CAPÍTULO SEIS
LA ESCUELA DE LA BUENA SUERTE
Cómo ser creativo, cambiar tu suerte y cumplir tus metas

De la vida me interesa sobre todo lo que no me dicen, lo que no salta a la vista. Por ejemplo, ¿qué hacen las personas a las que parece que la vida siempre les sonríe?

¿Es una pregunta ilusa? ¡Es que quiero hacer exactamente lo que hacen ellas! Ya sé que solemos culpar a la buena y a la mala suerte de casi todo lo que nos pasa, sin embargo existen infinitos ejemplos que prueban que una persona puede lograr metas importantes con el viento en contra. ¿Pero cómo? Imaginen a tres hermanas muy unidas, que además son escritoras de éxito. ¿Verdad que la estampa suena a suerte, éxito y felicidad? Pues miren con lupa lo que la letra pequeña de estas vidas, como la de tantas otras, esconde en realidad. Allá por 1821, Charlotte Brontë, una de estas hermanas privilegiadas, tenía apenas cinco años cuando su madre murió. La enviaron, junto a tres hermanas mayores, a un siniestro internado. Dos hermanas de Charlotte contrajeron tuberculosis y murieron. Con el paso de los años las hermanas supervivientes, Charlotte, Emily y la pequeña Anne, trabajaron como gobernantas y maestras, dos de las pocas formas dignas, aunque desde luego nada divertidas, que se ofrecía a una mujer entonces para ganarse la vida. Finalmente decidieron regresar a su hogar de la infancia y fundar allí una escuela.

Fue una decisión valiente y atrevida: tenían un sueño y lo pusieron en marcha. A todos nos gusta que nuestros sueños logren plasmarse. Las hermanas Brontë, cuando lo tuvieron todo a punto, pusieron un anuncio en prensa invitando a las posibles alumnas de su escuela a interesarse por ella. Podía haber sido una explosión de éxito, una celebración de la tenacidad y del trabajo bien hecho. Se lo merecían. Pero ¿os lo podéis creer? El cartero, día tras día, legó con las manos vacías. Nadie, absolutamente nadie, contestó a su anuncio. Tuvieron que renunciar a su sueño. Y de repente, en 1847, las tres hermanas lograron publicar con éxito sus libros. Debió de ser en torno a aquella época cuando Charlotte Brontë aseguró que «si no existiese la adversidad, la prosperidad no sería tan bienvenida». La dicha sin embargo fue corta: Anne y Emily, autoras respectivamente de Agnes Grey y de Cumbres Borrascosas, murieron al poco tiempo de tuberculosis. Unos años más tarde, Charlotte, la hermana superviviente, decidió hacer algo que había rechazado repetidamente hasta entonces: con el arrojo de los valientes, o tal vez de los desesperados, decidió casarse. Con treinta y ocho años se quedó embarazada, y seguramente disfrutó durante unos meses de un nuevo soplo de inesperada prosperidad. Pero antes de dar a luz, murió víctima de la tuberculosis que había aniquilado a todas sus hermanas.

Y ahora leamos la trágica historia desde otro prisma… Porque aquella experiencia vital sembrada de muertes y de carencias ha colmado de dicha, indirectamente, a innumerables lectores. Y es que Charlotte Brontë volcó la experiencia vivida en su infancia en Jane Eyre, una obra alimentada por su propia vida, dramática y nada envidiable. Sus páginas nos recuerdan que, a menudo, es precisamente en la superación de los obstáculos donde nace la fuerza de las personas para conseguir sus metas. ¿Alguien se apunta a treinta y ocho años plagados de rechazos, tuberculosis y muertes a cambio de un libro inolvidable? Nos gustaría alcanzar metas y tocar la gloria, pero quisiéramos transitar por un camino más ligero, menos doliente. ¿Existirá algún atajo? En estas páginas encontraréis respuestas concretas a mi pregunta ilusa. ¿O no tan ilusa? Admitido, el precio del éxito puede ser alto, pero tal vez merezca la pena sobreponerse a obstáculos y tropiezos si el fruto es un pedacito de eternidad para uno mismo… y para los demás.

RUTA 16. ATAJOS PARA VENCER
LOS CAMBIOS Y LA PEREZA

No nos gusta cambiar de opinión

Empecemos el recorrido por estas rutas de montaña escarpadas reflexionando acerca del nacimiento de una idea y su posterior transformación en algo hermoso o útil.

¿Cómo generamos nuestras ideas y creencias? La respuesta a esta pregunta tiene un impacto muy grande sobre nuestras vidas. Por ejemplo, ¿sabe mi lector que a los humanos nos cuesta más cambiar de opinión que a los chimpancés? Pido a mis lectores un esfuerzo para visualizar el experimento que voy a contar a continuación, realizado por Victoria Horner en la Universidad de St. Andrews, en Escocia[30]. Se enseña a varios niños cómo conseguir una recompensa que dispensa un mecanismo insertado en una caja cuadrada, con tres pasos diferenciados: primero, con un bastón se abre un pestillo en la parte superior de la caja para facilitar el acceso a un agujero; segundo, se introduce el bastón por el orificio, golpeando varias veces; y finalmente, se extrae la recompensa de una trampilla que da acceso a un dispensador.

Debido a que la caja es negra y opaca, no se puede ver la relación entre causa y efecto y por tanto los niños no pueden saber que los dos primeros pasos que están realizando a petición de los investigadores son inútiles. Sin embargo, cuando se indica a los niños que repitan la rutina aprendida de los tres pasos con una caja cuyo mecanismo interno es idéntico, pero que es transparente, éstos —que en teoría deben darse cuenta en este punto de que los dos primeros pasos no tienen utilidad alguna—, para sorpresa de los investigadores, repiten las acciones inútiles en la caja transparente sin importarles el resultado. Es decir, que parece que los niños tienden a imitar las acciones, aunque no sirvan de nada concreto.

Cuando estas pruebas se repitieron con chimpancés, los resultados fueron completamente diferentes: estos imitaban correctamente los pasos cuando se les hacía practicar con la caja negra opaca, pero en cambio, cuando se enfrentaban a la transparente, eran capaces de saltarse los pasos inútiles y de ir directamente a la recompensa.

