Contraseñas… Creo que la palabra sugiere bastante bien una manera casi iniciática de introducirse en las cosas sin la pretensión de catalogarlas. Pues las palabras son portadoras y generadoras de ideas, más, quizá, que al contrario. Mágicas portadoras de espejismos, no sólo transmiten ideas y cosas, sino que ellas mismas se metamorfosean y se metabolizan entre sí, obedeciendo a una suerte de evolución en espiral. Así se convierten en contrabandistas de ideas.
Las palabras poseen para mí una importancia extrema. Que poseen una vida propia, y, por consiguiente, son mortales, es evidente para cualquiera que no reivindique un pensamiento definitivo, con pretensiones edificantes. Lo que es mi caso. La temporalidad de las palabras expresa un juego casi poético de muerte y renacimiento: las metaforizaciones sucesivas hacen que una idea crezca y se convierta en algo más que ella misma, en una «forma de pensamiento», pues el lenguaje piensa, nos piensa y piensa por nosotros tanto, por lo menos, como nosotros pensamos a través de él. También ahí existe un intercambio, que puede ser simbólico, entre palabras e ideas.
Creemos que avanzamos a base de ideas —esta es sin duda la fantasía de cualquier teórico, de cualquier filósofo—, pero son también las propias palabras las que generan o regeneran las ideas, las que sirven de «embrague». En esos momentos, las ideas se entrecruzan, se mezclan al nivel de la palabra, que sirve entonces de operador —pero de un operador no técnico— en una catálisis en la que el propio lenguaje está en juego. Lo que lo convierte en una baza por lo menos tan importante como las ideas.
Así pues, dado que las palabras pasan, traspasan, se metamorfosean, se convierten en porteadoras de ideas siguiendo unas rutas imprevistas, incalculadas, creo que el término «contraseñas» permite abarcar las cosas a la vez cristalizándolas y situándolas en una perspectiva abierta y panorámica.