Centro Clandestino de Detención en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada
La ESMA no sólo era un centro clandestino de detención donde se aplicaban tormentos, sino que funcionaba como el eje operativo de una compleja organización que, incluso, posiblemente pretendió ocultar con el exterminio de sus víctimas los delitos que cometía. Es así que operó como un gran centro que se proyectó y organizó una extensa variedad de actividades delictivas clandestinas. Aunque fueron ejecutadas por un grupo especial, no se trataba de actividades independientes de la estructura jerárquica sino que dependían de los mandos naturales de la Armada.
El día 9 de marzo de 1984 esta Comisión realizó una inspección y reconocimiento en sus instalaciones con el objeto de constatar si en dicho lugar fue donde funcionó el centro clandestino de detención al que se referían los denunciantes. El procedimiento fue encabezado por la Sra. Magdalena Ruiz Guiñazú, el Dr. Eduardo Rabossi y el Diputado Santiago López; participaron del mismo seis testigos, así como personal técnico de la Comisión.
El itinerario a seguir se dejó librado a la indicación de los testigos, iniciándose el recorrido con la participación de Alejandro Hugo López y Carlos Muñoz. Conducidos por el Director de la ESMA, apenas comenzado el trayecto, los testigos señalaron que la senda tomada era incorrecta y propusieron realizar un giro de la misma, arribando a un sector señalado como de «área restringida», donde reconocieron el salón «Dorado» (lugar donde se planificaban todos los operativos y que, a diferencia de la vista que presenta hoy, estaba totalmente desocupado en oportunidad de estar detenidos); luego siguen el itinerario que debieron recorrer en su cautiverio hasta llegar al sótano donde se realizaban los interrogatorios, la aplicación de torturas, se confeccionaba la documentación, etc.
Posteriormente se reconoce a «Capucha», donde el testigo Muñoz identifica el lugar efectivo de su reclusión y lo propio hace López. Anticipadamente se describen otros lugares, como la existencia de una escalera angosta de cemento y un tanque de agua, el «Pañol» (lugar donde era depositado lo sustraído en las casas de los detenidos) y la «pecera» (lugar donde, como se verá, los detenidos realizaban distintas tareas).
El Grupo de Tareas 3.3/2
El apoyo de los altos mandos de la Marina al GT fue expreso. Massera asistió a su conformación y dictó una conferencia inaugural a los oficiales designados, concluyendo con una exhortación a los mismos de «responder al enemigo con la máxima violencia, sin trepidar en los medios». El mismo Massera participó en los primeros operativos clandestinos del GT con el nombre de guerra «Negro» o «Cero» para demostrar su compromiso con la tarea asignada a sus oficiales. Este grupo estaba integrado originariamente por una docena de oficiales. Su actividad fue aumentando en forma paulatina y en el breve período de siete meses se produjo simultáneamente el crecimiento numérico del personal del GT y el choque y rompimiento con el Servicio de Inteligencia Naval (SS), logrando una autonomía operativa al pasar a depender en forma directa del Comandante en Jefe del Arma a través del Director de la ESMA, el entonces Capitán de Navío —luego ascendido a contraalmirante— Rubén Jacinto Chamorro (a) «Delfín» o «Máximo». (Lisandro Raúl Cubas - Legajo N.o 6974).
Estructura del Grupo de Tareas
Según el testimonio del mismo Lisandro Raúl Cubas, con el que coinciden otros liberados como Andrés Ramón Castillo (Legajo N.o 7389), Nilda Noemí Actis Goretta (Legajo N.o 6321), Carlos Muñoz (Legajo N.o 704), Beatriz Daleo (Legajo N.o 4816), la estructura del Grupo de Tareas de la ESMA tenía tres sectores: a) Inteligencia; b) Operaciones y c) Logística.
a) Inteligencia:
Estaba conformado por oficiales de la Armada secundados por suboficiales de Marina, personal de Prefectura y del Servicio Penitenciario. Los ayudantes eran denominados «Los Gustavos». Tenían a su cargo el manejo de la información que arrancaban a los prisioneros bajo tortura y el estudio de todos los papeles que éstos portaban en el momento de su detención. Los oficiales decidían los secuestros a realizar y se encargaban de los interrogatorios, participaban en la decisión de los «traslados» y en la decisión de acerca de cuáles detenidos pasarían por el llamado «proceso de recuperación».
b) Operaciones:
Estaba formado por el personal anteriormente señalado, al que se agregaban miembros de la Policía Federal y oficiales y suboficiales retirados de la Marina y el Ejército. Este grupo se encargaba de la ejecución de los secuestros. La planificación de las operaciones se hacía en el Salón Dorado ubicado en la planta baja del Casino de Oficiales de la ESMA.
Se desplazaban en automóviles no identificados como del Arma y algunos camuflados como perteneciente a entidades estatales o privadas. Todos estos vehículos habían sido previamente robados y cambiadas sus chapas patentes. Eran además los que saqueaban las casas que allanaban y destrozaban todo lo que de allí no les interesaba.
El producto del saqueo era llevado en algunos casos a la ESMA y depositado en un «pañol». Este mobiliario se distribuía luego entre los miembros del GT con el carácter de «botín de guerra».
c) Logística:
Este grupo formado por oficiales y suboficiales de la Marina tenía a su cargo el mantenimiento y refacción de las instalaciones del GT y la administración de las finanzas. Esta última actividad va cobrando importancia porque al manejo de los fondos que la superioridad del arma destina al GT, se le suma el producto de lo obtenido en el saqueo y el robo o la defraudación mediante la falsificación o firma bajo presión de títulos de propiedad de los detenidos-desaparecidos. Hacia fines de 1978 y comienzos del 79 se establece una «inmobiliaria».
Guardias
Eran suboficiales jóvenes de Infantería de Marina. Por el color de sus uniformes se los denominaba «los verdes».
Estos guardias eran los encargados de trasladar los detenidos-desaparecidos entre «capucha» y el sótano, de traer la comida, de llevar al baño a los detenidos con esposas, capucha y grillete. Participarían luego en los traslados masivos.
Éstos, por ser muy jóvenes y por haber entrado a la Marina para realizar tareas muy diferentes a las que luego ejercían, se desequilibraban y enloquecían. Desde un sitio muy diferente al nuestro, a ellos también les llegaba la locura de «capucha». (Norma Susana Burgos - Legajo N.o 1293).
La actividad del centro clandestino
Habiendo sido compañera del colegio primario de Berenice Chamorro, hija menor del entonces Capitán Rubén Jacinto Chamorro, con la que mantenía además una estrecha relación de amistad, fui invitada en una oportunidad a visitar la ESMA, para almorzar junto con su padre. Hallándome en una sala de juegos donde había una mesa de billar, pude ver a través de una ventana una mujer encapuchada y encadenada de pies y manos, que era descendida de un Ford Falcon. Estaba acompañada por dos hombres; no puedo recordar cómo estaban vestidos, creo que de civil. Si recuerdo que estaban armados. Ante esta experiencia desconocida pregunté a mi amiga Berenice lo que estaban haciendo, y ella me contestó algo muy poco concreto: «que se perseguía a la gente en patrullas». (Andrea Krichmar - Legajo N.o 5012).
En este lugar pude ver por unas ventanas a ras del suelo que dentro del «Salón Dorado» había gran cantidad de detenidos con grilletes en las manos y en los pies, sentados en el suelo y encapuchados. Desde donde yo me encontraba se oía música estridente durante toda la noche.
[…]
Recuerdo también que en la plaza de armas, ubicada en el centro de la escuela, descendían helicópteros trayendo o llevando detenidos. En estos casos «los grupos operativos» cerraban dicha plaza en todos los accesos y montaban un gran despliegue de personal generalmente de civil, haciendo ostentación de armamento. (Jorge Carlos Torres - Legajo N.o 7115).
A fines de 1975 y comienzo de 1976 se comenzó a vivir en la ESMA un clima especial, reflejo de la situación imperante en el país; ese clima fue en aumento al acercarse el 24 de marzo. Yo tuve la sensación de ser dejado de lado, por cuanto percibía que no era incluido en las gestiones que llevaba a cabo la Dirección en vísperas del golpe militar. Recién a último momento se me asignó la misión de ocupar militarmente la Comisión Nacional de Energía Atómica, cosas que cumplí durante un breve período, ya que inmediatamente se hizo cargo de ella el Alte. Castro Madero. Al regresar a la ESMA tuve la oportunidad de protagonizar la detención del Dr. Pedro Eladio Vázquez, a la que procedí en horas del día y dándome a conocer francamente a su esposa. Este hecho me fue severamente recriminado por el entonces subdirector Capitán Menéndez, quien me advirtió que esas operaciones se debían hacer sin dar a conocer los nombres reales del personal interviniente. A raíz de esto conversé con el Capitán Chamorro, manifestándole la conveniencia de hacer juicios sumarios e inclusive ejecuciones —si fuera necesario— pero dándole conocimiento público al procedimiento. A consecuencia de esta actitud fui marginado de todas las operaciones anti subversivas de la ESMA.
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Como consecuencia de mi intervención en el Servicio de Guardia de Jefes de Permanencia gozaba como la mayoría de Oficiales Jefes del Instituto, de la posibilidad de utilizar durante la noche la mayoría de las pocas líneas telefónicas de la Escuela. En esas ocasiones debí retransmitir los pedidos ordenados desde «el Dorado» pedidos de «área libre» que se transmitían directamente a la comisaría con jurisdicción en el lugar donde se iba a operar y que más tarde se dirigían al Comando del Primer Cuerpo de Ejército. La presencia de centinelas y otras restricciones a la circulación en el edificio de la Casa de Jefes y Oficiales, tampoco dejaba dudas de que en el mismo se habían asignado locales a las operaciones anti subversivas.
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… afirmo no tener duda alguna de que en el Instituto se desarrollaban múltiples actividades de lucha antisubversiva, en forma por demás oculta, y en total desacuerdo con las más elementales normas de ética y moral.
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Afirmo que pese a no estar involucrado en estas operaciones, no me siento ajeno a la responsabilidad de lo sucedido.
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Me impulsa a denunciar estos sucesos el deseo de comprometerme cada vez más con la defensa de la democracia, a la que siento profundamente como la única salida que puede posibilitar el crecimiento del país y nuestra realización como seres humanos. (Capitán de Fragata (RE) Jorge Félix Busico - Legajo N.o 5013).
El área geográfica de operaciones del G.T.3.3.2. fue desde su comienzo la zona norte del Gran Buenos Aires y la Capital Federal, aunque ocasionalmente operaron en otros lugares del país e incluso en el exterior. Los vehículos operativos estaban provistos de transmisores que les permitían comunicarse entre ellos y con la base del G.T., identificada como «Selenio». Antes de ingresar a la ESMA informaban a «Selenio» el resultado del operativo con claves convenidas y se ponía en funcionamiento todo el aparato interno para «recibir» a la víctima.
[…]
Concluida una sesión de tortura, la que nunca se sabía cuánto tiempo podía durar, el prisionero era conducido a la «Capucha» o «Capuchita». (Nilda Noemí Actis Goretta - Legajo N.o 6321).
Luego soy trasladado a una sala, llamada por los que me detuvieron «Sala de la felicidad» o algo así, en dicha sala escuchaba constantemente la marcha de San Lorenzo.
[…]
Durante el primer interrogatorio al que fui sometido escuché a los interrogadores que se decían entre sí «te dije que éste es un perejil, al otro lo tendríamos que haber dejado más tiempo» (esto se lo decía otra persona a un tal «Dante»). En ese momento relacioné lo que había escuchado con la desaparición de mi amigo Luis Lucero. (Enrique Horacio Corteletti - Legajo N.o 3523).
El llamado «proceso de recuperación»
Por la noche, bien tarde, fui despertado por un «Pedro» quien me comunicó que «Mariano» (Tte. Schilling o Schelling o Scheller (a) «Pingüino» o «Miranda»), quería charlar conmigo. Me llevó al extremo del piso (el tercero del Casino de Oficiales), a la «Pecera» (serie de oficinas donde de día trabajaba parte de los prisioneros). Allí me esperaba el oficial, quien me explicó que me encontraba en un «campo de recuperación», de donde saldría en libertad en un futuro, y me reintegraría como parte útil a la sociedad. Luego me recalcó que ésa no era la filosofía del conjunto de las FF.AA. y ni siquiera del conjunto de la Marina, ya que la tónica general era la de no dejar a nadie libre.
[…]
Durante mi permanencia en la ESMA trabajé un corto tiempo en el sótano, en el laboratorio de audiovisuales, y luego fui asignada a la oficina de prensa de la «pecera». Allí se hacían traducciones de artículos sobre Argentina, suministrados por la Oficina de Prensa del Ministerio de Relaciones Exteriores, donde trabajaba gente estrechamente ligada al G.T. (ex detenidos y oficiales), y se producían notas para su difusión por Canal 13 (algunas veces estas notas constituían las editoriales de los noticieros) y Radiodifusión Argentina al Exterior (R.A.E.). Hacia fines de 1978, ya retirado Massera del servicio activo, se comenzó a preparar diariamente un resumen de prensa que se enviaba a sus oficinas de la Calle Cerrito, antes de las 8 a.m.
[…]
Los detenidos que trabajábamos gozábamos de privilegios que los «no elegidos» no disfrutaban: mejor comida, vestimenta, contacto con la familia a través del teléfono y visitas periódicas acompañados por algún oficial o suboficial. (Miriam Lewin de García - Legajo N.o 2365).
«Mini Staff» y «Staff»
A partir de este «proceso de recuperación» quedan claramente delimitados tres grandes grupos de detenidos según el destino que se les asignaba en la ESMA:
1) los que seguían el destino secuestro-tortura-permanencia en «capucha»-traslado. Este grupo era la inmensa mayoría.
2) una ínfima minoría de los secuestrados que fueron seleccionados y aceptaron convirtiéndose prácticamente en «fuerza propia» del grupo de tareas. Colaboraban directamente en la represión y fue el llamado «mini staff». Se convirtió en una elite de gran confianza del G.T.
3) otra insignificante cantidad en relación al total de secuestrados que —por su historia política, capacidad personal o nivel intelectual— cumplieron funciones de diversa utilidad para el G.T. (recopilación de recortes periodísticos, elaboración de síntesis informativa, etc., que se realizaban en la «pecera»; la clasificación y mantenimiento de los objetos robados en los operativos, que se encontraban depositados en el «pañol»; distintas funciones de mantenimiento del campo; electricidad, plomería, carpintería, etc.).
La situación de las embarazadas: un capítulo aparte
Las mujeres que eran detenidas embarazadas o llegaban desde otros centros para dar a luz en la ESMA representan uno de los cuadros de horror más grandes, de mayor crueldad que pueda planificar y llevar a cabo un individuo; el llanto de bebes mezclado con gritos de tortura.
[…]
… arrancados a sus madres a los dos o tres días de nacidos con la promesa de que serían entregados a sus familiares y que sin embargo siguen desaparecidos. (Nilda Noemí Actis Goretta - Legajo N.o 6321).
No nos extendemos aquí sobre este trágico tema porque es tratado expresamente en el capítulo «Embarazadas».
Secuestro de familiares en la Iglesia de Santa Cruz
Algunos casos adquirieron gran trascendencia, como el ya mencionado secuestro de las religiosas francesas Leonie Renée Duquet y Alice Domon.
Por distintos testimonios e informaciones, se conocen hoy los detalles de estos hechos. Una de las personas que participó en los mismos en calidad de detenida-desaparecida aporta, sin duda alguna, uno de los testimonios más directos y calificados.
El Oficial Alfredo Astiz (a) «Ángel» o «Rubio» o «Cuervo» o «Eduardo Escudero», entonces Teniente de Fragata, poseía una relativa experiencia en trabajos de infiltración en organismos de derechos humanos. Tal vez por eso le encomiendan esta tarea a fines de 1977. Entre los meses de octubre y noviembre de 1977, Astiz comenzó a asistir a misas, actos y reuniones de carácter público que por ese entonces desarrollaban los familiares de desaparecidos, utilizando la identidad de Gustavo Niño. Simulaba ser hermano de un verdadero desaparecido. Del grupo de Inteligencia que comandaba las actividades del GT, surgió la iniciativa de que Astiz comenzara a ser acompañado en algunas ocasiones por una secuestrada, para aumentar la credibilidad de su labor. Surgió entonces la necesidad de que concurriera los días jueves a la Plaza de Mayo, donde se reunían los familiares de personas desaparecidas. En una de estas ocasiones la Policía Federal intervino y perturbó el desarrollo normal de la marcha, a raíz de lo cual Astiz los enfrentó en defensa de las Madres. El suceso sirvió para hacerse conocer por los familiares. Luego, la secuestrada que hasta ese momento acompañaba a Astis (Niño) fue remplazada por mí…
[…]
Esta elección se debió a que yo tenía un aspecto físico y edad apropiada para desempeñarme como hermana menor de Astiz y porque la otra persona en esposa de un conocido dirigente político y podía ser identificada. Mi persona, en cambio no ofrecía ese riesgo. Fui con Astiz una vez a la Plaza de Mayo y a dos o tres reuniones en la Iglesia de Santa Cruz. La cuarta y última vez que participé en un domicilio particular del barrio de La Boca, se había decidido previamente que sus participantes serían secuestrados. Este operativo era parte de otros cuatro que serían ejecutados entre el 8 y el 10 de Diciembre. Ellos eran: el secuestro de un grupo reunido en la Iglesia de Santa Cruz; el de los concurrentes a una cita establecida en un bar de la esquina de Av. Belgrano y Paseo Colón; el posterior secuestro de la Sra. Azucena Villaflor de Vicenti, fundadora del grupo «Madres de Plaza de Mayo» a la salida de su domicilio y por último el secuestro de una de las monjas Leonie Duquet, en el mismo domicilio que compartía con Alice Domon, secuestrada anteriormente en el barrio de La Boca. (Silvia Labayru - Legajo N.o 6838).
No todos los secuestrados eran familiares de desaparecidos; varios de ellos eran sólo personas solidarias con este drama que se estaba extendiendo como un gran manto de silencio y muerte por todo el país. Estaban juntando dinero para sacar una solicitada en los diarios con motivo de las fiestas navideñas, exigiendo información sobre los detenidos-desaparecidos.
Horas antes de ser llevada por Astiz a dicha reunión en La Boca supe que iba a ser sometida a un simulacro de secuestro. También me adelantaron que se iban a producir otros secuestros entre el grupo que se reunía en la Iglesia de Santa Cruz. Entre el personal del grupo que participó en La Boca se encontraban el oficial de operaciones del G.T. Tte. de Fragata (a) «Pantera»; el mayor del Ejército Juan Carlos Coronel (a) «Maco» y el Tte. de Navío (a) «Norberto». Las doce personas finalmente secuestradas fueron alojadas en «capucha» durante muy pocos días, luego fueron trasladadas. Durante ese tiempo fueron conducidas al sótano donde las interrogaban y torturaban el Cap. Acosta, Antonio Pernía, el Mayor Coronel el Tte. Schelling o Scheller (a) «Pingüino» y el Subprefecto (a) «Selva». (Silvia Labayru - Legajo N.o 6838).
«El traslado»
Se conocen hoy varios métodos utilizados para hacer desaparecer definitivamente a los prisioneros de la ESMA.
Primeramente se comentaba que los trasladados eran llevados a cárceles donde permanecerían detenidos legalmente, aunque los oficiales de Inteligencia afirmaron en varias oportunidades que sólo vivirían aquellos «elegidos para el proceso de recuperación».
Con el tiempo, los secuestrados fueron deduciendo y conociendo el significado de la palabra «traslado». Una de las sobrevivientes de la ESMA relata los preparativos de un caso que ratifica lo que ya se presumía:
En un traslado que se realizó en febrero-marzo de 1977 se llevaron a un hombre llamado «Tincho». Lo bajan al sótano, le aplican la vacuna y un rato después comienza a sentirse sin fuerzas y mareado. Oye como los demás vomitan e incluso se desmayan y son sacados a la rastra. Una vez, después de un traslado a unas compañeras les llamó la atención encontrar en el piso del sótano marcas de zapatos de goma arrastrados (evidentemente ese día no habían realizado bien la habitual limpieza). A Tincho lo sacaron con los demás por una puerta a la derecha de la entrada principal del sótano. Lo subieron a un camión y lo llevaron a un lugar que supone que puede ser el Aeroparque de la ciudad de Buenos Aires. Lo obligaron a subir las escalerillas de un avión y arriba le preguntaron su nombre y su número y evidentemente al haberse equivocado de persona lo bajaron y lo regresaron al tercer piso de la ESMA. (Norma Susana Burgos - Legajo N.o 1293).
El sistema que usaban para asesinar a la gente secuestrada nosotros nunca lo pudimos comprobar acabadamente. Sabíamos, sin embargo, que los subían inconscientes a un avión y los tiraban al mar. Incluso en la sección de documentación descubrí un libro donde —muy sugestivo— estaba desarrollado todo el proceso que seguía un cadáver cuando se descomponía abajo del mar. (Carlos Muñoz - Legajo N.o 704).
Esta comisión ha recibido varios otros testimonios de personas que de una u otra manera han tenido conocimiento de lo que ocurría con los prisioneros de la ESMA. Entre ellos el de Jorge Carlos Torres (Legajo N.o 7115) —ya citado— que en su carácter de cabo 2.do revistó en la ESMA y confirma las sospechas de algunos secuestrados:
Yo tuve conocimiento que desde la ESMA se trasladaban cuerpos de detenidos muertos, en camionetas verdes, al campo de deportes que se encuentra en los fondos de la escuela, del otro lado de la Av. Lugones, sobre la costa. Iban dos personas a cargo de cada camioneta y en una oportunidad oí que le decían al suboficial a cargo de la guardia que venían «de hacer un asadito», forma de manifestar el procedimiento de quema de los cadáveres. Por la noche podían verse las hogueras de la quema de los cuerpos. Era frecuente también que durante el día se realizara el relleno de esa zona, ampliando con tierra el área del campo de deportes, por lo que supongo se procedía así a la cobertura de los restos de las hogueras. En ese mismo campo encontré una bolsa de plástico azul que al abrirla vi que había un feto con cierta cantidad de líquido. Conmigo se encontraban algunos compañeros —recuerdo entre otros a uno llamado Rolando y a otro de apellido Amarillo— que como yo eran cabos segundos maquinistas y con quienes solía ir al campo de deportes.
A mediados de 1979 arribó al país la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de los Estados Americanos (O.E.A.)
Para esta época ya se tenían sobradas pruebas del funcionamiento en la ESMA del centro clandestino de detención y exterminio.
Ante estas evidencias se pretendió burlar la presencia de la Comisión en las instalaciones de la ESMA, trasladando al grueso de los secuestrados a una quinta en la zona norte del Gran Buenos Aires (Gladstein, Lázaro Jaime - Legajo N.o 4912) y a una isla del Tigre A los pocos detenidos que permanecieron en la ESMA se los vistió con las ropas de fajina del personal incorporado.
De la gran cantidad de testimonios analizados, surge que a los detenidos que llevaron al Delta los trasladaron en distintos viajes a bordo de una lancha de Prefectura. Todo el operativo fue conducido personalmente por el Capitán (a) «Abdala» —nuevo jefe del G.T.— (Legajo N.o 704 y 4687).
Algunos detenidos hicieron el trayecto sin capucha lo que ha permitido conocer con gran fidelidad las características de estos itinerarios y la permanencia en la isla durante poco más de un mes. El lugar estaba ubicado a unos 800 m aproximadamente del Paraná Mini. Se trataba de una extensa propiedad muy pantanosa de unas 40 has, que tenía un cartel con el nombre «El Descanso». No existía ninguna particularidad, ni puesto de guardia que la identificara como un asentamiento militar.
En total hubo unos 60 prisioneros en la isla.
De esta forma se llevó adelante otro de los fraudes más indignos concebido para burlar a un organismo internacional, con la agravante de que quienes autorizaron la presencia de la CIDH en el país y recibieron personalmente a sus miembros, no dejaron de formularles «el más amplio ofrecimiento de cooperación» según se lee en la página 3 del Informe producido por la CIDH.
Varias de las personas que permanecieron «destabicadas» en la isla y de las que puedan dar fe los sobrevivientes, no volvieron a aparecer luego de su regreso a la ESMA, tal los casos de varios integrantes de la familia Villaflor y de Irene o Mariana Wolfson (Legajo N.o 760).
Otra persona que se encontraba en la isla, la Sra. Thelma Jara de Cabezas (Legajo N.o 6505), secretaria de la «Comisión de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas», que había sido secuestrada el 30 de abril de 1979, fue instrumentada para realizar una serie de notas periodísticas para distintos medios nacionales y extranjeros. La Marina trataba así de contrarrestar la campaña que se había iniciado exigiendo al gobierno su aparición con vida. Le hicieron redactar cartas dirigidas al Papa Paulo VI, al Gral. Videla, a los cardenales Primatesta y Aramburu, y también a su familia, todas remitidas desde Uruguay, en las que la declarante anunciaba la falsedad de su desaparición, explicando que había tenido que huir al vecino país por temor a una organización armada.
En el mes de agosto, es sacada de la ESMA y llevada a una confitería de la calle Pampa y Figueroa Alcorta, donde acompañada por miembros del G.T. ([a] «Abdala», «Marcelo», «Pochi» o «Julia» y «Juan») la entrevistan con un reportero de la revista «Para ti» y un fotógrafo. Entonces, siguiendo las instrucciones que tenía de sus secuestradores confeccionan el reportaje que con nota de tapa apareció en el número de septiembre del 79 de la referida publicación, tratando de esa forma de desvirtuar las investigaciones y la veracidad de las denuncias que recibía la CIDH.
Estando secuestrada en la isla del Tigre la señora Jara de Cabezas es conducida al Uruguay en tres oportunidades, en vuelos de línea de Aerolíneas Argentinas y Austral, donde repite la misma farsa para distintos periodistas y medios extranjeros.
Registro de Secuestrados y Archivo de la Documentación
En la ESMA funcionó un organizado sistema de procesamiento y archivo de toda la información referida a los detenidos, a sus familiares, a las personas vinculadas con las víctimas, reforzado con un cuidadoso registro fotográfico de cada detenido. Los prisioneros eran numerados del 001 y 999, y cuando se llegaba a este número se volvía a empezar del 001. Hasta marzo de 1978 la cantidad de personas que pasaron por este centro superaba la cifra de 4700 (Norma Susana Burgos - Legajo N.o 1293).