¿Por qué los niños no usaron la lógica para extraer la recompensa de una manera más eficaz?

Lo que realmente quería estudiar Horner mediante esta prueba es si los chimpancés y los niños usan la emulación o la imitación para aprender. La emulación es el proceso de aprendizaje que se centra en los resultados de las acciones. Por el contrario, la imitación es la reproducción detallada de todos los elementos del proceso, que incluye desde cómo cogerlo hasta la posición del brazo. Esto nos indica que hay una razón evolutiva de peso que explica por qué nos cuesta cambiar de opinión: los humanos aprendemos por imitación, y repetir patrones de conducta aprendidos por imitación, sin cuestionarlos, forma parte del kit de supervivencia humano.

Las ventajas de una reproducción exacta de las conductas son diversas. En la mayoría de los comportamientos que tienen que ver con la vida en sociedad, lo importante no es el resultado final sino la manera en que lo haces. Aprender conductas asociadas a convenciones sociales es un conocimiento importante para los primates humanos y no-humanos. Además, imitar fielmente permite que cualquier innovación se difunda con rapidez por una población.

A medida que avanza la vida, los seres humanos abandonamos las estrategias de imitación para usar otras de carácter más emulativo. Por esta razón, cuando esas pruebas se realizaron con varios adultos humanos, éstos optaban por estrategias más parecidas a las de los otros primates (iban directos a por la meta).

Gracias a este tipo de estudios, sabemos que en la vida en sociedad no basta con el resultado: la manera en la que se desarrolla el proceso es de vital importancia, pues de ello dependerá la aceptación o rechazo de la «manada». En muchas de las acciones que llevamos a cabo en grupo, el objetivo último es irrelevante. Lo importante es cómo las hacemos y si están en línea o en contradicción con las normas sociales. Por ésta y otras razones, sabemos que la imitación es una estrategia adaptativa humana favorecida por la selección natural en la que lo que importa es el camino, no el destino final.

Imitar es un mecanismo evolutivo de aprendizaje, algo programado en el cerebro. Nos da seguridad, nos hace similares al resto de la manada. Por tanto, tendemos a querer comportarnos como lo hacen los demás, como siempre lo hemos hecho. Es una de las razones por las cuales nos cuesta cambiar de opinión:

«Siempre lo he hecho así, así es como aprendí a hacerlo».

¿Nos es más fácil cambiar de opinión si tenemos buenas razones para ello?

Los hechos objetivos no nos ayudan necesariamente a cambiar de opinión. Diversos estudios llevados a cabo en 2005 y 2006 en la Universidad de Michigan demuestran que las personas que menos saben acerca de un tema determinado, especialmente si tienen ideas políticas muy arraigadas, casi nunca cambian de opinión, aunque se les suministren hechos objetivos (más bien actúan al revés). Otro estudio, éste del investigador Hugo Pardo Kuklinski, sugiere que si intentas corregir las opiniones de las personas a través de los medios de comunicación o similares no consigues nada, ya que a medio plazo vuelven a lo que les hace sentirse seguros, a sus opiniones. Un estudio de 2006 de la Universidad Stony Brook de Nueva York muestra que también los pensadores más sofisticados se resisten a cambiar de opinión: hay un 10 por ciento de sus creencias que son prácticamente inamovibles, además de completamente equivocadas. Muchos estudios muestran que las personas con opiniones políticas muy fuertes suelen estar poco informadas. Esto se repite en todos los ámbitos estudiados: inmigración, sanidad, armas, educación… Se denomina el síndrome de «Sé que tengo razón» y se refiere a que no sólo la mayoría se resiste a cambiar de opinión a pesar de los hechos objetivos, sino que la gente que más necesitaría cambiar de opinión menos lo hace.

¿Por qué nos resistimos a cambiar de opinión?

Resistirse a cambiar de opinión es un mecanismo natural para evitar lo que se denomina la «disonancia cognitiva», es decir, pensar cosas que no te cuadran acerca de un tema. Por ejemplo, si eres fumador, te resulta incómodo fumar y, simultáneamente, saber que fumar es dañino para tu salud. Esto te genera una disonancia cognitiva que querrás aliviar dejando de pensar en el tema o negando la realidad («Es muy exagerado eso que dicen de que fumar mata… La gente muere aunque no fume… Si no fumase engordaría, y eso sería también perjudicial…»). Resulta muy amenazante admitir que no tienes razón. En estos casos el cerebro se inhibe y prefiere no considerar siquiera la posibilidad de estar equivocado.

¿Nuestras opiniones provienen de nuestras creencias o de una realidad objetiva?

En general nos gusta pensar que nuestras opiniones se han formado a lo largo del tiempo de forma sosegada y justa. Pero en realidad solemos basar nuestras opiniones sobre nuestras creencias, y desgraciadamente las creencias suelen tener poco que ver con los hechos objetivos. No son los hechos los que construyen las creencias, sino que son nuestras creencias las que nos hacen fijarnos en determinados hechos. Las investigaciones muestran que tendemos a interpretar la información de forma subjetiva, para que refuerce nuestras opiniones. La respuesta a todo esto está en nuestros cerebros, que buscan la coherencia. Aceptamos de forma pasiva la información que refuerza lo que ya creemos, y en cambio rechazamos activamente la información que no nos «cuadra»; este mecanismo se llama «razonamiento motivado».

En un mundo ideal deberíamos vigilar la información que nos llega, controlar las fuentes y la forma en la que nuestros cerebros la procesan. Pero cuestionarse constantemente cuesta mucho esfuerzo y puede resultar agotador; por ello, una vez que internalizamos nuestras creencias, nos cuesta mucho cambiarlas.

¿Es importante estar abierto a cambiar de opinión en tiempos de crisis?

