Es un radiecito marca Sanyo, pequeño pero potente. Toda la noche lo ha tenido el Mani Monsalve pegado a la oreja, con el volumen apenas audible. Alina, acostada a su lado, le pregunta por qué no lo apaga, y él le contesta que quiere oír música. Pero la verdad es que está pendiente de los boletines informativos.

Pasan la noche medio dormidos y medio despiertos, narcotizados por la duermevela y por el sonsonete del radio, abrazados y perdidos en medio del universo perfecto de su cama king size: suave y blando, lila y rosado, sin límites, irreal, aislado, de rasos y de plumas.

—Dieron las siete de la mañana y los boletines no habían pasado la noticia que el Mani tanto temía, la del asesinato de Narciso. Quería decir que se había cerrado la zeta y que Narciso se había salvado.

La vieja Yela les trae el desayuno a la cama y el Mani, que acostumbra tomar sólo café negro, esta vez pide huevos, pan, morcilla, leche, frutas y sorprende a Yela y Alina comiendo con un apetito jamás visto en él. Después ordena que no los interrumpan por ningún motivo, porque van a dormir toda la mañana.

Apaga por fin el Sanyo, se agarra de Alina Jericó como un niño de su madre y se deja caer mansamente hasta la honda región de los sueños tranquilos, que no visitaba hacía mucho tiempo. Al llegar se desnuda y se baña en una quebrada de agua dulce y helada que corre sin detenerse, sin hacer ruido, por entre piedras verdes hasta fundirse en el mar.

—Era la quebrada de La Virgen del Viento…