Brook me cogió la mano y me llevó aparte, buscando la poca privacidad que permitían aquellos túneles tallados en la piedra que penetraban en la Tierra.
—Yo no lo sabía —dijo en voz baja y asegurándose que nadie nos podía oír—. No quería que nadie resultase herido, y mucho menos Aron. —Sus ojos oscuros reflejaban tristeza y arrepentimiento.
—Ya lo sé —intenté reconfortarla. No era ni la chica descuidada que conocía desde pequeña ni la dura revolucionaria en la que pensaba que se había convertido. Era apasionada, leal, atenta. Y, sobre todo, mi amiga—. Pero sabes que habrá muchos heridos si entramos en guerra, ¿no?
—No es lo que queremos, Charlie. No queremos luchar, pero tampoco podemos continuar así. Merecemos elegir lo que queremos ser, quiénes queremos ser.
No es que no estuviese de acuerdo con ella, pero no sabía qué decir.
—¿Y yo? ¿Desde cuándo sospechas…? —Me costaba encontrar las palabras justas—. ¿Cómo has sabido quién soy?
—Solo lo imaginábamos. Tu padre ocultó su identidad muy bien. De hecho, hemos vigilado a otras familias de las que sospechábamos. Y entonces pasó lo de aquella noche, con la chica de la Academia…
—Sydney —apunté. Brook hizo un gesto de disgusto cuando dije el nombre.
—Aquella noche en que salpicaste con agua a Sydney en el restaurante, oí a tus padres discutir en la cocina. Tu padre estaba preocupado por si alguien descubría la verdad si no tenías cuidado. Tenía miedo de que la reina conociese tu existencia. Ahí me convencí, e intenté que coincidieras con Xander para que él comprobase si encajabas con la descripción.
—¿En el club? —Ahora lo entendía todo. Brook asintió.
—Pero nos marchamos demasiado temprano esa noche, y Xander no había llegado aún. Por eso me enfadé tanto contigo cuando me arrastraste fuera del club. Pero por suerte fue fácil llevarte allí de nuevo. —Me golpeó con el hombro, en actitud de broma, como si hablásemos de chicos, del colegio o de cualquier otra cosa menos la que ocupaba la conversación—. Pero ahí tampoco sabía aún cuál era tu don, qué poder escondías. —Me sonrió con malicia—. Ojalá me lo hubieses dicho, Charlie. ¡La de cosas increíbles que hubiéramos podido hacer con ese pequeño truco!
—¡Estás como una cabra! —Y le devolví el golpe en el hombro, riendo, a pesar de que no era el momento de carcajearse, con mis padres encerrados.
—¿Sabías lo que iba a suceder la noche del parque?
Brook asintió avergonzada.
—Sabía que habían organizado algo. Me ordenaron que no te quitase el ojo de encima, así que pensé que la mejor manera era salir por ahí. —Me miró de reojo—. No era mi intención perderte en el parque. Cuando saltaron las sirenas, te busqué por todas partes. Al final, creí que te habrías ido con… él.
No pronunció el nombre de Max, como si todavía sintiese rabia, y yo me pregunté si seguía celosa o si siempre había sabido quién era él. También recordé la noche en la que había ligado de forma descarada con Claude y Zafir, y me pregunté si era todo teatro para ganarse su confianza y conseguir información. De pronto, me vino a la cabeza que Brooklynn siempre elegía militares.
Ni me molesté en preguntarle.
—Estamos a punto de conseguir —siguió explicando— lo que siempre hemos deseado, por lo que tanto hemos luchado. —Le brillaron los ojos—. Y tú nos lo puedes dar, Charlie. Tú puedes cambiarlo todo.
Negué con la cabeza y me puse a llorar. No sabía ni por qué.
Brooklynn se equivocaba. Aceptaba que mi padre pertenecía a la realeza, o más bien no podía negarlo. Había visto las pruebas con mis propios ojos. Incluso podía aceptar que aquella era la razón por la que podía entender otros idiomas, que la interpretación era la habilidad que tenía como hija noble.
Pero no había nacido para gobernar… Yo nunca podría ser reina.
—Sí, Charlie —me refutó Brook. Tomó mis manos y las besó—. Es tu deber.
Cerré los ojos y odié tener que decepcionarla y discutir con ella. No ahora que la había recuperado.
* * *
Ya en la ciudad subterránea, Xander tomó el control de la situación.
—Brook, lleva a Angelina a su cuarto para que podamos hablar a solas con Charlie.
—Pero ¿no debería estar yo presente?
Una mirada de desaprobación apareció en la cara de Xander. Brook no debía discutir, porque era una orden.
