No me quedaba otra que esperar para saber algo de mis padres. Y la espera era insoportable. Hasta aquel momento, lo único que me había preocupado era proteger a Angelina, y ahora ya estaba lejos de cualquier peligro. Xander lo garantizaba.
La abracé en el camastro que compartíamos, con mi barbilla contra su cabeza. Así solíamos dormir muchas veces. Sydney estaba muy inquieta en su propia cama, y no hice caso a sus quejas. Estaba acostumbrada a lugares más lujosos, a colchones mullidos, a sábanas finas y a la calefacción.
Los ruidos de fuera ya resultaban un poco más difíciles de ignorar. No teníamos puerta, sino una apertura tallada en la roca. Lo único que nos separaba de la actividad externa era una sábana colgada de la pared de piedra. No había diferencia entre el día y la noche, ni un toque de queda que acatar.
Hacía más frío aquí abajo, y Angelina temblaba. Le coloqué la manta enmohecida sobre los hombros y la abracé con fuerza. Sin noticias de mis padres, no podía dormir, al contrario que Angelina y Sydney. No hasta que Brooklynn regresara.
Brooklynn. Era muy extraño sentir que ese nombre ya no le iba a la chica. Brooklynn, mi Brooklynn, era despreocupada y egocéntrica. Esta Brooklynn, la que había conocido hoy, no tenía nada que ver con ella. Era una soldado.
¿Cómo es que no sabía de esta otra Brook? ¿Cuánto tiempo llevaba aquí? ¿Y cuál era la verdadera Brooklynn?
Se oyeron unas carcajadas más allá de nuestras paredes. Tanta alegría no encajaba mucho con las frías cavernas de una ciudad asediada. Un país en guerra civil. Pero la verdad es que a esta gente, los Marginados que compartían un solo idioma, se les veía más contentos que los que vivíamos en la superficie, los que estábamos segregados por las palabras y gobernados por el miedo.
Cerré los ojos y apareció una vez más Max, y también deseé, una vez más, que desapareciese de mis pensamientos. Solo me faltaba agobiarme por sus decepciones mientras esperaba recibir algún dato sobre mis padres.
Pero él seguía allí, dentro de mi cabeza.
Un príncipe. Nacido para llevar una vida noble y haciéndose pasar por… menos. Por eso su familia se oponía a su puesto en el ejército. Por eso, Claude y Zafir eran su sombra allí donde iba. No eran ni sus camaradas ni sus amigos. Eran sus guardias, que habían jurado defenderlo con sus vidas. Cada miembro de la realeza los tenía, hasta una chica Comerciante lo sabía.
¿Por qué yo? ¿Por qué interesarse por una vulgar hija de Comerciante?
Dijo que yo le despertaba curiosidad.
Pero por curiosidad uno no se metía en enredos inconvenientes, y menos aún si eran románticos. La curiosidad pasaba a ser entonces excentricidad.
Y mis labios seguían ardiendo.
Los rocé contra la cabeza de Angelina, para ver si borraba su beso.
Era injusto. Podía haber elegido a cualquier otra chica, y ella hubiese sucumbido feliz a sus encantos, incluso sabiendo que era una relación pasajera.
Pero era yo la que había despertado su curiosidad.