El caos

El caos no se opone radicalmente a la racionalidad. Esta está más o menos dominada, pero ni siquiera las ciencias llegan a sus límites: en determinado momento, aparece el muro del objeto y las leyes físicas se invierten o dejan de funcionar. Nosotros no hemos salido, sin embargo, de la utopía de un conocimiento cada vez más sofisticado, pese a que esta ilusión radical ya no sea intrínseca a la ciencia. Por mi parte, insinuaría gustosamente una hipótesis casi maniquea: en última instancia, ya no nos enfrentaríamos a una apropiación del objeto del mundo por parte del sujeto, sino a un duelo entre sujeto y objeto. Y desconocemos su resultado… Tenemos la impresión de que existe una especie de reversión, de revancha, de venganza, casi, del objeto supuestamente pasivo, que se ha dejado descubrir, analizar, y que se ha convertido súbitamente en un extraño imán y, en cierto modo, en un adversario. Ahí se establece un antagonismo casi fatal, semejante al de Eros y Tánatos, en una suerte de enfrentamiento metafísico.

En la actualidad, nuestras ciencias confiesan la desaparición estratégica del objeto en la pantalla de la virtualización: a partir de ahora el objeto es inaprensible.

Dicho sea entre nosotros, es algo que me parece muy irónico: la regla del juego está a punto de cambiar y nosotros hemos dejado de imponerla. Ahí está el destino de una cultura, nuestra cultura. Otras culturas, otras metafísicas, están sin duda menos quebrantadas por esta evolución, porque no han tenido la ambición, la exigencia y la fantasía de poseer el mundo, de analizarlo para dominarlo. Pero, dado que hemos pretendido dominar el conjunto de los postulados, es, evidentemente, nuestro propio sistema el que corre hacia la catástrofe.