Cambiar de opinión en tiempo de crisis es fundamental para poder sobrevivir, tanto en crisis económicas como personales. Para facilitar los cambios necesarios para ajustarse a las crisis, se aconseja cambiar de entorno, incluso de lengua o de país, pero esto es justo lo contrario de lo que tendemos a hacer cuando nos sentimos amenazados, puesto que intentamos replegar velas y aferrarnos a lo conocido. Uno de los entornos que más dificulta el cambio es el familiar, donde las personas han crecido desarrollando un papel rígido que nuestros familiares suelen querer mantener por costumbre y por instinto de supervivencia, aunque no nos haga felices ni a nosotros ni a ellos.

¿Cómo podemos cambiar de opinión?

Podemos reforzar nuestra auto-estima y bajar las defensas del miedo. Hay un estudio de Brendan Nyhan, profesor del Darmouth Colege de Hanover (Estados Unidos), que muestra que cuando propones a una persona un ejercicio de autoafirmación, está más abierta a considerar información nueva, puesto que no se siente tan amenazada o insegura. Es por eso por lo que los líderes políticos populistas se benefician cuando la gente está nerviosa o agitada: se les controla más, los retos les amilanan y están tan estresados que ni los registran correctamente.

Nuestros cerebros están diseñados para tomar atajos y adquirir informaciones que les permitan aferrarse aún más a sus creencias. Es lógico, porque así evitamos esa sensación tan desagradable de estar perdidos en un mundo muy complicado, de no saber dónde pertenecemos y qué podemos creer. Si te sientes acorralado en una situación a la que no ves salida, probablemente tienes miedo a perder algo. Enfréntate a ese miedo: ¿a qué tengo miedo? ¿Qué me da miedo perder? Busca soluciones que te ayuden a escapar de la cárcel del miedo en la que te has encerrado: una amistad o relación amorosa dependiente, por ejemplo, se alivia si abres tus horizontes y te planteas que no necesitas depender de una sola persona, y trazas un plan para abrirte al mundo exterior y hacer nuevos amigos.

Puedes ayudar a tu cerebro a no engañarse a sí mismo y a los demás. Tú no eres el conjunto de tus creencias: eres mucho más que eso. Así que atrévete a cambiar de opinión, de creencias y de circunstancias.

¿Por qué nos da pereza ponernos manos a la obra?

Hay una cierta sensación de que la gente que tiene éxito lo debe, sobre todo, a sus circunstancias o a la suerte. ¿Tú qué crees? Lo cierto es que, aunque la suerte y las circunstancias puedan jugar un papel más o menos determinante, la inmensa mayoría de la gente que vive en aquellos países donde el umbral de pobreza es bajo y hay acceso a la sanidad y la educación, esto es, las personas que no están luchando por sobrevivir, logran sus metas porque se han puesto manos a la obra, porque han trabajado para lograr lo que desean y han tenido que superar la tentación de dejarse llevar por una vida más cómoda. Un ejemplo conocido es el del cómico norteamericano Jerry Seinfeld, un clásico «triunfador» que arrasó con su programa en televisión[31] (aunque rechazó una oferta de noventa millones de dólares para hacer una última temporada). Sus comienzos fueron muy duros, sin embargo triunfó por su fuerza de voluntad. ¿Sabes qué truco usaba? Es una técnica muy simple: le daba pereza empezar a escribir cada día, pero le encantaban las galletas, así que ponía un bote bien lleno al lado de un folio en blanco y, si escribía, como premio se comía unas cuantas. La idea es que si tienes una meta a largo plazo, puedes dividirla en pequeñas metas y premiarte cada vez que logres alcanzar una de ellas. Basta con una recompensa tan modesta como una galleta.

¿Por qué nos da tanta pereza ponernos manos a la obra?

El cerebro se resiste a empezar cualquier actividad, busca excusas, retrasa el momento de empezar. Técnicamente es lo que se llama procrastinar. Un 24 por ciento de personas se identifican como procrastinadoras, es decir, que casi una de cada cuatro no se ponen manos a la obra porque les da pereza (tal vez haya más, pero ni siquiera se habrán molestado en rellenar los cuestionarios, ni en pagar las facturas a tiempo, ni en terminar sus proyectos, ni en estudiar para un examen…). La verdad es que una clave importante en la vida es lograr transformar lo potencial, los sueños, los planes, en algo real. Para ello hay que ponerse manos a la obra. Así que vamos a ver algunas razones por las cuales nos cuesta emprender una tarea.

Si estás siendo vago, o estás aburrido o desmotivado, va a ser difícil que consigas algo. Pero si tienes un sueño o una meta, vamos a ver formas eficaces para superar la pereza que nos da empezar a luchar por conseguirlo.

La técnica del «sólo unos minutos…».

Es muy eficaz y fue propuesta por una psicóloga rusa llamada Bliuma Zeigarnik. Ella comprobó que cuando empiezas una actividad, la mente experimenta una especie de ansiedad hasta que terminas lo que estás haciendo, porque al cerebro no le gusta nada dejar las cosas a medias. En cambio, cuando concluyes la actividad, la mente da como un suspiro de alivio. Lo difícil es, sobre todo, empezar a hacer algo. ¿Qué podemos hacer para lanzarnos y combatir la procrastinación[32]? Como lo que de verdad nos abruma es realizar una actividad que imaginamos dura, ardua, lo que haremos es pensar que sólo vamos a centrarnos en esa tarea durante unos minutos. Sólo unos minutos parecen fáciles de afrontar. Y lo que puede ocurrir es que, ya inmersos en esa actividad, nos demos cuenta de que no es tan complicada y sintamos la necesidad de seguir hasta el final. Por tanto, ante una tarea que nos cueste arrancar, tenemos que engañar al cerebro diciéndole «Voy a ponerme a hacer esto sólo unos minutos…», y podemos estar seguros de que estos pocos minutos de actividad nos van a crear la suficiente ansiedad mental como para que nosotros mismos queramos terminar esa tarea. Intentadlo la próxima vez que os dé pereza hacer algo…

La técnica del pensamiento doble.