Había un fichero con unas cinco mil fichas de cartón que agrupaban por alias o nombre y apellido. También en la misma oficina existía un libra donde se asentaban todas las personas que pasaron por la ESMA; donde además de los datos personales figuraba una columna con fecha de ingreso y de egreso, y otra donde se podía leer «L» y «D». Allí se hacía una anotación según el destino de cada caso, que podía ser «desaparición» o «fusilamiento», «liberación» o «cautiverio actual». (Lázaro Jaime Gladstein - Legajo N.o 4912).
Con el nombre de «Caso 1000» se acopiaba información bajo un mismo ítem de personalidades políticas, religiosas y sindicales consideradas «enemigas» o «peligrosas» por su actividad o por sus ideas. En 1980 había más de 800 de estas carpetas. Los secuestros de estas personas esperaban condiciones políticas favorables para ser llevados a cabo.
Carlos Muñoz (Legajo N.o 704) relata:
Todos los casos eran archivados en microfilms describiendo desde el procedimiento, el lugar del operativo; el nombre de guerra de su jefe y de los demás integrantes del grupo; todos los antecedentes de la víctima y la sentencia. En este ítem había dos opciones «traslado-libertad». Personalmente tuve contacto con los microfilms…
Falsificación de Documentación
En el sótano del Casino de Oficiales funcionaba una imprenta, un taller de diagramación, un laboratorio fotográfico y la oficina de documentación donde se fabricaba toda la documentación falsa con la que se movían los integrantes de los Grupos de Tareas: pasaportes, cédulas de identificación, títulos de propiedad, registros de conductor, credenciales de la Policía Federal, títulos universitarios, etc.
Víctor Melchor Basterra (Legajo N.o 5011) dice que:
Si un determinado integrante del Grupo de Tareas necesitaba una documentación que no fuera la auténtica se consultaba la lista de «sosias» y se sacaba el que más semejanza pudiera tener con aquél. Entonces se hacía todo un juego de documentación falsa según las necesidades, pero aportando a los datos del otro. Los «sosias» se obtenían por quienes se ofrecían para realizar distintas tareas en avisos periodísticos, porque quienes viajaban al exterior y cuyas listas de embarque se obtenían en el Aeroparque o eran remitidas directamente desde el puerto al Grupo de Tareas. Entre los pasaportes que me tocó confeccionar figuraba el de Licio Gelli…
En esta oficina de documentación se confeccionaban los títulos de todos los bienes registrados, robados a las víctimas o traspasados forzosamente a los miembros del G.T. que luego eran vendidos por diversos medios.
Entre ellos figuraba una «inmobiliaria» para enajenar los inmuebles sustraídos a los secuestrados.
Al frente de esa oficina se encontraba un suboficial retirado de apellido Radizzi. (Nilda Noemí Actis Goretta - Legajo N.o 6321).
Con éstos coincide el testimonio de Miriam Lewin de García (Legajo N.o 2365), al señalar que un tal Barletta, primo de Radizzi:
Administraba para Massera ciertas empresas y propiedades robadas a los secuestrados.
Además, según la testimoniante, cuando Massera dejó de ser Comandante toda la documentación, materiales, útiles e informaciones que estaban en «pecera» se trasladó a un inmueble de la calle Zapiola, propiedad de los padres de Radizzi.
Centro Piloto de París
Las referencias que se aportan en los testimonios de Andrés Castillo (Legajo N.o 7389), Enrique Mario Fukman (Legajo N.o 4687), Beatriz Daleo (Legajo N.o 4816), Lisandro Raúl Cubas (Legajo N.o 6974), Miriam Lewin de García (Legajo N.o 2365), permiten acreditar que en la época en que el Almirante Massera era Comandante se creó el denominado «Centro Piloto de París», con el objeto de influir en el mejoramiento de la imagen argentina respecto de los derechos humanos en el exterior. Según tales constancias altos oficiales de la Armada tenían conocimiento de la existencia y funcionamiento del Centro Piloto entre cuyas actividades se encontraba la publicación de solicitadas, la falsificación de cartas de supuestas madres de desaparecidos en la Argentina y la infiltración en los grupos de exiliados en esos países. Enrique Mario Fukman durante su cautiverio en ESMA tomó conocimiento de las comunicaciones telefónicas desgrabadas entre el Teniente de Fragata (a) «Marcelo» con el Centro Piloto de París.
También en Venezuela, según el testimonio de Lisandro Raúl Cubas, actuó un grupo de oficiales de Marina:
Entre mediados de febrero y principios de marzo de 1977 con el propósito de secuestrar y traer al país algunas personalidades argentinas que se encontraban allí, entre ellas Julio Broner.
[…]
Este Comando dirigido por el Tte. de Navío Pernía también lo integraban el Tte. de Navío Juan Rolón, el Mayor del Ejército Juan Carlos Coronel y seis o siete personas más. Según los comentarios al regreso no habían podido cumplir los objetivos.
Según el testimonio de Amalia Larralde (Legajo N.o 3673):
En febrero/marzo de 1979, el G.T. de la ESMA organiza un «Curso de Lucha Antisubversiva», al que fueron invitados agentes represores de diferentes países de Latinoamérica. Este curso tuvo lugar en la Escuela de Guerra Naval que queda dentro del predio ocupado por la ESMA. A este curso van torturadores del Uruguay, Paraguay, Bolivia, Nicaragua y si mal no recuerdo de Brasil y Guatemala. Cada uno de los países hizo una exposición que fue grabada. Esa exposición consistía en una presentación de su país y una explicación de las características y métodos de su accionar represivo. El G.T. de la ESMA preparó varios informes. Uno de ellos sobre la historia de la guerrilla en la Argentina. Otro sobre la organización y creación de los G.T. Otro informe sobre los métodos más efectivos de la tortura, con sus diferentes etapas, torturas físicas (diagramando los puntos más vulnerables), tortura psicológica, aislamiento, etc. Prepararon también un dossier con fotos, descripción e historia de las personas buscadas que fue repartido entre los participantes. El curso lo abrió una exposición del Capitán Acosta. Entre los que expusieron se encontraba el Capitán Perren, Teniente Pernía y Teniente González y participaron todos los tenientes y capitanes del G.T. (o sea todos los oficiales).
Centros Clandestinos de Detención dependientes de la Fuerza Aérea
Numerosas denuncias registradas en la Comisión señalan la existencia de varios centros clandestinos de detención dependientes de la Fuerza Aérea, localizados en la zona oeste del conurbano bonaerense.
Las referidas a los centros de igual naturaleza que habrían funcionado en las Bases de Palomar (I Brigada Aérea) y de Morón (VII Brigada Aérea), no han podido ser precisadas en cuanto a su exacta ubicación ya que no se realizaron inspecciones en el interior de las mismas. Sin embargo, los testimoniantes coinciden en afirmar el control por personal perteneciente a la Aeronáutica. También es coincidente la descripción de los sitios internos de los lugares de cautiverio clandestinos, así como el tratamiento sufrido por las víctimas, que en nada difiere al aplicado en centros de detención dependientes de las otras Fuerzas.
Orlando Llano (Legajo N.o 1786), secuestrado el 26 de abril de 1978, proporciona elementos sobre este campo:
Me sacaron del automóvil, por una rampa ascendente me arrastraron, entramos en un recinto donde me hicieron desnudar y comenzaron a golpearme. Los torturadores vestían uniforme azul grisáceo. A las tres semanas durante las cuales fui torturado, me introdujeron en el baúl de un auto, y a otra persona en el asiento posterior. Nos condujeron a la Comisaría de Haedo, donde permanecí vendado tres días más en una celda de dos por un metro. Sólo me dieron agua. Se me informó que estaba a disposición del PEN, por intermedio de una persona que se presentó como integrante del I Cuerpo de Ejército, quien me dijo que se me iba a formar Consejo de Guerra. El 7 de julio fui trasladado a la cárcel de Villa Devoto. Mi causa pasó a la Justicia Federal, la cual ordenó mi libertad…
Arnoldo Bondar (Legajo N.o 756), trabajó como personal civil en la Base del Palomar:
En reiteradas oportunidades vi llegar camiones de la Policía de la provincia de Buenos Aires cargados de jóvenes de ambos sexos que eran posteriormente embarcados en aviones, generalmente de la Armada. Desconozco el destino de los mismos. Esta operación se realizaba al costado de la pista principal y casi siempre llegaban antes algunos patrulleros para montar guardia alrededor del avión.
La relación de la Fuerza Aérea con el C.C.D. «El Vesubio» surge del testimonio de Luis Pereyra (Legajo N.o 4591):
Me detuvieron el 16 de septiembre de 1976, permanecí primero dos días en la VII Brigada Aérea de Morón, donde fui torturado. Luego pasé a la Comisaría de Castelar, donde estuve cinco días. De allí me sacaron para llevarme a un lugar que no puedo precisar, donde permanecí una tarde; después a otro donde había 30 o 40 personas, en una sala de madera. Luego supe que era «El Vesubio».
… A fines de marzo de ese año fui conducido al Penal de Devoto y luego de una semana a la cárcel de La Plata. Me dejaron en libertad vigilada el 1.o de febrero de 1979 y me controló la VII Brigada Aérea de Morón, hasta mi libertad total.
Alicia Carriquiriborde y Graciela Dellatorre (Legajo N.o 4535) aportan algunos datos más sobre las conexiones de la represión dentro de ese circuito, así como también sobre las rivalidades entre los diversos Grupos de Tareas:
La madrugada del 19 de mayo de 1976 fui sacada de mi casa en La Plata. Me llevaron a un lugar donde me desnudaron y me torturaron con picana eléctrica. Después supe que se trataba del campo clandestino «El Vesubio». Uno de los guardianes me dijo que nos había llevado allí la Aeronáutica, que yo «era de ellos» pero que a otros compañeros «los atendía el Ejército y la Marina, según la organización a que los vincularan». En julio nos retiraron de allí a Graciela Dellatorre y a Analía Magliaro, secuestradas juntas el mismo día y a mí. Me dejaron en la Comisaría 28 de la calle Caseros, donde permanecí hasta que me sacaron a la superficie, que fue el Penal de Devoto. Allí reencontré a Graciela Dellatorre; al poco tiempo ambas nos enteramos que a Analía Magliaro la habían matado en un «enfrentamiento».
Graciela Dellatorre, por su parte, relata:
En ese lugar —El Vesubio— habían separado a los detenidos del sector donde yo estaba en tres grupos. Cada uno pertenecía a determinado Grupo de Tareas. En una oportunidad una chica fue interrogada por la patota encargada de otro grupo. Cuando los que la tenían a su cargo se enteraron del suceso hubo un gran malestar, e incluso encargaron a esta joven que si se repetía algo similar «no les contestara».
Brigada Aérea de Morón
Mary Rosa Rodríguez de Ibarrola (Legajo N.o 3736) testimonia:
Fui detenida junto a Oscar Moyano, Ubaldo Álvarez, Liliana Conti, un señor llamado Antonio, y el esposo de la señora Graif. Realizó el operativo personal de la VII Brigada Aérea de Morón. Nos llevaron a la Comisaría de Morón y de allí fui derivada al Penal de Olmos junto con otras mujeres, en un colectivo de la línea 136. Esto ocurrió el 30 de marzo de 1976.
Ubaldo Álvarez, del mismo grupo de trabajadores del Hospital Posadas (Legajo N.o 4715) coincide con lo aseverado por la señora de Ibarrola:
Trabajaba en el Posadas en el sector Alimentación. El 28 de marzo de 1976 estuve enfermo, por lo cual no fui a trabajar. Mis compañeros me informaron que ese día el hospital estuvo ocupado por fuerzas militares, que procedieron a detener a gran número de empleados. Mi presencia había sido requerida por el nuevo director de la Intervención, Coronel Julio Ricardo Estévez. Esta persona llamó a mi Jefe y le pidió que le dijera dónde estaba yo. Como aquel no pudiera responderle, Estévez exclamó: «Donde lo encuentre lo fusilo». Ante estos acontecimientos, yo y otros compañeros del gremio decidimos presentarnos ante alguna repartición militar. Fuimos a un destacamento de la VII Brigada Aérea de Morón, donde nos pasaron detenidos a la Comisaría de Morón, allí nos interrogaron violentamente, con golpes. Luego nos trasladaron a la cárcel de Devoto y posteriormente a la de La Plata, de donde salí en libertad por falta de antecedentes.
En el testimonio de Luis Pereyra (Legajo N.o 4591) citado en el punto anterior, también podemos comprobar su detención en la VII Brigada de Morón, donde se presentó espontáneamente. Allí fue torturado durante dos días antes de ser trasladado a la Comisaría de Castelar.
La señora Carmen Zelada (Legajo N.o 4550) fue detenida en su domicilio de Morón por personal de Fuerza Aérea. Luis Pereyra en su testimonio denuncia haberla visto en el C.C.D. «El Vesubio».
Otro testimonio relacionado con el de la VII Brigada es el de Ricardo Brondo (Legajo N.o 4437):
En la madrugada del 7 de octubre de 1976 ingresaron a su vivienda diez y seis personas jóvenes, vestidas de civil, portando armas, cubriéndose la cabeza con una toalla; lo esposan y lo suben a una camioneta donde lo cubren con lonas. El Sr. Brondo sintió como destrozaron su vivienda y se llevaron artículos del hogar… Más tarde trasladan al Sr. Brondo a otro sitio (siempre vendado) que supone era la Comisaría de Castelar, dados los comentarios de otros detenidos en el mismo lugar… En la Comisaría| de Castelar permaneció más o menos dos meses (de los cuales once días fueron de tortura continua), hasta que fue llevado a la VII Brigada Aérea de donde fue liberado el 19 de diciembre de 1976.
Hospital Posadas
En el policlínico Alejandro Posadas de la localidad de Haedo funcionó un C.C.D. que actuaba coordinadamente con las Comisarías de Castelar y Morón, con la Superintendencia de Seguridad Federal y el Grupo de Tareas de Aeronáutica.
Los hechos ocurrieron a la vista tanto de los empleados como de las personas que concurrían al establecimiento, ocasionando un generalizado terror que provocó el silencio de todos. Las víctimas revistaban en la mayoría de los casos como personal del nosocomio. Los represores que actuaron allí pertenecían según las constancias al Ejército, Aeronáutica, Policía Federal, Policía de la Provincia de Buenos Aires. Además una parte de ese grupo provenía del Ministerio de Bienestar Social —Secretaría de Estado de Salud Pública— contratado especialmente por las autoridades del citado Hospital. Esta patota se había denominado «SWAT».
El operativo mencionado en testimonios anteriores realizado el 28 de marzo de 1976 y dirigido por el general Bignone, «La Razón», 30-3-76, culminó como se dijo con la detención de un grupo de cuarenta personas. A partir de ese momento, quedó como interventor del Policlínico el Coronel médico Abatino Di Benedetto, quien declaró en comisión a todo el personal y lo licenció con prohibición de concurrir al establecimiento. Posteriormente fue designado Director interino el Coronel médico (RE) Julio Ricardo Estévez. A partir de estas designaciones comienzan a encadenarse las detenciones de un gran número de personas.
El hijo de María Teresa de Cuello (Legajo N.o 1172) denuncia:
El 26 de noviembre de 1976 a la madrugada invadieron nuestra vivienda numerosas personas armadas, algunas con uniforme. Preguntaron quién era Teresa. Debo decir que en el único lugar en que llamaban así a mi madre era en el Hospital Posadas, donde trabajó como técnica en esterilización. La secuestraron y esa misma madrugada también se llevaron al señor Chester, que vivía cerca de nuestra casa. Cuando mi hoy fallecido padre intentó oponerse, le partieron la cabeza de un culatazo. Reconocí entre los secuestradores a Nicastro. (Legajos N.o 1172 - 3877).
Gladys Cuervo (Legajo N.o 1537), aporta mayores precisiones sobre el funcionamiento de este C.C.D.:
El 25 de noviembre de 1976 me llamó Estévez a la dirección. Allí me encañonaron y colocaron los brazos a la espalda. Por la nochecita me sacaron en una camioneta, y después de dar varias vueltas me dijeron que estaba en Campo de Mayo. Sin embargo me di cuenta que estábamos en la parte de atrás del Policlínico. Me desnudaron y trompearon, interrogándome sobre unos volantes que yo no había visto. Después vinieron otras personas que me picanearon. Durante varios días siguieron torturándome. De Chester supe también por los comentarios que me hizo el nombrado «Juan», que era flojo y no aguantaba la picana, al pasar pude ver al médico Jorge Roitman, quien estaba en un charco de orina y sangre. Tiempo después me envolvieron en una manta y me tiraron al piso de atrás de un auto. Me llevaron a una tapera donde me ataron de pies y manos a una cama. Permanecí unos cincuenta días allí, donde me dieron medicamentos y alimentaron mejor. Utilicé platos y cubiertos con la inscripción de la Aeronáutica. El 22 de enero de 1977 me llevaron a mi casa. Había perdido 14 kilos. Entre mis torturadores reconocí a Nicastro, Luis Muiña, Victorino Acosta, Cecilio Abdennur, Hugo Oscar Delpech y Oscar Raúl Tévez.
El caso de Osvaldo Fraga (Legajo N.o 237), relacionado con la desaparición de Rubén Galucci, adquiere relevancia para completar una definición sobre la relación de Policlínico Posadas con los demás campos dependientes de la Fuerza Aérea. Testimonia Galucci:
Fui detenido el 2 de diciembre de 1976 en el Policlínico Posadas donde desempeñaba tareas administrativas, junto con el enfermero Osvaldo Fraga, en presencia de personal y de pacientes. Fuimos llevados en autos separados a la Comisaría de Castelar. Los interrogatorios se realizaron en la planta superior y los responsables de los mismos eran miembros de la Fuerza Aérea de Morón. A ninguno de los dos nos acusaron en ningún momento de cargos concretos y sólo nos pedían información sobre médicos, enfermeros y empleados del policlínico que hubiesen realizado actividades políticas o sindicales. Nos picanearon y mantuvieron siempre vendados. En el sector de la comisaría donde estábamos sólo podían entrar los de Aeronáutica y los cabos de guardia que traían la comida desde la base de Morón. A mediados de diciembre me colocaron junto a Fraga en una celda. Diez días después nos trasladaron en el baúl de un auto a otro lugar, dentro de la Base, donde las condiciones de encierro se tornaron infernales. En dos oportunidades vi a Fraga junto con otros detenidos. En ambas nos encontramos sin vendas en los ojos, completamente desnudos y con el cuerpo desgarrado, cubiertos de heridas, en una habitación donde nos reunían para darnos de comer. Posteriormente me trasladaron a Haedo, luego nuevamente a Castelar, hasta mayo de 1977, cuando me legalizaron. El Ministerio del Interior informó a mi familia que estaba a disposición del PEN, sin causa judicial y que el área que ordenó mi detención fue Aeronáutica de Morón.
El 24 de mayo de 1984, la CONADEP realizó un procedimiento en el «Hospital Profesor Alejandro Posadas». El C.C.D. estaba ubicado en los fondos, en un chalet de dos plantas. Gladys Cuervo, quien junto con otros testigos asistió al procedimiento reconoció sin dudar diversas dependencias, en especial el placard en el que había estado largos días encerrada, e individualizó la habitación en la que se la mantuvo junto al doctor Roitman, a quien vio agonizando.
Quinta Seré
Está ubicada en la localidad bonaerense de Castelar. Se trataba de una antigua construcción, viejo casco de la estancia de la familia Seré. Funcionó como un centro clandestino dependiente de la VII Brigada Aérea de Morón y de la Base Aérea de Palomar. Un testimonio importante para la identificación de este C.C.D. es el del padre de Guillermo Fernández, acerca de la detención de su hijo y la posterior evasión (Legajo N.o 950).
Guillermo fue detenido el 21 de octubre de 1977 en nuestro domicilio. Se presentó un grupo de 17 personas de civil, fuertemente armadas, diciendo que eran de la policía y que estaban efectuando un rastrillaje. Ordenaron a los varones que nos pusiéramos contra la pared, con las manos en alto. Después de revisar todo y no encontrar absolutamente nada, le pidieron a Guillermo que los acompañara en averiguación de antecedentes. Lo esposaron en la espalda y se lo llevaron. A mi esposa le dijeron que revisara todo para ver si faltaba algo, porque si después hacíamos alguna denuncia iban a volva a dinamitarnos la casa. A mí me pidieron que los acompañara hasta mi oficina en la localidad de Morón. En el camino le pregunté al que parecía el Jefe, por qué detenían a mi hijo. Me respondió que se encontraba comprometido por su actuación en el colegio secundario Mariano Moreno de la Capital Federal. Al llegar a la oficina encontré que la puerta de entrada había sido derribada y que en el interior se encontraban varias personas armadas. Allí me hicieron firmar una constancia de que se habían realizado procedimientos en mi casa y en mi oficina y que no había faltado nada después. Al día siguiente presenté recurso de habeas corpus por mi hijo, con resultados negativos… En una oportunidad, mi esposa y mi otro hijo pudieron ver en la Base El Palomar a algunas personas que habían participado en el operativo del secuestro. La suerte quiso que en 1978 mi hijo pudiera escapar de la casona «Quinta Seré» donde estuvo secuestrado, junto con otros detenidos. Guillermo se pudo escapar un día de lluvia. Desnudos y esposados se deslizaron desde el primer piso utilizando ropas anudadas. A partir de entonces iniciamos un largo y triste peregrinaje hasta que logramos sacarlo del país. Por las comunicaciones telefónicas escuchadas en el campo de detención mi hijo supo que denominaban a ese lugar con el nombre de Atila.
Pilar Calveira de Campiglia (Legajo N.o 4482) testimonia:
El secuestro se produjo el 7 de mayo de 1977 por la mañana, cerca de mi domicilio ubicado en San Antonio de Padua… Llegamos a un lugar, para entrar al cual debimos atravesar un sector de pasto… me aflojé la venda con las rodillas y espié por las ranuras de una celosía. Pude ver la estación Ituzaingó, sobre la parte ancha de la avenida Rivadavia. La casa estaba sobre el desvío hacía Libertad, a unos cincuenta metros de Rivadavia, separada de la calle por el parque mencionado. En la casona había un equipo de radio. Ese fin de semana sólo estuvieron los guardias. El lunes llegó la patota que realizaba los secuestros. Me llevaron al cuarto de torturas donde me picanearon sobre un elástico metálico. Era una especie de ceremonia donde participaba gran cantidad de gente muy excitada, gritando todos a la vez. Hablaban de Dios y decían que los secuestrados éramos enemigos de Dios. Al amanecer del martes 10 pedí que me llevaran al baño, la ventana estaba abierta y salté por ella para intentar escapar. Al caer me rompí el brazo y el talón izquierdo, dos o tres vértebras y algunas costillas. También me golpeé la cabeza que se hinchó mucho. Los guardias se dieron cuenta por el ruido que hice al golpear contra el piso. Me capturaron y volvieron a subirme a las patadas. Yo no podía caminar ni pararme… El jueves me volvieron a llevar a la sala de torturas, en brazos, porque no podía moverme. Fue la última vez que me aplicaron la picana. Hasta fines de mayo permanecí sin atención médica, tirada en un rincón del cuarto y luego sobre la cama que había sido de mi hija, robada de mi casa. Me llevaban al baño en brazos. En los últimos días de mayo me sacaron de noche en una camioneta, sucia y vendada, a un hospital donde me enyesaron el brazo, la pierna y el tórax. Para sacarme los yesos me llevaron al mismo lugar sin vendas, y pude reconocer el Hospital Aeronáutica Central…
En la casa de Ituzaingó, los grupos operativos hacían constantes referencias a la Base Aérea del Palomar. La comida era traída en grandes ollas desde fuera de la casa, por jóvenes uniformados. Hablaban despectivamente del Ejército y de la Armada, alrededor del 8 de junio de 1977 cuatro de los secuestrados que estábamos allí fuimos trasladados a la Comisaría de Castelar, en un camión celular. Luego pasé por otros centros clandestinos, inclusive la ESMA, hasta mi posterior liberación.
Superintendencia de Seguridad Federal
Ex Coordinación Federal (hoy Superintendencia de Interior) de la Policía Federal Argentina, a fines de 1975 se constituyó en sede del GT2 que funcionó en el 3.er y 4.to Piso (Salón Matos) de su edificio de la calle Moreno 1417, Capital, bajo supervisión operacional del Comando de Cuerpo de Ejército I. A su vez, aportaba personal a otros Grupos de Tareas intervinientes en la represión, como por ejemplo el operante en dependencias de la Escuela de Mecánica de la Armada (GT 3.2).
Con posterioridad otros pisos del edificio, 5.to, 6.to, 7.mo, etc. fueron utilizados como Centro de Detención ilegal, permaneciendo los detenidos en condición «RAF» (en el aire), es decir, sin asiento en libro alguno. (Legajo N.o 7531).
Se utilizó para interrogatorios y alojamiento de detenidos en tránsito (LT) y detención previa de los que pasaran posteriormente a disposición del PEN.
Existieron, sin embargo, muchos casos en los que se dio a los prisioneros el «traslado final», como se dio con los detenidos en la noche del 2 de julio de 1976 y días sucesivos, como represalia por un atentado cometido contra el edificio de esa dependencia, que fueron sacados de allí después de ser inyectados (Legajo N.o 7531). De esos detenidos-desaparecidos, objeto de una salvaje represalia, es testimonio brutal el libro de entradas de la Morgue Judicial de Capital Federal, donde se eleva bruscamente el número de N.N. asentados en el mismo. Durante años uno a dos cada día y entre el 3 y 7 de julio de ese año, 46 cadáveres, casi todos con el siguiente diagnóstico del Cuerpo Profesional de ese organismo: «Heridas de bala en cráneo, tórax, abdomen y pelvis, hemorragia interna».
Y que aparecieron eliminados en grupos: «Hallado junto con otros siete cadáveres en el interior de una playa de estacionamiento en Chacabuco 639, Capital».
También el caso de los cuerpos hallados en la localidad de Pilar, donde aparecieron 30 cadáveres dinamitados con explosivos, el 20 de agosto de 1976. (Legajos N.o 2521, 6976 y 7531).
Los castigos no terminaban nunca, todo estaba organizado científicamente, desde los castigos hasta las comidas… se escuchaban voces que ahogaban la constante testimonial de alguien que era torturado (Legajo N.o 3721).
Los detenidos permanecían con los ojos vendados con algodones y cintas adhesivas y esposados. Las mujeres eran obligadas a bañarse delante de los guardias y constantemente sometidas a manoseos y violaciones.
