son tan potentes como los de sus antecesores.

Hizo un gesto indicativo, por si tenía más preguntas. Tenía una más.

—¿Y qué me sucederá si acepto su… su Esencia?

—No te va a pasar nada —Max me interrumpió, sujetándome por los hombros— porque no lo vas a hacer. ¡La vas a mandar al infierno!

Xander no se inmutó con el arranque de Max, y respondió:

—De lo que estoy seguro es de que solo hay lugar para una de vosotras en tu cuerpo.

El silencio devoró el aire a nuestro alrededor. La reina intentaría negociar: mi vida a cambio de mis padres. Ya había dicho Xander que era astuta. Pues bien, yo tendría que ser aún más astuta.

—Max está en lo cierto —afirmé, mostrándoles que había tomado una decisión—. Puede irse al infierno.

* * *

Todavía discutían sobre cuál era el mejor mensaje que debían hacerle llegar a la reina cuando salí de la estancia. Max quería dárselo él mismo, para asegurarse de que no malinterpretaba la misiva y para hacerle prometer que no me haría daño. Pero Xander no estaba de acuerdo porque no acababa de fiarse de Max. Al final, Claude fue el elegido, junto con uno de los soldados de la resistencia. Aún no habían decidido quién sería ese soldado.

Como estábamos bajo tierra, siempre en la oscuridad, no controlaba si era de día o de noche cuando pasaba por los túneles, pero sí era consciente de que me dolían los huesos. Entré en la habitación y Angelina estaba despierta. No sabía si había dormido. Me puse de rodillas, y ella se echó en mis brazos. Olía a sudor, a dormida y a suciedad, como comprobé al abrazarla. En sus ojos azules se notaban las noches de poco descanso y de sueños interrumpidos. Cuando la miraba, no me costaba imaginar que fuese una persona muy especial.

Por otra parte, yo sentía los ojos cansados. Me picaban y me los froté para ver si me quitaba el cansancio de encima.

Observé el camastro en el suelo, la almohada y la sábana raída. Brook se llevó a Angelina a desayunar y yo me rendí a un sueño inquieto, lleno de ensoñaciones de soldados, reinas y almas perdidas.

* * *

Me desperté con el sonido del agua que vertían de un recipiente a otro. No era un sonido fuerte, pero lo oí. Abrí los ojos y esperé que lo que presenciaba no fuese una ilusión: una gran bañera de metal de la que emergía vapor.

Un baño. Alguien me había traído un baño.

Eden descorrió la tela que tapaba la entrada y entraron dos hombres cargados con enormes cubos de agua que volcaron en la bañera.

—Claude ha vuelto. Saldremos tan pronto como todos estén listos. —Me miró con sus ojos negros—. Xander pensó que te gustaría bañarte antes. —Y se dispuso a salir—. Estaré aquí fuera.

—¡Espera! ¿Dónde está Angelina?

Con un semblante calmado, asintió. Era más fácil de tratar cuando se mostraba así, porque también me hacía sentir relajada, incluso cuando me acababa de informar que íbamos a ver a la reina.

—Ya ha comido, pero quería quedarse a jugar con otros niños y he pensado que le iría bien. Aquí el tiempo pasa despacio si no tienes nada que hacer.

Por supuesto, tenía razón. No quería que Angelina se quedase encerrada en aquella oscura habitación todo el día. O toda la noche, no sabíamos.

—Muy bien —acepté.

Corrió la cortina y miré el agua. No me había imaginado que un baño resultaría tan tentador, sobre todo en una bañera de metal. Me desnudé rápido y me deslicé bajo el agua. Como no había jabón, me limité a chapotear y a disfrutar del tacto del agua sobre mi piel. Vi que aparecían moratones en mis costillas, de cuando Xander me había lanzado al suelo, y los toqué, dolorida, con los dedos. Cabía muy justa en la bañera y era un poco incómodo, pero conseguí recostarme y meter la cabeza y la cara bajo el agua. Me pasé los dedos por el cabello y lo froté como pude. Era como rozar el paraíso.

Pero tampoco pude quedarme mucho rato, porque el agua se enfriaba. Me puse de pie y cogí la toalla raída que me habían dejado. Vi entonces una pila de ropa limpia a los pies de mi camastro. Mi ropa, de mi casa. También estaba la de Angelina. Parecía arriesgado haber enviado a alguien a nuestra casa para traernos ropa limpia.

Me sequé y me vestí rápido, y me senté al borde del camastro mientras me secaba el cabello con la toalla. Me peiné con los dedos. Era como si hubiesen pasado siglos desde la anterior vez que me había aseado y había dormido, unos auténticos lujos desde que había empezado todo aquello. Y solo habían pasado dos noches desde los ataques.

Noté unos pasos suaves cerca de la entrada.

—¿Charlie? —Era la voz de Max.

Me di cuenta de que estaba sola y se me aceleró el pulso.

—Entra —respondí.

Cuando lo hizo, no pude esconder una gran sonrisa, a pesar de que no quería darle a entender que me alegraba de verlo.

—¿Puedo? —preguntó, señalando el espacio junto a mí en el camastro.

Asentí, seria, aunque estaba muy nerviosa por tenerlo sentado a mi lado.