Esta técnica, desarrollada por investigadores de la Universidad de Pensilvania, sostiene que para ponerte manos a la obra necesitas ser un poco optimista y un poco pesimista. Para ello, vamos a coger un papel y apuntar dos beneficios evidentes que te va a reportar el trabajo que tienes que hacer, y también los dos obstáculos más importantes que te vas a encontrar. Por ejemplo, estudiar para un examen: estoy estudiando para sacarme el último curso de enfermería y las pruebas finales son dentro de dos meses. Primero, tengo que pensar acerca de cómo un examen concreto va a hacer que mi vida sea mejor. La primera ventaja es que podré trabajar y ganarme la vida cuando termine mis estudios de enfermería. La segunda ventaja es que podré trabajar en un hospital, y conocer y cuidar a muchas personas. Y desde la perspectiva pesimista, tengo que reconocer que uno de los obstáculos evidentes que me voy a encontrar es que casi no podré salir durante estos dos meses, y mi pareja me echará de menos. ¿Estoy preparado para eso? Además, mi trabajo me obligará a hacer guardias de noche. Ya tenemos dos ventajas, con sus dos obstáculos consiguientes. Las investigaciones nos dicen que si haces esto obtendrás mejores resultados que si únicamente te dedicas a ver la parte buena, o la parte mala. Hay que llegar a este equilibrio para estar motivado, para no tirar la toalla a la primera.

Uno de los secretos para conseguir tus sueños es no sólo tener buenas ideas, sino ser capaz de llevar estas ideas a la práctica. Recuerda que lo más difícil es empezar, y ten siempre claros y a la vista los beneficios y las dificultades de cada una de tus metas. Así, transformarás tus buenas ideas en realidad.

RUTA 17. ALCANZA LAS CUMBRES DE LA CREATIVIDAD

La complejidad cerebral humana nos permite ser muy flexibles pero también nos hace muy vulnerables. Por ello tendemos al desequilibrio emocional y mental. Somos la única especie capaz de sobrevivir en todos los ecosistemas terrestres, aunque también somos la única que utiliza su gran capacidad creativa e imaginativa para sentir miedo sin motivo y estresarse sin control, con los consiguientes efectos fisiológicos negativos. Gracias a una corteza cerebral muy desarrollada, tendemos a recordar el pasado y a prever el futuro; sin embargo, como estamos programados para sobrevivir, tendemos a temer lo peor y esto nos afecta muy negativamente. Por todo ello, resulta fundamental entrenar al cerebro a encontrar cauces constructivos y creativos para canalizar su gran potencial[33].

Todos somos creativos

¿Dónde reside nuestra capacidad de estresarnos y de ser creativos?

Ambas tienen su sede principal en el cerebro humano, que es nuestro órgano para sentir y para pensar. El cerebro pesa aproximadamente un kilo y medio, y se parece a una enorme nuez. Controla muchas funciones automáticas, así como las funciones cognitivas más racionales y también emocionales. Ningún animal tiene tantas células cerebrales como los humanos: tenemos unos cien billones de neuronas. El cerebro está hecho de neuronas conectadas que se comunican mediante impulsos eléctricos. Las posibilidades de conexión son enormes: cada neurona puede tener entre cien y seiscientas sinapsis o conexiones. ¡Tienes un caudal de imaginación increíble!

¿Puedo encontrar un cauce constructivo para mi imaginación?

Podemos utilizar la imaginación para generar, en vez de emociones negativas y temores, exactamente lo contrario: sensaciones y emociones positivas. La imaginación también puede ser una herramienta de creatividad, una forma de expresar la riqueza cognitiva del cerebro humano.

¿Todos somos creativos?

El prestigioso educador y especialista en creatividad Ken Robinson la define como el proceso de tener ideas originales que tienen valor. A este proceso también lo llamamos «innovar», una de las piedras de toque para los ciudadanos del siglo XXI. La creatividad no es un regalo de unos pocos, es una habilidad que compartimos todos, en mayor o menor grado. Las investigaciones más recientes nos dan claves acerca de cómo podemos fomentar la creatividad en nosotros mismos y en el trabajo. Hasta hace relativamente poco, la creatividad parecía el equivalente de tener poderes superiores; recordemos que la palabra inspiración significa «las musas te han soplado encima». En esta última década, por fin se está empezando a investigar acerca de la imaginación y la creatividad, que antaño parecían una aptitud en sí mismas, separadas de otras formas de cognición. Y se está concluyendo que esto no es del todo cierto, sino que la creatividad es una palabra que utilizamos para englobar un conjunto de instrumentos cognitivos que funcionan de forma distinta según las necesidades que tenemos.

¿Qué elementos fomentan la creatividad? Uno de los elementos que más fomentan la creatividad es la polinización de otros campos. Tendemos a creer que los «expertos» son los mejores creativos en sus campos. Parece ser sin embargo que los «outsiders», es decir, las personas que actúan o intervienen en un sector o especialidad que no es el suyo propio, de un campo cercano pueden llegar a ser muy eficaces.

¿Qué tiene que ver el pensamiento divergente con la creatividad?

El pensamiento divergente (que no es lo mismo que la creatividad pero que es esencial para ser creativo), es una capacidad que nos permite encontrar respuestas múltiples a una pregunta. Por ejemplo, ¿qué respuesta daría el lector a la pregunta de cuántos usos puede encontrar para un clip? Los adultos encuentran de media unas 15 respuestas a esta pregunta. Las personas que tienen habilidades de pensamiento divergente rozando la genialidad encuentran en torno a doscientos usos para el clip (se plantean cuestiones como el cambio de forma de los clips y su diferente longitud o material, entre otras visiones diversas de ese objeto). Y ¿cómo podemos mejorar nuestra capacidad para el pensamiento divergente? Ken Robinson relata en este sentido un estudio longitudinal con un grupo de mil quinientos niños. ¿Cuántos eran genios en la franja de la etapa de infantil? ¡El 98 por ciento! Sin embargo, en la franja de ocho a diez años esta cifra bajaba al 50 por ciento, y disminuía de nuevo drásticamente entre los trece y los quince años, esto es, tras aproximadamente diez años en la escuela[34].

¿Los procesos creativos son siempre los mismos?

No. Las investigaciones arrojan información interesante sobre esta pregunta. Parece que nuestra creatividad no siempre utiliza la misma forma de llegar a una respuesta. A veces importa mucho lo que llamamos «inspiración», y otras se llega a la respuesta con esfuerzo, con los codos en la mesa. Dependiendo del problema a resolver, necesitamos un tipo u otro de creatividad.