Las tres estábamos vendadas y esposadas, fuimos manoseadas durante todo el trayecto y casi durante todo el traslado… La misma persona vuelve a aparecer con alguien que dice ser médico y quiere revisarme ante lo cual fui nuevamente manoseada sin ningún tipo de revisación médica seria… Estando medio adormecida, no sé cuánto tiempo después, oí que la puerta del calabozo se abría y fui violada por uno de los guardias. El domingo siguiente esa misma persona, estando de guardia se me acercó y pidiéndome disculpas me dijo que era «un cabecita negra» que quería estar con una mujer rubia, y que no sabía que yo no era guerrillera. Al entrar esa persona el día de la violación me dijo: «si no te quedás quieta te mando a la máquina» y me puso la bota en la cara profiriendo amenazas. A la mañana siguiente cuando sirvieron mate cocido esa misma persona me acercó azúcar diciéndome: «por los servicios prestados». Durante esa misma mañana ingresó otro hombre a la celda gritando, dando órdenes: «párese, sáquese la ropa», empujándome contra la pared y volviéndome a violar… El domingo por la noche, el hombre que me había violado estuvo de guardia obligándome a jugar a las cartas con él y esa misma noche volvió a ingresar a la celda violándome por segunda vez… (D. N. C. - Legajo N.o 1808).
Las torturas consistían en desnudar a los detenidos sujetándolos a una superficie con los brazos y piernas extendidos. Se utilizaban dos picanas simultáneas, combinando esta tortura con golpes y también con la práctica del submarino seco. La picana la aplicaban en la vagina, boca, axilas y por debajo de la venda, en los ojos. Los interrogatorios eran acompañados de continuas amenazas a los familiares. Era frecuente que a las detenidas les introdujeran objetos en el ano. Los prisioneros eran golpeados con palos de goma por cualquier motivo. Los guardias se divertían obligándolos a todo tipo de «juegos», desde apoyar un dedo en el piso girando cada vez más rápido (buscando petróleo) y golpeando al que se caía, como hacerlos bailar en parejas durante largo tiempo para golpearlos después brutalmente. Eran frecuentes también los simulacros de fusilamiento. Tirados en el piso, frecuentemente eran golpeados, escupidos u orinados.
Patrick Rice, sacerdote católico irlandés que estuvo allí detenido, y que fue torturado, vio que entre las detenidas había mujeres embarazadas, una de ellas, María del Socorro Alonso fue torturada, lo que le provocó hemorragias, inmovilidad en las piernas y paros cardíacos, por lo que le colocan una inyección, ocasionándole todo esto la pérdida del niño.
Allí me pusieron en una celda y había unos 6 presos en el mismo pasillo en otros calabozos, otros 4 muchachos en una celda grande y otras tantas mujeres en otra celda grande. Había una cruz esvástica pintada en la pared del fondo (con la plancha del «fingerprint»)… La comida en Coordinación Federal consistía en mate cocido sin leche y azúcar, con un poco de pan a la mañana, fideos hervidos a veces sin sal y pan a mediodía y polenta también sin sal a la noche. Había dos mujeres embarazadas que pidieron permiso para ir al baño. Según me comentaron, algunos guardias abusaban de las mujeres allí. Había dos tipos de presos, legales e ilegales. Un ilegal Guillermo López, estudiante de medicina residente en el oeste de la Capital Federal fue sacado una mañana cuando fuimos trasladados —un grupo grande— a Villa Devoto y no llegó allí jamás. Algunos habían estado presos unos ochenta días (en Superintendencia) y uno decía que antes sacaban gente para matarla. Inclusive uno me testimonió que la noche anterior al hallazgo de 30 cadáveres en Pilar habían sacado treinta presos de Coordinación Federal. (Legajo N.o 6976).
Campo Clandestino de Detención «El Atlético» o «El Club» o «El Club Atlético»
Este centro clandestino de detención funcionó desde mediados de 1976 hasta el mes de diciembre de 1977. Fue demolido poco después, pero de los relatos de algunos testimoniantes y otros informes obtenidos por la CONADEP, pudo establecerse que estaba instalado en un predio ubicado entre las calles Paseo Colón, San Juan, Cochabamba y Azopardo.
Las personas alojadas en dicho centro llegaban en el interior de vehículos particulares severamente tabicadas. Al llegar al lugar eran sacadas de los automóviles y transportadas violentamente —casi en vilo— por una escalera pequeña y un lugar subterráneo, sin ventilación.
Así surge de los dichos de Carlos Pachecho (Legajo N.o 423), Pedro Miguel Antonio Vanrell (Legajo N.o 1132), Daniel Eduardo Fernández (Legajo N.o 1310), José Ángel Ulivarri (Legajo N.o 2515) y otros, coincidiendo casi todos en que al llegar se abría un portón. Eran desnudados sin excepción, hombres, mujeres, jóvenes y ancianos y revisados, mientras eran empujados y maltratados. Se les retiraban todos sus efectos personales, que jamás les fueron devueltos. «Tu nombre de ahora en adelante será K 35, ya que para los de afuera estás desaparecido…», relata Miguel D’Agostino.
De allí eran llevados al quirófano o sala de torturas y el miedo se habla convertido en terror y desesperación.
Durante el interrogatorio pude escuchar los gritos de mi hermano y de su novia, cuyas voces pude distinguir perfectamente. (Nora Strejilevich - Legajo N.o 2535).
Una vez que se detenía momentáneamente la primera sesión de «ablande» algunos eran llevados casi a la rastra a la «enfermería» y luego a la «leonera» o directamente a los «tubos». En los tobillos se les colocaban unas cadenas, cerradas con candados de cuya enumeración era imprescindible acordarse, ya que, si no, corrían el riesgo, cuando eran trasladados al baño, de no obtener las llaves correspondientes que los abrieran. Entre el tabique que impedía casi totalmente la visión, los grillos en los pies, además de la cara y de la partes más visibles del cuerpo llenas de hematomas, magulladuras y heridas abiertas —amén de la ropa que se le asignaba a cada uno— la imagen de estos seres sometidos a condiciones infrahumanas es un recuerdo lacerante para cada uno de los escasos sobrevivientes.
Algunos pasaban por la leonera, permanecían dos o tres días y salían en libertad, les decían «perejiles»… eran aquellos que «chupaban» y que no les servían para nada. (Miguel Ángel D’Agostino - Legajo N.o 3901).
Después de pasados los primeros días, me llevaron a una celda, y pude ir adaptándome poco a poco a esa vida, aprendiendo cómo tenía que vivir, qué era lo que podía hacer y lo que no podía. A pesar de que permanecía siempre tabicada y de que me sacaban tres veces por día para ir al baño, pude hacerme una idea general de cómo era el lugar donde «vivía».
[…]
El campo, que se hallaba en un subsuelo, tenía dos secciones de celdas, que estaban enfrentadas en un pasillo muy estrecho: de un lado los pares y del otro los impares. Para sacarnos al baño abrían las puertas una por una —cada uno de nosotros tenía que estar de pie cuando se abría la puerta— y luego desde la punta del pasillo el guardia gritaba el número de las celdas, allí nosotros nos dábamos vuelta y cada uno se tomaba de los hombros del que tenía delante, formando un «tren» que era conducido por un guardia. (Ana María Careaga - Legajo N.o 5139).
El «campo» tenía lugar para unas doscientas personas, y según refieren los liberados durante su funcionamiento habría alojado más de 1500 personas. Este dato lo deducen de las letras que precedían al N.o, cada letra encabezaba una centena. Por los testimonios asentados en la CONADEP, se llegó a la letra X en noviembre de 1977.
Los grupos de tareas con base en este C.C.D. operaban fundamentalmente en Capital y Gran Buenos Aires, «pero la impunidad que poseían les permitía ir más allá de esos límites, como en el secuestro de Juan Marcos Hermann, traído desde San Carlos de Bariloche al Atlético» (Conferencia de prensa del 22-8-84).
El personal integrado por las fuerzas de seguridad actuaba en contacto con otros C.C.D., como la ESMA y Campo de Mayo.
El promedio de secuestros era de 6 o 7 por día, pero hubo oportunidades en que ingresaban hasta 20. A intervalos regulares, un grupo importante de detenidos partía con destino desconocido. Dice D’Agostino:
En los tubos el silencio era total. En las vísperas de los traslados masivos en los que se llevaba alrededor de veinte personas, ese silencio se acentuaba…
[…]
A veces «hablábamos» dando pequeños golpes en la pared intermedia que dividía los tubos, o al tocarle el hombro al compañero que iba adelante nuestro en el «trencito». Todos esperaban quietos y en silencio que los nombraran, querían salir de allí, todavía quedaba alguna esperanza. El traslado, más que miedo, encerraba cierta expectativa…
El Banco
El 31 de marzo y el 2 de junio de 1984, esta Comisión realizó sendos procedimientos de constatación en la actual Brigada Femenina XIV de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, a unos doscientos metros de la intersección de la Autopista General Riccheri y el Camino de Cintura (Puente 12) partido de La Matanza, Provincia de Buenos Aires.
El objeto era verificar si ese edificio había sido efectivamente utilizado para el funcionamiento de un C.C.D., tal como lo afirmaban numerosas denuncias registradas en esta Comisión.
Dice la Sra. Fernández Meijide en un informe sobre el primero de estos procedimientos:
Viajábamos junto con las testigos Susana Caribe, Norma Lato y Nora Bernal, y en el momento de llegar, el automóvil desvió y tomó un camino que conducía directamente a la derecha y subió un pequeño terraplén que está al lado del camino. Lo mismo hicieron los otros automóviles que nos seguían con los demás funcionarios de la CONADEP y el resto de los testigos. Al unísono, Caride, Leto y Bernal expresaron que el mismo movimiento que había hecho ahora el auto, lo habían sentido en ocasión de ser transportadas inmediatamente después de su secuestro, cuando viajaban ya tabicadas, en el piso del coche que las conducía desde el «Club Atlético» hasta el nuevo campo.
… éste es el lugar: por aquí es por donde pasábamos a los calabozos. (Benítez, Miguel Ángel - Legajo N.o 436).
… el patio de baldosas blancas y negras es el mismo en donde nos desnudaba y revisaba, sólo que ahora está dividido por haberse levantado dos o tres paredes, pero no me cabe ninguna duda de que éste es el lugar donde estuve detenida en dos oportunidades. (Nora Bernal - Legajo N.o 1583).
… éste es el pasillo que conduce al último «tubo» de la mano derecha, donde estuve presa… (Elsa Lombardo - Legajo N.o 3890).
La tensión y el nerviosismo fueron evidentes al ingresar el grupo al local donde, entre fines de 1977 y mediados de 1978, había funcionado «El Banco». El grupo inició el reconocimiento en forma ordenada, pero muy pronto los testigos se dispersaron y con verdadera excitación corrían a reconocer los distintos lugares, la cocina, los quirófanos, la enfermería, los pasillos, los tubos, los baños, etc., donde habían vivido en medio del «salvajismo y terror que imperaban, ya que el grito de los compañeros torturados y golpeados, era constante día y noche». (Norma Leto - Legajo N.o 3764).
Tanto el arquitecto como el fotógrafo de la Comisión eran requeridos constantemente por los liberados, a fin de registrar los detalles y elementos de importancia que acreditasen que allí habían permanecido en cautiverio, ellos, y muchas personas más.
Las puertas son las mismas, con la diferencia de que la pequeña mirilla que antes tenían ha sido soldada y ahora tienen una más grande… éste es el tubo donde estuve prisionera con Elsa Lombardo… acá estaba la cocina en donde nos vacunaron contra la hepatitis… no tengo ninguna duda de que este es el lugar en donde estaba secuestrada y en donde fui torturada y encerrada, primero en una celda que estaba permanentemente llena de agua, y luego trasladada a otra celda que se encuentra sobre la mano derecha del sector 2. (Susana Caride - Legajo N.o 4152).
Por su parte, el testigo Casalli Urrutia reconoce el lugar ubicado en el sector I, al fondo del pasillo, donde estuvo tirado en el piso durante ocho días junto con diez personas más, y agrega que para esa época —junio de 1978—, la capacidad del campo estaba totalmente colmada, ya que había entre tres y cuatro personas por tubo.
Y Marina Patricia Arcondo manifiesta mientras recorre el lugar con funcionarios de la Comisión:
Hay cosas que nos orientaban y los indicios de entonces se repiten ahora, idénticos a los que percibíamos por debajo de la venda. En esta habitación estaba el arquitecto Hernán Ramírez, en la de al lado mi marido Rafael Arnaldo Tello y su hermano, ambos desaparecidos. Me sentaron en un lugar próximo a las oficinas que hacían de quirófano y pude sentir los alaridos de la gente que estaba siendo torturada, incluso los de mi marido.
Añade que la llevaron a una habitación en donde le dijeron que todo cuanto habían sustraído de los domicilios de los secuestrados era una donación para la repartición. Por otra parte, todo el mobiliario de «El Banco» estaba marcado con la inscripción «DIPA» (Dirección de Inteligencia de la Policía Federal).
Cuando las obras de la autopista hicieron necesaria la demolición del «Club Atlético», los oficiales y suboficiales que operaban en él se trasladaron junto con parte de los prisioneros al nuevo centro clandestino.
Otros testimonios señalan la presencia en el Banco del General Suárez Mason (Legajos N.o 2529, 4124 y 4151).
Como en el caso del «Club», operaban en este Centro Clandestino de Detención varias fuerzas: Inteligencia de la Policía Federal, GTI, GT2, GT3, GT4 y FTE.
Al concluir el procedimiento, y una vez que el arquitecto de la Comisión confeccionó los planos, pudo constatarse que concordaban con mucha exactitud con varios croquis que ya estaban en poder de la CONADEP. Habían sido dibujados por los propios testigos a partir de sus recuerdos más desgarrantes, y ya figuraban en los legajos de los sobrevivientes.
El Olimpo
El centro clandestino de detención El Olimpo funcionó en la División de Automotores de la Policía Federal, ubicada en la calle Lacarra y Ramón L. Falcón de la Capital Federal. Comenzó su actividad clandestina como C.C.D. a partir del 16 de agosto de 1978, fecha en que numerosos prisioneros fueron derivados desde El Banco hacia este campo:
Fui secuestrada el 28 de julio de 1978 junto con mi hijo Nahuel de dos meses de edad, y llevada al Banco. Allí me obligaron a citar a mi esposo encañonando a mi hijo con un arma. El 16 de agosto debimos enrollar nuestros colchones y esperar junto a la puerta de nuestra celda casi todo el día. A la nochecita, nos engrillaron de a dos y nos cargaron en un camión con nuestras pertenencias, el cual tenía caja de madera tapada con lona. Así llegamos a un lugar recientemente construido, lleno de polvillo, donde el frío era insoportable. (Isabel Fernández de Ghezan - Legajo N.o 4124).
Estimo que se realizaron dos o tres viajes con el mismo camión, en el cual irían aproximadamente treinta personas. Junto con nosotros pasaron al nuevo alojamiento los mismos represores del Banco. El nuevo lugar estaba recién construido y adaptado para mantener a los detenidos más controlados. (Elsa Lombardo - Legajo N.o 3890).
Llegamos al Olimpo, así llamado porque era «el lugar de los dioses»… (Graciela Trotta - Legajo N.o 6068).
Por su parte, Isabel Cerrutti (Legajo N.o 5848), secuestrada el 12 de julio de 1978 y alojada sucesivamente en el Banco y en el Olimpo hasta enero de 1979, nos proporciona elementos para reconstruir la disposición interna del campo:
Era un centro clandestino construido sobre una gran playa de estacionamiento. Tenía tres o cuatro salas de tortura, llamadas «quirófano», y a la izquierda de las mismas estaban las oficinas del GT2. En el sector de incomunicados las ventanas estaban tapiadas con ladrillos. En el exterior había una construcción que era utilizada como alojamiento de los oficiales. El «pozo» propiamente dicho era una construcción nueva, desmantelada en 1979.
Se desconocen los motivos de este traslado masivo, aunque cabe suponer que obedeció a que el Olimpo estaba ubicado más próximo al centro de operaciones.
Como en el Banco, las fuerzas estaban divididas en los grupos de tareas GT1, GT2 y GT3. La diferencia con el otro campo fue una mayor organización y una aparente flexibilización en el trato a los secuestrados, situación que se revierte luego en un trato endurecido y despiadado. Según el testimonio de Isabel Cerrutti, este cambio obedeció a problemas entre los mismos represores, quienes luchaban entre sí por la hegemonía del campo y por obtener una mayor tajada en el «botín de guerra». Las fuerzas que operaban en la calle no estaban en contacto con los prisioneros, salvo casos excepcionales. La custodia fue cubierta por personal de Gendarmería.
Las fuerzas intervinientes estaban bajo control y supervisión de la jefatura del I Cuerpo de Ejército con asiento en Palermo, Capital Federal.
Los diversos testimonios que relacionaron el funcionamiento del C.C.D. con el I Cuerpo de Ejército fueron confirmados por el Gendarme Omar Eduardo Torres (Legajo N.o 7077):
Yo revistaba en el destacamento de Campo Mayo —Móvil 1— que era un escuadrón dependiente del I Cuerpo de Ejército cuyo jefe en el año 1978 era el general Suárez Mason.
[…]
Cuando terminó el mundial de fútbol, unos treinta hombres de los que habíamos custodiado el estadio fuimos convocados a Campo de Mayo, donde recibimos instrucciones del segundo comandante, cuyo nombre de guerra era Cortez, sobre una misión especial por la cual íbamos a cobrar un sobresueldo. Debíamos dejarnos el pelo largo y barba y utilizar apodos. Posteriormente, nos ordenó presentarnos en Lacarra y Falcón, en los primeros días de julio de 1978. Cuando entramos, vimos que personal del Servicio Penitenciario Federal estaba terminando la construcción, destinada a alojar a los prisioneros. Muchas veces pude ver a los encargados de los secuestros, o sea «la patota», llevarse en sus automóviles enseres robados de las casas allanadas. También había un depósito destinado a guardar el botín de guerra. Nosotros estábamos encargados de la seguridad interna del campo y no podíamos tener trato con los detenidos, aunque a veces los sacábamos para ir al baño. El interior del campo el Olimpo era como una prisión. Tenía una entrada que daba a la guardia, donde había un libro en el cual se anotaba la entrada y salida de los detenidos, el calabozo que le asignaban y el número y la letra que le ad adjudicaban reemplazando su nombre y apellido. Asimismo, ponían la causa de su detención.
[…]
Los presos eran conducidos a la Base Aérea El Palomar, adonde llegaban otros camiones con detenidos, y todos eran subidos a aviones. Por lo que comentaban, luego los arrojaban al mar. A veces debí realizar otras tareas además de la guardia, como ir a buscar comida al Regimiento de Ciudadela o, en una oportunidad, ir Hospital Militar a custodiar a un detenido del Olimpo que había sido muy torturado, a pesar de lo cual estaba esposado de pies y manos. También participé de los grupos de tareas, saliendo a hacer algunos operativos, para lo cual pedíamos zona liberada a la Comisaría del lugar donde debíamos actuar. Los grupos en que participé fueron el GTI y GT2. También había otros oficiales del Ejército, del Servicio Penitenciario Federal y de la Policía Federal.
Principales Centros Clandestinos de Detención del circuito Jefatura de Policía de la Provincia de Buenos Aires
Dependiendo de la Jefatura de Policía de la Provincia de Buenos Aires, bajo el mando del entonces Coronel Ramón Camps, y de la Dirección General de Investigaciones a cargo de Miguel Etchecolatz, operó un Circuito l de Campos Clandestinos de Detención, dentro del Área 113 (legajos N.o 2818 - 2820 - 2821 - 2822 - 2852 - 2857 - 683 - 3944 - 2846 - 4839 - 7169 - 4635).
El circuito comprendía funcionalmente los siguientes campos, ubicados en un radio geográfico relativamente extenso:
No se trataba sin embargo de un sistema enteramente cerrado, y los mismos centros, en caso necesario, resultaban estar vinculados también por razones operativas con otros dependientes del CRI (Central de Reunión de Inteligencia), correspondiente al Regimiento 3 de Infantería de La Tablada, como el caso de algunas comisarías de la zona oeste del gran Buenos Aires.
El C.O.T. I Martínez revistió dentro del circuito algunas características propias, funciones especiales, tales como albergar entre sus detenidos a numerosas personalidades de pública actuación, como los periodistas Rafael Perrotta y Jacobo Timerman, y a dirigentes políticos y a ex funcionarios de jerarquía durante el gobierno constitucional depuesto el 24 de marzo de 1976: tales los casos de Ramón Miralles, Juan Gramano, Juan Ramón Nazar, Alberto Líberman, Héctor Ballent, etc.
Otra de las características peculiares de este Centro fue la de no ocultar al barrio las actividades que allí se desarrollaban, actitud cuya conjetural intención última era sembrar el terror en el vecindario. En ocasión del procedimiento de verificación in situ realizado por la CONADEP el 20 de enero de 1984, con la presencia de dos ex detenidos, un vecino de la zona manifestó:
Vivo aquí con mi familia desde el año 1973. Al llegar nosotros, ese inmueble colindante estaba desocupado. A fines del 76 empezaron a hacer modificaciones. Elevaron allí una gigantesca pared medianera y pusieron un alambre de púas, colocando rejas en las ventanas. Se escuchaba permanentemente el ir y venir de personas. De noche, los focos de la torre iluminaban por todos lados. Se escuchaban disparos de la mañana a la noche, como si practicaran tiro o probaran armas. También se oían gritos desgarradores, lo que hacía suponer que eran sometidas a torturas las personas que allí estaban. A menudo sacaban de allí cajones o féretros. Inclusive restos mutilados en bolsas de polietileno. Vivíamos en constante tensión, como si también nosotros fuéramos prisioneros; sin poder recibir a nadie, tal era el terror que nos embargaba, y sin poder conciliar el sueño durante noches enteras.
La relación de este Centro Clandestino de Detención con otros de este circuito está evidenciada por la presencia del mismo personal en unos y otros. Tal el caso del Comisario Valentín Milton Pretti, «Saracho», nombrado también en testimonios N.o 4635, 1277, 3988, referidos al «Pozo de Quilmes»; el Subcomisario Amílcar Tarela, «Trimarco», mencionado por su actuación en el «Pozo de Banfield» (Legajo N.o 3757); y el médico Jorge Antonio Bergez en la Brigada de Investigaciones de la ciudad de La Plata (Legajos N.o 1277, 683, 3944).
En cuanto a los detenidos, algunos de los cuales fueron objeto de extorsiones, eran frecuentemente trasladados de uno a otro Centro, tal como surge de numerosos testimonios de personas que, hoy liberadas, declaran haber recorrido varios Centros Clandestinos de Detención del mismo circuito.
Luego de detenerme en mi domicilio de la Capital Federal, me llevaron a la jefatura de la Policía de la Provincia de Buenos Aires donde me interrogaron Camps y Etchecolatz; de allí me trasladaron a Campo de Mayo, donde me hicieron firmar una declaración. Luego me depositaron en Puesto Vasco, donde fui torturado, para pasar nuevamente al Departamento Central de Policía, donde después de veinticinco días pude tener contacto con mi familia. De allí me llevan al C.O.T. I Martínez para ser nuevamente torturado, luego otra vez al Departamento Central de la Policía Federal y por último me legalizan definitivamente en el Penal de Magdalena. (Jacobo Timerman - Legajo N.o 4635).
Tanto el ex Jefe de Policía de la Provincia Ramón J. Camps cuanto el comisario general Miguel Etchecolatz son mencionados además por los testigos (Julio Alberto Emmed - Legajo N.o 683, Carlos Alberto Hours - Legajo N.o 7169, Héctor María Ballent - Legajo N.o 1277, Ramón Miralles - Legajo N.o 3757, Eduardo Schaposnik - Legajo N.o 3769, Juan Amadeo Gramano - Legajo N.o 4206).
Si bien el Puesto Vasco era un centro de capacidad reducida en cuanto a la cantidad de detenidos, recibía la visita frecuente de altos jefes militares y policiales, hecho que indica que las tareas de inteligencia que allí se realizaban revestían particular importancia.
Fui entrevistado por el general Camps —testimonia el Dr. Gustavo Caraballo, abogado, 40 años, legajo N.o 4206— quien personalmente ordenó que yo fuera sometido a apremios ilegales en ese centro.
El C.C.D. al que hace referencia el Dr. Caraballo y que pudo reconocer en las fotografías tomadas durante la inspección de la CONADEP, es precisamente la Subcomisaría de Don Bosco, que operó en el circuito clandestino con el nombre de Puesto Vasco.
Dentro del mismo circuito funcionaron dos centros con una característica especial: estaban asignados no sólo a acciones represivas dentro del esquema del I Cuerpo de Ejército, sino también a otras dirigidas contra ciudadanos uruguayos residentes en la Argentina, a partir de un convenio de coordinación represiva establecido entre los que parecen ser grupos operativos de ambos países. Participaban de esas acciones —tanto en el plano de la conducción como del aprovechamiento del «botín de guerra»— funcionarios de OCOA (Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas del Uruguay), muchos de cuyos oficiales ya habían actuado con sus pares de la Policía Federal Argentina en el Centro Clandestino «Orletti», y aparecen mencionados por detenidos de los «pozos» de Quilmes y Banfield.
En la madrugada del 21 de abril de 1978 irrumpieron en mi domicilio de Lanús Oeste veinticinco personas de civil, fuertemente armadas. Mi esposo y yo fuimos encapuchados, esposados y luego introducidos en una camioneta. Sabemos, por muchos indicios, que estuvimos en el sótano de la Brigada de Investigaciones conocida como «Pozo de Quilmes». Allí fuimos interrogados acerca de nuestra actividad en el Uruguay —de donde provenimos—, y en la Argentina. En este campo pudimos ver a numerosos uruguayos, algunos de ellos en muy mal estado, debido a la tortura. Cinco días después nos dejaron en libertad, previo acuerdo de que debíamos entregar una fuerte suma de dinero. Tanto la extorsión como el secuestro y el interrogatorio estuvieron dirigidos por un individuo que se hacía llamar «Saracho». Fuimos llevados hasta nuestro domicilio, donde debimos entregar una elevada suma de dinero, producto de una indemnización por accidente percibida por mi suegra días antes. (Beatriz Bermúdez - Legajo N.o 3634).
