—¿El Mocho Gómez pudo cobrar las tierras y el dinero que Nando le había prometido a cambio de entregar a Fernely?

—El Mocho Gómez cobró por partida doble. Nando le pagó sin saber que el Mani también le estaba pagando.

—¿El Mani Monsalve? ¿Por qué él?

—Es obvio: porque fue el Mani quien le pasó al Mocho el dato del garaje, y le dio dinero para que se lo hiciera llegar, como cosa suya, a Nando Barragán. Hizo carambola: logró sacarse a Fernely de encima sin apretar el gatillo y esquivando la guerra con su hermano Frepe, quien le había impuesto al personaje. El Mani tuvo que aguantar sus sosas frases en rima, su chancleteo de anciana, su perpetuo lagrimeo. Pero no por mucho tiempo. Sólo quienes desconocían al Mani pudieron creer que se iba a dejar meter ese gol. El «adiós, patrón» que Fernely le aventó un día quedó resonando en sus oídos, burletero y retador, y no descansó hasta encontrar la fórmula aséptica y sin consecuencias de deshacerse del pajarraco.

—¿Es cierto, además, que la noche de la piscina el Mani le dio a Frepe el visto bueno para que asesinara a Nando Barragán? ¿Acaso el Mani no estaba arrepentido de su pasado criminal?

—Eso hubiera querido, pero el pasado no es fácil de engañar. Por más que lo ahuyentes a patadas, vuelve a seguirte los pasos, como perro fiel.

—¿Y su empeño en recuperar a Alina? ¿No quería a toda costa ser bueno para tenerla a su lado?

—Ya le dije, la cabra tira al monte. Al Mani le pasó lo que a tantos: hubiera querido ser bueno, pero no se le dio. Malo, mañoso y astuto, mucho más que Frepe: así era él. No por nada era el jefe.