Empecemos con los problemas más espinosos, aquellos que si se resuelven suelen necesitar un momento de esa inspiración. Veamos un ejemplo real. Arthur Fry era un ingeniero que trabajaba en 3M, la hoy mundialmente famosa empresa de Massachusetts. En 1974, fue a una presentación de otro ingeniero, Spencer Silver, que trabajaba sobre adhesivos y que había desarrollado un pegamento tan débil que apenas podía sujetar dos papeles. A nadie en la sala se le ocurrió de qué podía servir un pegamento que casi no pegaba. Unas semanas más tarde, Arthur Fry estaba en la iglesia buscando desesperadamente en el misal las distintas canciones que cantaba la congregación y se perdía con los trocitos de papel que supuestamente marcaban las hojas correctas, pero que se caían constantemente. Durante el sermón, que fue muy aburrido, Fry tuvo una inspiración: los post-it.

Prueba tu capacidad para inspirarte.

Éste es un clásico momento de insight, que aunque literalmente significa «mirar adentro», aquí debería entenderse como «inspiración». Los científicos están estudiando qué pasa en el cerebro cuando se producen esos momentos en los que una idea aparece como de la nada y otorga a las personas algo que se ha llamado puzzlevisión. Veamos una muestra: un hombre desposa a veinte mujeres en una pequeña ciudad. Todas las mujeres están vivas y ninguna divorciada. El hombre no ha roto ninguna ley. ¿Quién es ese hombre?

Si has encontrado la respuesta, probablemente te haya venido en un flash: el hombre es un cura. Las investigaciones de los profesores de Psicología Mark Beeman y John Kounios han identificado de dónde proviene ese flash: unos segundos antes de que éste aparezca, hay un pico fuerte de actividad en un área concreta del cerebro, localizada en el hemisferio derecho, excelente a la hora de unir información distantemente relacionada, que es precisamente lo que se necesita cuando se está intentando resolver un problema creativo.

¿Puedo mejorar mi capacidad de tener insights?

Según las investigaciones, mejorarás tus insights un 20 por ciento si miras un video cómico y te ríes antes de resolver el problema. Beber un poco también ayuda, por ejemplo, hasta un 30 por ciento para resolver baterías de palabras llamadas «asociados remotos», como ésta: disco-pino-madera. ¿Qué palabra o concepto es común a todas ellas? La respuesta es «teca», una palabra común a las tres palabras expuestas (disco-teca, pino-teca y madera de teca).

¿Por qué relajarnos y beber puede ayudar en determinados procesos creativos?

Estamos ante las ventajas de no prestar atención. Generalmente, valoramos mucho estar focalizados, pero eso puede inhibir la imaginación. Podemos estar centrados en algo que no es adecuado, y de ahí que los expertos a veces sean menos creativos que los outsiders. Cuando te distraes, te centras más bien de forma inconsciente en las asociaciones imprevistas que habitan el hemisferio derecho del cerebro. Si necesitamos un insight para avanzar en una labor creativa, eso nos va a ayudar. Estas investigaciones nos ayudan a comprender por qué tantos descubrimientos importantes ocurren en lugares extraños, como en la bañera de Arquímedes o en el club de strippers donde Richard Feynman garabateaba sus ecuaciones[35], y confirman que Google hace bien de poner mesas de ping-pong en los pasillos, además de ratificar que soñar despierto puede ser importante. Tal vez por eso, Einstein decía que la creatividad es «el residuo del tiempo perdido».

¿Qué otras técnicas hay para sacar partido a la creatividad?

Claro que no todos los retos creativos requieren un momento «¡Eureka! ¡Lo encontré![36]»… A veces, trabajar duro es el único sistema: sudar y fracasar, rechazar, intentar, renunciar a muchas ideas. Nietzsche lo llamaba «el proceso de rechazo». Y es que la creatividad también requiere mucho trabajo. Un ejemplo es el del diseñador gráfico Milton Glaser, que en 1977 recibió el encargo de hacer un logo para rehabilitar la imagen de la ciudad de Nueva York. Después de unas semanas de trabajo presentó la idea: «I love New York». A todo el mundo le gustó menos a él, que no estaba del todo convencido. Siguió dándole vueltas en la cabeza al diseño, hasta que en un taxi, unos días más tarde, garabateó en un papel de los que solía llevar en los bolsillos tan sólo las mayúsculas y un corazón rojo en lugar de «love», lo que dio lugar a uno de los logos más imitados en el mundo entero:

© David Roth-Getty Images

¿Cómo sabemos qué forma de pensar nos ayuda más en cada momento?

Tranquilo, tu mente sabe lo que necesitas. Los investigadores lo llaman: «sensación de saber», y esa sensación nos sobreviene cuando estamos bien encaminados, cuando sospechamos que podemos encontrar una solución si seguimos insistiendo en ello. La mente «sabe» si estás «caliente» o «frío». En otras palabras: si la mente te dice que andas cerca de una respuesta, sigue luchando. Si te dice que estás frente a una pared, probablemente necesites un insight, y éste te llegará más bien relajándote y empapándote de estímulos sin forzar nada. Si quieres ser más creativo, incrementa el volumen y la diversidad de la información a la que te expones.

Steve Jobs decía que la «creatividad es simplemente conectar las cosas». ¿Cómo puedo hacerlo?

Como no sabemos de dónde viene la respuesta a nuestros interrogantes, debemos abrirnos a otros campos que nos puedan estimular e inspirar, gracias a conexiones inesperadas. Jobs, por ejemplo, estudiaba caligrafía. Busca la respuesta en lugares imprevistos. La investigación apoya esta tesis: en un análisis de 766 graduados de la Stanford Business School —todos ellos con sus propias compañías—, los que tenían más amigos registraban tres veces más alta la puntuación sobre el indicador de creatividad: traducían sus círculos sociales extensos en más ideas.

¿Qué es la reestructuración mental?