Otro uruguayo, Washington Rodríguez (Legajo N.o 4985) declara que a principios de abril de 1978 compartió su detención en este Centro con veintidós compatriotas, quienes le relataron haber estado recluidos en el Pozo de Banfield donde fueron torturados por oficiales de OCOA. Tanto el tema de los interrogatorios como los métodos de tortura ponen en evidencia que los mismos actuaban también en Quilmes.
El reconocimiento del «Pozo de Quilmes», actualmente ocupado en parte por la Brigada Femenina de la Policía Provincial, fue realizado por la CONADEP el 18 de mayo de 1984, junto con una decena de testigos, quienes ubicaron con precisión los sitios donde habían estado detenidos, tanto más cuanto que algunos guardias les permitían bajarse las vendas de los ojos.
La Sra. María Kubik de Marcoff señaló el lugar donde había visto por última vez a su hija, quien en ese momento había alcanzado a susurrarle:
Me dijeron que si no hablaba, te llevarían a vos y al abuelo.
Rubén Shell recordó:
Los calabozos no estaban pintados por dentro como ahora, eran simplemente de cemento gris. Yo había hecho una inscripción en el mío que todavía está allí. Incluso reconozco otras inscripciones que ahora veo en las paredes.
También Alfredo Maly descubre raspando la pintura nueva de la pared de su celda las marcas que él había hecho durante su cautiverio.
Todos los testigos reconocen la entrada por la que se ingresaba al Centro desde el garaje, aunque el portón está actualmente modificado, sin que hayan desaparecido las huellas de los rieles por los que anteriormente corría. Oculta actualmente por un tabique de cemento, está aún la escalera tipo caracol que comunicaba el garaje, la sala de admisión y el «quirófano», con el resto de las instalaciones.
Un mes antes, el 18 de abril de 1984, la Comisión efectuó una inspección en la actual Brigada de Homicidios de Banfield, verificando que allí funcionó el antiguo Centro Clandestino llamado «Pozo de Banfield».
Una de las funciones del «Pozo de Banfield» fue la de albergar a detenidas durante los últimos meses de embarazo, disponiéndose luego de los recién nacidos, que eran separados de sus madres.
En cuanto a la Brigada de Investigaciones, conocida en la jerga de los represores como «la casita», no solamente constituyó una instancia de admisión, tortura y detención temporaria para un gran número de desaparecidos, sino que también sirvió para llevar a cabo una «experiencia piloto», con detenidos que permanecieron allí a lo largo de un año bajo un régimen especial en razón de la colaboración que podían prestar a la actividad represiva dentro del área 113. Todo parece indicar, no obstante, que esta experiencia limitada a siete personas terminó en un fracaso, y que la suerte corrida por el grupo seleccionado no difirió de la sufrida por la inmensa mayoría de los desaparecidos cuya vida quedó definitivamente a merced de sus captores.
La experiencia se inicia a los pocos meses del secuestro —en la ciudad de La Plata— de siete estudiantes universitarios o jóvenes graduados (Legajos N.o 2582 - 2835 - 2820 - 2818).
Sus familiares fueron informados por el Comisario Nogara que estaban detenidos en la Brigada de Investigaciones (Legajos N.o 2818 - 2821 - 2822 - 2852 - 2853), e incluso autorizados a visitarlos, siempre con la recomendación de guardar estricta reserva. Después de un año, cuando la experiencia estaba próxima a culminar, se solicitó a los respectivos padres una suma de dinero, para que al ser liberados clandestinamente los detenidos pudieran viajar al exterior. Incluso uno de ellos fue llevado ante un escribano para autorizar la salida del país a su hijito y de un automóvil de su propiedad. Ofició como intermediario de estas tramitaciones el padre Cristian Von Wernich (Legajos N.o 6893 - 683 - 1277 - 3944 - 2818 - 2820 - 2821 - 2822 - 2852), capellán de la Policía provincial, quien visitaba asiduamente a los jóvenes, y bautizó al hijo de una detenida, nacido en el Centro Clandestino, antes de entregarlo a sus abuelos. Estos jóvenes continúan desaparecidos, presumiéndose que han sido asesinados en un simulacro montado por sus captores, quienes fraguaron la falsa salida al exterior de los mismos.
Otro de los Campos pertenecientes a este circuito funcionaba en la localidad de Lisandro Olmos, cerca de la ciudad de La Plata, en la antigua planta transmisora de Radio Provincia. Era conocido como el Casco y también como «La Cacha», aludiendo a un personaje televisivo, «La bruja Cachavacha» que hacía desaparecer a la gente. Es un edificio de tres plantas que podía albergar a unos cincuenta prisioneros.
El 20 de julio de 1984 miembros de la CONADEP acompañados de varios testigos realizaron una inspección ocular. Pudieron constatar que el edificio principal ha sido demolido, pero se mantiene en pie el lugar destinado a los interrogatorios. Las señoras Nelva Méndez de Falcone (Legajo N.o 3021) y Ana María Caracoche (Legajo N.o 6392) descubren luego de remover ligeramente un montículo visible a varios metros de distancia, varios jarritos con el sello del Regimiento 7, en los que les daban la comida, así como algunos carreteles de porcelana de alambre de cobre arrollado, que habían visto durante su detención en «La Cacha». También fueron reconocidas unas estructuras de hierro con alambre, que servían de «boxes» para evitar la comunicación de los detenidos entre ellos.
Unos cien metros más adelante pudo constatarse la existencia de dos cavidades de aproximadamente cinco metros por tres, y de un metro veinte de profundidad cada una, que coinciden con el lugar donde estuvieron los sótanos del edificio. Allí también encuentran una baldosa blancuzca con dibujos rojos, que conducía al baño y cocina; por último un cartel con la leyenda «Área Restringida».
Otros testimonios registrados en la CONADEP establecen que el funcionamiento del C.C.D. estaba a cargo de integrantes de las diversas fuerzas de seguridad que operaban en el área 113, es decir, Ejército, Armada, Servicio Penitenciario y SIDE, y por supuesto, Policía de la Provincia de Buenos Aires.
El traslado de y hacia otros centros era continuo y las legalizaciones se operaban frecuentemente a través de las comisarías de La Plata, pero otras veces los detenidos eran depositados mucho más lejos, en seccionales policiales de Avellaneda, Lanús o del conurbano oeste.
El circuito del área 113 se completó con el «Pozo de Arana».
Cuando llegué allí, creí que era la entrada al infierno. Los guardias me empujaban de un lado al otro, como jugando al «ping-pong»; escuchaba los gritos desgarradores de los torturados y veía constantemente pasar gente camino a la máquina. (Pedro Augusto Goin - Legajo N.o 2846).
Durante el reconocimiento efectuado por la Comisión el 24 de febrero de 1984, los testigos ubicaron perfectamente tanto el entorno físico, en las cercanías de las vías del ferrocarril, como cada uno de los detalles del edificio, actualmente ocupado por el Destacamento Policial de Arana, dependiente de la Comisaría 5.a de La Plata. Esa conexión también existió mientras funcionaba como C.C.D., según surge de varios de los testimonios:
Tuvimos conocimiento de que el Dr. Fanjul Mahía —dicen sus familiares— estuvo secuestrado en la Brigada de Investigaciones de La Plata; de allí fue llevado a la Comisaría 5.a donde permaneció por varios meses. Posteriormente fue visto en Arana, en la Brigada de Investigaciones, y de nuevo en Arana, donde se pierde su rastro. (Legajo N.o 2680).
Por la ubicación del centro en un paraje descampado, el mismo parece haber sido utilizado en forma habitual para ejecuciones. Hay testimonios que señalan el ruido frecuente de disparos, y un liberado que tuvo ocasión de recorrer el lugar, señaló la presencia de impactos de bala en algunas paredes.
Fui secuestrado a la una de la mañana, en el domicilio de mis padres, por personal militar al mando del Capitán Bermúdez. Me llevaron a Arana, para ser interrogado y torturado. En ese lugar pasaba gran cantidad de gente, especialmente durante la noche. Eran frecuentes los comentarios de los guardias «ése es boleta». (Néstor Busso - Legajo N.o 2095).
Es precisamente a partir de testimonios ofrecidos por dos ex agentes de Policía de la Provincia de Buenos Aires que puede reconstruirse el procedimiento que empleaban para hacer desaparecer los restos de los detenidos que eran asesinados en el propio campo:
Se los enterraba en una fosa existente en los fondos del destacamento, siempre de noche. Allí se colocaban los cuerpos para ser quemados, disimulando el olor característico de la quema de carne humana, incinerando simultáneamente neumáticos. […] (Legajo N.o 1028).
Por su parte Juan Carlos Urquiza, quien se desempeñaba como chofer del Comisario Verdún, manifestó ante la Comisión, que si bien no puede considerarse al Pozo de Arana específicamente como campo de «liquidación final», él tiene elementos para asegurar —merced al conocimiento que del manejo del campo le proporcionaba su posición al servicio de uno de los responsables del circuito— que allí se realizaban frecuentes ejecuciones, más allá de las muertes ocurridas durante las sesiones de tortura:
A la fosa que había la llamaban «capacha» y en otros campos pude ver otras similares. Eran pozos rectangulares de dos metros de largo por sesenta centímetros de profundidad. Allí ponían los cuerpos, los rociaban con gasoil y los quemaban. (Legajo N.o 719).
El Vesubio
Este centro clandestino estaba ubicado en La Tablada, provincia de Buenos Aires, cerca de la intersección del Camino de Cintura con la autopista Riccheri, en un predio del Servicio Penitenciario Federal. Se componía de tres construcciones, una de ellas con sótano, y una pileta de natación aledaña. Su nombre clave para las fuerzas que operaban allí fue «Empresa El Vesubio»; el «grupo de tareas» estaba provisto de credenciales que certificaban su pertenencia a dicha «empresa». Su existencia como centro de detención ilegal podría remontarse al año 1975, aunque entonces era denominado «La Ponderosa» (Legajo N.o 7170).
En 1976 habría funcionado bajo la jurisdicción del I Cuerpo de Ejército, cuyo jefe era el General Guillermo Suárez Mason (Legajos N.o 3048, 3524, 3382, 6769, 7170, 2529, 4124, 4151 y 7077), con dependencia directa de la Central de Reunión de Inteligencia (CRI) que funcionaba en el hospital del Regimiento 3 de La Tablada, cuyo jefe era el entonces Coronel Federico Minicucci (Legajos N.o 7169, 2262, 98, 1310).
El testimonio de Elena Alfaro (Legajo N.o 3048) resume con precisión las principales de este C.C.D., coincidiendo otros liberados con tales descripciones:
El General Suárez Mason visitaba periódicamente el campo. El día de mi liberación fui interrogada por él acerca del conocimiento por parte de mis familiares de mi embarazo y sobre mis planes de vida para cuando saliese. El Mayor Durán Sáenz (corroborado por los Legajos N.o 3048, 3382 y 7170), responsable del campo vivía allí de lunes a viernes y los fines de semana viajaba a su casa en Azul. El responsable de los guardias era el suboficial penitenciario Hirschfeld (corroborado en los Legajos N.o 7170 y 3048).
Asimismo, la seguridad estaba a cargo de personal del Servicio Penitenciario Federal, seis suboficiales en total, que hacían guardia en las «cuchas» (especie de nichos donde estaban los prisioneros). Estas personas eran de importancia fundamental para el mantenimiento del clima de terror imperante en el campo. De ellos dependían los detenidos para comer, ir al baño o higienizarse.
En junio de 1977 tomó la jefatura del campo un grupo de oficiales de infantería del Ejército proveniente del Regimiento 6 de Infantería de Mercedes. Todos los integrantes del FTE (Fuerzas de Tareas Especiales) bajo el mando de Suárez Mason, fueron promovidos a fines de 1977 como premio al trabajo realizado. Grupos de Tareas pertenecientes a otras fuerzas utilizaron las instalaciones del campo en distintas oportunidades, como en el caso de mi secuestro y el de mi marido, Luis Fabri, quien fue ejecutado por el GT 4, de la Aeronáutica de Córdoba.
El régimen de terror imperante, la falta de referencias, la pérdida de identidad al ser designados con un número, la incertidumbre y las vejaciones permanentes, constituían una constante tortura psíquica. Muchas veces fuimos amenazados con presenciar la tortura de familiares y en algunas oportunidades así fue. En mi caso, tuve que ver cómo torturaban a mi marido. Otra detenida, Irma Beatriz Márquez, fue obligada a presenciar la tortura de su hijo Pablo, de doce años.
De acuerdo con las constancias testimoniales obrantes en esta Comisión, 34 de las personas que estaban detenidas clandestinamente en El Vesubio en septiembre de 1978 fueron separadas en grupos. Los detenidos, con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda, fueron dejados en la proximidad de unidades militares en vehículos cerrados. A los pocos minutos, en todos los casos eran «descubiertos» por personal militar que condujo a los prisioneros a distintos regimientos o comisarías de la Provincia de Buenos Aires.
Ya «legalizados» fueron puestos a disposición del Consejo de Guerra Especial Estable, presidido por el Coronel Bazilis, el que se declaró incompetente, girando las causas a la Justicia Federal. En un plazo muy breve, el Juzgado Federal a cargo del Dr. Rivarola, Secretarías de Curutchet y Guanziroli, sobreseyó a los acusados. A mediados de 1979 las víctimas de todo este proceso fueron dejadas en libertad desde los penales en los que cada uno estaba. Habían quedado sin embargo registradas en el expediente judicial las denuncias de algunas de las dramáticas situaciones por ellos vividas.
Hoy siguen en los estrados de la justicia procesos impulsados por algunos de los que estuvieron detenidos en El Vesubio (Legajos N.o 5235, 5233, 5234 y 5232).
Los edificios donde funcionaron la «enfermería», la «jefatura», las «cuchas» y el «quirófano» (con su inscripción «si lo sabe cante, si no aguante»), no existen más. Fueron demolidos ante la inminente visita de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA. Sin embargo, a fines del año pasado, el Juez Dr. Ruiz Paz, y este año la CONADEP, acompañados por testigos, encontraron entre los escombros las características baldosas descriptas por los ex cautivos, también restos de las «cuchetas» de hormigón y pudieron determinar sobre el terreno el emplazamiento de cada dependencia descripta (Legajo N.o 3048).
Sheraton (o Embudo)
Se trata de un centro clandestino de detención que funcionó en la Comisaría de Villa Insuperable, ubicada en la esquina de las calles Tapalqué y Quintana, partido de La Matanza. En el organigrama de la represión dependía del I Cuerpo de Ejército a través del Grupo de Artillería de Ciudadela.
Un grupo de detenidos que estuvieron ahí tomaron contacto, ya sea a través de cartas o personalmente, con sus familiares.
Ana María Caruso de Carri y su esposo, Roberto Eugenio Carri (Legajo N.o 1761 y 1771) fueron detenidos en su domicilio en Hurlingham. Sus tres hijas fueron retiradas por familiares de la Comisaría de Villa Tesei. Esto ocurrió el 24 de febrero de 1977 y a los diez días Ana María llamó por primera vez a casa de sus padres. Hubo otras llamadas y, en una ocasión los dos pudieron entrevistarse con sus hijas en la plaza de San Justo. A partir del mes de julio del mismo año se establece un intercambio de correspondencia entre los secuestrados y la familia. Tanto en ocasión de la entrevista como para el acercamiento de las cartas, quien actuó como intermediario fue un hombre que era llamado «Negro» o «Raúl».
Este mismo personaje aparece ante la familia de Adela Esther Candela de Lanzillotti (Legajo 5003), intermediando para que ésta, que había sido detenida en Ramos Mejía el 24 de enero de 1977, pudiera visitar la casa de su hermana o llamarla por teléfono. Tal como en el caso del matrimonio Carri, el último contacto se produce en los últimos días del mes de diciembre de 1977.
A Pablo Bernardo Szir (Legajo 3420) lo detuvieron el 30 de octubre de 1976 también en Ramos Mejía. En noviembre de ese mismo año llama por primera vez a su familia y desde entonces llamó y escribió hasta que se entrevistó con sus hijas en junio de 1977. Quien arregló el encuentro fue un hombre que se hacía llamar «Raúl» y debía pertenecer a la Policía de la Provincia de Buenos Aires.
Me encontré con papá en una confitería de Ramos Mejía. Tenía marcas de torturas, las manos quemadas de cigarrillos; le faltaban dientes y estaba mucho más flaco.
En agosto y noviembre vuelve a encontrarse Pablo Szir con sus hijas y le cuenta que primero había estado en la Comisaría de Ramos Mejía y en ese momento en la de Villa Insuperable donde también estaban Roberto Carri y la esposa, Adela Candela y Héctor Germán Oestergheld. Además agrega que cada tanto eran todos trasladados al cuartel de Ciudadela donde les hacían escribir un trabajo.
Ana María Caruso de Carri, en una carta, cuenta a sus hijas:
Ahora está con nosotros «el Viejo» que es el autor de «El Eternauta» y el «Sargento Kird». ¿Se acuerdan? El pobre viejo se pasa el día escribiendo historietas que hasta ahora nadie tiene intenciones de publicarle.
Juan Marcelo Soler y Graciela Moreno de Rial (Legajo 3522 y 1756) habían sido detenidos el 29 de abril de 1977 en su domicilio en Temperley.
Vivían en pareja con dos hijos del primer matrimonio de Graciela y otro que era de ambos. Sus familias también recibieron correspondencia y llamados telefónicos de Graciela hasta diciembre del mismo año. Una vez más aparece mencionado en las cartas él llamado «Negro» o «Raúl».
Ana María Caruso de Carri dice refiriéndose a la pareja:
Aquí con nosotros, hace unos días, está un pibe que fue cura durante diez años y abandonó porque tuvo problemas con el obispo. Después se casó y tiene una nena de tres años. La mujer también está aquí.
Cotejando legajos, fotos, cartas y fechas, se pudo determinar que, efectivamente, el ex cura al que se refería Ana María, era Juan Marcelo Soler y de las cartas que ambos hicieron llegar a la familia y a sus hijos surge la evidencia de que estaban en el mismo lugar.
Por otro lado, Luisa Fernanda Candela, hermana de Alicia Esther (Legajo N.o 5003), relata:
Cuando fui al Cuartel de Ciudadela vi estacionado en ese lugar el auto en el que venía «Raúl» con mi hermana. Era un Citroën gris. Pedí hablar con el Tte. Cnel. Fichero que en ese momento era autoridad en dicho organismo y me atendió una persona que se identificó como su asesor, el Capitán Caino, a quien le pedí por Adela. Me dijo que volviera a verlo que él iba a averiguar. Después de varias idas y venidas al Cuartel nunca más me atendió. En una de las oportunidades en que después vi a mi hermana, me comentó que le habían dicho que mi tía y yo habíamos estado preguntando por ella en el Cuartel.
¿Qué se proponían quienes tenían detenidas ilegalmente a un grupo de personas a las que permitían ponerse en contacto con sus familiares?
No podemos contestarnos esta obstinada pregunta.
Transcribimos dos párrafos de cartas de Ana María Caruso de Carri:
… a esa oficina vamos a trabajar casi todos los días. El otro día vinieron de visita (a la oficina) seis generales, entre ellos Vaquero, Sasiain, Jáuregui y Martínez… Los que estábamos allí no éramos todos sino un seleccionado de cuatro solamente, entre los que estábamos papá y yo.
… de todos modos hay algunas cosas que nos preocupan. En primer lugar, lo nuestro no sé cómo va a terminar. Este fin de año, antes de que se concretaran los pases, estuvieron hablando a ver qué hacían con nosotros; supongo que la discusión debe haber sido en la Brigada. Allí hubo tres posiciones: unos decían que ya la guerra estaba casi terminada y nosotros ya no prestábamos ninguna utilidad, por lo tanto había que matarnos; otros decían que ya no éramos útiles y que había que pasarnos a disposición del P.E.N. y otros decían que seguíamos siendo útiles y que lo íbamos a ser por un tiempo largo y por lo tanto no podíamos seguir viviendo en esta situación por tanto tiempo. Como no hubo acuerdo, la discusión se postergó, lo cual es favorable, creo yo, porque a medida que pase el tiempo la cosa se ablanda y es más difícil matarnos. (Legajos N.o 1761 y 1771).
Ninguno de los detenidos desaparecidos citados más arriba volvió a tener contacto con la familia desde ese diciembre de 1977. Sus captores por fin habían tomado la decisión.
Campo de Mayo
A partir de testimonios y denuncias que eran concordantes en cuanto a descripción de lugares, ruidos característicos y planos que se fueron confeccionando del lugar, se realizaron dos procedimientos en la guarnición a través de los cuales pudieron constatarse dos lugares, que fueron reconocidos por los testigos: uno ubicado en la Plaza de Tiro, próximo al campo de paracaidismo y al aeródromo militar y el otro perteneciente a Inteligencia, ubicado sobre la ruta 8, frente a la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral.
El primero fue el que albergó a mayor número de detenidos-desaparecidos y era conocido como el «Campito» o «Los Tordos». Se accede al mismo por un camino que comienza al costado de las dependencias de Gendarmería Nacional, que es de tierra, y por otro camino, actualmente asfaltado, que comienza frente al polígono de tiro en forma perpendicular a la izquierda de la ruta que por dentro de la guarnición une la ruta 8 con Don Torcuato.
Los planos que se habían ido confeccionando con los datos de los liberados coincidían con la carta topográfica del lugar correspondiente al año 1975, que se obtuvo en el Instituto Geográfico Militar, en cuanto a la existencia de tres edificaciones grandes y un galpón, ninguno de los cuales existe actualmente, notándose que en el lugar correspondiente existen pequeñas depresiones en el terreno y durante el procedimiento los testigos reconocen también escombros pertenecientes a las antiguas construcciones y detalles en árboles y zonas de terreno. En el sitio los testigos ubicaron los lugares donde se encontraban los edificios y galpones que sirvieran de lugar de cautiverio, por lo cual tanto para la Comisión como para los testigos quedó suficientemente acreditado que ése era el lugar donde existió el C.C.D.
Cuando los detenidos llegaban al «Campito» eran despojados de todos sus efectos personales y se les asignaba un número como única identidad, allí dentro pasaban a perder toda condición humana y estarían de ahí en más DESAPARECIDOS para el mundo.
Javier Álvarez (Legajo N.o 7332) recuerda:
Lo primero que me dicen es que me olvidara de quién era, que a partir de ese momento tendría un número con el cual me manejaría, que para mí el mundo terminaba allí.
Beatriz Castiglioni (Legajo N.o 6295) a su vez afirma:
Un sujeto nos dijo que estaban en guerra, que yo y mi marido estábamos en averiguación de antecedentes, que seríamos un número, que estábamos ilegales y que nadie se enteraría de nuestro paradero por más que nuestros familiares nos buscaran.
Después se los tiraba en alguno de los galpones donde permanecían encadenados, encapuchados y con prohibición de hablar y de moverse, sólo eran sacados para llevarlos a la sala de tortura, sita en uno de los edificios de material.
Juan Carlos Scarpati (Legajo N.o 2819) cuenta:
Cuando me detuvieron fui herido de nueve balazos. Primero me llevaron a un lugar que llamaban —según supe después— «La Casita», que era una dependencia de Inteligencia. Luego de unas horas me llevaron al «Campito» donde permanecí sin más atención que la de una prisionera ginecóloga que me suministró suero y antibióticos en la «enfermería» ubicada en el mismo edificio donde se torturaba. En ese lugar no se escatimaba la tortura a terceras personas, e incluso la muerte para presionar a los detenidos y hacer que hablasen. La duración de la tortura dependía del convencimiento del interrogador, ya que el limite lo ponía la muerte, que para el prisionero significaba la liberación.
La señora Iris Pereyra de Avellaneda (Legajo N.o 6493 y 1639) declara:
Fui detenida junto con mi hijo Floreal, de 14 años, el 15 de abril de 1976. Buscaban a mi marido, pero como éste no estaba nos llevaron a nosotros dos a la Comisaría de Villa Martelli. Desde allí me condujeron encapuchada a Campo de Mayo. Allí me colocaron en un galpón donde había otras personas. En un momento escuché que uno de los secuestrados había sido mordido por los perros que tenían allí. Otra noche escuché gritos desgarradores y luego el silencio. Al día siguiente los guardias comentaron que con uno de los obreros de Swift «se les había ido la mano y había muerto». Salí de ese campo con destino a la penitenciaria de Olmos. El cadáver de mi hijo apareció, junto con otros siete cuerpos, en las costas del Uruguay. Tenía las manos y los pies atados, estaba desnucado y mostraba signos de haber sufrido horribles torturas.
El día 22 de abril de 1976 el Comando de Institutos Militares solicita por nota la puesta a disposición del Poder Ejecutivo Nacional de Iris de Avellaneda, en dicha nota se especifica la dependencia en la que había estado detenida: el Comando de Institutos Militares.
Hugo Ernesto Carballo (Legajo N.o 6279) fue detenido en el Colegio Militar de la Nación, donde cumplía su servicio militar, el día 12 de agosto de 1976:
Primero me llevaron a la enfermería del Colegio, donde me vendaron y amordazaron. De allí me trasladaron en un carrier a un centro de detención clandestino, donde me ubicaron en un galpón grande. Me encadenaron un solo pie porque el otro lo tenía enyesado. Había muchos detenidos ahí y continuamente se oían gritos, ladridos de perros y motores de helicópteros Permanecí varios días en ese lugar hasta que me condujeron nuevamente al Colegio, junto con otros dos compañeros. Durante el trayecto fuimos golpeados hasta que llegamos y nos dejaron tirados en una habitación. Al rato llegaron varios oficiales, entre ellos el General Bignone, quien nos expresó que en la guerra sucia había inocentes que pagaban por culpables, y nos licenció hasta la baja. Durante mi cautiverio en Campo de Mayo fui interrogado en una habitación por un sujeto que se hacía llamar el «doctor». Al salir de ahí hicieron que un grupo de perros me atacase.
Beatriz Castiglione de Covarrubias, que fue detenida junto con su esposo, y estaba embarazada de 8 meses, refiere:
A mi esposo lo llevaron a un galpón grande. A mí me llevaron primero a un galpón chico donde había otra gente y luego a una habitación de otro edificio. Ahí también había más detenidos. Cuando me interrogaban me amenazaban diciéndome que tenían todo el tiempo por delante y que luego de tener el chico «me iban a reventar». El 3 de mayo de 1977 nos comunicaron que nos iban a liberar. Nos pidieron disculpas porque se habían equivocado. En el viaje nos dijeron que si contábamos algo de lo que había pasado nos buscarían de vuelta y «nos reventarían» luego de lo cual nos dejaron en la zona de Tigre.