—Déjala con Sydney —concedió— y puedes regresar.
Xander y Eden intercambiaron una mirada. Ella mostraba sus emociones como otros lucían sus vestidos: flotaban sobre ella y ocupaban el espacio en el que se encontraba. Ahora, lo que yo notaba era un pesado velo de reticencia.
—Ve, Brooklynn —insistió Xander. Cuando Angelina y ella se alejaron, me confesó—: Sydney ya no está aquí, Charlie.
—¿Cómo? ¿Y dónde está?
—Se encontraba mejor y la mandamos a casa con alguien que la acompañase.
—¿No te preocupa que lo cuente todo? ¿Que te denuncie?
Xander sonrió.
—No lo hará. Le importas, Charlie. Te está muy agradecida por lo que hiciste por ella. Además, aunque intentase llegar hasta aquí con alguien, se perdería.
Recordé los pasadizos por los que habíamos pasado, interconectados y laberínticos. Y me acordé también de lo que me había dicho Brooklynn sobre que llevaban una década allí y nadie los había descubierto.
Pero seguía siendo un riesgo.
—No podíamos retenerla aquí para siempre, Charlie. Tenía que reunirse con su familia. —La voz de Xander sonaba conciliadora, menos solemne.
Max habló suavemente, con su aliento rozando mi cuello.
—Yo pienso que lo que te gustaba era que te siguiera como un perrito —bromeó, y yo sonreí y le propiné un codazo tan disimuladamente como pude.
Por desgracia, el gesto no pasó nada inadvertido. Todos lo vieron.
Y se desató un infierno.
En menos de un abrir y cerrar de ojos, los dos enormes guardias reales avanzaron hacia mí con la expresión torcida. Sin poder reaccionar, vi a los hombres de Xander empuñar sus armas y apuntar a Claude y a Zafir.
Xander se puso delante de mí para protegerme y me tiró al suelo. No podía respirar. Por entre los brazos de Xander, también vi a Max intentando interponerse entre sus malcarados guardaespaldas y yo.
—¡No! —gritó con firmeza, enfadado. Levantó ambas manos—. ¡Deteneos todos vosotros!
Empujé a Xander para poder respirar. La cabeza me daba vueltas.
—Lo digo en serio —repitió mientras repasaba con la mirada a todos los soldados a su alrededor. Solo Claude y Zafir obedecieron la orden de su príncipe, sin osar moverse.
Nadie respondió, y siguieron apuntándolos. Xander me soltó, aunque no del todo.
—¿Estás bien? —susurró cerca de mi cabeza.
Pude asentir, y entonces su voz rugió desde su pecho:
—Bajad las armas, soldados.
No los veía, pero pude oír cómo bajaban las armas y se relajaban. Cuando Xander se puso en pie, estaba furioso.
Max me atrajo hacia él y me cogió por la cintura en actitud protectora. Yo no me hubiese atrevido a negociar con nadie de los que estaban allí, incluida Eden, que cargaba un rifle en su hombro.
Xander habló con calma a los soldados, aunque su expresión denotaba que se guardaba la rabia. Era como una serpiente, lista para picar con una precisión peligrosa si alguien se movía en aquel pequeño espacio.
—¿Alzáis vuestras armas sin mi orden? ¿Cómo podéis poner a nuestra invitada en peligro? —Hablaba de mí, y todos lo sabían.
Primero miré a Claude y después a Zafir, para comprobar su reacción ante la reprimenda de Xander. Quería saber si ellos ya sabían quién era yo. Zafir parecía aburrido, con sus ojos marrones casi cerrados, y Claude estaba indignado, como si tuviese ganas de cortarles el cuello a todos.
Me di cuenta de que aún no sabían nada.
—Podríais haberle hecho daño —continuó Xander, manteniendo la calma—. Quiero que la protejáis con vuestras vidas. Todos vosotros. —Y después pronunció las palabras que me dejaron sin aliento—: Como si estuvieseis protegiendo a vuestra futura reina. —Puso su mano en la mejilla de Eden, con los músculos del antebrazo en tensión. Pasó la mano por su cara y ella apretó los ojos—. ¿Me explico?
Una mezcla de emociones se desprendió de ella como una nube de tormenta: miedo, arrepentimiento, devoción y algo que parecía ser pasión. Con los ojos cerrados, derramó una lágrima que se deslizó por su cara. Asintió y miró con sus ojos negros más allá de Xander, a mí.
—Entiendo —juró. Un juramento para mí.
* * *
—¿Cómo es posible? ¡Si solo es una simple Comerciante que conociste en un club! —Claude levantó la voz y gritó en el idioma real. Ni me miraba desde que los hombres de Xander habían bajado las armas. Desde que Xander había soltado la bomba de quién era yo.