Hay soluciones que se denominan «reestructuración mental». Google tiene un evento interno que llama «búsqueda de ideas locas» donde se crean y muestran cientos de pósters. En 3M, a los ingenieros les mandan a nuevas divisiones cada pocos años. A veces los resultados son impactantes: así es como los ingenieros aplicaron su conocimiento sobre adhesivos transparentes para lograr resolver el problema de que la batería del ordenador se agotaba rápidamente para dar luz a la pantalla. Al poner un adhesivo óptico especial, consiguieron que la pantalla fuese un 40 por ciento más eficiente en el consumo de energía. Es decir, que se trata en estos casos de plantearse algo distinto, y eso les cuesta más a los expertos. Y es que las preguntas inesperadas pueden ayudar a resolver problemas.

¿Dónde puedo encontrar a personas creativas?

En todas partes, porque todos somos creativos, aunque no todos le saquemos partido a esta capacidad innata. Si quieres ver la creatividad en acción, mira a tu alrededor: la cocina, la moda, incluso la forma de hacer un ramo. Los humanos buscamos constantemente formas originales de hacer las cosas. Estamos dotados para la creatividad. Éste es el principio que se aplica en InnoCentive, un website que busca soluciones a preguntas científicas complicadas. Las compañías plantean sus preguntas, a las que asocian una recompensa económica, en ocho categorías científicas diferentes, que incluyen interrogantes desde el desarrollo de una cobertura de chocolate con menos calorías hasta una firma electrónica que intenta diseñar un ordenador solar. Curiosamente, esto es muy eficaz: en 2007, Karim Lakhani, un catedrático de la Harvard Business School, aseguraba que un 30 por ciento de los problemas planteados en esa web se solucionaban en seis meses. A veces, encontraban la solución en apenas unos días. Y una de las claves de este éxito es que los solventadores de problemas más eficaces no suelen ser del ámbito del problema que resuelven. Por ejemplo, no eran químicos los que resolvían los problemas químicos, sino biólogos moleculares. Y viceversa. Eran pues personas lo suficientemente cercanas como para poder comprender el reto, pero no tan cercanas como para obsesionarse con los obstáculos de siempre de los más expertos.

Esta habilidad para atacar los problemas como un principiante, libre de prejuicios y miedo al fracaso, es decisiva para la creatividad.

Algunos trucos para ser más creativo y para aplicarlos desde ya a tu vida personal y laboral.

¿Por qué parece difícil ser creativo? Todos los cerebros están dotados para cambiar y transformarse constantemente, pues no sólo los artistas tienen capacidad creativa. Pero para ser creativo tienes que hacer cosas que no se hacen así habitualmente, aunque sea algo tan en apariencia sencillo como redecorar tu salón. Cuando dejas atrás los caminos trillados, te expones a posibles fracasos y a hacer el ridículo, y esta exposición crea mucha ansiedad en mucha gente.

Lo primero pues para ser creativo es aceptar que el fracaso forma parte inevitable de tus futuros logros. He aquí una frase de Thomas Edison, creador de la bombilla, entre otros muchos inventos: «No he fracasado, sólo he encontrado diez mil soluciones que no funcionan». Ahora recuerda que todos tenemos en el cerebro un sistema de censura particular que filtra determinadas imágenes, recuerdos, pensamientos… ¿Has observado como cuando a veces descubres algo que te gusta lo empiezas a ver en muchos sitios? No es casualidad, es que tu cerebro se está fijando en ello, lo acepta y está preparado para reconocerlo. Para ser más creativo, es decir, para lograr formas de pensar más amplias, tienes que lograr desactivar tu sistema de censura mental, para permitir que entren estímulos nuevos. La gente que no se considera creativa tiene un sistema mental muy rígido, muy cerrado.

Técnica del «Imagina si…».

Para fomentar tu creatividad, practica esta pregunta: «¿Y si hubiese ido al espacio, redecorase mi salón, fuese una sirena…?». Cierra los ojos e imagina un paisaje. Descríbelo en detalle: urbano, rural… ¿Quién lo habita, qué hacen, cómo huele? Ahora haz lo mismo para un personaje. ¿Qué cara tiene, cómo se mueve, qué dice, tiene acento, está flaco, musculoso, voz aguda o grave? Sigue con el juego del «¿Y si…?» con un minutero y aplícalo acto seguido a algo de tu vida.

Diez trucos creativos rápidos:

También existen otras formas, menos conscientes y deliberadas, de fomentar la creatividad: vamos a descubrir cómo podemos sacar partido creativo incluso a nuestras horas de sueño.

Pon tus sueños a trabajar.

Dime que cuando dormimos no perdemos el tiempo tanto como parece.

Tranquilo, dormir puede ser muy útil no sólo para sobrevivir físicamente —si no duermes te mueres— sino también para solucionar algunos problemas. Porque cuando dormimos, soñamos.

¿Y qué es soñar?

Pues soñar es simplemente pensar en nuestras cosas en un estado de conciencia diferente. Eso quiere decir que mientras duermes el cerebro sigue centrado en lo mismo que te preocupa cuando estás despierto. Por ello, cuando sueñas puedes descubrir cosas de las que no te das cuenta cuando estás despierto.

Pero a veces mis sueños parecen tan extraños…

Es cierto, en un sueño puedes estar corriendo por un laberinto con un libro para dárselo a tu hermano, y cuando llegas no tienes libro ni hermano, y está un vecino raro… Porque cuando sueñas, se activan áreas del cerebro relacionadas con las emociones profundas, con las imágenes visuales y con el movimiento, y en cambio se ralentizan áreas del cerebro relacionadas con la lógica o con lo socialmente apropiado. Así que cuando soñamos, parece que perdemos los papeles.

¿Pero eso sirve para algo?

En los años noventa, se empezó a comprobar que soñar sirve para aprender y para mejorar la memoria. Se constató, por ejemplo, con ratas en laboratorios: las pones en un laberinto y, mientras duermen, el cerebro repite la misma actividad cerebral de cuando estaban despiertas; al despertar, las ratas saben recorrer el laberinto mejor. Pero, ojo, ¡soñar también ayuda a veces a solucionar problemas! Porque el cerebro no sólo piensa de forma racional, sino que hay pensamientos de los que no somos conscientes que pueden resultarnos útiles, algo que nuestra mente inconsciente sabe, pero de lo que no nos hemos dado cuenta conscientemente. Para acceder a ese tipo de información, hay que recurrir a la intuición o los sueños.

