XII

No recuerdo cuánto tiempo me quedé allí, en pie, o cuánto más siguieron arrodillados los que estaban conmigo, pero estuvimos inmóviles un buen rato. De otra parte, surgió el rumor de más pasos que no levantaban tanto estrépito como los soldados de Max.

Lo que sí sé es que la última persona a la que esperaba ver en ese momento estaba allí mirándome cuando levanté la vista.

Xander. Encabezaba un grupo variopinto de hombres y mujeres cuyas caras estaban enmascaradas por la penumbra de los túneles subterráneos. La decepción que me había llevado por lo de Max eclipsaba cualquier idea que tuviese respecto a Xander. Y es que tampoco era capaz de sentir nada, más allá de un resquicio de alivio.

Ya no estábamos solas mi hermana y yo.

Habían accedido allí desde la parte de atrás de los túneles, y no desde la entrada; por las galerías abandonadas por las que alguna vez habían circulado los convoyes bajo la ciudad. Xander se adelantó con calma. Su pequeño ejército distaba mucho del que había dejado los túneles hacía un instante. Angelina se aferró a mi pierna.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo nos has encontrado? —le pregunté cuando estuvo frente a nosotras.

Pero se puso el dedo en los labios, en señal de que no preguntase. No me dio ninguna explicación.

Alargó la mano y tuve que decidir. No fue difícil. No soportaba quedarme allí, con todos los que habían visto el episodio con Max. No soportaba ver los interrogantes en sus miradas.

Cogí su mano y me percaté de que Sydney no quería quedarse allí tampoco y también siguió a Xander. Caminamos por los pasadizos oscuros tras él.

* * *

No tenía ni idea de dónde estábamos, pero era un sitio magnífico. Quitaba el aliento.

Una ciudad subterránea, muy distinta a los túneles por los que habíamos llegado a nuestro destino. La gente —de los Marginados, creo— deambulaba por allí libremente, con sus faroles iluminando el lugar como si fuese de día.

Como en los clubes, todo era muy colorido: alfombras, vestidos multicolores, telas que cubrían superficies por todas partes y que hacían de separadores como paredes y puertas, para obtener privacidad y aislar del barullo… Olía a especias y a tabaco, a humo y a comida, y también al moho de las paredes. El sonido de instrumentos de cuerda se confundía con las risas y los llantos de los bebés.

Un niño que escapaba de otro mayor, no sé si chico o chica, porque los rizos le llegaban a la barbilla, se coló entre Sydney y yo. Madres mecían a sus bebés mientras los niños jugaban a sus pies y los hombres estaban reunidos jugando a juegos de azar. El ronroneo del mercado me era familiar. De hecho, era como estar en medio de un gran mercado, pero sin el cielo azul sobre nuestras cabezas.

La actividad era incesante. Y el único idioma que se oía era el englaise. Me sentí de repente en paz.

—¿Qué es esto? —dije mientras dejaba a Angelina en el suelo, maravillada por el caos a mi alrededor. Nos paramos a observar cómo una niña dibujaba unas rayas en el polvo y un grupo de niños vestidos con los colores más diversos se dividía en grupos para empezar un juego. Los dedos de la niña estaban cubiertos por capas de mugre, y sus mejillas eran sonrosadas. Estaba muy concentrada en perfilar perfectamente unos cuadrados enormes.

Xander sonrió.

—Esta es mi casa.

Una mujer se acercó a recibirnos, o más bien a saludar a Xander, y me acordé de que ya la había visto. Era la chica del bar de Presa. Su pelo azul destacaba incluso con la luz artificial de las lámparas de gas.

—Charlie, ella es Eden.

Nos presentó e incliné la cabeza. Pensé que no existían unos ojos tan negros en todo el mundo. Tuve también la extraña sensación de que Eden no sonreía a menudo. Apenas me enseñó los dientes cuando intentó parecer hospitalaria. Supuse que era otra de las consecuencias de que los Marginados no se rigieran por las normas de la sociedad. Intenté devolverle la sonrisa. Angelina no se separó de mí, al igual que Sydney.

Xander nos invitó a continuar nuestro camino, y Eden nos siguió.

—No te preocupes, aquí estarás segura. —Miró con cariño a Sydney—. Os llevaremos de vuelta a casa cuando las sirenas dejen de sonar.

Me detuve.

—¿Cómo sabes que dejarán de atacar la ciudad y que las sirenas… pararán?

La sonrisa de Xander tenía algo de depredador, como había percibido en el club.

—Porque nosotros hemos puesto en marcha el ataque. Y nosotros lo detendremos.

No lo podía creer. Tenía tan poco sentido como que existiese aquella ciudad subterránea.

—¿Por qué? ¿Por qué lo habéis hecho?

