En teoría, Irak era independiente desde 1932, en el que había sido admitido en la Sociedad de Naciones. Gran Bretaña conservaba allí una abrumadora influencia, como demostraron los sucesos de la Segunda Guerra Mundial.
Pero cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña ya no estaba en condiciones de mantener su imperio. La verdadera independencia de Irak data de entonces.
En la posguerra, influyeron en Irak tres procesos.
En primer término, el petróleo adquirió fundamental importancia para las potencias industriales del mundo. Automóviles, camiones, trenes, barcos y aviones son impulsados por derivados del petróleo, y sin él no pueden librarse guerras. Se descubrió que Oriente Próximo contiene las mayores reservas de petróleo del mundo, y las grandes potencias industriales se enfrentaron en una fiera rivalidad por franjas de territorio que tenían escasa importancia en otros aspectos. En la actualidad, más de la mitad de la renta nacional de Irak proviene de la venta de petróleo a potencias externas.
En segundo lugar, las potencias industriales del mundo de posguerra son, en esencia, dos: Estados Unidos y la Unión Soviética. Ambas se enfrentaron mutuamente en una rivalidad que no fue una guerra abierta, pero que se expresó de todos los modos posibles salvo la violencia directa. El resto del mundo se vio obligado a reaccionar de uno u otro modo ante esta «guerra fría». La mayoría de las naciones tuvieron que tomar partido.
Las naciones de habla árabe (el «bloque árabe») fueron impulsadas en ambas direcciones. De un lado, la Unión Soviética era un vecino del Norte que había sido poco favorable a ellas en el pasado. Además, los gobernantes del bloque árabe, que se beneficiaban de un sistema social y económico arcaico e injusto, temían la posibilidad de ser derrocados en nombre del comunismo patrocinado por los soviets. Si se agrega a esto el hecho de que Estados Unidos era, fuera de toda comparación, la más rica de las dos potencias, el mejor cliente para el petróleo y el más dispuesto a otorgar préstamos, no es de extrañar que fuese irresistible la tendencia a colocarse de parte de los Estados Unidos en la guerra fría.
Y hubo un tercer factor que influyó sobre el Irak de posguerra, factor que fue el más importante. Los judíos habían logrado su objetivo de fundar un Estado independiente. En 1948, proclamaron la existencia del Estado de Israel en algunas partes de Palestina. Las naciones del bloque árabe, entre ellas Irak, reaccionaron con extrema hostilidad y lanzaron un ataque contra el nuevo Estado. Pero fueron derrotadas, e Israel logró mantener su existencia.
Esto hizo recrudecer la hostilidad árabe, de modo que las emociones antiisraelíes predominaron en ellas sobre toda otra cosa. Los Estados Unidos sentían mucha mayor simpatía hacia Israel que la Unión Soviética, y esto, para algunos círculos árabes, era todo lo que importaba. Egipto, bajo el gobierno dictatorial de Gamal Abdel Nasser (quien llegó al poder en 1954) comenzó a inclinarse hacia la Unión Soviética.
El Oriente Próximo contemporáneo.
El líder iraquí Nuri Pashá, para quien el anticomunismo era el factor dominante, se movió en la dirección opuesta. Formó una alianza con otras tres potencias islámicas, Turquía, Irán y Pakistán, para constituir una sólida barrera anti-soviética a lo largo de la frontera meridional de la Unión Soviética. Las reuniones se realizaron en Bagdad, y la alianza fue conocida como el Pacto de Bagdad.
Pero Turquía, Irán y Pakistán no formaban parte del bloque árabe, pese a su carácter islámico, y no estaban particularmente interesadas en Israel. La participación de Irak en dicho pacto era antinatural e impopular entre buena parte de la población.
La impopularidad del pacto entre la población iraquí se exacerbó en 1956, cuando Israel se unió a Gran Bretaña y Francia para lanzar un ataque contra Egipto que sólo fue detenido por la acción conjunta de los Estados Unidos y la Unión Soviética.
La hostilidad hacia las potencias occidentales creció constantemente y, en 1958, estalló en Irak una revolución conducida por el general Abdul Karim Kassem. Nuri Pashá fue muerto y lo mismo Faysal II (que era rey desde 1953) y toda la familia real. Irak se convirtió en república y abandonó el Pacto de Bagdad, para volver a su posición antiisraelí.
Bajo Kassem, Irak se acercó mucho más a la Unión Soviética. Pero hubo muchas fricciones internas dentro de las naciones árabes. Nasser aspiraba al liderazgo total del bloque árabe, y en esto se le oponía Kassem. En 1963, un grupo de oficiales del ejército, indudablemente respaldados por Egipto, se apoderó del gobierno y mató a Kassem.
La nación luego se acercó a Egipto y a la posición contradictoria de Nasser, es decir, prosoviética pero anticomunista.
Finalmente, en 1967, estalló en Oriente Próximo una bomba retardada. Las naciones árabes, apoyadas por la Unión Soviética, se cernieron sobre Israel, que contraatacó en su auto-defensa. En una campaña relámpago que duró seis días, Israel derrotó a sus tres vecinos inmediatos, Egipto, Jordania y Siria, y ocupó partes de sus territorios.
Irak no intervino directamente, pero compartió la general humillación de los árabes.
Esa breve guerra puso de algún modo de manifiesto la trágica caída de la tierra de los dos ríos. En ella habían surgido, diez mil años antes, los primeros agricultores y las primeras ciudades. Cinco mil años antes había dado al mundo la primera escritura. En ella había surgido un imperio tras otro, y sus ciudades habían dominado todo el mundo conocido hasta hacía apenas mil años.
Pero crear y mantener una estructura tan intrincada como la civilización no podía hacerse sin pagar un precio por ello. La riqueza acumulada atrajo a las tribus bárbaras de sus fronteras, y una y otra vez la compleja estructura social de Mesopotamia se vio penosa y ruinosamente desorganizada por invasiones bárbaras.
La oscilación del péndulo, del imperio a la incursión bárbara y nuevamente al imperio, una y otra vez, agotó las energías del pueblo, y los milenios de agricultura lentamente agotaron la tierra misma. La catástrofe de la destrucción de los canales por los mongoles sólo fue el último y repentino acto de un constante declive.
En el ínterin, los progresos y avances que se habían realizado originalmente a lo largo del Éufrates se difundieron por el mundo en ondas cada vez más amplias. La escritura sumeria llegó a Egipto; la astronomía de Egipto y Babilonia llegó a Grecia; y el saber de Grecia (a través del mundo árabe de la Edad Media) llegó por último a Occidente.
Y ahora Israel, que ha aceptado totalmente la tecnología occidental, puede mantener a raya a un mundo árabe que la supera numéricamente en veinte a uno pero que no ha aceptado cabalmente los procedimientos occidentales.
Sería lamentable que Irak y las otras naciones árabes, en su frustración, sólo tomaran de Occidente las armas de guerra. Si lo hacen, finalmente podrán derrotar a Israel por su mero peso y gratificar su orgullo, pero seguirán tan miserables como antes, pues los misiles y los aviones de reacción no pueden por sí solos curar las profundas enfermedades que aquejan a la región.
Cabe esperar que los métodos de la paz atraigan a las naciones árabes, pues su territorio y sus oportunidades son suficientemente vastos para permitirles enormes avances, si las energías gastadas en el mal humor se vuelcan, en cambio, en una modernización de la tecnología, una restauración del suelo y una renovación de la estructura económica, social y políticas de esas grandes y venerables tierras.