Los ruidos que había oído hacía un rato estaban justo delante de mi puerta, casi en mis narices. Me quedé tan anonadada que no sabía ni qué hacer. Tenía la yema del dedo como si me hubiese quemado con una llama, pero sabía que lo que me escocía era mucho peor. Era el conocimiento de algo que tenía que haber permanecido escondido, enterrado bajo el suelo de madera sobre el que había caminado toda mi vida.
Xander estaba en lo cierto. Casi estaba segura de ello.
Mi padre era uno de los descendientes de la Corona. De la Corona primigenia.
Lo que significaba que yo… que Angelina y yo…
Éramos las primeras niñas, como Xander casi me había confirmado.
La puerta se abrió y odié que hubiesen roto la cerradura. Estábamos atrapadas. Salté y me coloqué delante del sofá, porque lo único que me importaba era que Angelina estuviese a salvo.
A mi espalda tenía sujeto el atizador de la lumbre. Estaba preparada para lo que fuera. Intentaba convencerme a mí misma de que podría salir de allí luchando.
Sin embargo, para lo que no estaba preparada era para enfrentarme a la persona que apareció en la puerta y ocupó toda la entrada. Él observó las fotografías y los documentos que se desperdigaban a mis pies, y sobre todo el emblema de la cajita que había recompuesto. Entonces me miró y vio mi expresión de derrota y el atizador que llevaba en la mano.
—Siento que te hayas tenido que enterar de esta manera.
* * *
—¿Lo sabías? ¿Cuántos secretos más te reservas? —Lo evité, rodeando la mesa mientras él intentaba alcanzarme. La mesa era la frontera entre los dos. No quería ni su comprensión ni su compasión—. ¿Y dónde están tus matones? Supongo que no muy lejos, ya que siempre vais todos a una.
Max no se rendía con facilidad. Se acercó a mí paso a paso.
—Estaba preocupado por ti, Charlie. ¿Desde cuándo estáis aquí?
—Me da igual si estabas preocupado o no. Yo lo que quiero son respuestas, lo que aún no me has contado. ¿Estamos en peligro?
Intenté bajar la voz para no despertar a Angelina, pero estaba histérica. Tenía muchas preguntas que hacer y me venían a la mente todas a la vez.
—No creo. Nadie sabe que estás aquí. La reina piensa que eres un miembro de la resistencia. No sabe que yo…
No acabó la frase, y especulé con qué quería decir: «¿te conozco?», «¿te besé?».
Menos mal que la reina no sabía nada.
—¿Y tus guardias tampoco se lo han dicho? ¿Están por aquí? ¿Nos denunciarán?
—Están en la puerta para que nadie entre —explicó Max—. Solo dirán lo que yo les ordene, que es solo lo que tú quieras contar. Puedes confiar en mí, Charlie. Nunca he querido hacerte daño. No quería decepcionarte.
Se acercó más, pero lo frené con las manos.
—Pues tienes una manera bastante rara de demostrarlo. ¿Así que es cierto?
Necesitaba oírlo de sus labios. Tardó en contestar, y pensé que no me había entendido.
Asintió de forma casi imperceptible.
Cerré los ojos. Necesitaba su confirmación, más incluso que la de Xander.
Yo era una princesa. Y también mi hermana pequeña. Mi padre era un príncipe, un miembro de la familia Di Heyse, aunque eso no era significativo en una familia de varones, por más que perteneciesen a la realeza.
Solo las mujeres podían gobernar.
—¿Cómo lo supiste? —pude pronunciar al fin. Max se acercó aún más. Negó con la cabeza.
—No lo he sabido con certeza hasta ahora mismo. —Miró la cajita de nuevo. Allí estaba el emblema de la familia Di Heyse, que debía haber sido destruido hacía más de doscientos años, con los demás distintivos de esos soberanos. Pero no, estaba en mi casa—. Lo sospeché la primera vez que te vi en Presa.
Sacó del bolsillo una cadena de oro bastante pesada, un collar con un medallón que llevaba grabado ese mismo emblema. Al abrir el relicario, allí estaba esa foto diminuta.