Me estoy acordando de que músicos como Beethoven o Paul McCartney cuentan cómo se han despertado con canciones en sus cabezas. No sólo ellos, sino innumerables artistas como la escritora que creó mientras soñaba el personaje de Frankenstein, Mary Sheley, o científicos como Mendeleyev, que vislumbró la famosa tabla periódica cuando estaba dormido, o el famoso químico Friedrich August Kekulé, que imaginó, y más tarde probó, la estructura del benceno a raíz de un sueño.

Hay cada vez más evidencia de que soñando podemos encontrar soluciones o pistas para resolver nuestros problemas y dilemas. ¿Por qué? Porque cuando sueñas, no te limitan tanto los factores lógicos y familiares. Ves imágenes y asocias ideas de una forma distinta a la lógica del día a día, y eso precisamente puede hacerte más creativo. Así que ahora sabemos a ciencia cierta que podemos sacarle partido a nuestros sueños.

Veamos cómo. A través de una técnica muy sencilla llamada «incubación de sueños», que cada persona puede aplicar en su casa, cualquier noche. Si piensas en determinados problemas o dilemas antes de dormirte, tendrás más posibilidades de encontrar una solución. ¿Cómo?, haciendo esto:

Tenemos una corteza cerebral muy desarrollada: es el lugar desde el cual soñamos, elucubramos, inventamos, decidimos, hablamos. Pero también es el lugar desde el cual tememos, dividimos el mundo en buenos y malos, excluimos, nos proyectamos en un futuro supuestamente peligroso, y así desperdiciamos nuestro talento para la creatividad y la afectividad. Hay que ayudar al cerebro miedoso y reactivo a saber expresar su caudal de energía de forma constructiva.

RUTA 18. CAMINOS DIRECTOS PARA ENCONTRAR
LA SUERTE Y ALCANZAR TUS METAS

Puedes cambiar tu suerte…

Acabamos de ver formas de derribar un mito muy perjudicial que trata de convencernos de que no somos creativos. En esta línea de pensamiento erróneo subyace también la idea de que a quienes les va bien son personas simplemente con suerte. Para ilustrarlo, vamos con un ejemplo práctico de cómo funciona la suerte, la verdadera historia de un hombre llamado Barnett Helzberg. Imagina a alguien que ha logrado tener una cadena de joyerías que le reporta unos trescientos millones de dólares al año. Un día, paseando por la calle, Helzberg oye a alguien decir: «¡Señor Buffett!», y piensa que tal vez ese alguien esté llamando a Warren Buffet, uno de los hombres más ricos de Estados Unidos y del mundo. Entonces recuerda que hace unos meses leyó un artículo donde explicaban qué tipo de inversiones realizaba el financiero Buffett. Y se le ocurre que tal vez éste pudiera estar interesado en comprar sus joyerías. Cruza la calle y se presenta. Un año más tarde, Buffett compra la cadena de joyerías de Helzberg.

Ahora traslada esta historia a la vida diaria: esto ocurre mil veces todos los días, no sólo con cadenas de joyerías sino con las pequeñas situaciones que llenan nuestra cotidianidad: las personas que conocemos, los viajes que hacemos, donde trabajamos… Los eventos casuales ejercen una influencia enorme en nosotros y sin embargo tendemos a creer en la suerte. ¿Es por comodidad? ¿Por pereza? ¿Porque tenemos una sensación de impotencia frente a los vaivenes de la vida y la suerte nos ofrece una explicación sencilla?

¿Por qué existen las supersticiones?

Nos apoyamos en supersticiones como tocar madera, huir del número 13 o no pasar debajo de una escalera para intentar esquivar la mala suerte y atraer la buena fortuna hacia nosotros. En un estudio realizado en Estados Unidos, un 75 por ciento de las personas participantes en el mismo admitieron que eran supersticiosas en mayor o menor medida. ¿Por qué? Creemos con frecuencia que la buena o la mala suerte pueden cambiar radicalmente nuestras vidas, y eso nos crea mucha incertidumbre y sensación de injusticia. Recurrir a la superstición nos da la sensación de que podemos controlar en cierta medida ese factor misterioso de la suerte con rituales o magia. Pero por mucho que las personas se crucen con gatos negros en su camino, rompan espejos o pasen debajo de una escalera, se ha comprobado en numerosos estudios que los hados no les van a tratar mejor ni peor que al resto. La superstición no funciona[37].

¿Qué podemos hacer para cambiar nuestra suerte?

El psicólogo británico Richard Wiseman estudió las vidas de las personas con buena suerte y con mala suerte para intentar comprender qué pasa en cada caso.

Puso anuncios en el periódico y reclutó a cuatrocientas personas de edades y profesiones variadas. Los dividió en dos bandos a tenor de sus obras y milagros: los suertudos y los malhadados. ¿En qué bando se sitúa intuitivamente mi lector? Si no estás seguro, atento a lo que viene, que es revelador. Durante diez años, suertudos y malhadados escribieron diarios, contestaron cuestionarios y realizaron tests de inteligencia. Al final, quedó claro que su comportamiento y sus pensamientos justificaban en gran medida la suerte que arrastraban.

En uno de los experimentos más gráficos que se llevaron a cabo durante esta investigación, todos recibieron un periódico del que tenían que contar las fotografías.

Los suertudos tardaban unos segundos y los del bando de la mala suerte, dos minutos. ¿Por qué? En la segunda página del periódico había un anuncio enorme que decía: «En este periódico hay 43 fotografías. Deja de contar». Estaba allí a la vista para todos, pero los suertudos tendían a fijarse en el anuncio y los de la mala suerte, no.

Había un segundo anuncio en ese periódico: «Deja de contar. Dile al investigador que has visto este anuncio y te dará 250 euros». La mayoría de los del bando de la mala suerte no se fijaban siquiera en el anuncio porque estaban obsesionados contando fotografías.