Serafín Barreira (Legajo N.o 5462) estuvo detenido en «El Campito» en la misma época, junto con su esposa, que también estaba embarazada y recuerda:
… en el lugar, al cual entramos por la puerta 4, había mucha gente que venía de distintos centros clandestinos del país. Mientras estuve hubo dos partos en otro galpón de material cercano. A los niños nacidos se los llevaban enseguida.
Hasta mediados de 1977 los partos se efectuaban en los galpones: en esa fecha Scarpati relata que vino al lugar un médico de Campo de Mayo, quien opinó que en ese lugar no había condiciones mínimas para atender los partos, a partir de lo cual las parturientas eran llevadas al Hospital de Campo de Mayo donde se les hacía inducción y cesáreas en la época de término del embarazo.
El C.C.D. estaba prácticamente dirigido por los «interrogadores», quienes eran los que tenían a su cargo las decisiones sobre tortura, liberación o traslado. La custodia la cubría personal de Gendarmería Nacional y el lugar estaba bajo dependencia del Comando de Institutos Militares.
Este C.C.D. había sido acondicionado para el mes de marzo de 1976 y, según declara ante la CONADEP un miembro del GT2 (Rodríguez, Oscar Edgardo, Legajo N.o 7171) se le encomendó la resolución de los problemas logísticos de instalación del campo a pedido del Jefe de Inteligencia de Institutos Militares, Coronel Ezequiel Verplaetsen, para asegurar una puesta en funcionamiento rápida y eficaz del C.C.D.
El lugar constaba de tres edificios grandes de material, los baños y otras dependencias, todos de construcción antigua y 2 galpones de chapa.
Esta Comisión, mediante el análisis de legajos, de los datos proporcionados por el Centro de Computación y la exhibición de fotografías a testigos, logró establecer la identidad de un buen número de personas de las cuales no se había tenido noticia alguna desde su desaparición y que en algún momento pasaron por los galpones de este C.C.D.
Mediante estos testimonios y correlaciones, y los procedimientos realizados se llega a develar la operatoria de este C.C.D. pese a la destrucción de pruebas y rastros.
Los detenidos que allí estuvieron cautivos, luego de un tiempo, eran trasladados hacia un destino desconocido, siendo cargados en camiones, los que en general se dirigían hacia una de las cabeceras de las pistas de aviación próximas al lugar.
Los traslados no se realizaban en días fijos y la angustia adquiría grados desconocidos para la mayoría de los detenidos. Se daba una rara mezcla de miedo y alivio ya que se temía y a la vez se deseaba el traslado ya que si por un lado significaba la muerte seguramente, por el otro el fin de la tortura y la angustia. Se sentía alivio por saber que todo eso se terminaba y miedo a la muerte, pero no era el miedo a cualquier muerte —ya que la mayoría la hubiera enfrentado con dignidad— sino esa muerte que era como morir sin desaparecer, o desaparecer sin morir. Una muerte en la que el que iba a morir no tenía ninguna participación: era como morir sin luchar, como morir estando muerto o como no morir nunca. (Legajo N.o 2819).
El otro lugar dentro de esta guarnición que sirvió como lugar de interrogatorio y de detención clandestino es el perteneciente a Inteligencia, conocido como «La Casita» o «Las Casitas», también fue reconocido por esta Comisión con testigos.
Mario Luis Perretti (Legajo N.o 3821) cuenta:
Me detuvieron el 7 de junio de 1977 a media cuadra de mi domicilio, en la localidad de San Miguel. Me llevan encapuchado a un lugar donde al bajarme me hacen subir una loma muy empinada, como de cemento, introduciéndome a un lugar que ellos llamaban «La Parrilla». Me amenazan con traer a mi esposa y a mi hijo. Recuerdo que cuatro o cinco días antes del 20 de junio escuchaba voces de mando para hacer marchar a soldados y tambores, y por la noche y los fines de se mana oía que cerraban un camino de acceso, por el que durante el día se escuchaba pasar vehículos.
Al efectuar la inspección ocular reconoce el terraplén existente en el lugar, como la loma de cemento que le hicieran subir al llegar.
También hay denuncias que ubican otro C.C.D. en la prisión militar existente en Campo de Mayo (Rodríguez, Aldo - Legajo N.o 100; Pampani, Jorge - Legajo N.o 4016).
Centros Clandestinos de Detención de Las Flores, Monte Pelone, Olavarría
Los partidos de Tandil, Azul, Las Flores y Olavarría fueron severamente castigados por la represión. En su marco territorial se secuestró, torturó y se mantuvo a hombres y mujeres ilegítimamente privados de su libertad, muchos de los cuales aún hoy se desconoce su paradero.
Tal como se desprende de lo referido por los testigos, existió una estrecha vinculación entre estos campos, ubicados en el área de Seguridad 124, cuyo Jefe en el momento de los hechos denunciados era el entonces Teniente Coronel Ignacio Aníbal Verdura, a su vez jefe del Regimiento 2 de Tiradores Blindados de Olavarría. Algunas de las víctimas aparecieron en el Regimiento 10 de Tandil, o en la Cárcel de Azul, correspondientes a la Subzona de Seguridad 12, mientras que otros prosiguieron su cautiverio clandestino en la Brigada de Investigaciones de La Plata, ya en jurisdicción de la Subzona 11, bajo dependencia del I Cuerpo de Ejército.
Del material examinado se puede concluir que el itinerario más frecuente impuesto a los detenidos era el siguiente:
Refiere Francisco Nicolás Gutiérrez (Legajo N.o 2319):
… que es secuestrado de su casa de la Ciudad de Tandil el 13 de septiembre de 1977. Le preguntan por el domicilio de su hija. Es conducido a Olavarría y luego a Las Flores.
[…]
Al llegar a la Brigada de Las Flores y al no aportar datos sobre su hija es llevado así encapuchado y esposado a la máquina donde le aplican la picana.
[…]
Luego lo llevan a un calabozo, por tres días no le dan de comer y escucha la voz de sus dos hijas. A los cuatro días es conducido a La Plata junto a su hija Isabel y su esposo. En la Brigada de Investigaciones de esta ciudad, luego que su hija y su marido fueron llevados a Arana para ser interrogados, los alojan a los tres juntos en una celda.
Por su parte Ricardo Alberto Cassano (Legajo N.o 2643) denuncia haber estado secuestrado en el Regimiento de Olavarría, en Sierras Bayas y en Las Flores por espacio de casi dos meses; Carlos Leonardo Genson (Legajo N.o 2646) en el Regimiento de Olavarría; Osvaldo Raúl Ticera (Legajo N.o 2644) también; Juan José Castelucci (Legajo N.o 2642), refiere haber estado en Monte Pelone, en donde dice haber visto a Jorge Oscar Fernández y explica que para aplicarle la picana eléctrica ponían en marcha un generador, agrega que allí lo fotografiaron; y Osvaldo Roberto Fernández (Legajo N.o 2645), que es llevado a Monte Pelone.
Mario Méndez, liberado de un centro clandestino de detención de Tandil, trae a la CONADEP un anillo que halló en el interior de un abrigo con manchas de sangre que le fuera entregado mientras estaba prisionero. Exhibido que fue a la señora Lidia Gutiérrez, ésta lo reconoce como el anillo de casamiento de su hermana Isabel (Legajo N.o 2320) que permanece desaparecida al igual que su esposo Juan Carlos Ledesma.
En el procedimiento realizado por la CONADEP el 29 de febrero de 1984, los testigos Cassano, Genson, Fernández y Lidia A. Gutiérrez reconocen el vivac de Sierras Bayas o Monte Pelone como el C.C.D. en donde estuvieron prisioneros. Genson dice que desde una carpa en donde dormía vio el escudo nacional, en el frente de un edificio. Que también los platos tenían la inscripción del Ejército Argentino. Fernández reconoce el desnivel de la entrada y el piso de madera de una de las habitaciones y el lugar donde estuvo junto con Genson y Castelucci. Lidia Gutiérrez reconoce la cocina, y expresa que en los platos decía «Ejército Argentino». Individualiza un lugar en donde estaba la guardia.
Cobra especial relevancia el testimonio de Lidia Araceli de Gutiérrez (Legajo N.o 1949), quien es secuestrada el 16 de septiembre de 1977 de su casa, en la ciudad de Olavarría:
… que un grupo armado fue a su casa preguntando por su hermana… que al día siguiente es secuestrada junto con su esposo. Su hermana también fue secuestrada con su esposo Juan Carlos Ledesma y una bebita de ambos de cinco días, que no estaba aún inscripta, fue abandonada en un canasto en la puerta de la Comisaría de Cacharí…
[…]
Que durante el viaje iban apilando un cuerpo sobre otro de las personas que iban secuestrando…
Que los llevaron a la Brigada de Investigaciones de Las Flores y refiere que vio a varios secuestrados más cuyos nombres da.
[…]
Se enteró por su madre que en dicho sitio también había estado prisionero y torturado su padre… también encuentra en el baño ropa y un bolso de su hermana… que un grupo va a Monte Pelone y otro a la Brigada de Investigaciones de La Plata, …que en Monte Pelone, por debajo de la venda puede observar a un soldado con uniforme militar haciendo guardia y mucha gente con traje de fajina… que ese primer día venían de a ratos a golpearlos y a ajustarles las esposas hasta que sangraran las muñecas… que los que torturaban venían de afuera en un Fiat 1500… que la comida era poca y mala y la higiene nula… que a Alfredo Maccarini de Olavarría lo torturaron mucho y la misma noche que lo trajeron se lo llevaron… que no puede asegurar que el coronel Verdura torturara, pero sí que era el responsable de Monte Pelone… de ese lugar los que salieron fue éste el resultado: Oscar Fernández, muerto, estaba sano; Alfredo Maccarini, desaparecido; Pasucci, alterado mentalmente y Jorge Toledo que pasó como detenido legal y se suicidó en la Cárcel de Caseros…
Centros Clandestinos de Detención en Mar del Plata
Tal como ocurrió en otros lugares del país, la labor de la Delegación local de la CONADEP realizó una tesonera y minuciosa labor de investigación que le permitió establecer la existencia de seis C.C.D. perfectamente localizados a través de las denuncias de un grupo importante de personas que habían estado allí detenidas entre los años 1976 y 1978. Los lugares individualizados, todos ellos objeto de una inspección por parte de la Comisión Nacional fueron:
Se estableció aquí también la estricta coordinación entre las tres Fuerzas, así como la conexión con otras áreas represivas. En este sentido resulta esclarecedor el testimonio ofrecido por la Sra. Marta García de Candeloro (Legajo N.o 7305), psicóloga, quien fue detenida junto con su marido —abogado— el 7 de junio de 1977 en Neuquén, Capital. Después de pasar ocho días alojados en la Delegación de la Policía Federal incomunicados pero con conocimiento de sus familiares, que habían viajado desde Mar del Plata, el matrimonio es trasladado a esta ciudad, previa una corta etapa en el C.C.D. «La Escuelita» de Bahía Blanca.
Según manifestaciones del Jefe de Inteligencia de la VI Brigada de Neuquén a miembros de la A.P.D.H. de esa ciudad, estaban en conocimiento del traslado del Dr. Candeloro y su información también llegó a conocimiento de Marta García de Candeloro, quien el último día de su detención en Neuquén escuchó como uno de los custodios llamaba al GADA 601, «comunicando que ya tenían al detenido y preguntando qué hacían con su mujer…». Sin embargo, toda información con respecto a los detenidos fue negada por esa repartición militar, así como por cualquier otra dependencia de las Fuerzas de Seguridad consultada por los familiares.
Mientras tanto, los detenidos eran alojados clandestinamente en la Base Aérea de Mar del Plata, a donde llegaron con los ojos vendados. El tipo de procedimiento utilizado con los esposos Candeloro no difiere de los utilizados en el secuestro de otras personas de la zona.
El avión nos condujo a Mar del Plata, a lo que más tarde supe era la Base Aérea. Al llegar oyó gran movimiento de gente. Al bajarme por las escalinatas del avión uno de los hombres dijo a otro: «fijate cómo miran esos colimbas». Me introdujeron en el baúl de un coche e hice en él, por tierra, un trayecto muy corto. Me bajaron entre dos y se oyó gran movimiento de gente que al parecer salieron a recibirnos (a mi esposo y a mí). Bajé alrededor de 20 o 30 escalones, oyeron cerrar grandes puertas de hierro, supuse que el lugar estaba bajo tierra; era grande, ya que las voces retumbaban y los aviones carreteaban por encima o muy cerca. El ruido era enloquecedor… Uno de los hombres me dijo: «¿Así que vos sos psicóloga? Puta, como todas las psicólogas. Acá vas a saber lo que es bueno» y comenzó a darme trompadas en el estómago… El infierno había comenzado. Estaba en el Centro de Detención ilegal llamado la «Cueva», instalación ubicada en la Base Aeronáutica de Mar del Plata, que había sido una vieja estación de radar, que ya no funcionaba como tal. Dirigida por un Consejo perteneciente a las tres armas. El lugar, salvo en los momentos de interrogatorios, controles, preparación de operativos o traslados estaba a cargo de personas que cubrían guardias desde las siete u ocho de la mañana hasta el otro día a la misma hora. Al parecer uno de ellos era el responsable y de mayor grado, perteneciente a la Aeronáutica, el otro perteneciente al Ejército.
La última vez que oí a mi esposo fue el 28 de junio. Siempre lo llevaban a él primero (a la sala de tortura) y luego a mí. Esta vez fue al revés. En medio del interrogatorio trajeron a mi marido le dijeron que si no hablaba, iban a matarme. Comenzaron a aplicarme la picana para que él oyera mis quejidos y él me habló a mí gritando: «Querida te amo, nunca pensé que podrían a vos meterte en esto». Estas palabras los enfurecieron, las últimas frases eran entrecortadas, lo estaban picaneando, me desataron y me tiraron en mi celda.
Estaban ensañados con él, su interrogatorio no terminaba nunca. De pronto se oyó un grito desgarrador, penetrante, aún lo conservo en mis oídos, nunca podré olvidarlo. Fue su último grito y de pronto el silencio. Mi esposo murió ese día, 28 de junio, víctima de torturas. (Legajo N.o 7305).
Sin embargo, aún después de la liberación de Marta Candeloro, los familiares siguieron realizando gestiones en busca del paradero del abogado desaparecido. A fines de 1979 su esposa tomó conocimiento de una comunicación cursada por el Ejército en respuesta a un habeas corpus interpuesto en 1977, en la que se informaba que el Dr. Candeloro había sido abatido en un traslado, al intentar escapar, precisamente ese 28 de junio de 1977. La comunicación había quedado retenida en el despacho del Juez Hoff. Tal actitud de indiferencia al drama que se vivió por parte del Poder Judicial de Mar del Plata, lamentablemente no fue de carácter excepcional.
En cambio, muchos abogados del foro local, en lugar de incurrir en desinterés o el olvido como forma de renunciar a sus responsabilidades, realizaron las gestiones que les fueron requeridas, tanto en favor del Dr. Candeloro, como también de otros prestigiosos abogados secuestrados a fines de julio, los Dres. Arestin, Centeno, Alais y Fresneda, cuya suerte pudo esclarecerse a partir del testimonio ya mencionado:
Esa noche de espanto y de horror, que compartí con Mercedes fue denominada por los represores «la noche de las corbatas», ya que la casi totalidad de los prisioneros ingresados eran abogados… Hay mucho ruido y música a gran volumen; por momentos los gemidos y gritos de los torturadores superan la música… Cuando los torturadores se fueron, tuve la sensación como que había quedado un tendal de moribundos… El Dr. Centeno se quejaba continuamente. En un momento, me sacaron de mi celda para que le diera agua… Estaba tirado en el suelo. Apenas pude subir mi capucha a la altura de mis ojos. Pedí que me sacaran las esposas. No le di de beber en el jarro de aluminio que me alcanzaron. Ya me habían alertado a mí. Con una mano subí un poco su cabeza, mojé mi vestido y le humedecí los labios. No sé si fue precisamente al día siguiente, pero habían pasado varias horas. Los interrogadores volvieron, dijeron: Traigan a Centeno. Volvieron a torturarlo en ese estado. Pensamos (con Mercedes, su compañera de celda) que no iba a soportar. Y así fue.
Lo asesinaron. Arrastraron su cuerpo, y debieron dejarlo contra nuestra puerta. Se oyó un golpe contra la madera.
Al cabo de un tiempo, Marta Candeloro fue trasladada a la Comisaría IV de Mar del Plata, donde fue liberada meses después. Junto con otros testigos participó de la inspección a ese local, que se mantiene sin modificaciones. Por el contrario, tanto en la Base Naval como en la Base Aérea, las refacciones efectuadas son considerables, pero contrariamente a las expectativas de quienes las ordenaron, no impidieron el reconocimiento por parte de los denunciantes, quienes en el caso del procedimiento efectuado en «La Cueva», pudieron constatar que todo el local subterráneo donde funcionó el C.C.D. estaba a punto de quedar disimulado.
Otro tanto ocurrió con las instalaciones del C.C.D. ubicado en la Escuela de Suboficiales de Infantería de Marina (ESIM), uno de cuyos alumnos, Pérez, Oscar Horacio, declaró a la CONADEP (Legajo N.o 6756):
Que en 1978, presume que puede ser julio o agosto, pudo observar mientras hacía la guardia en el Faro una ambulancia color blanco, colocada de culata, hacia unas construcciones que se encontraban justo frente al polvorín y disimuladas por un médano. En estas circunstancias ve que sacan de las construcciones mencionadas una camilla y una bolsa blanca de regular dimensión, ambos elementos los introducen en la ambulancia… Ante esta situación se comunica con la guardia central, a lo que le contestan que dejara de mirar y se introdujera en su puesto, caso contrario, lo sancionarían. También quiere aclarar… que en el año 79, últimos días de febrero, se acerca al lugar mencionado y junto con un grupo de aspirantes le ordenan destruir esas construcciones pudiendo constatar que eran celdas de construcción precaria y de muy reducidas dimensiones. (Legajo N.o 6756).
Por su parte, un ex cabo aspirante de la ESIM, que declaró en ocasión del procedimiento realizado por la Comisión a esa repartición, manifiesta:
El puesto de guardia, donde le tocó hacer guardias repetidas veces, ubicado sobre la playa, hoy no existe, salvo unas chapas que quedaron en la arena. Que a su izquierda está El Polvorín lugar en el que se arrojaban detenidos… que era de conocimiento entre el personal que el recinto ubicado a la derecha, luego de bajar la escalinata, era utilizado como sala de tortura. El mismo estaba recubierto por fibra de vidrio… Que el dicente tenía orden expresa de custodiar a los detenidos; que de noche no entraban, sólo de día y eran llevados encapuchados. Que en una oportunidad vio al pasar un grupo de seis o siete personas de ambos sexos sin capucha pero custodiados por personas con armas. Que en una oportunidad vio que una joven era arrastrada por los pelos rumbo al Polvorín, por el camino que entonces era de tierra, que esto ocurrió en el verano de 1978. (Acta del 27 de junio de 1984).
Centros Clandestinos de Detención en jurisdicción del II Cuerpo de Ejército
Chaco
Dependiente de la VII Brigada de Infantería con asiento en la ciudad de Corrientes, las operaciones represivas se coordinaron a través de la Brigada de Investigaciones de Resistencia donde, según denuncias recibidas, ya se habrían verificado casos de secuestros y torturas durante el año 1975.
Cuando este método se institucionalizó, se organizó un circuito de lugares para ser utilizados como centros ilegales de detención y de tortura.
Fui detenida en un operativo el 29 de abril de 1976 junto a mi hijo de 8 meses de edad en la ciudad de Resistencia. El personal que intervino era de la Brigada de Investigaciones del Chaco. Inmediatamente me trasladaron a dicha Brigada, que se encuentra ubicada a escasos metros de la Casa de Gobierno.
[…]
En ese lugar me desnudaron y me sometieron a torturas consistentes en «picana» y golpes por espacio de 48 hs., en presencia de mi hijo.
Asimismo fui violada y golpeada en la planta de los pies con un martillo por espacio de tres horas. Al sexto día me llevaron a los calabozos de recuperación, donde fui visitada, interrogada y amenazada de muerte por el Coronel Larrateguy —Jefe del Regimiento del Chaco—. En ese lugar permanecí detenida junto a varios fusilados el 13 de diciembre en Margarita Belén.
[…]
Luego me llevaron a la Alcaldía. Varias veces más se repitieron estos traslados, con torturas y amenazas.
El 23 de abril de 1977; en San Miguel de Tucumán, fueron secuestrados por personal uniformado y de civil mi suegra N. D. V., de 62 años y mi hijo de un año y ocho meses. Mi niño fue entregado en la Sede Central de la Policía Provincial a las 48 hs. Mi suegra permanece aún desaparecida.
Me sometieron a Consejo de Guerra y la condena que me aplicaron —24 años y 11 meses de reclusión— fue dejada sin efecto por la Corte Suprema de Justicia el 5 de diciembre de 1983 (5 días antes de asumir las autoridades democráticas). (G. de V. Legajo N.o 3102).
Goya
A mediados de mayo de 1977 empezó a funcionar en la ciudad de Goya un C.C.D. dependiente del Batallón de Comunicaciones 121.
Fuimos llevados en una camioneta hasta el Hípico, que queda en la Av. Sarmiento frente al Batallón de Comunicaciones. (Coronel - Legajo N.o 5677).
La mayoría de los secuestrados en este lugar eran agricultores y miembros de las Ligas Agrarias Correntinas. En casi todos los casos, el personal a cargo de los secuestros actuaba a cara descubierta, razón por la cual los detenidos pudieron identificar a casi todo el grupo. Además, muchos de ellos se conocían entre sí, por tratarse de una población relativamente pequeña.
Entre los allí detenidos estuvieron Pedro Crisoldo Murel —secuestrado en Claypole, Provincia de Buenos Aires— y Abel Arce, hoy desaparecidos, quienes fueron trasladados desde este Centro de Detención hasta la Alcaldía de Resistencia.
Los detenidos que no fueron trasladados a Resistencia, pasaron del «Hípico» al Batallón 121 donde se les comunicó a sus familiares que estaban detenidos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. No fue el caso del sacerdote Víctor Arroyo, de la diócesis de Goya, quien fue liberado directamente desde el centro clandestino luego de cinco días de detención.
Formosa
Los C.C.D. que funcionaron en la Provincia de Formosa fueron el RIM 29 (Regimiento de Infantería de Monte N.o 29), Con asiento en Formosa y la «Escuelita» de San Antonio, instalada en la División de Cuatrerismo de la Policía Provincial. Su jefatura, instalada en el mencionado Regimiento, dependía de la VII Brigada de Infantería de Corrientes, al mando del General Cristino Nicolaides, durante el año inicial del Proceso.
Fui detenido el 5 de agosto de 1976 apenas pasada la medianoche por un grupo de unas doce o quince personas, entre militares y civiles. Buscaban a mi hija, que no se encontraba allí.
[…]
Me trasladaron sin vendas al Regimiento de Infantería de Monte N.o 29, donde permanecí en un pasillo hasta las 18 horas de ese mismo día. A esa hora, me llevaron a una habitación que está por detrás de la Guardia, donde pude observar un gran número de personas vendadas y esposas, que se encontraban en compartimientos separados, como si fueran caballerizas.
[…]
Permanecí en el Regimiento 29 durante más de 90 días, pudiendo ver a varias personas que hoy siguen desaparecidas, entre ellas a Zulma Cena, con quien fui careado. (Osiris L. Ayala - Legajo N.o 6364).
Carlos Rolando Genés fue visto por Ismael Rojas (Legajo N.o 6363) en el RIM 29. Carlos era Conscripto y alumno de la Escuela Nacional de Comercio de Formosa y abanderado del turno nocturno. Fue secuestrado en la misma escuela.
En el Regimiento se me informó que se integraría un Tribunal militar para determinar el grado de culpabilidad de mi hermano, por encontrarse sirviendo a la Patria. Se lo acusaba de haber bailado en una fiesta con una extremista y estaba comprometido. El domingo 19 de septiembre de 1976 a las 13 horas un oficial se presentó en mi casa y me ordenó que lo acompañara al Regimiento. Allí, se me dio la noticia de que mi hermano había fallecido a consecuencia de un autoestrangulamiento con una camisa, y que al caer había sufrido un golpe en la columna, falleciendo por falta de atención. Este militar me pidió que no le contara la verdad a mi mamá, porque era muy triste. (Teotista Genés de Ortiz - Legajo N.o 6957).
«La Escuelita»
Fui detenido en mi domicilio de la localidad de Ibarreta, Formosa, por personal de la Policía Provincial. No me registraron en el libro de Entradas. A las 24 horas fui trasladado por personas de civil al Regimiento de Infantería de Monte N.o 29. Allí me desnudaron, me vendaron y me despojaron de mis pertenencias. En un camión nos trasladaron a un lugar que luego reconocí como la «Escuelita» o «San Antonio», donde me torturaron al igual que a otros detenidos. Pude conversar con el Dr. Fausto Carrillo, abogado paraguayo exiliado en Formosa, hoy desaparecido, quien se encontraba muy mal por las torturas. Había perdido las uñas. Durante las sesiones de tortura, me hicieron firmar varios papeles, cuyo contenido yo desconocía, pero que fueron usados en mi contra en el Consejo de Guerra. (Ismael Rojas - Legajo N.o 6363).
Por ser Formosa provincia limítrofe, se registraron casos de coordinación represiva entre Servicios de Inteligencia de ambos países, lo que permitió el intercambio ilegal de prisioneros. Tal el caso del Dr. Carrillo, nombrado por Rojas cuya esposa, de nacionalidad argentina fue secuestrada en Asunción, donde se encontraba visitando a sus suegros, a la par que el abogado paraguayo se encontraba detenido en la «Escuelita» de Formosa. (Dr. Díaz de Vivar, Francisco Javier - Legajo N.o 1739).
En una oportunidad me llevaron a un lugar distante 30 minutos del RIM 29. Allí, un guardia en idioma guaraní dijo: «Aquí hay uno que no es paraguayo. Díganle al capitán que no queremos llevar gente que no sea paraguaya». Se llevaron a 14 detenidos y a mí me reintegraron al Centro Clandestino. (Osiris Ayala, Legajo N.o 6364).