—¿Cómo te sientes? Ya sabes que no tienes que hacerlo.

—Todo irá bien —afirmé, mordiéndome el labio—. ¿Puedo preguntarte algo?

—Lo que quieras.

—¿Xander hizo bien en no enviarte a ti? ¿Podemos… puedo confiar en ti?

Sonrió y me apartó un mechón de pelo de la mejilla.

—Puedes confiar en mí, Charlie. Y también Xander, aunque a veces tenga ganas de darle un puñetazo en la cara. Lo sabe, pero no quiere admitirlo.

Su sonrisita era una tentación a la que quería ser inmune, pero no me incliné hacia él. La lámpara del rincón parpadeó y dibujó sombras en su rostro, cambiando sus rasgos y su color. Daba igual cómo bailaba la luz sobre su cara, porque seguía siendo muy guapo.

Su boca se acercó a la mía y miré fijamente sus labios, sin aliento.

—¿Qué hora es? —pregunté para evitar que se acercase más.

Sonrió y pude ver sus dientes en detalle, hasta una pequeña marca que no se distinguiría desde una distancia lógica. Su aliento era cálido y olía a promesa.

—¿Por qué? ¿Preferirías estar en otro sitio ahora? —Tenía una voz grave y áspera, con algo que me hacía levantar los dedos de los pies.

Cuando sus labios tocaron los míos, sentí que mi corazón dejaba de latir, como si perdiera su ritmo por el beso. Cerré los ojos y quise apartarme de él, pero no pude.

Al principio solo fue un amago, un breve encuentro entre nuestros labios rozándose. Como la caricia de una pluma… o más suave aún. Mi pulso irregular hablaba su propio idioma.

Pero me acerqué más en lugar de alejarme, como me advertía a mí misma, para responder a su petición ofreciéndole la mía. Respondiéndole que quería más.

Me pasó los dedos por mi cabello aún húmedo y me abrazó contra su pecho en un profundo beso. Llevé mis manos a sus hombros y me aferré a él mientras mis labios se separaban, insegura de lo que hacía, pero con la urgencia de sentirme más cerca de él. Deslizó su lengua en mi boca y sentí como si un fuego líquido corriese por mis venas y me hiciese temblar de deseo y de temor a la vez.

Nunca había deseado algo tanto en toda mi vida.

Nunca había estado más asustada por lo que sentía.

Todavía temblaba cuando bajé la cabeza y puse fin al beso. Nada me había costado tanto de hacer. Sentí mis labios como hinchados, secos y fríos sin el contacto de los suyos. Max tenía los ojos vidriosos, como seguramente estaban también los míos. Nunca había visto cómo era la expresión de la pasión interrumpida, pero sin duda era lo que estaba presenciando ahora. Desilusión.

Él se recuperó más rápido que yo y en unos segundos respiraba con normalidad. Eso me dio rabia, porque era como si tuviese más práctica que yo. Lo miré para olvidarme del arranque de celos que ese pensamiento me había provocado.

—¿Qué estamos haciendo? —musité.

—Creo que besarnos.

—Chisss —lo reprendí. Le tapé la boca con la mano sin querer pensar en lo que esos labios habían hecho sentir a los míos. No quería que Eden nos oyese.

—Pero ¿qué pasa, Charlie? ¿Estás enfadada porque te he besado o porque me has correspondido?

Bajé la voz:

—No sé cómo acabará esto. ¿Qué puede surgir de aquí? ¿De nosotros?

Me sujetó la barbilla y sentí una punzada en el estómago.

—¿Quién dice que tiene que acabar?

Acarició con los dedos mi labio inferior. Cerré los ojos para no mirarme en los suyos, para no imaginar mirarlos para siempre.

—Soy la hija de un Comerciante, Max. —Al decirlo, se me partió el corazón.

Max me obligó a mirarlo a los ojos y respondió:

—Tú eres una princesa, Charlie.

Todo a nuestro alrededor se quedó congelado mientras Max me miraba. Nunca me acostumbraría a esas palabras. Una cosa era hablar de audiencias con la reina, o de que mi hermana y mi padre eran miembros de la antigua familia real, y otra muy distinta era que me identificaran como de la realeza. Quería obviarlo.

Pero sí, él lo había dicho: yo era una princesa, aunque entre sus brazos me olvidaba de todo. Entre sus brazos, solo era yo misma.

—¿Entonces es eso? —No quería preguntárselo, pero necesitaba saber la verdad.

Max me miró confuso.

—¿De qué hablas?

—Esto. El beso. La razón por la que desperté tu curiosidad… ¿fue porque sospechabas que era una princesa?

¿Quién sino podría ser adecuada para una persona de la categoría de Max?

Me desarmó con su sonrisa. Me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y me acarició el corazón con su voz poderosa.

—Me las habría ingeniado para que estuviésemos juntos aunque fueses hija de un Comerciante, Charlie. Tú me fascinas, pero no por las razones que piensas.

Se acercó y me besó de nuevo. Un beso dulce, suave y tierno que acalló mis argumentos y me robó el corazón. No entendía cómo un gesto tan simple podía resultar tan trágicamente maravilloso.