El parecido era evidente, incluso a la luz tenue de la vela. Era como mirarme a un espejo. Lo miré. Tenía tantas preguntas que hacerle…
—La reina Avonlea —dijo—, fue la primera que murió durante la Revolución. —Había tristeza en sus ojos oscuros—. Mi hermano y yo jugábamos a buscar tesoros en los sótanos de palacio. Ni mi abuela se enteró de que esto se perdió. —Me lo ofreció—. Ahora te pertenece.
Di unos pasos atrás, como si el medallón me fuese a quemar.
—No lo quiero. No puedo…
Max no me presionó y se metió el collar en el bolsillo.
—Y cuando te vi con tu amiga, me pareció que entendías a mis guardias… —Me miró pensativo—. Nadie los podía comprender. —No me acusaba, pero me sentía señalada. Desvié la mirada.
—¿Solo te pasa con el idioma Real, Charlie, o con otros? —Dio un nuevo paso hacia mí. Estaba tan cerca que solo con levantar la vista tendría sus ojos frente a los míos. Pero no lo hice. Me quedé de piedra—. ¿Nunca te preguntaste cómo podías entenderlos? ¿Cómo la hija de un Comerciante entendía un idioma que nunca había oído? —Me acarició la barbilla con el dedo—. Porque no lo habías oído, ¿verdad? —No se molestó en hablar en englaise, y yo ya no aparenté que no lo entendía.
Le miré. Mi corazón latía con fuerza.
—¿Tus padres lo sabían?
Asentí lentamente.
—¿Y nunca te explicaron por qué? ¿Por qué tenías esa habilidad?
Lo miré como única respuesta. ¿Qué sabía él de mis padres? ¿Qué derecho tenía a cuestionar por qué me lo habían contado o no?
—Sabes —continuó sin detenerse, pese a mi mala cara— que solo las que pueden ser reinas tienen poderes. Solo las mujeres de la realeza.
Tropecé con la mesa y respondí:
—Lo mío no es ningún poder. No es nada, o menos que nada.
Sonrió, aunque no fue un gesto cálido o amigable, sino uno de triunfo y satisfacción.
—¿De verdad, Charlie? Díselo a los que solo entienden el idioma de su clase. —Entonces señaló a Angelina, de solo cuatro años, un bello ángel durmiente cuya vida estaba a punto de cambiar—. Y ella, ¿ya sabes lo que es capaz de hacer?
—¿Ella qué? —dije, frunciendo el ceño. Me estaba mareando. Max tomó mi mano y me sentí tan abrumada que no pude negarme. No sabía si podía confiar o no en él. Pero no tenía a nadie más. Y él me hacía sentir cosas que no tenían que ver con la confianza. Si era sincera conmigo misma, me gustaba tener mi mano en la suya.
—No estoy seguro. Eso depende de ti. —Lo dijo en englaise para que me sintiese más cómoda. Me acariciaba la mano en círculos, como si quisiese trazar un nuevo idioma y comunicarse conmigo por medio del tacto. Lo entendía, a pesar de no conocer ese dialecto—. Tenemos que hablar de algunas cosas.
Me sobresalté por el estrépito de un choque fuera. Retiré mi mano y la puse en mi espalda, para esconder cualquier muestra de intimidad.
—No te muevas —me ordenó, pese a que yo ya estaba con Angelina, que se había despertado con el ruido. Me lanzó una mirada de advertencia para decirme que era serio, pero la puerta ya se había abierto.
Claude entró corriendo.
—Hay alguien ahí fuera que insiste en ver a la chica.
Me pregunté si él sabía que lo entendía.
Max siguió el juego desde la oscuridad.
—¿Quién es?
—Xander. —La forma en que pronunció el nombre me hizo temblar. Estaba cargada de miedo y de amenaza—. Y no ha venido solo. —Claude sonrió y, como había denotado en la sonrisa de Max, no había nada cálido ni amigable en la suya. Era temible—. ¿Quieres que me encargue de él?
Max calculó mi reacción antes de responder. Sabía que había estado con Xander aquella noche en Presa, pero no estaba segura de si él sabía también su papel dentro de la resistencia.