Misiones
Los C.C.D. de Misiones registrados en la Comisión Nacional son: el Escuadrón 8 «Alto Uruguay» de Gendarmería Nacional, la «Casita» cercana al Rowing Club de Posadas, el Servicio de Informaciones de la Policía Provincial, la Comisaría 1 y la Delegación de la Policía Federal. Algunas de estas reparticiones sólo se utilizaron como lugares transitorios para detenidos clandestinos. Los centros de Misiones estaban íntimamente conectados con otros, instalados en las provincias vecinas, y sobre todo con la Brigada de Investigaciones del Chaco, todos bajo jurisdicción del II Cuerpo de Ejército, con asiento en Rosario. Si bien no fueron grandes campos a la manera de otros instalados en zonas más densamente pobladas de nuestro país, se identifican con ellos por la crueldad de los métodos empleados, ya que la tortura indiscriminada fue el denominador común.
Siendo delegado de la Federación Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores en Apóstoles, fui detenido el 8-12-75 y trasladado a dependencias del Regimiento 30 de Infantería de Monte, de donde me llevaron al Distrito Militar Misiones. Fui interrogado por unos oficiales quienes, al no obtener respuesta de mi parte, me llevaron a una casa «operativa» donde fui torturado durante dos días. Me trasladaron luego al Escuadrón 8 Alto Uruguay de la Gendarmería. Volvieron a torturarme y se me obligó a firmar declaraciones. (Raúl Tomas Giménez - Legajo N.o 6947).
Fui detenido a la salida de mi trabajo en Posadas, el 5 de octubre de 1976, por personal de civil perteneciente al Servicio de Informaciones de la Policía de la provincia… Fui introducido en el baúl de un auto y conducido a una casa en las afueras de la ciudad de Posadas, ubicada en las cercanías del Club Rowing. Este lugar se utilizaba para interrogatorios, donde además de las habituales torturas con picanas, golpes, simulacros de fusilamiento y quemaduras, se aplicaba la colgadura de los detenidos por los brazos o pies. Sufrí todas esas torturas. Estando al borde del delirio a causa de la sed, uno de los guardias me descargó un paquete de pimienta en la boca. Luego fui trasladado nuevamente a Informaciones, siendo torturado con picana para obligarme a firmar una declaración, cosa que no pude hacer ya que tenía paralizados en forma total los dos brazos. Me amenazaron con llevarme de nuevo a la casita, o «escuelita para mudos» como la llamaban ellos. Esto se produjo dos días antes de que me trasladaran a la Cárcel de Resistencia. (Ricardo Cáceres - Legajo N.o 7698).
Fui secuestrado el 20 de octubre de 1976. Los secuestradores, a medio vestir y atándome las manos con mi propio cinto, me metieron en una camioneta y me encapucharon. Me llevaron a un lugar que no pude reconocer, donde había gran cantidad de personas. Allí fui picaneado. Antes de ser trasladado a Informaciones de la Policía provincial, estuve alojado en un lugar que posteriormente pude reconocer como la Delegación de la Policía Federal en Posadas. Allí fui sometido a otra sesión de torturas con golpes y picanas. En esa oportunidad perdí una uña del pulgar del pie derecho, en circunstancias que no puedo recordar. (Aníbal Rigoberto Velázquez - Legajo N.o 7699).
Centros Clandestinos de Detención en Santa Fe
A partir de las denuncias registradas en la Comisión, se ha podido establecer la existencia de cuatro C.C.D. que funcionaron como circuito dentro de la represión clandestina. Todos ellos —bajo la jurisdicción del II Cuerpo de Ejército— corresponden al Área de Seguridad 212, cuyo jefe era en 1976 el Coronel Rolón (Legajo N.o 7503), mientras que el Coronel José María González (Legajo N.o 7503) del Grupo de Artillería 121 se desempeñó durante ese año y el siguiente como Jefe de Policía de la Provincia de Santa Fe. Y era precisamente la Brigada de Investigaciones, sita en Obispo Gelabert y San Martín, el lugar de recepción de detenidos, tanto de la capital como de zonas aledañas. Luego de un corto proceso de «ablandamiento» eran conducidos a la Comisaría 4.a, el centro de reunión de información (CRI) del área. Cuando el número de detenidos así lo requería, algunos eran derivados a un local de la U.D.A. (Unión de Docentes Argentinos), que no era ocupado por el gremio, y se convirtió en una especie de «aguantadero» para detenidos clandestinos.
El final del circuito era la Guardia de Infantería Reforzada, desde donde generalmente eran legalizados y remitidos a una cárcel legal, o bien liberados. Y cabe señalar que el rasgo particular de esta área es sin duda la proporción importante de personas que reaparecieron de una u otra forma, después de padecer todo tipo de penurias en el circuito clandestino. El resto de la metodología, incluyendo el robo y saqueo, no ofrece diferencias con las denuncias registradas en otras zonas del país.
La Sra. Mónica Martínez (Legajo N.o 7509) es secuestrada en Reconquista (Santa Fe) el 19 de octubre de 1976. A las 12 horas de su secuestro es trasladada a la ciudad de Santa Fe, a las de pendencias policiales ubicadas en Obispo Gelabert y San Martín. Es golpeada y torturada con picana durante varios días. A fines de noviembre es conducida «a una casa desocupada, junto con otras cinco personas, ubicada en la calle San Martín frente al Convento de San Francisco. En las paredes pudo ver afiches pertenecientes a UDA». Allí permanece 10 días, para ser luego trasladada a la Comisaría 4.a donde permanece dos meses. El 1.o de febrero de 1977 es llevada a la Guardia de Infantería Reforzada quedando allí hasta el 2 de mayo de 1977 en que es legalizada y conducida a Devoto.
Brigada de Investigaciones
Era un lugar de tortura y «ablande». Se torturaba en el entrepiso, es decir debajo de la casa del Jefe de la Policía Provincial, ubicada en la planta alta. Generalmente en este lugar se recibía a los secuestrados recién llegados, no sólo de la ciudad, sino también de otros puntos de la provincia.
Esa misma noche somos trasladados de Reconquista a Santa Fe por personal de la Policía Federal de Santa Fe en un micro de la Fuerza Aérea, junto con otros once detenidos. Fuimos alojados en Obispo Gelabert y San Martín donde nos vendan los ojos y nos esposan. (Testimonio de Alejandro Faustino Córdoba - Legajo N.o 7518).
Guardia de Infantería Reforzada
Se trata de un centro de detención que recibía detenidos-desaparecidos y que los derivaba. Generalmente se los legalizaba pasando a las unidades carcelarias de la zona.
Stella Maris Vallejo (Legajo N.o 7505) y Patricia Traba (Legajo N.o 7505/1), fueron trasladadas de la Comisaría en que estaban a la Guardia de Infantería Reforzada. El operativo estaba a cargo del Comisario Perizotti (Legajo N.o 7474 y 7505). Permanecieron durante un año en ese lugar.
Durante los primeros meses fuimos constantemente interrogadas en ese lugar por personas que no se identificaban, encapuchadas y bajo amenazas. El traslado de la habitación donde estábamos alojadas hasta el lugar de interrogatorio era efectuado por personal de la Guardia de Infantería Reforzada. (Posteriormente fueron legalizadas).
Comisaría Cuarta
A pesar de tratarse de un lugar legal de detención recibían constantemente detenidos no reconocidos. Evidentemente, dado que casi todos los testimonios que fueron recogidos por la CONADEP, Delegación Santa Fe, señalan que en alguna oportunidad pasaron por este lugar, concluimos que se trataba de un centro de información. La tortura y los malos tratos eran el método de interrogatorio.
En ese lugar éramos 26 o 27 personas detenidas. Mientras nos torturaban ponían en marcha un motor para evitar que los gritos se escucharan desde afuera. (Alejandro F. Córdoba - Legajo N.o 7518).
Otras denuncias que nos fueron efectuadas señalan que fueron trasladados presos detenidos en la cárcel de Coronda para ser torturados e interrogados en la Comisaría IV (Efren I. Venturini - Legajo N.o 7508 y Roberto Cepeda - Legajo N.o 7474).
En el mes de noviembre de 1977 Rubén Viola (Legajo N.o 7519) es sacado del penal de Coronda para ser trasladado a la Comisaría IV. Allí es nuevamente torturado para obtener información y firma así una declaración. Luego de varias sesiones de tortura es interrogado por el Secretario del Juzgado Federal Dr. Brusa (Legajo N.o 7474 y N.o 7519) en la misma Comisaría; cuando el declarante mencionó al magistrado los apremios que habla sufrido, éste se rio y le aconsejó que no insistiera en eso porque lo podrían tratar peor aún. Luego lo volvieron a llevar a Coronda.
Asimismo, Rubén Maulin (Legajo N.o 7525) y Juan Carlos Pratto (Legajo N.o 7526) dicen en su testimonio que:
Cuando nos toman las declaraciones indagatorias en la seccional IV, en presencia del Juez Federal Mántaras (Legajo N.o 7474 y N.o 7518) y los Secretarios Monti (Legajo N.o 7474) y Brusa (Legajo N.o 7474 y 7519), nos encontrábamos descalzos, mojados y con signos de haber recibido apremios de todo tipo; y como ignorando nuestro estado nos preguntaban si habíamos sido objeto de malos tratos y ante nuestra respuesta afirmativa respondieron que la habíamos sacado liviana.
Centros Clandestinos de Detención en Rosario
Esta parte importante del país se encontró sujeta al accionar del II Cuerpo de Ejército, cuya comandancia tiene asiento en Rosario, y en la cual se sucedieron los generales Genaro Díaz Bessone, Leopoldo Fortunato Galtieri y Arturo Jáuregui durante los años de la represión.
En el área de referencia, el número de desapariciones fue menor en comparación con otras zonas del país, pero con la misma cuota de ilegalidad de las detenciones, torturas y ensañamiento, que muchas veces culminó en asesinatos.
Las características de funcionamiento de los grupos operativos en el sur de la provincia de Santa Fe varió según las zonas. Villa Constitución muestra algunas particularidades trágicas, ya que en esa localidad el terror se sembró sobre el conjunto de la población. La represión en esta populosa zona fabril comenzó antes del 24 de marzo de 1976, con el accionar de las «3 A» y otras bandas parapoliciales:
Vivía con mi padre, mi madre y dos hermanos. El grupo que irrumpió en mi casa vestía de civil, nos sacaron de la pieza y el jefe nos pasó un papel para que señaláramos si conocíamos a algunas personas. Había tres nombres, los de Andino, Ruescas y Tonso… Mi padre se llamaba Pedro Antonio Reche y trabajaba en Acindar. Se lo llevaron y a la mañana un hombre encontró su cadáver y los de Tonso y Andino en el camino «La Blanqueada». (Testimonio de Rubén Pedro Reche).
El testimoniante adjunta una revista, donde reconoce al jefe del operativo: Aníbal Gordon («Gente», 12 de febrero de 1984).
Los trabajadores de Acindar fueron objeto de constantes represalias, y de los diversos testimonios recogidos surge la participación combinada de organismos de seguridad con un grupo no gubernamental denominado «Los Pumas».
Al respecto, vale la descripción formulada en el testimonio del Comisario Inspector Carlos Roberto Rampoldi, quien se desempeñara como jefe del Servicio de Informaciones de Villa Constitución:
… en ese momento el grupo de Los Pumas estaba ya acantonado en la fábrica Acindar, cumpliendo tareas. Este grupo tenía su lugar de asentamiento cerca de Vera y en ese momento había en Villa una Fuerza de Tarea conformada por unos 40 hombres… estaban un mes y los renovaban por otro contingente; estaban dirigidos por personal de baja categoría… con respecto al caso de Jorge Sklate… en esa época estaban Los Pumas y la Fuerza de Tareas. Yo les pido verbalmente noticias pero decían que no sabían, que iban a averiguar.
A partir de 1976, los detenidos comienzan a ser conducidos a dependencias del Ejército, como se desprende del testimonio de José Américo Giusti, presentado ante la delegación Rosario de la CONADEP:
El 1.o de octubre de 1976 fui detenido por el Ejército en mi taller de Villa Constitución. Me trasladaron en un camión militar hasta mi domicilio particular para cambiarme de ropa. Al salir de mi casa, me vendaron los ojos, me taparon con unas mantas y después de dar unas vueltas me introdujeron en un galpón del Ejército.
Los secuestrados en las localidades próximas a Rosario en gran parte confluían al C.C.D. del Servicio de Informaciones de la Jefatura de Policía Provincial, que centralizaba el accionar represivo. Por allí pasaron cientos de secuestrados. Dicho centro estaba dirigido por el jefe de policía, Comandante de Gendarmería Agustín Feced, quien, a tenor de los testimonios recibidos, secuestraba y torturaba en forma personal:
Feced me expresó que iban a trasladar a mi hija a Jefatura y que me la entregarían. Me dijo que me entretuviera mirando las fotos de unos álbumes de gran tamaño. No pude ver más de dos páginas. Eran fotos en colores de cuerpos destrozados de ambos sexos, bañados en sangre. Feced me expresó que lo que estaba viendo era sólo una muestra, que él era el hombre clave que iba a barrer con la subversión. (Testimonio de Teresa Ángela Gatti, en autos caratulados «Agustín Feced y otros»).
Relata el agente de policía Héctor Julio Roldán:
… Por orden del Comandante fueron sacados a la vía pública. Los hicieron sentar dentro del auto, que era un Fiat 128 celeste, y el Comandante Feced desde otro auto les disparó a quemarropa con una metralleta.
Igualmente, testimonia en sentido similar el agente Carlos Pedro Dawydowyz, de la Sección Mantenimiento de los vehículos empleados por el Servicio de Informaciones desde 1976 a 1978:
… en el año 1977, aproximadamente, fueron sacadas 7 personas del Servicio de Informaciones… y se los traslada hasta Ibarlucea (localidad cercana a Rosario) bajo el pretexto de que serían trasladados a Coronda. Estos individuos no eran legales, estaban por izquierda; no estaban asentados en ningún Libro de Entradas ni nada por el estilo, habían sido detenidos 2 o 3 días antes. Una vez en Ibarlucea se los hace descender cerca de la comisaría de esa localidad, más o menos 150 metros antes y los acribillan a balazos. En esa oportunidad estaba Feced, que comandaba todo y les grita a los empleados que estaban dentro de la Comisaría y él mismo balea todo el frente del edificio con una ametralladora a los fines de hacer creer que era un intento de copamiento de la Seccional. Yo estaba presente en esa oportunidad y pude ver todo lo que pasó…
En otras oportunidades, en lugar del traslado al Servicio de Informaciones, se destinaban los secuestrados a algunos de los tantos campos de detención de no menor envergadura que existieron en esa zona. Entre ellos podemos citar La Fábrica Militar de Armas Portátiles, ubicada en la avenida Ovidio Lagos al 5200 de la ciudad de Rosario.
Hacia fines de junio viene al lugar Galtieri. Ese día nos dieron mate cocido con azúcar y nos hicieron bañar. El Comandante entrevistó a cada uno personalmente. A mí me preguntó si sabía quién era él; me dijo que era la única persona que podía decidir sobre mi vida (Testimonio de Adriana Arce).
Nos dijeron que teníamos un número y que cuando llegara la persona que venía a vernos y nos llamasen por ese número, teníamos que responder. Esa noche vino el Segundo Comandante Jáuregui. (Del mismo testimonio anterior).
En caso de ser legalizados, los secuestrados eran remitidos a la Cárcel de Coronda —en el caso de los hombres— y al Penal de Villa Devoto de Capital Federal —cuando se trataba de mujeres— generalmente «a disposición del PEN». Al cesar en su calidad de detenidos, en la mayoría de los casos fueron remitidos nuevamente a Rosario, en especial a la sede del Comando del II Cuerpo de Ejército. Allí se les dirigía un discurso antes de dejarlos en libertad.
Galtieri nos preguntó los nombres uno por uno. Cuando llegó mi turno me hizo una perorata sobre su satisfacción de darme la libertad en nombre del Presidente de los argentinos, el Gral. Videla. Me aconsejó que recordara siempre los colores de nuestra bandera «que cubren el cielo de nuestra Patria». Que fuera a mi casa, que ayudara a mi nuera a cuidar a sus hijas y, para colmo de ironías, me pidió que olvidara todo lo que había pasado y que no odiara al Ejército. Yo quiero hacer responsable a Galtieri de la destrucción de mi familia. (Testimonio de Juana Elba Ferraro de Bettanin, quien además de su detención y tortura sufrió la pérdida de sus tres hijos).
Fábrica Militar de Armas Portátiles «Domingo Matheu»
El 13 de septiembre de 1984 miembros de la Comisión Nacional con la Delegación Rosario se constituyeron en la Fábrica Militar «Domingo Matheu».
Procedieron a recorrer las instalaciones según las descripciones de las mismas que habían formulado cuatro testigos que intervinieron en el reconocimiento, pidiendo reserva sobre sus nombres. Estos testigos identificaron con toda claridad la parte del edificio en la Fábrica Militar que estaba reservada al alojamiento de detenidos, a saber: la que da sobre la calle Sin nombre, más conocida como Paredón Sur. Allí, por una puerta que fue construida a fines de 1976 ingresaban los vehículos que transportaban a los detenidos y éstos eran alojados transitoriamente en una cocina que es también reconocida de inmediato por los testigos en el curso del procedimiento. Desde esta cocina los testigos pudieron ubicar la sala de torturas contigua. O sea que tenían transitoriamente a los detenidos esposados y vendados en la cocina, hasta que les tocara el turno de pasar a la sala de torturas. Un poco más adelante se encuentra una vieja caballeriza, adonde eran alojados los detenidos que se encontraban hacinados, en pésimas condiciones de salubridad, sufriendo todos ellos las consecuencias de los tormentos y sin tratamiento médico alguno.
Los detenidos ilegalmente en las condiciones ya mencionadas, en la antigua caballeriza, eran visitados periódicamente por personal militar.
Centros Clandestinos de Detención en la Provincia de Córdoba
En la Provincia de Córdoba los de principal actividad ilegal fueron los denominados: «La Ribera», «La Perla», «La Perla Chica», «Hidráulica» y la División de Informaciones de la policía provincial. Conectados con estos centros funcionaron la Comisaría de Unquillo, la Subcomisaría de Salsipuedes y el Destacamento Caminero de la localidad de Pilar.
Constituyeron un verdadero sistema que se completaba con la Unidad Penitenciaria N.o 1 de Córdoba, destinada a albergar en condiciones infrahumanas a detenidos legalizados que —después de pasar por algunos de los campos— eran sometidos a Tribunales Militares o puestos a disposición del PEN.
La custodia de los campos bajo dependencia militar y de la UP 1 estuvo a cargo de Gendarmería Nacional, a través del Destacamento Móvil N.o 3 con asiento en la ciudad de Jesús María.
La Ribera
La Prisión Militar de Encausados «Campo de la Ribera», se transformó en C.C.D. a partir de 1975. La investigación practicada ha permitido corroborar tal funcionamiento.
Nos enviaban a La Ribera por períodos de veinte días aproximadamente, siempre acompañados por oficiales de Gendarmería… Estuve allí seis veces y pude observar a unos treinta detenidos, hombres y mujeres, alojados en una cuadra. Todos los días venían miembros de Inteligencia del Batallón 141. Cuando lo hacían por la noche, generalmente traían «paquetes», como se denominaba comúnmente a los detenidos. Cuando los llevaban a interrogar a veces nos ordenaban que los «ablandásemos», lo cual consistía en someterlos a duros castigos en un terreno ubicado en las proximidades del río. (Testimonio del Gendarme Carlos Beltrán - Legajo N.o 4213).
Existía una habitación para los interrogatorios. Allí pude ver cómo se torturó a los detenidos, sumergiéndolos en un tambor con agua. Entre los interrogadores recuerdo a «H.B.», «Gino», «Vargas» y «Fogo». (Gendarme José María Domínguez - Legajo N.o 4213).
Justamente de la declaración testimonial del Tte. Cnel. Juan Carlos Lona, efectuada ante el Juzgado Federal N.o 2 de Córdoba el 27 de junio de 1984, así como de otras constancias que lo corroboran, el retiro en el mes de diciembre de 1975 del personal ordinario que cumplía funciones en dicha prisión militar, significó su transformación en cárcel clandestina:
Me desempeñé entre 1971 y 1977 como Jefe de la Prisión Militar de Encausados de Córdoba. En diciembre de 1975, en cumplimiento de órdenes emanadas del Comando del III Cuerpo de Ejército, se trasladó a todo el personal a la Guarnición de La Calera. La responsabilidad directa sobre los civiles que pudieran estar alojados allí pasó al mencionado Comando.
La denuncia efectuada por esta Comisión ante la Justicia sobre el caso de Amelia Nélida Inzaurralde —que fue retirada de la cárcel del Buen Pastor y trasladada a La Ribera, donde falleció a causa de las torturas— motivó el procesamiento del Gral. Juan Bautista Sasiaiñ. El juez de la causa, Dr. Gustavo Becerra Ferrer, es elocuente en respaldo de lo expuesto, cuando dice textualmente en los considerandos de su resolución:
En consecuencia, atento al cargo que detentaba el declarante (lo cual permite tener sus dichos como una fundada y autorizada versión) resulta claro que el responsable inmediato de la Prisión Militar era el procesado Sasiaiñ, y en el orden jerárquico superior, el Comandante de Cuerpo, el General Luciano Benjamín Menéndez.
[…]
Que de lo determinado más arriba puede observarse claramente que el lugar de detención «Campo de la Ribera», no era una «Prisión Militar», sino un establecimiento de Detención de Civiles que conservó sin embargo, esta última denominación, que no es discutible en cuanto tal, pero sí en orden a su finalidad en tal sentido; conforme al organigrama confeccionado por Sasiaiñ a fs. 93, la responsabilidad funcional máxima correspondía al titular del área 311.
La Perla
Fue el C.C.D. más importante de Córdoba, ubicado sobre la ruta nacional N.o 20 que lleva a Carlos Paz, donde funciona actualmente el Escuadrón de Exploración de Caballería Aerotransportada N.o 4.
Por su volumen, naturaleza y capacidad operativa es solamente comparable con Campo de Mayo o la ESMA. Fue incorporado a la red de C.C.D. a partir del golpe militar.
Se estima que por este campo han pasado más de 2200 personas entre esa fecha y fines de 1979.
Desde La Perla se coordinó la actividad represiva ilegal en todo el territorio de la provincia. Desapariciones ocurridas a centenares de kilómetros fueron planificadas y ordenadas desde allí; también se manejaban las conexiones con los centros clandestinos del resto del país.
Esta Comisión realizó constataciones en La Perla, con la participación de testigos que reconocieron todos y cada uno de los lugares donde vivieron días de horror.
El gendarme Beltrán también cumplió funciones de guardia en La Perla, las cuales tenían las mismas características que en La Ribera:
En La Perla cubríamos puestos externos en las garitas de vigilancia e internos en el edificio. Los gendarmes éramos los encargados de llevar a los detenidos a una sala donde había un cartel que decía: «Sala de terapia intensiva - No se admiten enfermos». Allí presencié la tortura a detenidos. Se mencionaba insistentemente que el llamado «Yanqui» era un delincuente común, que había sido sacado de la cárcel por orden expresa del Gral. Menéndez, para cumplir con todas las tareas específicas relacionadas con los automóviles. Recuerdo haber visto en tres oportunidades al Comandante del III Cuerpo. Una fue para alguna fecha patria, y las otras dos fueron inspecciones de la sala de interrogatorios, de la cuadra de detenidos y de una habitación donde se guardaban los elementos sustraídos en los allanamientos y secuestros. (Gendarme Carlos Beltrán - Legajo 4213).
En una oportunidad pude observar en la sala de tortura, la muerte de uno de los detenidos. El cuerpo fue luego sacado de la habitación y colocado en el interior de una casilla de gas, lugar donde se apilaban los cadáveres para después trasladarlos en un camión con rumbo que desconozco. (Gendarme José María Domínguez - Legajo N.o 4213).
Además de constituir un centro de privación ilegítima de la libertad y aplicación de tormentos, La Perla fue un campo donde se practicaron ejecuciones sumarias, dentro de una política de exterminio.
Como anexo de este campo, funcionó otro C.C.D. situado en los terrenos colindantes, que recibió el nombre de Perla Chica o «Malagueño». De dimensiones mucho más reducidas que el anterior, este C.C.D. fue reconocido en los procedimientos realizados por esta Comisión. El siguiente testimonio nos brinda detalles sobre su existencia y características:
Estábamos detenidos en la cárcel de encausados de Villa María, para la época del mundial de fútbol, cuando una madrugada nos cargaron en un camión, vendados y atados. Hicimos una breve parada en Córdoba y luego proseguimos viaje hasta llegar a un lugar. Primero estuvimos en una habitación y luego nos llevaron a una cuadra. Poco después nos devolvieron a la habitación pequeña. Ya sabíamos que se trataba del campo llamado Malagueño. En esa celda nos tuvieron una semana parados, vendados y atados de pies y manos con alambres, sin comer y bebiendo de vez en cuando agua salada. Allí debíamos hacer nuestras necesidades, eso era un verdadero chiquero. Al que caía vencido por el sueño y el cansancio, lo golpeaban con saña. Uno por uno pasamos por la tortura para ser interrogados. En una oportunidad advertí la presencia de alguien muy importante. Oí entre los guardias —que estaban muy nerviosos— el nombre de Maradona, 2.do Comandante del III Cuerpo. (Pujol - Legajo N.o 4080).
Casa de la Dirección General de Hidráulica del Dique San Roque
En la casa de la Dirección Provincial de Hidráulica, ubicada cerca del paredón del dique San Roque en Carlos Paz, funcionó un C.C.D. Su incorporación al circuito data de 1976, según consta en un informe de esa Dirección, entregado a la CONADEP:
La casa asignada a la presidencia fue entregada a la Policía de Córdoba con el objeto de custodiar la obra del dique San Roque, en el período que va del año 1976 a 1979, durante el cual no pudimos inspeccionarla.
La CONADEP realizó procedimientos con la participación de testigos, lo cual permitió verificar sin lugar a dudas el funcionamiento en ese lugar de un centro clandestino de detención, utilizado para distintos fines: como lugar de tránsito o de tortura para detenidos de otros campos, o como centro de desarme de vehículos utilizados en la represión o robados en la vía pública para los mismos fines. Prueba de ello es el testimonio del señor a J.C. (Legajo N.o 6139):
Pude observar en el patio de la casa, vehículos que eran desarmados o virtualmente desmantelados. Recuerdo un Renault 12, entre otros. Los vehículos deben haber sido arrojados al dique, porque pude ver una vez diversos chasis, cuando bajaron las aguas.