Suspiró.

—Ven conmigo, Charlaina. Tenemos que hablar.

* * *

Angelina se quedó sin rechistar con Sydney en el cuarto que nos habían preparado. Por lo que pude deducir, había pocas estancias de uso individual, y estaba muy agradecida de que nos hubiesen asignado una. Era fría y húmeda y olía a suciedad de sótano, pero al menos disponíamos de camastros para dormir.

Me preocupaban mucho las heridas de Sydney. Necesitaba cuanto antes atención médica, y deseé que descansar le hiciese bien.

Antes de dejarlas solas, besé a Angelina en la mejilla. Aproveché para hablar con ella sin que nadie pudiese oírnos.

—No la ayudes, Angelina. Guárdate los cuidados. —Vi el miedo en sus ojos: no quería que me fuera—. Volveré lo antes posible. No tardaré —le prometí.

Angelina sabía que le decía la verdad. Nunca podría mentirle, y se tranquilizó. Accedió a quedarse con la chica.

Examiné a la mujer armada que estaba parada al lado de la entrada de nuestra pequeña habitación. Intimidaba más que cualquier otro soldado que conociese. Otra extravagancia que nos concedía nuestro anfitrión.

* * *

—¿Quién eres? ¿Quién es toda esta gente que se esconde aquí abajo? —le pregunté ahora que Angelina ya no estaba—. Me parece que son Marginados, pero ¿cómo os habéis reunido aquí?

Xander se sentó tras su improvisado escritorio, una robusta tabla de madera llena de muescas y con el barniz desgastado. Sobre ella se extendía una colorida selección de mapas y de listas desparramadas de forma caprichosa. Era como un cuartel general, establecido en otra de estas estancias esculpidas en la roca.

—No todos son Marginados, Charlie. Muchos están aquí por voluntad propia, porque han dejado su clase para vivir en libertad junto a los Marginados que no siguen las estrictas reglas de la sociedad… Otros, digamos, tienen una doble vida.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Por qué quieren vivir en dos lugares a la vez?

—Esto no es solo una ciudad subterránea donde la gente puede entrar y salir libremente, un lugar sin normas —me explicó mientras se incorporaba en la silla y colocaba los codos sobre el escritorio—. No lo entiendes, ¿verdad? Los que están aquí tienen fuertes convicciones. Estamos juntos porque compartimos un objetivo y tenemos un enemigo común. Estás en el cuartel general de la resistencia.

Sabía que esperaba una reacción por mi parte, pero me sentía confusa y me costaba asimilar sus explicaciones. Xander rompió el silencio.

—¿Lo comprendes, Charlie? Somos los revolucionarios. —Su sonrisa estiró su cicatriz y me deslumbró—. Y yo soy su jefe.

Las palabras quedaron flotando en el aire.

—¿A qué te refieres? —me atreví a preguntar. ¿Qué era aquello: una broma pesada? Me quedé mirándolo. Él irradiaba autoridad, como si irradiara calor. No lo había percibido en el club, tal vez porque estaba demasiado temerosa de su extraña mirada plateada. O porque estaba demasiada concentrada en Max. De cualquier manera, allí estaba Xander, esperando a que me uniese a ellos.

—No… no bromeas, ¿verdad?

—Por supuesto que no.

—¿Cuántos sois?

Nadaba en un mar de dudas, y por mi cabeza rondaba una nebulosa de preguntas que ni podía plantear. Él me miró con mucho interés, como yo lo había hecho.

—¿Aquí? Miles. Esta ciudad subterránea se extiende kilómetros y kilómetros. Hay entradas ocultas en cada zona del Capitolio, y tenemos tantas rutas para escapar como soldados dispuestos a morir por la causa. —Sonrió, satisfecho, y añadió—: Y fuera del Capitolio tenemos campamentos en prácticamente cada ciudad importante del país. Somos más poderosos de lo que puedas pensar, más fuertes de lo que la reina cree. —Su expresión era de gravedad—: No podemos perder, Charlie. No puedo abandonar a esta gente. Confían en mí.

Me quedé callada.

No importaba que su discurso pareciese sensato ni que creyera firmemente que su causa era justa. Daba igual si yo pensaba que Xander era un hombre bueno que trataba de cambiar el mundo para mejor.

Era un criminal. Era el líder del movimiento rebelde que pretendía destruir las bases de nuestro país. Si lo conseguía, si por algún capricho inconcebible de la imaginación llegaba a derrocar a la reina Sabara, el país se vería abocado al caos. Todas nuestras creencias, todo lo que nos habían enseñado, no servirían de nada.

Ya lo habían intentado antes. Y había resultado un fracaso.

Sin la magia que solo podía poseer una reina, no sobreviviríamos.