De hecho, sabemos que la gente que dice tener mala suerte está más tensa y ansiosa que la suertuda. Y es que la ansiedad nos impide abrirnos al mundo, fijarnos en lo inesperado. Cuanto más te empeñas en encontrar algo concreto, menos percibes, porque tu cerebro se centra sólo en lo que buscas. Así que pierdes oportunidades. Te pasa cuando vas a una fiesta empeñado en encontrar a la pareja perfecta: probablemente no la encuentres, pero es que además no intentarás siquiera hacer amigos. Sería más productivo ir a las fiestas no sólo abierto a la posibilidad de descubrir allí a tu media naranja sino también firmemente decidido a disfrutar conociendo a muchas personas que podrían resultar divertidas o interesantes, por ejemplo, a todas aquellas que lleven algo rojo. ¡Sistematiza tu suerte, provócala!

Detrás de la buena suerte hay cuatro grandes principios:

¿Qué puedo hacer para cambiar o mejorar mi suerte? ¡Únete a la escuela de la buena suerte! El psicólogo Richard Wiseman, a raíz de sus investigaciones, ideó otro experimento que llamó la «escuela de la buena suerte». Cualquiera puede apuntarse a ella. Imaginemos pues que estamos en un aula donde nos enseñan a tener más suerte, es decir, a pensar y a comportarnos como personas con suerte. En el experimento de la escuela de la suerte de Wiseman, las personas que participaban aplicaban los cuatro principios de la buena suerte durante un mes. Los resultados fueron increíbles: el 80 por ciento de los participantes mejoraron su suerte de forma radical (los que tenían mala suerte tuvieron suerte, y los que ya tenían buena suerte tuvieron incluso mejor suerte).

Piénsalo: es muy fácil agotar las posibilidades en tu vida porque tiendes a ver siempre a las mismas personas, a ir a los mismos sitios. Pero si provocas situaciones distintas, se presentan nuevas oportunidades. ¡Eso es suerte! Aunque sea tentador dejarlo todo en manos de la suerte, pensar que las cosas han de ocurrir por si solas, la verdad es que muchas están en nuestras manos. ¿Qué oportunidad has buscado y has encontrado hoy? Allí fuera, esas oportunidades están esperando a que nos fijemos en ellas, a que les hagamos un lugar consciente para que puedan ayudarnos a transformar nuestras vidas a mejor.

Secretos definitivos para cumplir tus sueños

En un estudio que se hizo con cinco mil personas para saber cuántas cumplen sus sueños, sólo un 10 por ciento dio un resultado positivo. ¿Por qué tan pocas?

Básicamente, porque no tenemos un plan maestro que nos guíe, porque nos falta un sueño; y porque aunque tengamos este sueño, no nos enseñan técnicas eficaces para cumplirlo.

¿Cuál es tu sueño?

Desde que nacemos, nos entrenan para hacer lo que hace todo el mundo, y a la vez para convencernos de que hay muchas cosas que somos incapaces de hacer.

Es como un proceso de descarte en el que se nos dice: «Tú no vales para esto, ni esto, ni esto, ni esto…». Lógicamente, nos lo creemos porque nos lo dicen personas —familiares y maestros— que están intentando protegernos. ¿Por qué desconfiar de ellos? A ellos les hicieron lo mismo, porque la creencia generalizada es que educar es enseñar a las personas a aceptar sus propias limitaciones. Educar podría ser en cambio ayudar al niño a descubrir y potenciar sus múltiples talentos. Imaginad si de pequeños nos hubiesen dicho: «Hola, ¡bienvenido a la Tierra! Eres un ser único, irrepetible. ¿Qué traes de especial? ¿Cuál va a ser tu regalo para nosotros? ¿Cuál es tu sueño?». Pensad cómo sería crecer y vivir si esa pregunta estuviese muy presente en nuestras vidas. De entrada, ganaríamos mucho tiempo: iríamos directos a nuestras metas, a cumplir nuestros sueños. Además, aprenderíamos sin necesidad de sufrir inútilmente: buscaríamos sin rodeos lo que nos va bien de verdad y ocuparíamos nuestro lugar en el mundo de forma mucho más natural y segura. Estaríamos aquí, bien presentes, en vez de mostrarnos dudosos y resignados.

La realidad suele ser que vamos como una botella de plástico tirada en un río, sin rumbo fijo: a ver dónde caigo, a ver qué hago con mi vida, a ver si tengo suerte y esto duele lo menos posible. Parece que los sueños son para los ilusos, o para los afortunados, o para los héroes. En realidad perseguir un sueño da sentido y fuerza a la vida de las personas. Son hechos comprobados: cuando las personas tienen sueños que guían sus vidas, son más felices y consiguen más metas. Esto tiene un impacto en el cerebro: cuando consigues una meta generas dopamina, que te da sensación de placer. Y a la vez, la dopamina activa los circuitos del cerebro que te dan ganas de marcarte nuevas metas.

Las metas, y los sueños que las inspiran, te dan un foco, un plan a largo plazo sin el cual puedes perderte y perder el tiempo. En una palabra, ayudan a ser productivo y nos motivan.

El sueño que guía tus metas puede ser muy sencillo, muy discreto, muy diferente, muy corriente. No importa. Lo importante es tenerlo.

Si tengo claro cuál es mi sueño, el lugar que quisiera ocupar en el mundo, ¿con esto ya es suficiente? ¿Qué puedo hacer para llevarlo a cabo, para cumplirlo?

Las personas que cumplen sus sueños y sus metas (ese escaso 10 por ciento) suelen hacerlo utilizando al menos algunas de estas cinco técnicas:

Todos podemos conseguir nuestros sueños[38]. Existen miles de ejemplos que prueban que una persona puede lograr retos importantes con el viento en contra. Vidas difíciles plagadas de enfermedades, muertes, soledad… Detrás de tantas vidas aparentemente exitosas hay historias difíciles, historias de superación de obstáculos. A veces, es precisamente de estos obstáculos de los que nace la fuerza de las personas para transformarlos en algo positivo.