Esto fue corroborado por la CONADEP, ya que se rescataron automóviles en ese lugar por medio de buzos, entre ellos el R 12 mencionado.
El 9 de julio de 1978, se encontró el cadáver de un hombre joven, maniatado, presentando golpes, quemaduras y extremidades fracturadas, enterrado en un pozo cercano al chalet de Hidráulica. Dicho hallazgo, y la participación de la policía de Carlos Paz, quedaron asentadas en el «Libro de Tareas y Novedades del Destacamento de Náutica, Caza, Pesca», y en el libro de sumarios de la policía local, con fecha julio de 1978. El Juez actuante fue el de Instrucción, quien giró las actuaciones a la División de Inteligencia UR 3. Esta Comisión comprobó que, ni en la justicia ni en la DI UR 3, fueron asentadas las constancias de referencia.
Unidad Penitenciaria N.o 1
Los traslados de detenidos entre diferentes centros, alcanzaron a personas, «legalizadas» que se encontraban alojadas en las unidades penitenciarias de El Buen Pastor, Cárcel de Encausados y Unidad Penitenciaria Provincial N.o 1, quienes fueron sacadas en diversas oportunidades para ser llevadas a los C.C.D. De dicha actividad se han obtenido fichas, donde constan los lugares de procedencia y destino.
La UP 1 reviste particular importancia dentro del esquema de la represión clandestina en Córdoba, ya que fue virtualmente ocupada por fuerzas del Ejército a partir del 2 de abril de 1976 y hasta el mes de noviembre del mismo año.
Los testimonios recogidos permiten presumir que las personas detenidas se encontraban sujetas a una total incertidumbre sobre su destino:
Estuve con Gustavo De Breuil y Jorge Oscar García en la misma celda. Como se sabe, ambos fueron muertos por fuerzas militares, quienes argumentaron en la información entregada a la prensa que se trató de un «intento de fuga». Ese asesinato fue presenciado por Jorge De Breuil, ya que lo obligaron a asistir a la ejecución del grupo donde se encontraba su hermano, diciéndole que nos contara luego cómo había sido, ya que nos iba a pasar lo mismo a todos. Asimismo, delante de todos nosotros fue ejecutado el detenido Bauduco, el 5 de julio de 1976. Un suboficial del Ejército lo golpeó en la cabeza, y como no podía levantarse lo amenazó con matarlo. Extrajo una pistola, la montó y le disparó en la cabeza. El 14 de julio de ese año, pude ver desde la ventana de la celda cuando era estaqueado en el patio el detenido René Moukarzel, a quien se le arrojaba agua fría y se le propinaban golpes. Murió durante la madrugada. El Teniente Alsina tuvo activa participación en este hecho. Hasta diciembre de 1976 se registraron 28 presos políticos muertos en distintas circunstancias, debido al régimen imperante en ese penal. (José María Niztschman - Legajo N.o 7597).
En algunas oportunidades se recurrió a la práctica de mantener como rehenes a detenidos:
En junio de 1977 fui trasladado como rehén desde la Unidad 9 de La Plata a Córdoba, junto con otras 23 personas. Nos llevaron a La Perla, donde un oficial nos comunicó un mensaje personal del Gral. Menéndez. Este oficial nos señaló que «La Hiena» —así gustaba ser llamado Menéndez— había decidido que si durante el viaje que el presidente Videla haría al norte sucedía algún atentado terrorista, seríamos nosotros quienes pagaríamos culpas ajenas. La lista era curiosa: si moría un soldado, alguien del público o algún trabajador, entonces moríamos cuatro de nosotros, si la víctima en cambio era un suboficial, la equivalencia aumentaba, y así a medida que la escala ascendía, llegábamos como es lógico a la figura de Videla. En ese caso, sin vacilar seríamos pasados todos por las armas. (Jorge Bonardel - Legajo N.o 5782).
A fines de febrero de 1978, trajeron a quince de los rehenes que habían estado anteriormente en La Perla. Los trasladaron desde el penal de Rawson, diciéndoles que si sucedía algo durante el mundial de fútbol, serían asesinados. En abril de ese año cuando por primera vez la Cruz Roja Internacional pudo entrar al III Cuerpo a visitar a los presos políticos, se produjeron cuatro hechos.
Primero, los quince rehenes nombrados, más otros detenidos que no estaban a disposición del PEN, fueron ocultados en otro pabellón.
En segundo lugar, algunos «colaboradores» de La Perla que estaban bajo el régimen de libertad vigilada, fueron llevados a La Ribera para ser entrevistados por el organismo internacional, lo cual constituyó una farsa.
Tercero, otros detenidos-desaparecidos como Porta y Carlos Massera —quien después me lo cuenta— fueron sacados de ese campo para evitar que los vieran los visitantes.
Por último, trece de los detenidos legales de la UP 1, entre los que me encontraba, fuimos también llevados, a La Ribera por unas horas, y allí el Capitán Barreiro amenazó con matarnos a todos si decíamos algo durante la visita al penal por parte de la Cruz Roja. (Guillermo Puerta - Legajo N.o 4834).
División de Informaciones de la Policía Provincial (D2)
Esta dependencia de la policía provincial constituyó un importante centro operativo. En las distintas elevaciones realizadas a la Justicia Federal, hemos señalado la relación existente entre la denominada «D 2» y los C.C.D. La Ribera y La Perla. Asimismo surge de las fichas del servicio penitenciario obtenidas, que las personas alojadas en las unidades penales eran trasladadas a esta División de Informaciones para ser sometidas a nuevos interrogatorios.
A efectos de precisar las funciones que cumplió la «D 2», transcribimos el testimonio de Horacio Zamame (Legajo N.o 7595).
Fui detenido por personal de la policía provincial el 12 de noviembre de 1976 en mi lugar de trabajo. Me condujeron al Departamento de Informaciones, ubicado entonces en la Jefatura. Allí fui palpado de armas y despojado de mis pertenencias. Luego me vendaron y esposaron. Permanecí en ese lugar durante cinco días, sometido a apremios ilegales de distinto tipo.
Procedimientos de la CONADEP en Córdoba
La Perla: El 3 de mayo de 1984, se procedió a efectuar un reconocimiento del cuartel del Escuadrón de Caballería Aerotransportada N.o 4, donde funcionó el C.C.D. La Perla, con la participación de dieciséis testigos. Éstos reconocieron inmediatamente las losetas de hormigón y el mástil del patio de entrada, donde algunos de ellos fueron sacados a tomar sol.
Perelmuter (legajo N.o 3950) identificó el hall de entrada y las cinco oficinas. Dijo reconocer la pared de la derecha, donde los sometieron a un simulacro de fusilamiento. También Ana María Mohamed (legajo N.o4306) se situó perfectamente en el hall, el cual ya había descripto en su denuncia:
Es aquí, entrando a la izquierda, en la segunda y tercera habitación, donde fui interrogada por Luis Manzanelli.
En la cuadra, todo permanece de la misma forma, salvo los jergones donde permanecieron los detenidos, a veces separados por biombos y que fueron cambiados por cuchetas para conscriptos. El conjunto de los liberados reconoció unánimemente los baños, retretes y mingitorios. La grifería era la misma.
Saliendo al exterior, reconocieron la puerta de chapa de un galpón:
«Este es el lugar donde aplicaban torturas», dijo Contemponi (legajo N.o4077). También identificaron el lugar donde estuvieron ubicados los implementos de tortura, asociando cada sitio con las personas que allí se vieron:
«La pared que enfrenta la puerta de entrada, sobre el pasillo, representa para mí un mojón, casi una lápida —dijo Estela Berastegui— allí vi con vida por última vez a mi hermano. Se quejaba de dolor, se le aflojaban las piernas, mostraba signos de tortura y pedía ser atendido por un médico», (legajo N.o 3319).
Igualmente patética resultó la declaración de Elmer Fessia (legajo N.o 4075): «En esta primera oficina que da al hall, había un elástico igual al que está ahora. Allí estaba tendido el Dr. Eduardo Valverde, quien era golpeado por un grupo de personas, mientras a mí me interrogaba un capitán. Se quejó durante toda la noche y después dejé de escucharlo».
Todo esto constituye una mínima parte de las situaciones vividas durante el reconocimiento de La Perla. La coincidencia y unanimidad de los datos recogidos en los testimonios, fue corroborada in situ punto por punto, debido a las pocas transformaciones producidas en la construcción.
Malagueño:
Luego de la inspección de La Perla, se procedió a reconocer el centro denominado La Perla Chica, ubicado en la entrada a la localidad de Malagueño. Este lugar corresponde a la Sección de Exploración del III Cuerpo.
Los testigos Pujol (Legajo N.o4080), Rata Liendo (Legajo N.o4081), Acuña (Legajo N.o 4082), Casas (Legajo N.o 4831), Mohamed (Legajo N.o4306) y Basi de Rodríguez (Legajo N.o4083), constataron que el acceso a la unidad como las construcciones existentes a la derecha de la entrada, se mantienen igual. También fue coincidente el reconocimiento de la construcción principal, donde se emplazan las oficinas, y el de la cuadra para alojamiento de detenidos.
La construcción adyacente fue identificada como alojamiento de los gendarmes. El testigo Rata Liendo describió el interior de la construcción todo lo cual fue confirmado en la inspección. Asimismo fueron corroborados infinidad de detalles refrendando la veracidad de las precisiones sobre el lugar que con anterioridad habían producido los testigos. La coincidencia que manifestaron en todas sus apreciaciones, permite afirmar sin lugar a dudas que allí funcionó el C.C.D.
La Ribera:
El cuartel de la Prisión Militar de Encausados de Córdoba se encuentra al este de la ciudad, en el barrio San Vicente. Sus instalaciones ocupan un vasto predio próximo al cementerio.
Mohamed reconoció el lugar donde la habían llevado para recuperarse de las heridas provocadas por la tortura a la que fue sometida en La Perla. Luis Ludueña (Legajo N.o 5229), reconoció la cuadra donde estuvo alojado. Guillermo Puerta (Legajo N.o 4834) describió los lugares antes de entrar a los mismos, reconociendo en el acto la modificación que se había producido en el hall de entrada. Todo se confirmó a medida que se recorría cada uno de los sitios descriptos. Olindo Durelli (Legajo N.o 4300) y Arturo Ruffa (Legajo N.o 4244), confirmaron inmediatamente algunos detalles que habían podido ver durante su cautiverio. Asimismo, Ludueña y Wilfredo Meloni (Legajo N.o 4208) aportaron nuevos elementos probatorios.
Marta Aguirre (Legajo N.o 4211), además de las instalaciones, reconoció como dato particular «los bancos donde me tuvieron sentada y la vereda angosta de material que termina en una canaleta, donde comíamos en platos con el escudo del Ejército Argentino».
Casa de Hidráulica:
El 21 de junio de 1984 se procedió al reconocimiento del inmueble perteneciente a la Dirección Provincial de Hidráulica, en el Dique San Roque, con la participación de tres testigos: Juan José López (Legajo N.o 6133), Raúl Aybar (Legajo N.o 6136) y Carlos Vadillo (Legajo N.o 6134), quienes reconocieron unánimemente la ubicación y el aspecto general de la casa: la escalera de lajas de la entrada y la galería de baldosas rojas y blancas. Antes de entrar, dieron la ubicación del baño y la de una ventana, desde donde se podía ver una pequeña parte del lago. Asimismo, previo al ingreso, describieron la ubicación del garaje y de las escaleras que nacen de allí, todo lo cual fue constatado al entrar en la casa. Ya en el interior, fueron dando los sitios donde se encontraban situados los muebles y los lugares donde permanecieron durante el período de su detención. Las coincidencias, la unanimidad y la espontaneidad que revelaron los tres testigos, no permiten guardar la menor duda de que se trataba del inmueble donde estuvieron detenidos ilegalmente.
Centros Clandestinos de Detención en la Provincia de Mendoza
En ocasión de las dos visitas de la CONADEP a Mendoza, más de medio centenar de personas que estuvieron detenidas-desaparecidas durante espacios de tiempo más o menos prolongados, concurrieron a la Cámara de Diputados de la Provincia donde esta Comisión se había constituido, brindando el testimonio de los hechos vividos por ellos durante su cautiverio.
Además, se recibieron 150 denuncias de otras tantas desapariciones.
La falta de testimonios que aporten daros sobre estas últimas, nos hace pensar en las siguientes hipótesis:
1. Que algunos desaparecidos hayan sido llevados a otra área del III Cuerpo.
2. Que las fuerzas que operaron hubieran procedido a la eliminación rápida de muchos detenidos, haciendo desaparecer sus cuerpos en alguno de los múltiples lugares que ofrece la geografía de la provincia.
Veamos el cuadro general, que en cuanto a la señalización de sitios secretos de detención, ofrece explícitamente lo expresado por los testimoniantes.
Liceo Militar General Espejo
El 26 de marzo de 1976, secuestrado de mi domicilio, encapuchado y maniatado, fui trasladado al Liceo Militar General Espejo, donde me mantuvieron por espacio de 15 días. Durante ese tiempo pasaron por ese lugar cerca de 500 detenidos. (Enrique Carmelo Durán - Legajo N.o 5188).
Fui secuestrado junto a toda mi familia el 29 de marzo de 1976. Nos trasladaron a la Comisaría 25 de Guaymallén) donde estuvimos toda la noche para ser trasladados al día siguiente al Palacio de Policía, donde permanecimos por 10 días en la sección D-2. De allí nos separaron. Yo fui al Liceo Militar General Espejo. En ese lugar estaban detenidas varias personalidades del gobierno constitucional destituido, periodistas, sindicalistas, etc. El trato era correcto, pero cuando nos llevaban a interrogar éramos encapuchados y se nos amenazaba con una bayoneta en el cuello. (José Vicente Nardi - Legajo N.o 6834).
VIII Brigada de Infantería de Montaña
Fui secuestrado el 2 de junio de 1976 por una patrulla militar que penetró en mi domicilio a las tres de la madrugada. Revisaron todo buscando un supuesto mimeógrafo. Después de maniatarme y vendar mis ojos, me trasladaron en un camión con rumbo desconocido, hasta que llegamos a un lugar que ellos llamaban «R.D.» (Reunión de Detenidos). El sitio donde estábamos era el Comando VIII de Comunicaciones, dentro de la VIII Brigada de Infantería de Montaña. (Oscar Martín Guidonde - Legajo N.o 6637).
Campo Los Andes
Después de ser secuestrado, vendado y maniatado fui trasladado el Campo Los Andes. Allí estábamos detenidas cinco personas. Permanecí en dicho lugar desde fines de septiembre de 1976 hasta el 28 de diciembre del mismo año; cuando mis familiares se enteraron que estaba en esa Unidad Militar concurrieron, donde les comunicaron que «estaban haciendo una experiencia» con los detenidos y que pronto saldríamos en libertad. Durante nuestra estadía fuimos torturados psicológicamente mediante amenazas de muerte. Se nos decía que en cualquier momento íbamos a ser fusilados. Nos llevaban al baño dos veces al día. Los recreos eran de media hora por semana. Como consecuencia de la tensión producida por las continuas amenazas, uno de los detenidos sufrió de amnesia parcial, con desmayos diarios durante casi una semana, e insomnio por igual lapso. Luego nos trasladaron al Penal. (Oscar Armando Bustamente - Legajo N.o 6831).
Las Comisarías
Ocupan en la investigación de las desapariciones ocurridas en Mendoza un lugar muy importante, ya que si bien eran lugares de tránsito, consta que son muchas las personas que estuvieron allí detenidas y fueron sometidas a crueles tormentos.
Fui secuestrado en mi domicilio el 15 de octubre de 1976. Después de ser vendado y maniatado me introdujeron en un vehículo y me trasladaron al D-2, donde me torturaron con «teléfono» y también me golpearon con un arma. Durante el día que estuve en dicho lugar no me dieron agua ni comida. Al día siguiente me llevaron a la Seccional 7 de Godoy Cruz. Allí me quitaron las vendas. El lunes 18 por la noche, me sacaron del calabozo junto a otros detenidos y me aplicaron picana eléctrica y submarino. Estas sesiones duraban una hora y media, durante la cual nos colocaban vendas en los ojos. (Francisco Amaya - Legajo N.o 6833).
El 15 de octubre de 1976 me detuvo personal de la Policía provincial en la estación terminal de ómnibus de Mendoza. Sin vendarme ni maniatarme, me llevaron a la Seccional 7 de Godoy Cruz, donde me alojaron en un calabozo. Allí fui interrogado con la aplicación de picana eléctrica durante tres días seguidos. El 21 de octubre me trasladaron a otra parte de la Seccional, donde me mostraron a Juan Humberto Rubén Bravo (actualmente desaparecido) quien estaba custodiado por dos guardias. Cinco días después fui trasladado al Penal de Mendoza donde me legalizaron. (Pablo Rafael Seydell - Legajo N.o 6918).
Fui detenido por personal de la Policía de la Provincia de Mendoza el 15 de octubre de 1976 en la vía pública. Vendado y maniatado me trasladaron a la Seccional 25 de Guaymallén, también conocida como Grupo Motorizado. En ese lugar había muchos detenidos. Durante el día que permanecí allí fui brutalmente torturado y golpeado. Todos los que estábamos detenidos fuimos golpeados en forma similar. Ese mismo día, vendado y maniatado, me introdujeron en la parte posterior de un coche patrullero, agachado hacia adelante, y me trasladaron a la Seccional 7 de Godoy Cruz. Me di cuenta que era ese sitio por la ubicación de la plaza que está enfrente, los ruidos del tránsito y porque escuché la música del órgano de la Iglesia. Allí pude ver que había varios detenidos, todos con vendas que les cubrían la vista. Todos habían estado detenidos en el D-2 de la Policía de la Provincia. (Luis Matías Moretti - Legajo N.o 6843).
Palacio Policial (D-2)
El paso por las Comisarías era parte de la ruta que siguieron en numerosas oportunidades los detenidos-desaparecidos, la mayoría de los cuales fueron posteriormente «legalizados» en la Jefatura de Policía o en la Penitenciaría de Mendoza.
En esta ruta se encontraba también el Palacio Policial, con su tristemente célebre Departamento Dos.
El 14 de mayo de 1976, a la 1 y 30 de la madrugada, me detuvieron en mi domicilio. Maniatado y vendados los ojos me trasladaron al D-2. En horas cercanas al mediodía me llevaron al subsuelo de dicho edificio, a una habitación que tenía en su interior un banco de madera. Allí me desnudaron y ataron al banco, y con aplicación de picana eléctrica me interrogaron por espacio de dos horas. Permanecí en la condición de desaparecido hasta el 31 de mayo, fecha en que por una autorización del Comando de la VIII Brigada de Infantería mi familia se enteró de mi condición. (Raúl Aquaviva - Legajo N.o 6842).
Fui detenida el 9 de febrero de 1976 en mi domicilio, junto con un compañero del gremio donde yo era delegada y con mi pequeño hijo de 4 años. Para entrar derribaron la puerta. Fuimos brutalmente golpeados, luego nos maniataron y vendaron los ojos. Nos llevaron con mi hijo a un lugar que no reconocí inmediatamente. Ahí me sacaron al niño en una escena espantosa porque los dos gritábamos que no nos separen, y él pedía que no maten a su madre. En ese lugar permanecí durante 18 días más o menos. Sufrí toda clase de torturas, desde la amenaza constante de que ultimarían a mi hijo, hasta todo tipo de violaciones individuales, entre varios a mí sola, o entre varios a las tres mujeres que estábamos. El lugar era muy chico y sentíamos a todos hablar, quejarse y llorar. Me practicaron golpes de puño, con cadenas y aplicaciones de picana eléctrica en las zonas más delicadas. Quedé extenuada y rotosa, a tal punto que cuando me llevaron ante el Juez me dieron el vestido de otra mujer para que fuera más «decente». Cabe agregar que reconocí posteriormente el lugar de detención de esos 18 días: era el D-2. Yo estaba en una celda al lado de la entrada de los guardias. Había un largo pasillo que terminaba en baños, donde nos hacían bañar desnudas a las mujeres todas juntas con agua fría, vendados los ojos y con los guardias festejando el hecho. En el otro extremo había una celda más grande que el resto, en donde hacían las torturas de conjunto, pirámides humanas por ejemplo. En una de ellas quedó abajo de todos Miguel Ángel Gil, y salió tan deteriorado que no se pudo recuperar, muriendo días más tarde. El Juez que me atendió fue el Dr. Carrizo, en la Jefatura de Policía. Previamente había sido amenazada: «si abrís el pico tu hijo lo pagará», y me mostraron una campera suya. El Juez tuvo una actitud totalmente pasiva, aunque yo estaba absolutamente deteriorada. Me tenían que llevar entre dos guardias para poder caminar y tenía la cara desfigurada (en la Cárcel, gracias a la Cruz Roja Internacional, fui operada de la nariz, que me habían fracturado en aquel momento). El Juez Guzzo parece que tomó partido por los métodos empleados, pues pese a lo que le relaté, me condenó. Alguna vez esos jueces deberán explicar por qué tomaban declaración a seres absolutamente desquiciados y en dependencias policiales. (Susana O. - Legajo N.o 6891).
Fui secuestrado el 9 de febrero de 1976. Inmediatamente me trasladaron al Palacio Policial, lugar que reconocí por haber participado en el proyecto y en la inspección de dicho edificio. Durante el tiempo que estuve detenido, fui golpeado constantemente, me sometieron a picana eléctrica por espacio de cinco o seis horas seguidas, y en una oportunidad me arrojaron agua hervida. Recuerdo haber visto por la mirilla de la celda a Estela F. que era una chica cordobesa. Pude ver que estaba con la cara muy lastimada. Vi cómo se la llevaban varias veces para violarla. Después de violarla más de veinte veces, le colocaron un palo en la vagina. Hoy está desaparecida… Estela F. y Silvia O. se hallaban embarazadas cuando la detuvieron; como consecuencia de las torturas y de las reiteradas violaciones, perdió su niño… Otro de los detenidos muy torturado fue Marcos Ibáñez, quien murió en el Penal de La Plata un año después… Olga Z. había sido secuestrada en un hospital, donde le habían extraído el útero. En el D-2, alguien que se dijo médico, le sacó los puntos. Después de esto fue violada… En la última oportunidad que me picanearon, me desperté mientras me daban golpes en el pecho. El médico me informó que había muerto y me habían revivido. Después de esto no volvieron a torturarme. Más tarde me quitaron las vendas de los ojos frente al Juez Carrizo. (Fernando Rule Castro - Legajo N.o 6827).
La Penitenciaría
La Penitenciaría de Mendoza, dependencia utilizada para la legalización de algunos detenidos-desaparecidos, funcionó en numerosas oportunidades como centro clandestino de detención, en especial cuando se hizo cargo de este Penal el Comisario Naman García.
Fui trasladada a la Penitenciaría provincial, donde un médico me revisó superficialmente. A pesar de mi ruego, todas las heridas y mi deterioro general, hizo un informe mentiroso y me dio aspirinas «para pasar el mal trago, olvidarme de lo ocurrido y mirar hacia el futuro». Esos meses de permanencia en la Penitenciaría fueron duros, aislados, con régimen militar, amenazas periódicas de fusilamientos, interrogatorios con vendas puestas en los ojos y, en numerosos casos, torturas físicas. Ese fue el régimen de Naman García. (Susana O. - Legajo N.o 6891).
El 24 de marzo de 1976 concurrió al Penal el Tte. Primero Ledesma, con un grupo de soldados. Nos interrogaron varias veces, pero solamente a través de las rejas. Ledesma les manifestaba a los soldados que nos tenían que «matar a todos, porque son subversivos y apátridas». Junto a mí se encontraba Santiago Illa. En agosto, cuando por primera vez nos pudieron visitar nuestros familiares, nos enteramos que Illa había desaparecido… El 24 de julio de 1976 asumió como Director de la Cárcel el Comisario José Naman García, y de inmediato nos dieron una golpiza que se hizo extensiva a los presos comunes. Consistió en sacarnos en grupos de 20 el patio, donde nos hicieron desnudar y pretendieron hacernos gritar «vivas» al Proceso. Todo esto acompañado con golpes de palos, trompadas y puntapiés, incluidas amenazas de muerte. Los que nos golpeaban eran personal del Ejército y del Servicio Penitenciario. (Pedro Víctor Coria - Legajo N.o 6917).
A partir de que Naman García se hizo cargo del Penal, éste se convirtió en un centro de interrogación. Éramos torturados con picana eléctrica y golpes. Asimismo, en numerosas oportunidades fuimos llevados a la Compañía de Comunicaciones y al Comando de Servicios. Asimismo, a partir de octubre de 1976 fueron sacados detenidos para el Campo Los Andes, en grupos de a tres. (Guillermo Martínez - Legajo N.o 6892).
En oportunidad de una visita que hizo el Presidente Videla a las provincias cuyanas en el mes de octubre de 1976, sacaron del pabellón donde nos encontrábamos a tres compañeros. Los aislaron del resto. Esa tarde el subteniente, jefe de Guardia, nos reunió a todos en el patio y nos informó que en caso de que le ocurriera algo al Presidente Videla en su gira se tomarían represalias contra los detenidos. Explicó que era por orden expresa del Comandante del Tercer Cuerpo de Ejército, Gral. Luciano Benjamín Menéndez. El oficial estaba tan nervioso y atemorizado por tener que comunicar esa orden, que ni siquiera asumió la responsabilidad de lo que decía, ya que textualmente terminó afirmando: «esto lo mandan a decir ellos, los del Comando». (Manuel Armando Alfonso - Legajo N.o 7133).
Centros Clandestinos de Detención en la Provincia de Tucumán
A la provincia de Tucumán le cupo el siniestro privilegio de haber inaugurado la «institución» Centro Clandestino de Detención, como una de las herramientas fundamentales del sistema de represión montado en la Argentina.
La «Escuelita» de Famaillá fue el primero de estos lugares de tormento y exterminio, cuyo funcionamiento pudo constatar la CONADEP. Se trataba de una pequeña escuela de campaña, que en 1975 se encontraba en construcción. Tenía capacidad para treinta o cuarenta prisioneros. Uno de los testimonios recogidos (Legajo N.o 4636), consigna que:
La picana eléctrica consistía en un teléfono de campaña a pilas, que al dar vuelta a su manija generaba corriente eléctrica. Según la velocidad con que era girada, aumentaba o disminuía el voltaje producido por la fuente.