—No, déjalo entrar. Pero solo a él.
Claude parecía decepcionado, pero acató la orden y dejó pasar al líder de los revolucionarios.
—¿Qué le has contado a Xander? ¿Qué sabe? —me preguntó Max rápidamente cuando estuvimos de nuevo solos.
—Nada, no le he contado nada. —Me levanté del sofá y dejé a Angelina allí, al tiempo que intentaba recordar si Xander había imaginado lo que yo era capaz de hacer—. Pero ha sido él el que nos ha desvelado quiénes somos. O, al menos, quiénes cree él que somos.
Max hizo una mueca cuando Claude volvió acompañado de Xander. Hasta ese momento no me había percatado de lo grande que era Xander; casi igualaba en altura a Claude. Era menos corpulento, quizá, pero también musculoso de una forma más armoniosa y sutil. Xander parecía un depredador de la selva, listo para el ataque, y Claude representaba a un toro a punto de embestir. Los dos llamaban la atención a su manera.
—Vigilad la puerta. Que nadie nos moleste —ordenó Max a Claude.
Xander no habló con Max. De hecho, apenas se fijó en él. Vino directamente hacia mí. Me agarró la mano, la misma que hacía unos segundos Max había apretado con ternura para demostrarme confianza.
—No tienes ni idea del peligro que corréis lejos de nosotros, Charlie. No podemos protegeros si no nos dejáis.
—Ella no necesita tu protección.
Max interpuso la mano entre Xander y yo. Xander rio con sorna.
—¿Por qué? ¿Les ofreces la tuya? Estaría más segura en un nido de víboras. También puedes entregarla a Sabara con la soga ya puesta en el cuello —afirmó, para mi sorpresa, en la lengua real.
Estaba hecha un lío. ¿Por qué Xander hablaba el idioma de la realeza?
—¿Y crees que estará más segura contigo y con tu banda de soldados marginales? ¿Ya le has dicho quién eres? ¿O lo que eras?
Xander dirigió su mirada hacia mí, como si pensara que sus palabras y su significado se me escapaban. Vi que no sabía mi secreto, que no sabía que entendía lo que decía. Angelina era la única que no podía comprenderlos.
—Por supuesto que está más segura con nosotros. Nosotros solo queremos su bienestar.
—Tus intereses son tan egoístas como los de la reina. Necesitas a alguien que gobierne y crees que Charlie puede cumplir con la tarea.
—Y puede. Es la persona adecuada. Y tú lo sabes también, o si no no estarías aquí por encargo de la reina.
Max apretó los dientes y avanzó hacia Xander.
—No sabes por qué estoy aquí, y la reina tampoco. No tenéis ni idea.
Xander calló por un segundo.
—Ella debe de saber algo, o no… —Repasó con la mirada cómo habían saqueado la casa—… o no retendría a los padres de Charlie.
Me llevé la mano al pecho y me senté junto a Angelina.
—¿Crees… crees que la reina Sabara tiene a mis padres?
Xander olvidó su ira hacia Max y me miró. Supo que lo podía entender. No pidió explicaciones, sino que frunció el ceño, como si se disculpase.
—Creo que sí, Charlie —dijo en englaise para evitar cualquier malentendido—. Y tú eres su única oportunidad. Pero ahora necesitamos sacarte de aquí. —Miró a Max con rabia—. Antes de que envíe a alguien a buscaros, a ti y a tu hermana.
* * *
De pronto, mi hogar era una trampa, y permanecimos en ella el tiempo que tardé en coger a Angelina en brazos y salir corriendo por la puerta. Brooklynn me esperaba fuera con un pequeño destacamento de los soldados de Xander, y me sorprendió ver lo bien integrada que estaba. Formábamos un grupo bastante raro, entre soldados, civiles, rebeldes y realeza, aunque cualquiera que nos viese desconocería nuestros verdaderos orígenes.
Una vez decidimos que el lugar más seguro era la ciudad subterránea, caminamos hacia allí en silencio. Era un silencio incómodo y tenso.