A Zafir no le chocaba tanto la idea.
—¿Cómo crees que reaccionará tu abuela cuando se entere?
Que me recordasen que la reina Sabara, la mujer contra la que Xander y sus revolucionarios estaban en guerra, era la abuela de Max me desconcertaba. No me cuadraba. Pero no debía olvidarlo, me dije. No sabía a quién era leal Max.
—Estará encantada —los interrumpió Xander—. ¿Cómo no estarlo, si Charlie puede ser la heredera que tanto ha buscado, la que no pudo venir de su familia? Y yo me aseguraré de que la vieja no le ponga las manos encima.
Zafir se pasó la mano por la cabeza, como si aceptase las afirmaciones de Xander. Yo me quedé en un rincón. Los miré y no pude evitar quebrar mi silencio:
—No tengo ninguna intención de ocupar el lugar de la reina.
Solo Claude y Zafir se sorprendieron. Todavía no podían creer que pudiese entender la lengua real.
—¿Nos comprende? —La robusta cara de Zafir se iluminó con una sonrisa.
—Sí —respondí, como si me hubiese hablado a mí, aunque no era el caso.
—¿Y qué más sabe hacer?
Max le contestó en englaise:
—Aún no lo sabe. El tiempo lo dirá.
Por primera vez, pensé en la posibilidad de que tuviese más habilidades aparte de entender otros idiomas.
—¿Y la niña? ¿Ya ha demostrado tener algún don?
Lo dijo Claude, como irritado por estas novedades. La única diferencia fue que él sí se dirigió a mí.
—No. —Max negó con la cabeza, porque sobreentendió mi silencio cuando estuvimos en mi casa como una negativa.
Xander le pasó la mano a Eden por los hombros. Un gesto de hermanos, como de camaradas. Pensé en cuánto llevaban juntos en la lucha.
—Tenemos que decidir qué haremos ahora. —Levantó las cejas—. Yo opino que Sabara debe saber que tenemos a Charlie.
—¿Y mis padres? ¿Y Aron? —grité, harta de que decidieran por mí como si fuese mercancía, como ganado que podían manejar a su antojo—. Tenemos que recuperarlos.
Xander se puso serio y habló con indiferencia:
—Quizá ya es demasiado tarde. No podemos preocuparnos por ellos ahora.
—¡No, no, no! ¡No os enteráis de nada! —Moví la cabeza y crucé los brazos—. Deben ser vuestra principal preocupación —advertí a Xander, a Eden y a Max—. ¿Creéis que es demasiado tarde? ¿De verdad? —les rogué.
—No creo que estén muertos, si es lo que quieres saber. —Max se acercó y me miró intensamente con sus ojos grises, intentando entrar en mi mente para saber si podría soportar la información que me iban dando—. Pero mi abuela es despiadada, y si cree que hay alguna posibilidad de que sepan dónde estás…
Me quejé a Xander de nuevo, sin querer que Max acabase la frase y también sin querer imaginar las palabras que no había dicho.
—¿Ves? Están vivos. —Me revolví para llamar su atención—. Quiero ir allí. —Me dirigí a Max—: Quiero que conciertes una audiencia con tu abuela.
—Es una mala idea, Charlie —replicó Xander, sin gritarme—. No puedes fiarte de Sabara.
—No puedes negociar con ella —repitió Claude.
—Tienen razón, Charlie —concluyó Max—. Ella es mi reina y mi abuela, y ni así confío en ella. Solo dirá y hará cualquier cosa que suponga salirse con la suya. —Y me tomó las manos como si quisiese convencerme con sus caricias.
Estaba cansada de esta conversación. Eran mis padres. ¿Qué se suponía que debía hacer? Rechacé sus manos.
—Tengo que hacerlo —susurré—. Por favor, arréglalo.
Xander se empeñó:
—¿Y si no te permito ir?
Pero no lo decía con autoridad alguna. Me irritó su respuesta.
—¿Es que tienes otra alternativa? Necesitas mi colaboración, así que a menos que me ayudes con lo de mis padres… —Y dejé que sobreentendiera el resto.
Me miró con cariño, aunque con el ceño fruncido.
—Así que podemos contar contigo. ¿Aceptarás ser nuestra reina?
—He dicho que no os garantizo mi colaboración si no me ayudáis.
Xander sonrió con gusto.
—Ya veo a una potencial y prometedora negociante —bromeó. Pensé que no había seguido su verdadera vocación: debía haberse dedicado a la diplomacia—. Serás una reina excelente.