La precariedad de sus instalaciones demuestra —por contraste con la dimensión que luego llegaron a tener estos centros de detención— que en 1975 había comenzado a desarrollarse en forma embrionaria la modalidad clandestina de la metodología represiva. El rápido crecimiento de las estructuras operativas encarado a partir de entonces, tuvo por objeto mejorar la eficiencia de los métodos utilizados, poniendo a su servicio todos los recursos del aparato estatal. En Tucumán, a partir de la experiencia de «La Escuelita» de Famaillá, se establecieron por lo menos otros diez C.C.D.:
La Jefatura Central de Policía, el Comando Radioeléctrico, el Cuartel de Bomberos y la Escuela de Educación Física, todos ellos ubicados en la capital de la Provincia. La Compañía de Arsenales «Miguel de Azcuénaga», El Reformatorio y El Motel en las proximidades de la misma. Nueva Baviera, Lules y Fronterita en diversas localidades del interior.
Es decir que, tal como ocurrió en otras zonas del país, los Centros fueron pasando de pequeñas casas o sótanos muy bien disimulados a grandes instalaciones —en algunos casos unidades militares acondicionadas al efecto— provistas de todos los elementos que las asemejan a las versiones conocidas de la Alemania Nazi: doble alambrada de púas, guardias con perros, helipuertos, torres de vigilancia, etc. Un ejemplo de este tipo de Centro fue precisamente el instalado en la Compañía de Arsenales «Miguel de Azcuénaga».
No obstante, no son éstos los casos más comunes ya que, en Tucumán, el Ejército se encontraba en «zona de operaciones» contra la guerrilla, existiendo especial cuidado en evitar la vinculación táctica entre los grupos clandestinos que actuaban en los C.C.D. y la cara oficial de las Fuerzas Armadas.
Los detenidos que pasaron por estos sitios lo hicieron en su mayoría por cortos periodos, para luego ser trasladados. Existe la seria presunción de que, en muchos casos, el traslado culminaba con el asesinato de los prisioneros.
Los presos eran traídos a la «Escuelita» en coches particulares ya sea dentro del baúl, en el asiento trasero o recostados sobre el piso. De la misma forma eran sacados, y por lo poco que se sabía, cuando ello ocurría, la mayoría iban a ser ejecutados. Si algún detenido moría, se esperaba la llegada de la noche y luego de envolverlo en una manta del Ejército se lo introducía en uno de los coches particulares que partía con rumbo desconocido. (Del testimonio del gendarme Antonio Cruz - Legajo N.o 4636).
A los condenados a muerte se les ponía una cinta roja en el cuello. Todas las noches un camión recogía a los sentenciados para trasladarlos al campo de exterminio. (Del testimonio de Fermín Núñez - Legajo N.o 3185).
No recuerdo bien si fue para el 16 de mayo o junio de 1977 el segundo jefe de la Compañía de Comunicaciones 5, dependiente de la V Brigada de Infantería, me dijo que volviera temprano, que había que «pasar» a algunos prisioneros. Era para el aniversario de la muerte de un militar de apellido Toledo Pimentel. Cuando volví por la noche me dijo: «volvete a tu casa porque ya está todo hecho». Al otro día, cuando regresé a la Escuelita desde mi casa, ya no se encontraban allí, ni tampoco dos chicas más detenidas, por lo que no me cabe ninguna duda que todos fueron muertos en el lapso indicado. (Del testimonio del Cabo 1.o Juan Carlos Ortiz - Legajo N.o 1252).
En función del desarrollo de las operaciones, el Comando del área rural se desplazó, a partir de abril de 1976, desde la «Escuelita» hasta el C.C.D. «Ingenio Nueva Baviera» el cual hasta agosto de 1977 se constituyó en el principal asentamiento de la represión clandestina en dicha área. Operaban en él efectivos llegados de todas partes del país. Había un helipuerto y gran cantidad de material rodante para transporte de tropas; el campo concentraba un número elevado de prisioneros capturados en toda la provincia. En el ex ingenio Lules funcionó otro C.C.D. Se trata de una finca antiquísima, considerada como lugar histórico, ya que en ella había estado el General San Martín. El «chupadero» funcionaba en el sótano del antiguo depósito de carbón; la sala de torturas estaba en el primer piso de la vivienda.
En la zona rural también funcionaron al menos transitoriamente, C.C.D. en la Comisaría de Monteros, el ingenio Bella Vista y los «Conventillos de Fronterita», construcciones precarias que habían servido de alojamiento para trabajadores del ingenio de esa localidad. La represión se ejerció precisamente contra ellos, ya que las detenciones se operaban al iniciarse el horario de trabajo, a la entrada misma del ingenio. La CONADEP pudo verificar lo referido en las denuncias, en el curso de un reconocimiento.
En pleno centro de la ciudad de San Miguel, la Jefatura Central de Policía, que ya funcionaba como lugar de torturas, se transformó —mediante refacciones internas— en Centro Clandestino de Detención. En esa época era Jefe de Policía de Tucumán el Teniente Coronel Mario Albino Zimermann (Legajos N.o 1252 y 440). Lo secundaban el Comisario Inspector Roberto Heriberto Albornoz (Legajos N.o 5570 - 3753 - 5840 - 5846 - 3482 2493 - 5597) y los comisarios José Bulacio (Legajos N.o 5837 - 5570 y 4892) y David Ferro (Legajos N.o 5837 - 5570 - 6301 - 440 y 5425).
El Ejército se reservaba el control de este lugar a través de un supervisor militar. El responsable del área de seguridad 321, Teniente Coronel Antonio Arrechea, perteneciente a la V Brigada, visitaba el centro y asistía a las sesiones de tortura (Legajos N.o 440 - 1744 - 1446 - 5763 - 2493).
El Comando Radioeléctrico en la calle Laprida al 1000, era otro lugar donde se alojaban clandestinamente detenidos. Se lo utilizaba como lugar de tránsito y era el sitio de «ablande» de los recientemente secuestrados. No se les daba agua ni comida a fin de prepararlos para la aplicación de la picana sometiéndolos además a fuertes castigos.
Cruzando la calle estaba ubicado otro C.C.D., el Cuartel de Bomberos, al cual se conducía, encapuchados y numerados, a los detenidos con un cartón colgando del cuello, a la espera de nuevos traslados.
Con una capacidad para alojar a 250 prisioneros funcionaba otro C.C.D. en instalaciones pertenecientes a la Escuela de Educación Física dependiente de la Universidad Nacional de Tucumán. Para llevar a los secuestrados se utilizaba un ómnibus (Julio César Heredia - Legajo N.o 5838). El vecindario escuchaba las quejas y clamores de las víctimas y, a menudo, tiros disparados por ráfagas que correspondían a simulacros de fusilamientos o, simplemente, a fusilamientos.
Ya saliendo de la ciudad se encontraba «El Motel» el que, aun en plena construcción, se utilizaba como C.C.D. Actualmente se llama «La posta de los Arrieros». En ese lugar se torturaba. El alojamiento de los detenidos era una serie de cinco pequeñas construcciones sobre un camino de pedregullo. El lugar destinado a la confitería era utilizado por la guardia de prevención. A la derecha existía un gran tanque de agua que se usaba como puesto de guardia nocturna.
Otros centros funcionaron por un corto lapso: El Reformatorio y la Escuela República del Perú, en el barrio del Palomar.
En la Cárcel de Villa Urquiza funcionó un pabellón destinados a detenidos clandestinos. Eran alojados en la Sección «E». Un preso común que cumplía su condena en ese penal declara haber conversado con alguno de ellos que hoy figura en la lista de personas desaparecidas (Juan Antonio Molina, Legajo N.o 3377).
El C.C.D. más importante de las afueras de San Miguel fue el que se instaló dentro de la Compañía de Arsenales «Miguel de Azcuénaga», dependiendo directamente de la V Brigada de Infantería. Las guardias eran efectuadas por personal de la Gendarmería Nacional. Entre los meses de marzo y abril de 1976 fue enviado a ese lugar un contingente de 40 efectivos del Escuadrón Móvil N.o 1 de Campo de Mayo. Precisamente, un miembro de este grupo, refiere ante la CONADEP cómo era la vida —o la muerte— en este campo de exterminio, uno de cuyos responsables era el Teniente Coronel Cafarena (Legajo N.o 4636).
Una vez vi cómo un detenido desnudo era enterrado vivo, dejándole solamente la cabeza afuera del pozo, apisonando la tierra después de mojarla para compactarla; esto duraba 48 horas. Ocasionaba calambres muy dolorosos y afecciones a la piel. En dos oportunidades presencié fusilamientos en este campo, el que efectuaba el primer disparo era el General Antonio Bussi. Después hacía participar en el mismo a todos los oficiales de mayor jerarquía. El lugar de las ejecuciones estaba ubicado a unos 300 o 400 metros de la Compañía de Arsenales, monte adentro. Se tendía un cordón de seguridad a los 20 metros y otro a unos 100 metros del lugar. Los disparos se hacían con pistolas calibres 9 mm o 11,25 mm, siempre entre las 23 y 23.30 horas. Cada quince días se asesinaban entre 15 o 20 personas. (Del testimonio de Omar Eduardo Torres - Legajo N.o 6667).
Centros Clandestinos de Detención en la Provincia de Jujuy
Los principales centros clandestinos de detención de la provincia de Jujuy fueron el conocido como «Guerrero» y la Jefatura de la Policía de la Provincia. El primero de ellos estuvo situado en la localidad homónima, en las cercanías del Ingenio Ledesma, y la Jefatura en el centro de la ciudad capital, San Salvador de Jujuy.
El 1.o de agosto de 1976 me presenté espontáneamente en el Departamento Central de Policía de Jujuy, solicitando una entrevista con el comisario general Haig, quien conversó conmigo ya que yo había estado bajo sus órdenes. Me acusó de ser el jefe del grupo guerrillero de Calilegua, por lo que me hizo detener. Luego, este Comisario y el Subcomisario Viltes me interrogaron, y al negarles las imputaciones que me hacían me trasladaron en un auto, sin vendas ni ataduras, a la localidad de Guerrero. Cuando llegamos a uno de los edificios del complejo fui introducido a una sala donde observé gran cantidad de detenidos que llevaban vendas en los ojos y que se encontraban detenidos en lastimosas condiciones físicas. En ese momento fui vendado y maniatado con el resto. Al día siguiente me llevaron a un cuarto con otros dos muchachos, Miguel Garnica y Germán Córdoba, ambos desaparecidos al día de la fecha. Esa misma tarde fui llevado al primer piso, donde me torturaron brutalmente con golpes y submarino, participando personalmente Haig y Viltes. Luego de esto fui trasladado al «salón de los sentenciados», donde se encontraba la gente que no iba a salir más. Había en ese lugar 18 detenidos. Todas las noches nos hacían enumerar y éramos torturados diariamente todos los que estábamos allí. Las torturas consistían principalmente en arrojar agua hervida en el ano y entre las piernas, alambres al rojo en las nalgas y golpes con tablas sobre espaldas y piernas, hasta el desvanecimiento. Como comida nos daban un pedazo de cebolla o un repollo crudo para compartir entre varios. Todas las noches escuchábamos disparos y permanentemente éramos amenazados de muerte. Durante la noche se hacía cargo del campo Gendarmería Nacional, por la mañana el Ejército y por la tarde la Policía. De los que estábamos allí recuerdo a mi tío, Salvador Cruz, Román Riveros, Domingo Reales, Miguel Garnica y a su hermano menor, Germán Córdoba, a los hermanos Díaz, a Manzu y al Dr. Aredes. Todos ellos de la localidad de Calilegua y ciudad Libertador General San Martín, se encuentran desaparecidos. En ese momento estaban en muy malas condiciones físicas y mentales, ya que presentaban cuadros de gangrena en los ojos, manos y piernas. Varios de ellos deliraban. En una oportunidad en que me llevaron a la tortura escuché que Haig decía que había que hacernos confesar, y en realidad se refería a una confesión que me fue solicitada por monseñor Medina, diciéndome que a cambio de ella recibiría el perdón y un juicio. Le manifesté que no tenía nada que confesar. Me acusó de terco y la gente que estaba a su lado comenzó a golpearme. A pesar de todo esto, al poco tiempo me trasladaron a la Jefatura de Policía de Jujuy, donde me legalizaron. (Humberto Campos - Legajo N.o 2545).
Los desaparecidos que menciona el señor Campos fueron secuestrados de sus domicilios el 27 de julio de 1976, y casi todos eran trabajadores de la empresa Ledesma. En medio de un apagón general, irrumpieron fuerzas uniformadas en sus respectivas viviendas, deteniendo en esa oportunidad a más de 200 personas en ambas localidades. Todas fueron llevadas al C.C.D. de Guerrero, donde sufrieron las brutales torturas antes mencionadas. Posteriormente, parte de ese grupo fue trasladado a la Jefatura de Policía, saliendo de ella directamente liberados o puestos a disposición del PEN. Los que habían quedado muy mal por la tortura fueron abandonados en las cercanías del Hospital de Jujuy, lugar donde se recibieron llamadas anónimas para que los fuesen a buscar. De la totalidad de detenidos, más de 70 personas permanecen desaparecidas hasta el día de la fecha. El testimonio de Humberto Campos está avalado por docenas de denuncias en el mismo sentido.
Circuito Sur. V Cuerpo de Ejército
La zona de seguridad colocada bajo control del V Cuerpo de Ejército, abarcaba los partidos bonaerenses de Tres Arroyos, Coronel Dorrego y Carmen de Patagones, así como la ciudad de Bahía Blanca, sede del Comando de Cuerpo, a excepción del área bajo jurisdicción de la Armada (Base de Puerto Belgrano), y más allá, las provincias de Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz.
La represión clandestina operó a lo largo de ese vasto territorio apoyándose en lugares transitorios de detención (Comisarías, Cuarteles, Delegaciones de la Policía Federal, etc.) desde donde los prisioneros eran trasladados a dos Centros permanentes ubicados en la ciudad de Bahía Blanca, uno en las cercanías del Comando del V Cuerpo de Ejército y otro dentro de sus propias instalaciones.
La única variante conocida fue el esquema aplicado en el Alto Valle del Río Negro y Neuquén, donde se instaló un campo clandestino permanente para detenidos de la subzona 52, cuya jefatura ejerció a partir de abril de 1976 y hasta fines del año siguiente, el General José Luis Sexton, Comandante de la VI Brigada de Infantería de Montaña, con asiento en Neuquén.
En los días anteriores al golpe, un número importante de militantes políticos y gremiales, de legisladores, de profesores universitarios y de funcionarios del Gobierno depuesto eran detenidos en operativos aparentemente legales, para luego ser trasladados, a medida que se disponía de lugar, a instalaciones del Comando del V Cuerpo, donde muchos de ellos pasaban a revestir en la categoría de desaparecidos. Algunos de ellos habían sido rastreados con gran celeridad en otras regiones del país y puestos a disposición de la Zona de Seguridad N.o 5.
El ex diputado por Santa Cruz, Orlando Stirnemann (Legajo N.o 4337), testimonia:
A principios de abril de 1976 fui detenido en Malabrigo, provincia de Santa Fe. Tres días después me trasladaron desde Reconquista en un avión Guaraní, matrícula Y 116, con destino a Aeroparque, y de allí en otro avión, matrícula AE 106, a la Base Comandante Espora. Pude ver todo esto porque no estaba vendado, ya que decían que yo era «boleta segura». Primeramente estuve dentro de un Centro Clandestino instalado en un gran galpón perteneciente al Batallón de Comunicaciones. Quince días después de haber sido detenido en este C.C.D., soy trasladado a otro C.C.D., presuntamente dentro de la misma jurisdicción del Ejército…
Francisco Tropeano, detenido legalmente en el Comando de la VI Brigada de Neuquén el 28 de marzo de 1976, hubo de esperar turno en la cárcel de dicha ciudad, hasta que fue trasladado a la Base Comandante Espora y entregado allí a personal del V Cuerpo siendo alojado en el mismo galpón que Stirnemann. Durante el tiempo de su detención clandestina, el Coronel Swaiter (Legajo N.o 6956), Jefe de Inteligencia de esa Zona, negó a la Sra. de Tropeano la presencia de su esposo como detenido en su jurisdicción, hasta que al cabo de varias semanas, fue legalizado también en el Penal de Villa Floresta.
Allí pudo constatar que el mencionado oficial era el mismo que había inspeccionado en repetidas oportunidades el C.C.D. donde él estuvo alojado, en compañía de otras personas que permanecen desaparecidas:
Todos oíamos cuando alguno era sacado del galpón principal para ser torturado con picana eléctrica. Presumo que había un médico indicando cuándo debían parar. En dos oportunidades oí mientras estaban torturando algo así como: se cortó… se cortó. También me pareció que aplicaban inyecciones. Durante la noche se hacían presentes jefes militares que daban instrucciones a los encargados del galpón sobre el comportamiento a seguir con los prisioneros, durante los operativos. También impartían indicaciones doctrinarias. Uno de los jefes que vino varias veces resultó ser el Coronel Swaiter.
[…]
Recuerdo muchas escenas de terror, pero no puedo dejar de mencionar una en particular: era de noche, los guardias empezaron a gritar que los montoneros venían a rescatar a los presos, y se pusieron a disparar sus armas mientras exclamaban: «Hay que matarlos a todos». El tiroteo era adentro, al lado nuestro, pero también afuera. Les guardias corrían, a veces se detenían en una cama y se ponían a golpear a un prisionero atado y vendado. Si bien estas palizas ocurrían frecuentemente, esa noche nuestro terror era mayúsculo, a causa de los tiros. Pienso que esa noche fusilaron fuera del galpón a algunos detenidos y el comportamiento de los guardias era para que esto pasara desapercibido a los que estábamos adentro. (Francisco Tropeano - Legajo N.o 6956).
Dada la envergadura de las operaciones represivas encaradas en la propia ciudad de Bahía Blanca y su zona adyacente, nuevas instalaciones se hicieron indispensables, por lo que se habilitó «La Escuelita», vieja construcción compuesta de varias habitaciones, situada a unos 100 metros del galpón. Cuando el número de detenidos desbordaba la capacidad, algunos eran derivados transitoriamente a otro edificio ubicado en la Base Naval o en sus inmediaciones, donde los custodiaba personal de la Marina. Ésta por su parte, contaba con otro Centro de Detención Clandestino instalado en la Batería 2, frente a la costa, donde quedó fondeado un barco utilizado con idéntico fin en los momentos en que la represión fue más intensa.
Pedro Maidana (Legajo N.o 6956), detenido a mediados de junio de 1976, mientras asistía a clase en la Escuela de Educación Técnica de Cutralcó, es trasladado junto con otras personas de Neuquén hasta la «Escuelita» de Bahía Blanca, donde lo interrogan y pasa luego 14 días de cautiverio precisamente en ese «otro edificio 81 que se accede por un camino muy poceado que huele a mar». Por fin lo trasladan al Penal de Neuquén, a disposición del Área 521 cuyo Jefe de Inteligencia era el Mayor Reinhold.
La «Escuelita» instalada en una edificación preexistente, en los fondos del Batallón 181 de Neuquén Capital, fue refaccionada y adaptada a su nuevo destino —era antes una caballeriza— por las Compañías A y C de Construcciones. Las compañías de Comando y Servicios y de Combate, aseguraban el apoyo logístico, las guardias externas y el personal de calle para los operativos de rastrillaje. El Jefe del Batallón, Teniente Coronel Braulio Enrique Olea, derivaba al Comando de la VI Brigada toda gestión de familiares de desaparecidos, inclusive cuando, como en el caso del conscripto José Delineo Méndez, la víctima se hallaba detenida clandestinamente en los calabozos del propio cuartel. (Legajo N.o 2287).
En la VI Brigada, los familiares eran atendidos habitualmente por el Mayor Farías, responsable administrativo de la «Escuelita», quien de acuerdo a sus manifestaciones era el encargado de la lista de detenidos en el Centro Clandestino. A menudo también se ocupaba del traslado, desde establecimientos carcelarios, de detenidos que pasarían días o semanas en calidad de desaparecidos, mientras eran torturados, a la espera de que, desde el Comando de la Zona, definieran su destino.
Uno de ellos, ex Oficial de la Policía detenido en el lugar (Legajo N.o 6956) reconoció a su torturador, pese a estar vendado. Se trata del Teniente Coronel Gómez Arena, alias «el Verdugo», Jefe del Departamento de Inteligencia de la VII Brigada, que el declarante conocía por haber frecuentado asiduamente la «comunidad informativa» del área 521, que sesionaba en dicho Destacamento desde mucho antes del 24 de marzo de 1976.
En Viedma, donde no hay guarnición militar, «la comunidad informativa» funcionaba en dependencias del S.I.E. desde donde se coordinaron, hacia fines de 1976, una serie de secuestros en los que participaron funcionarios de la Delegación Viedma de la Policía Federal:
El 15 de diciembre me subieron a un vehículo. Iban conmigo el Comisario Forchetti (Legajos N.o 475 - 480 - 473 - 476) y el Oficial González (Legajos N.o 478 - 480) de la Policía Federal. A mitad de camino hacia el Aeropuerto me vendaron y encapucharon. Fui trasladado al Comando del V Cuerpo de Ejército, a cargo del General René Azpitarte (Legajos N.o 473 - 475). El encargado de la represión era el Coronel Páez. Al día siguiente me trasladaron a la «Escuelita». Allí me torturaron terriblemente, aún conservo secuelas del trato recibido. Allí pude saber que también estaba detenido Darío Rossi —de Viedma— a quien hicieron aparecer posteriormente como muerto en enfrentamiento. (Eduardo Cironi - Legajo N.o 473).
Por su parte, Oscar Bermúdez (Legajo N.o 476), secuestrado en Viedma el 7 de enero de 1977 por el mismo Comisario Forchetti, manifiesta:
En un vehículo me trasladaron hasta la «Escuelita». Al rato de estar acostado en el suelo, muy golpeado, pude establecer contacto con un viejo amigo mío, Darío Rossi, quien me preguntó desesperado por su mujer e hija. Después de ser legalizado en la cárcel de Villa Floresta leí en el diario que una persona había sido baleada en un enfrentamiento. Era Darío Rossi. Este era el destino para algunos de los secuestrados en este centro clandestino.
El testimonio de Jorge Abel coincide con el anterior en cuanto al caso Rossi, y agrega más datos sobre ejecuciones sumarias de detenidos (Legajos N.o 477480):
Otro de los fusilados fue Fernando Jara. También ingresaron en la «Escuelita» dieciséis chicos de la UES, de alrededor de 17 años, a quienes se torturó para que se hiciesen cargo de un atentado a la Agencia Ford de Bahía Blanca, ocurrido a mediados de diciembre de 1976. De estos chicos quedaron sólo dos con nosotros, los que aparecieron muertos en «un enfrentamiento» cerca de La Plata. Días antes del fusil amiento de Jara, había inspeccionado el lugar el General Acdel Vilas. (Legajos N.o 477 y 4636).
Fue su visita de despedida, antes de pasar a retiro y ser reemplazado en el puesto de 2.do Comandante por el General Abel Catuzzi. Pero nada cambiaría en el funcionamiento de la «Escuelita» (Legajos N.o 473 y 475). El 12 de enero de 1977 fue secuestrada en Bahía Blanca, Alicia Partnoy y trasladada en un camión del Ejército hasta el Comando del V Cuerpo, donde la vendaron y encapucharon recién después de haberle tomado declaración. La trasladaron en un vehículo hasta una casa en donde escuchó, durante toda la primera noche, los gritos de su marido en tortura (Legajo N.o 2266).
Poco a poco fui ubicándome. La vieja casa donde estábamos se encontraba detrás del Comando del V Cuerpo, a quince cuadras de un motel, sobre el camino de «La Carrindanga». El lugar era llamado por los militares «Sicofe». Está muy cerca de las vías del ferrocarril, y podíamos oír el paso de los trenes, los tiros de práctica del Comando de Ejército y el mugido de las vacas. La sala de tortura, la cocina, el baño, las celdas y la sala de guardia estaban dentro del mismo edificio. Para hacer nuestras necesidades debíamos salir a una letrina ubicada en el patio. Allí había una casilla rodante donde dormían los guardias, y un aljibe que utilizaban para torturar a los detenidos, colgándolos durante horas en su interior.
Ese fue precisamente el tormento sufrido por Sergio Voitzuk (Legajo N.o 3077), quien junto con otros testigos acompañó a una Delegación de esta Comisión en la visita de inspección realizada el 11 de julio del corriente año. Todos ellos reconocieron, a unos 2000 metros de la sede del Comando, en un paraje conocido como «el viejo tambo» en el camino de «La Carrindanga», el lugar donde se levantaba la «Escuelita», hoy demolida, rodeada por una arboleda aún en pie y que resultó inconfundible.
Asimismo, después de un prolijo rastrillaje, los testigos reconocieron restos de la construcción (fragmentos de mampostería con pintura original, baldosas y restos de instalaciones sanitarias), elementos éstos que en todos los casos coincidían con los testimonios previamente vertidos ante la Comisión. Por otra parte, en una causa iniciada ante el Juez Federal de Bahía Blanca, Dr. Suter, el Comandante del V Cuerpo reconoció la existencia de las construcciones a que hacen referencia los testimonios, y su posterior demolición durante unas maniobras militares en el año 1978.
Si bien muchos de los detenidos, entre los que se cuentan los doctores Hipólito Solari Yrigoyen y Marco Amaya, fueron luego legalizados, otros salieron del Centro rumbo a la muerte.
La Delegación de la CONADEP en Bahía Blanca ha podido establecer una lista de personas ultimadas en supuestos enfrentamientos, varias de las cuales habían sido vistas con vida en la «Escuelita»:
El 12 de abril de 1977 hicieron bañar a Zulma Izurieta y María Elena Romero, también a sus compañeros. Después vino un médico o un enfermero y les puso una inyección. Oí cómo se burlaban los guardias después que los inyectaron. Los envolvieron en mantas y los sacaron de allí. Al día siguiente, las dos parejas aparecieron como muertas en enfrentamiento, en una localidad cercana a Bahía Blanca. Pocos días después nació un hijo de Graciela, hermana de María Elena Metz quien había sido secuestrada en Neuquén junto con su marido, Raúl Metz. Fue un varoncito que vino al mundo sin atención médica en la casilla de los torturadores. Uno de ellos se lo arrebató a su madre quien a los pocos días fue trasladada con destino desconocido. (Alicia Partnoy - Legajo N.o 2266).