Claude y Zafir habían expresado sus reservas respecto a acompañar a los de la resistencia, y Xander tenía sus dudas en cuanto a permitir que el nieto de la reina y sus dos guardias entrasen en la base de operaciones bajo tierra. Pero no había otra alternativa, otro lugar en el que la reina no pudiera localizarnos a Angelina y a mí.
Brooklynn caminaba a mi lado, no sé si por obligación o como mi amiga de toda la vida. Odiaba cuestionarme su lealtad. Max estaba al otro lado, rodeado por sus imponentes guardias, que lo protegían como podían de Xander y su gente.
No tomamos el camino por el que Angelina y yo habíamos venido, ni entramos por la pequeña fisura en el asfalto. Xander nos guió a través de la puerta trasera de un restaurante que estaba cerrado por la noche. Entramos primero por la cocina en penumbra, para bajar luego a lo que se suponía que era la bodega, pero que en realidad conducía a un corredor interminable. Ya había lámparas encendidas por todo el pasadizo. Estaba más limpio y olía mejor que la alcantarilla por la que habíamos pasado mi hermana y yo hacía unas horas.
No sé si fue por miedo o por atracción, pero me pegué a Max. Lo toqué con el hombro y sentí emoción por su proximidad.
Dejé a Angelina en el suelo, entre Brooklynn y yo, porque me dolía el brazo de cargarla. Cogió la mano de Brook y comenzó a balancearse entre nosotras mientras caminábamos. Me aliviaba ver que Angelina aún confiaba en ella.
Solo empezamos a hablar cuando dejamos la escalera que conducía al restaurante y nos adentramos totalmente en el túnel. Xander rompió el silencio para hablar con Max.
—Si no fuiste tú, ¿cómo se enteró la reina de la existencia de Charlie? —Su voz retumbó con eco en el corredor casi a oscuras.
Noté que Max no quería responder a esa pregunta. Y yo estaba deseándolo. Lo miré para ver su expresión. Levantó una ceja.
—No sabía quién era hasta que fueron a su casa y descubrieron quiénes eran sus padres. —Miraba a Xander como acusándolo—. Te buscaban a ti, y querían interrogar a todos los sospechosos de tener contacto con tus revolucionarios. Obtienen información a la fuerza.
—Pero ¿qué he hecho yo para despertar sus sospechas? ¿Cómo podía saber dónde está Xander?
No entendía nada.
—Tú no has hecho nada, Charlie. —Max me cogió la mano y la apretó, sin que me diera tiempo a calcular qué significaba eso. Su siguiente frase lo aclaró todo—. Una de las personas a las que torturaron es tu amigo Aron.
Ni me di cuenta de que me había detenido hasta que Angelina tiró de mi mano para recordarme que estaba allí, que todos estaban allí, observándome. Tragué saliva, tragué la angustia que amenazaba con formar un nudo en mi garganta y los miré, uno a uno. A Max y a Xander. A Claude y a Zafir, los guardias que habían jurado por sus vidas proteger al príncipe. A los bien armados revolucionarios de Xander, incluida Brooklynn, que me devolvió la mirada con sus ojos azules.
Aron. No podía comprenderlo. Habían torturado a Aron para encontrarme a mí. Ni tan siquiera por ser quién era, sino por lo que podía saber.
Y, por casualidad, como premio, habían encontrado a la familia real oculta en el proceso. Sentí que me moría. Max me sujetó cuando me fallaron las piernas. Le apreté las manos para mantener el equilibrio.
—Ellos…
No pude acabar la frase. Brooklynn, que había estado callada, la terminó por mí, y por cómo habló, por su tristeza, sentí a la persona que había conocido antes de que se entregase a la rebelión.
—¿Lo han matado? —susurró como una pregunta de las dos, con dificultad.
—No —respondió Max—. Cuando salí, aún vivía.
Sentí su suspiro de alivio como si fuese el mío.
Por lo menos, había alguien que sentía lo mismo que yo: Brooklynn estaba conmigo y sufría porque Aron había sufrido. Me sentí más fuerte para enfrentarme a lo que fuese.
Me liberé de Max y demostré que me sostenía por mis propios medios.
—Tenemos que salvarlo. Y a mis padres. De algún modo, esto tiene que acabar bien.