—La noche en que moría el Mani Monsalve sobre el piso de vinilo negro del pabellón internacional del aeropuerto, nacía su hijo Enrique en pleno firmamento durante el vuelo 716 de Avianca que iba hacia Ciudad de México. Las azaradas cabineras que ayudaron a Alina Jericó en el parto prematuro lavaron a la criatura, la envolvieron en una manta y se la entregaron a su madre, que se reponía de la suprema conmoción y del esfuerzo monumental observando por la ventanilla un rebaño de nubes rosadas que pacía en las praderas infinitas del amanecer. Cuando le entregaron el niño, Alina se sorprendió al ver que, por algún capricho de la genética, no tenía la piel verde de los Monsalves, sino amarilla, como sus primos hermanos los Barragán.

—¿Enrique? ¿Ese niño se llamó Enrique?

—Enrique Méndez, según el nombre de pila que había escogido su padre carnal y el apellido que le dio su padre adoptivo, el abogado.