En su acepción habitual, lo virtual se opone a lo real, pero su repentina emergencia, al amparo de las nuevas tecnologías, ofrece la sensación de que, a partir de ahora, señala su desvanecimiento, su final. En mi opinión, como ya he dicho, hacer advenir un mundo real equivale a producirlo, y lo real jamás ha sido otra cosa que una forma de simulación. No cabe duda de que es posible conseguir que exista un efecto de realidad, un efecto de verdad, un efecto de objetividad, pero en sí, lo real no existe. Lo virtual, en tal caso, sólo es una hipérbole de la tendencia de pasar de lo simbólico a lo real, que sería su grado cero. En dicho sentido, lo virtual abarca la noción de híper-realidad. La realidad virtual, esa que estaría perfectamente homogeneizada, numerizada, «operacionalizada», sustituye a la otra porque es perfecta, controlable y no contradictoria. Es decir, porque está más «acabada», es más real que lo que hemos fundado como simulacro.
Eso no impide que la expresión «realidad virtual» sea un auténtico oxímoron. Ya no estamos en la confortable y tradicional acepción filosófica en la que lo virtual era lo que está destinado a convertirse en actual y donde se instauraba una dialéctica entre ambos conceptos. Ahora, lo virtual es lo que sustituye a lo real, es su solución final en la medida en que, a un tiempo, consuma el mundo en su realidad definitiva y firma su disolución.
A partir de ahí, lo virtual es lo que nos piensa: ya no hace falta un sujeto del pensamiento, un sujeto de la acción, todo ocurre a través de mediaciones tecnológicas. ¿Pero lo virtual es lo que concluye definitivamente con un mundo de lo real y del juego, o bien forma parte de una experimentación con la que jugamos? ¿Acaso no estamos interpretando la comedia de lo virtual, con una pizca de ironía, igual que en la comedia del poder? Toda la inmensa instalación de la virtualidad, la performance en el sentido artístico, ¿no será, en el fondo, un nuevo escenario en el que unos operadores han sustituido a los actores? No habría, en tal caso, que prestarle más crédito que a cualquier otra organización ideológica. Hipótesis bastante tranquilizadora: a fin de cuentas, todo eso no sería demasiado serio, y el exterminio de la realidad, cuando menos, probado.
Pero si nuestro mundo se inventa realmente su doble virtual, es preciso entender que nos hallamos ante la realización de una tendencia iniciada hace mucho tiempo. Como sabemos, la realidad no ha existido siempre. Comenzó a hablarse de ella solo a partir de la existencia de una racionalidad para mencionarla, de unos parámetros que permiten representarla mediante signos codificados y descodificables.
En lo virtual, ya no se trata de valor, es simplemente cuestión de puesta en información, de puesta en cálculo, de una computación generalizada en la que los efectos de lo real desaparecen. Lo virtual sería exactamente el horizonte de lo real, al igual que, en física, hablamos del horizonte de los acontecimientos. Pero también cabe pensar que todo eso no es más que un rodeo para un envite todavía indiscernible.
Actualmente existe una auténtica fascinación por lo virtual y todas sus tecnologías. Si realmente es un modo de desaparición, sería una opción —oscura, pero deliberada— de la propia especie: la de clonar los cuerpos y los bienes en otro universo, desaparecer como especie humana propiamente dicha para perpetuarse en una especie artificial que tendría unos atributos mucho más competitivos, mucho más operativos. ¿Es el envite?
Pienso en la fábula de Borges sobre el pueblo que ha sido condenado al ostracismo, desterrado al otro lado del espejo, y que sólo es el reflejo del emperador que lo ha esclavizado. Así sería el gran sistema de lo virtual, y todo el resto quedaría en unas especies de clones, del rechazo, de la abyección. Pero en la fábula esos pueblos se empeñan en parecerse cada vez menos a su dominador, y un día retornan a este lado del espejo. Entonces, dice Borges, no volverán a ser vencidos. ¿Cabe suponer una catástrofe semejante, y al mismo tiempo esa especie de revolución al cubo? Por mi parte, me inclino más a una hipertrofia de lo virtual tal, que nos llevaría a una forma de implosión. ¿Qué vendría a continuación? Es difícil decirlo, porque, más allá de lo virtual, no veo nada, salvo lo que Freud denominaba el nirvana, un intercambio de sustancia molecular y nada más. Sólo quedaría un sistema ondulatorio perfecto, que coincidiría con lo corpuscular en un universo puramente físico que ya no tendría nada de humano, de moral ni, evidentemente, de metafísico. Regresaríamos, de ese modo, a un estadio material, con una circulación insensata de los elementos…
Para abandonar la ciencia ficción, sólo cabe constatar, de todos modos, la singular ironía que existe en el hecho de que esas tecnologías, que relacionamos con la aniquilación, pueden llegar a ser finalmente lo que nos salvará del mundo del valor, del mundo del juicio. Toda esa incómoda cultura humana y filosófica que el pensamiento radical moderno se ha dedicado metafísicamente a liquidar al término de una tarea agotadora, la técnica la expulsa pragmática y radicalmente en lo virtual.
En la fase en que estamos, no sabemos si —perspectiva optimista— la técnica llegada a un punto de extrema sofisticación nos liberará de ella misma, o si nos encaminamos hacia la catástrofe. Aunque la catástrofe, en el sentido dramatúrgico de la palabra, o sea, el desenlace, consiga, según los protagonistas, formas desdichadas o felices.